José Isidro Osorio y Silva-Bazán

José Isidro Osorio y Silva-Bazán
José Osorio y Silva-Bazán
Duque de Alburquerque y de Sesto
Jose Osorio y Silva, duque de Sesto.jpg
Pepe Osorio en una fotografía de 1866.

18661909

Nombre real José Isidro
Nacimiento 4 de abril de 1825
Madrid, Bandera de España España
Fallecimiento 30 de diciembre de 1909
Madrid, Bandera de España España
(84 años)
Entierro Cementerio de La Almudena
Cónyuge/s Sofía Troubetzkoy
Residencia Palacio de Alcañices
Dinastía Casa de Osorio
Padre Nicolás Osorio y Zayas
Madre Inés Francisca de Silva-Bazán

Escudo de José Isidro Osorio y Silva-Bazán

José Isidro Osorio y Silva-Bazán (Madrid, 4 de abril de 1825 - Madrid, 30 de diciembre de 1909), también conocido como Pepe Osorio o Pepe Alcañices, el gran Duque de Sesto fue un aristócrata, político y militar español, destacado por el papel que jugó en la Restauración borbónica que tuvo como desenlace el ascenso al trono de Alfonso XII de España, empresa en la que gastó gran parte de su fortuna familiar. Fue jefe y representante de las Casas de Alburquerque, de Alcañices y de los Balbases, reuniendo en su persona dieciséis títulos nobiliarios y cuatro Grandezas de España.

De fuertes convicciones monárquicas, heredadas de la educación y tradición familiar, puso a disposición de la familia Real española su residencia de Deauville (Francia) durante su exilio, y costeó los gastos que supuso el retiro. Alfonso XII de España lo quiso como a un padre, y fue durante toda la vida su mejor amigo y su consejero más cercano.[1] También fue mentor y educador del príncipe Alfonso, y junto a su mujer, la princesa rusa Sofía Troubetzkoy, desarrolló socialmente la restauración acercando a la nobleza española a su causa, mientras que su amigo Antonio Cánovas del Castillo lo hacía políticamente.

Considerado uno de los mejores alcaldes de Madrid, convenció a Isabel II de España para que abdicase en favor de su hijo Alfonso, como única vía para reestablecer la monarquía, siendo el primero en firmar el documento. Su participación en ello fue tal, que la reina le dijo a su hijo: «Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido hacerte Rey».[1] A la muerte de éste, cayó en desgracia frente a su viuda, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, por lo que se alejó de la corte y durante los últimos años de su vida retomó la política y se dedicó a negocios empresariales y a viajar por Europa en compañía de su esposa.

Falleció el 30 de diciembre de 1909, el mismo día en que se cumplían treinta y cinco años del inicio de la Restauración borbónica por la que tanto luchó, a consecuencia de una pulmonía en su palacete del paseo de Recoletos a los 84 años sin sucesión, nombrando como su heredero a su sobrino Miguel Osorio y Martos.

Contenido

Vida personal

Nacimiento y filiación

Nació en Madrid, en el desaparecido palacio de Alcañices el 4 de abril de 1825, siendo hijo de Nicolás Osorio y Zayas (1793-1866), primero sucesor en los títulos de marqués de Alcañices y de los Balbases, y posteriormente en el de duque de Alburquerque, reuniendo en su persona dieciocho títulos nobiliarios y seis Grandezas de España, que estuvo al servicio de la Corona de España, siendo Mayordomo mayor del rey Francisco de Asís de Borbón, Mayordomo y Caballerizo mayor de Isabel de Borbón y Borbón, princesa de Asturias, Gentilhombre Grande de España con ejercicio y servidumbre de la reina Isabel II de España y ayo de Alfonso XII siendo príncipe.[2]

Su madre fue Inés Francisca de Silva-Bazán (1806-1865), hija de José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein, décimo marqués de Santa Cruz de Mudela, y de Joaquina María Téllez-Girón y Alfonso Pimentel, condesa de Osilo. Tuvo seis hermanos, de los cuales únicamente sobrevivió Joaquín, con quien tuvo una estrecha relación durante toda su vida, y a quien cedió el Condado de la Corzana para él y sus sucesores, casando con María de las Mercedes de Heredia y Zafra-Vázquez, tercera marquesa de los Arenales.[2]

Desde pequeño fue educado por los profesores más prestigiosos del momento, y aprendió a hablar inglés, francés e italiano; en 1834 ingresó en el colegio Masarnau de Madrid, dependiente de la Universidad de Madrid. La familia pasaba los veranos en Cuéllar (Segovia), cuyo castillo era propiedad familiar y estaba destinado a este fin desde que los Duques de Alburquerque se trasladaron a vivir junto a la corte; también visitaban a menudo Ledesma en sus vacaciones. Frecuentó desde su infancia el Palacio Real de Madrid, donde acudía junto a su madre que fue gran amiga de la reina María Cristina, y tras la muerte del rey y el posterior inicio de la primera Guerra Carlista, la familia se exilia en Italia, instalándose en Roma, Nápoles y Palermo.[3]

Su matrimonio y otras relaciones sentimentales

Considerado uno de los mejores solteros del momento por su acaudalada fortuna y sus títulos nobiliarios,[4] estuvo enamorado de joven de Francisca de Portocarrero, IX condesa de Montijo, hija de Cipriano Palafox y María Manuela Kirkpatrick, XV condes de Teba, que terminaría casando en 1844 con Jacobo Fritz-James Stuart, XV duque de Alba de Tormes. Para acercarse a ella entabló amistad con su hermana, Eugenia de Montijo (futura emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III de Francia) pero ella se enamoró de él;[5] al conocer la realidad intentó quitarse la vida con una cocción de fósforo y leche. En 1853 escribió al duque anunciándole su compromiso con el emperador de los franceses, y tras el silencio de éste le envió un telegrama en el que decía "El emperador ha pedido mi mano, ¿Qué debo hacer?". La respuesta del duque llegó días antes del matrimonio, a través de una nota en la que únicamente decía "Que sea usted muy feliz".[5] [6] [7] Otro de sus amores debió ser María Josefa Pedraza de la Peña, conocida como Pepita Peña, que más tarde casó en México con el mariscal François Achille Bazaine, famoso por su contribución en la derrota francesa en la guerra Franco-Prusiana.[8]

Pepe Osorio junto a su mujer Sofía Troubetzkoy, en una fotografía tomada en Deauville en la primavera de 1869, pocos días después de su boda.

Finalmente en 1868, estando en Deauville (Francia) acompañando en el exilio a la familia Real Española, conoció a la princesa rusa Sofía Troubetzkoy, que había enviudado tres años antes de Carlos Augusto de Morny, medio hermano precisamente de Napoleón III. La paternidad de Sofía se disputaba entre el príncipe Serguei Vassilievitch Troubetzkoy y el mismísimo zar Nicolás I de Rusia, quien sentía admiración por su madre, Ekaterina Petrovna Moussine-Pouchkine, algo de lo que ella presumía.[9] Enamorados desde el primer momento, se trasladaron a España, y el 20 de febrero de 1869 obtuvieron la licencia real de Isabel II para contraer matrimonio, que finalmente se celebró en Vitoria el 21 de marzo del mismo año.[10]

Su esposa, considerada una de las mujeres más bellas y elegantes de la Europa del siglo XIX, deslumbró en la corte con su espíritu cosmopolita y su entusiasmo por la monarquía, además de por sus gustos en moda y decoración, que pronto fueron imitados tanto como lo habían sido en Francia. Pocos años después del matrimonio y a instancias de Sofía, se llevó a cabo una importante remodelación del palacio de Alcañices, adaptando a su gusto la residencia familiar en la que se instaló el primer árbol de Navidad de España, a instancias de la duquesa en las Navidades de 1870.[1] Fue condecorada con la Orden de las Damas Nobles de María-Luisa, y Antonio Cánovas del Castillo la nombró su secretaria personal;[10] apoyó a su marido en la restauración de la monarquía, participando de manera activa: puso de moda entre las damas de la aristocracia el alfiler con el emblema de la Casa de Borbón, la flor de lis, y protagonizó la conocida rebelión de las Mantillas para mostrar el españolismo del pueblo frente a Amadeo de Saboya y María Victoria del Pozzo.[11]

Sin haber tenido sucesión en el matrimonio, Sofía falleció el 27 de julio de 1897, y Pepe la sobrevivió doce años más. Poco antes de morir, llamó a su sobrino Miguel, a quien declaró por su heredero y le pidió que delante de él quemase la intensa correspondencia que había mantenido con Paca de Portocarrero, a quien había amado; con Eugenia de Montijo, que le había amado a él, y las de Sofía, su mujer.[12]

Títulos, condecoraciones y mercedes

José Osorio vestido con el traje de la Orden de Carlos III (s. XIX).
Artículo principal: Títulos y condecoraciones del duque de Sesto

Recibió su primera condecoración en 1844, a los 19 años, cuando fue admitido en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Tras ella se sucedieron numerosos nombramientos, como el de caballero-collar y gran cruz de la Orden de Carlos III que le concedió Isabel II en 1863, y de cuya orden fue posteriormente Gran Canciller de forma interina. Otras condecoraciones españolas fueron las de caballero-collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, la Medalla de oro de Alfonso XIII o la de Gran Canciller interino de la Orden de Isabel la Católica. También le fueron impuestas condecoraciones extranjeras, como la de caballero-gran cruz de la Orden Militar de Cristo en Portugal, la de caballero-gran cruz de la Orden de los Santos Mauricio y Lázaro de Italia, la gran cruz de la Orden del Águila Roja de Prusia o la de la Legión de Honor de Francia, y otras en Alemania, Austria, Bélgica, Brasil, Hungría, Suiza y Turquía.[13]

Como hijo primogénito, a la muerte de su padre ocurrida en su palacio de la calle de Alcalá el 31 de enero de 1866, le sucedió en diecisiete títulos nobiliarios, con cinco Grandezas de España. Además del Ducado de Sesto, por el que fue conocido, ocupó los ducados de Alburquerque y Algete; seis marquesados, entre los que se encontraba el de Alcañices, que usó frecuentemente, así como ocho condados dentro de los que destacaba el de La Corzana, con Grandeza de España, que cedió a su hermano Joaquín.[2]

Tradición familiar: la hípica

Pepe Osorio posando montado a caballo en su finca del Soto de Mozanaque (Algete) en 1874, vistiendo el traje nacional de faena de campo.

Desde niño es instruido en las armas, practicando los juegos de moda, como la esgrima, para la que tenía una sala en casa. Su padre fue uno de los doce fundadores en 1841 de la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar de España, por lo que inculcó a sus hijos su pasión por la hípica. Desde pequeño se mostró como un gran jinete, montando en el Soto de Mozanaque, una finca familiar ubicada en Algete, donde aparece siempre acompañado de su tío Juan de Silva, futuro marqués de Arcicóllar, que era más joven que él; de Andrés de Arteaga, marqués de Valmediano y casado con una hermana de su madre, de su primo Jacobo Méndez de Vigo, conde de Santa Cruz de los Manueles y de Nicolás Patiño, marqués del Castellar, entre otros, que eran conocidos por su edad como «los pollos». Posteriormente se unirían al grupo los hijos del duque de Alba, Jacobo, futuro duque, y Enrique, conde de Galve.[4]

Dirigió la yeguada real y fue montero mayor de Alfonso XII, y caballerizo de los infantes. A lo largo de toda su vida ocupó diversos cargos en diferentes instituciones relacionadas con la hípica. Así en 1855 ingresó en la asociación General de Ganaderos del Reino, y dos años más tarde fue nombrado miembro del jurado para la Exposición de Ganados. Sucesivamente fue miembro de la comisión de Compra de caballos para los depósitos del Estado (1860-1864), del consejo superior de Agricultura, y vocal de la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar, entidad de la que su padre fue socio fundador y que él terminó presidiendo en el periodo de 1886-1907. Otros cargos ocupados fueron la presidencia de la comisión delegada del concurso Hípico de 1892 y la del registro de caballos de purasangre, así como miembro de la junta de los depósitos de sementales.[4]

Carrera política y militar

Sus comienzos militares y políticos

La alcaldía de Madrid y su gobernación

Unos días antes de ser destituido en su cargo de presidente del Consejo de Ministros a causa de la crisis del Rigodón, concretamente el 16 de octubre de 1857, Leopoldo O'Donnell le nombró alcalde de Madrid, cargo que ocuparía hasta 1864; un año más tarde y estando nuevamente en el poder, O'Donnell le amplió el nombramiento nombrándole también corregidor.[14]

Real Hospicio de San Fernando, edificio que albergó la primera Casa de Socorro de Madrid creada durante el mandato del duque de Sesto.

Considerado uno de los mejores alcaldes que tuvo la ciudad,[1] [14] dedicó gran parte de su mandato a intentar erradicar la suciedad y malos olores para crear una capital limpia y moderna. Para ello creó urinarios públicos, y publicó un bando prohibiendo a la población realizar sus necesidades fisiológicas en la vía pública bajo una multa de 20 pesetas, cantidad que resultaba desmesurada para la época. Este hecho hizo que de manera anónima se pintasen junto a los carteles de prohibición los conocidos versos dedicados al nuevo alcalde «¿Cuatro duros por mear? ¡Caramba, qué caro es esto! ¿Cuánto cobra por cagar el señor duque de Sesto?».[15]

Creó diez casas de socorro, una para cada uno de los distritos en los que entonces se dividía la ciudad, siendo la primera de ellas la del distrito centro, que tuvo sede en el edificio del Real Hospicio de San Fernando. Con el deseo de conservar el testimonio del patrimonio artístico de la ciudad, realizó un inventario y archivo fotográfico de todas fuentes existentes, cuyo proyecto abarcaba también las iglesias, conventos, palacios y otros edificios destacados, pero no lo llegó a concluir.[14]

En el año 1860 se sucedieron acontecimientos importantes tanto en su vida personal como en la política. En abril consiguió de la reina la amnistía para Francisco Cavero, primo de la emperatriz Eugenia, que fue teniente general de los ejércitos carlistas, condenado por participar en el alzamiento de San Carlos de la Rápita, protagonizado por Jaime Ortega y Olleta. El 2 de mayo recibió en la ciudad a las tropas de la guerra de África tras la victoria en la batalla de Tetuán y el 21 de junio en calidad de alcalde-corregidor asistió como testigo en el bautizo de la infanta Mercedes, que terminaría siendo reina consorte. Aquel año terminó con la muerte de Paca de Alba, uno de los grandes amores de su juventud, cuyo funeral fue organizado por él, y se celebró en Carabanchel.[14]

Tras la caída de O´Donell y el turbulento cambio de poder interno, finalizó su mandato entregando el bastón de mando a José Mesía Pando, duque de Tamames. Fue además tres veces gobernador civil de Madrid en los años 1861-1863, 1865-1866, 1874-1875, periodos en los que proyectó realizar un álbum fotográfico de ladrones, maleantes y asesinos para que los testigos pudieran reconocerlos. Cuando Amadeo de Saboya visitó España para conocer a la familia real, fue él quien se encargó de recibirle y acompañarle por los rincones más pintorescos de la ciudad, y se mostró con gran eficiencia tras el brote de cólera de 1865, en el que perdió a su madre. Dimitió finalmente en su cargo de gobernador tras ser nombrado jefe superior del palacio real en 1875.[14]

Educación del príncipe y exilio

Pepe Osorio junto al príncipe Alfonso siendo niño.

El 28 de noviembre de 1857 la reina Isabel había dado a luz a un nuevo varón, bautizado con el nombre de Alfonso, y al día siguiente del alumbramiento fue nombrado gentilhombre de cámara y su mayordomo mayor. Sobre este nombramiento se barajan dos hipótesis: un premio a la lealtad mostrada por la familia y especialmente por su padre Nicolás, quien había servido a los reyes, o la recompensa por el asesinato en palacio de su hermano Joaquín a manos de Juan Antonio de Urbiztondo y en presencia del propio rey Francisco, procurando con ello que el suceso siguiese oculto.[14] Durante la niñez del príncipe se convirtió en su principal mentor, aunque también estuvo educado en materias religiosas por Fernando de la Puente y Primo de Rivera, arzobispo de Burgos. Por entonces tenía a su cargo a los cuatro hijos habidos del anterior matrimonio de su mujer, a sus dos sobrinos, hijos de su difunto hermano Joaquín, y a su primo Julio Quesada-Cañaveral, hijo de los V condes de Benalúa, que quedó huérfano en 1867 y le fue otorgada su custodia por el parentesco que les unía.[14]

En 1866 le llegaron noticias de los planes que pretendían llevar a cabo los miembros de la Unión Liberal con los del Partido Progresista, y se lo hizo saber a la reina, quien dos años más tarde se lamentó por no haberle escuchado, tras la Revolución de 1868 llevada a cabo por ellos. El 19 de septiembre estalló la revolución que destronó a la reina Isabel, y ante la negativa de ésta por acompañarle, se marchó a Deauville con su familia, donde había adquirido una gran villa; regresó nuevamente a España en busca de la familia real, y tras dejarla en la frontera volvió a Madrid a por sus pertenencias.[16]

La familia real en el exilio se sustentó gracias a una cuenta de 500.000 francos que el duque tuvo abierta en París desde 1871 hasta el momento de la Restauración, y que hacía renovar a su administrador general,[17] mientras que las deudas arrastradas por la reina en Suiza fueron cubiertas por la propia Sofía Troubetzkoy. La educación del príncipe fue encargada a Pepe, que lo instaló primeramente en el colegio Stanislas de París, y después lo trasladó a la Real e Imperial Academia Teresiana de Viena para proseguir sus estudios, siendo finalizados en la Real Academia de Sandhurst de Inglaterra.[16]

Su participación en la restauración

Artículo principal: Participación del duque de Sesto en la Restauración borbónica

Observando el panorama político en el que se encontraba el país, la única vía posible para restaurar la monarquía era que Isabel II abdicase en favor de su hijo, y sobre ello dialogó el duque de Sesto con la reina hasta que consiguió convencerla. El empeño puesto para llevar a cabo la abdicación se ve reflejado en la crónica, que narra cómo un día la reina le dijo al príncipe «Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido hacerte Rey».[1] [18] El documento de abdicación fue otorgado el 25 de junio de 1870, y el primer testigo en firmar fue el propio duque de Sesto.[1]

Pepe Osorio junto a su mujer Sofía Troubetzkoy, en una fotografía tomada en la época de la Restauración.

La familia del duque regresó al completo a Madrid, al enterarse de la futura llegada del nuevo rey, Amadeo I de España. Una vez en la capital, se dedicaron a aislar socialmente a los nuevos monarcas mientras colaboraban con Antonio Cánovas del Castillo en todo cuanto éste les pedía. El palacio de Alcañices se convirtió en sede de las reuniones y fiestas alfonsistas, y por ello blanco de sus contrarios, donde la Partida de la porra llegó a explotar un artefacto.[19] Allí programó la duquesa junto a la marquesa de Bedmar, la de Torrecilla, la condesa de Castellar y la de Tilly la conocida Rebelión de las Mantillas (1871).[16] El conde de Benalúa, que entonces vivía con la familia, recuerda en sus memorias «Nuestra casa era un bullir constante de la política Alfonsina. Mi tía Sofía tenía tertulia constante: generales, hombres políticos, señoras, diplomáticos y lo más notable de la sociedad de Madrid de entonces».[20]

A menudo los duques viajaban a Francia y a Viena para encontrarse con el príncipe y la reina, a quien ponían al corriente de la situación que había en España: la guerra civil en el Norte, luchas cantonales en Levante y en Ultramar, y la incipiente independencia de Cuba. Además, le hacían llegar cartas de Cánovas y de otros políticos, y aprovechaban para asistir a actos y reuniones que congregaban a los partidarios de la monarquía que estaban exiliados. En uno de los viajes, acompañaron a la familia real a la estación de ferrocarril, que ponía rumbo a Roma para visitar a Pío IX. Finalmente, el 1 de diciembre de 1874, el príncipe de Asturias firmó el Manifiesto de Sandhurst, documento en el que mostraba su disposición para convertirse en rey bajo una monarquía parlamentaria, y que inició el proceso político de la restauración.[21]

El documento había sido redactado entre Cánovas y el propio príncipe,[22] y el borrador fue pasado a limpio por Sofía, la duquesa de Sesto, que ejercía de secretaria de Cánovas. Los duques ayudaron a distribuir el manifiesto por toda la ciudad, y Sofía envió ocultas dos copias a Rusia con el fin de que las primeras naciones europeas reconociesen la monarquía liberal que se iniciaba.[23]

Reestablecimiento de la monarquía

Grabado publicado en 1878 por La Ilustración Española y Americana que representa a José Osorio entregando a Antonio de Orleans, duque de Montpensier una carta de Alfonso XII de España en la que pide la mano de su hija María de las Mercedes de Orleans, como íntimo amigo y consejero suyo.

Con la restauración es nombrado Jefe Superior de Palacio.

Su aportación económica a la causa alfonsina está calculada entre los 15 millones de reales que cifra Julio Quesada-Cañaveral, VIII duque de San Pedro de Galatino y VI conde de Benalúa,[24] y los 20 millones de reales que apunta Antonio María Fabié y Escudero, quien además mantiene que después del triunfo de la monarquía no consintió cobrar ni una sola peseta, y cuyo padre fue íntimo amigo de Sesto y de Cánovas.[17] Ya en 1879 el matrimonio estaba prácticamente arruinado, y comenzó a vender parte de sus propiedades, como fue el palacio de la calle de Alcalá, así como un importante número de fincas que les pertenecían del condado de Ledesma (Salamanca) y de otros mayorazgos en Écija y Alcalá de Guadaíra (Sevilla).[21]

Últimos años al servicio de la corte

El 25 de noviembre de 1885 falleció Alfonso XII, y al día siguiente presentó su renuncia como Jefe Superior de Palacio, aunque no se alejó de la corte como se ha considerado. Además es cesado en los cargos de Mayordomo, Caballerizo mayor, Guardasellos y Montero mayor del difunto rey. Su dimisión como Jefe de Palacio fue aceptada por la reina, quien nombró como su sucesor a José Joaquín Álvarez de Toledo y Silva, duque de Medina Sidonia, mientras que a él le fue otorgada la Mayordomía mayor del cuarto de las infantas María de las Mercedes, a la sazón princesa de Asturias, y María Teresa, princesa de Baviera por su matrimonio, además de mantener la dirección de la yeguada real. Un año más tarde recibió el cargo de Gentilhombre del hijo póstumo del rey, el príncipe Alfonso, y tiempo después acompañó a la familia a veranear en Comillas.[12]

Cuando la reina viuda comenzó a revisar las cuentas de las arcas reales, observó que periódicamente desde hacía cuatro años se libraba una serie de cantidades a su favor, por lo que le hizo llamar para pedirle explicaciones; se trataba de pequeñas dosis económicas que el difunto rey había ido devolviendo a su amigo, considerando un préstamo el dinero que el marqués de Alcañices invirtió en el sostenimiento de la familia real y la restauración de la monarquía. El marqués no quiso dar explicaciones a la reina debido a la antipatía mutua que se profesaban, ella por considerarle culpable de las correrías de su marido y él por intentar alejarle de éste, por lo que se presentó en palacio y ante la pregunta de la reina le ofreció los bienes que quedaban de su mermada fortuna, para que eligiese de entre ellos, desprendiéndose finalmente del Ducado de Sesto y todas sus propiedades en Italia, que tanto habían significado para él, y por cuyo título había sido conocido, y que la reina vendió años después. Tras este suceso el 18 de julio de 1889 presentó su dimisión en todos los cargos de palacio y se retiró definitivamente de la corte.[1] [12]

Etapa final de su vida

Tras el abandono del servicio palatino retomó de nuevo su carrera política, además de dedicarse a negocios empresariales y a viajar por Europa junto a su mujer. A mediados de 1890 fue nombrado decano de la Diputación Permanente de la Grandeza, y en noviembre del mismo año la viuda Eugenia de Montijo le invitó a una fiesta en su residencia de Farnborough (Hampshire), que aprovechó para vivir unos meses fuera de España. Regresó tras ser nombrado vicepresidente del Senado de España, y una vez en Madrid el Partido Liberal-Conservador le otorgó la vicepresidencia de honor. Siguió manteniendo relación con la familia real, y en 1891 fue testigo de las capitulaciones matrimoniales de la princesa de Asturias con Carlos de Borbón-Dos Sicilias, y en calidad de Grande de España representó junto a su esposa al príncipe Alfonso en la boda de los marqueses de Villamanrique; posteriormente fue nombrado miembro de la comisión que acudió a la frontera de Francia para recoger los restos del rey Francisco de Asís de Borbón.[12]

En el panorama financiero y empresarial, en 1891 ingresó en el consejo de administración de la compañía de Ferrocarriles de Puerto Rico, y un año más tarde en el del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid, empleos que compaginó con otros cargos como el de concejal del ayuntamiento de Madrid, presidente de la casa de socorro del barrio de Buenavista o el de comisario regio y presidente de la comisión organizadora de la participación de España en la Exposición de París de 1896. Durante el año siguiente fue inspector de las casas de socorro de la capital, hasta que en 1900 se trasladó a Francia con el cargo de oficial de Instrucción Pública, donde le fue otorgada la cruz de la Legión de Honor por sus servicios.

Enfermedad y fallecimiento

El 10 de diciembre de 1909 se celebraron elecciones municipales a la alcaldía de Madrid, que tuvieron como resultado la salida de Alberto Aguilera y la entrada de José Francos Rodríguez. A pesar de su avanzada edad, un catarro invernal y la petición de su sobrino Miguel acudió a votar, siendo su última salida de casa, pues el catarro se convirtió en pulmonía con los días. El día 30 de diciembre almorzó un caldo y se fumó un puro en su sillón, falleciendo a la una del mediodía, coincidiendo con el mismo día que empezó la Restauración borbónica treinta y cinco años antes.[12]

El mismo día de su defunción, el diario ABC se hacía eco de su estado de salud informando a los lectores que «El respetable marqués de Alcañices, duque de Sexto se encuentra enfermo de cuidado. El estado del ilustre enfermo no es desesperado, pero su avanzada edad respira inquietud. A última hora de la tarde de ayer había experimentado alguna mejoría».[25] Al día siguiente el mismo diario publicó su necrológica, en la que le define:

Un hombre de clara inteligencia, muy culto, cortés y caballeroso en su trato, de una lealtad acendrada para con los Reyes, a los que servía con verdadero culto, y celoso amante de su patria como un antiguo señor castellano. Causeur ingenioso y ameno, hombre de mundo, que había intervenido directamente en escenas de culminante interés en la época de la Restauración y primeros años de la Regencia, en su mente debía haber un archivo de acuerdos interesantísimos, recuerdos que a veces evocaba en sus conversaciones, aunque sin traspasar jamás los límites de reserva y discreción, y con los que se podría hacer más de un volumen de memorias sugestivas y emocionantes que aclararían en algunos puntos sucesos trascendentales de la historia contemporánea.
Diario ABC, 31 de diciembre de 1909, pág. 7.[13]

La capilla ardiente fue instalada en el salón principal de su palacio sobre un tapiz bordado por su viuda. Por su expreso deseo, no asistió al velatorio el Real y Laureado Cuerpo de Reales Guardias Alabarderos que por miembro del Toisón de Oro le pertenecía, y fue enterrado al día siguiente en el Cementerio de San Isidro de Madrid, siendo una gran muestra de duelo popular.[13]

El rey Alfonso XIII se encontraba en Granada cuando recibió la noticia, y pidió a su cuñado Fernando de Baviera (marido de María Teresa de Borbón) que acudiera en su nombre. Ante la gran afluencia de público tuvo que participar la guardia municipal a caballo; la comitiva partió de su residencia, cruzando la Puerta del Sol y el Puente de Toledo, donde una masa de madrileños entusiastas vitorearon al que fue su alcalde; además, por especial privilegio el féretro pasó por el Palacio de Oriente.[12] Fue acompañado por varios representantes de la Familia Real, el gobierno en pleno, el ayuntamiento y el cuerpo diplomático, así como las autoridades eclesiásticas. Tampoco faltaron diversos cuerpos de la Guardia Real, buena parte de la más importante aristocracia de Madrid y los funcionarios palatinos. Las únicas flores que lució el féretro fueron un ramo de violetas enviado por la reina madre María Cristina en señal de homenaje, y un ramo de flores bancas en nombre del propio Alfonso XIII.[26] [12]

Sus restos mortales fueron trasladados con posterioridad al panteón familiar del Cementerio de La Almudena, donde descansan en la actualidad. El gobierno de Madrid le otorgó una calle con el nombre de Duque de Sesto en su honor, ubicada en el barrio de Salamanca.[12]


Predecesor:
Nicolás Osorio y Zayas
Duque de Alburquerque
1866 – 1909
COA Duque de Alburquerque.svg
Sucesor:
Miguel Osorio y Martos
Predecesor:
Carlos Marfori y Callejas
Alcalde de Madrid
1857 - 1864
Escudo de Madrid.svg
Sucesor:
José Mesía Pando
Predecesor:
Manuel Falcó y d’Adda
Presidente de la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar de España
1886 - 1907
Sucesor:
José Mesía del Barco y Gayoso de los Cobos

Referencias

  1. a b c d e f g Biografías y Vidas (2004-2010). «Biografía de José Osorio y Silva». Consultado el 18 de febrero de 2011.
  2. a b c Portal Grandes de España. «Genealogía del Ducado de Alburquerque». Consultado el 18 de febrero de 2011.
  3. Sagrera, Ana de (1990), págs. 216-220.
  4. a b c Sagrera, Ana de (1990), págs.213-230.
  5. a b Duff, David (1981). Eugenia de Montijo y Napoleón III. Madrid: Rialp. pp. págs. 102-103. ISBN 84-321-2077-4. 
  6. Pastor y Mendivil, Ramón (1925). «Bodas históricas: Eugenia de Montijo y Napoleón III». Blanco y Negro (4 de enero). págs. 45-48. http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/blanco.y.negro/1925/01/04/045.html. 
  7. Ana de Sagrera apunta que la nota enviada por Sesto a Eugenia decía "¡Que haya suerte!", inspirada en las frases que solían dedicarse a los toreros, y en un tono burlón.
  8. Leguina, Joaquín. «Lisboa antigua y señorial». Consultado el 18 de febrero de 2011.
  9. Sagrera, Ana de (1990), págs. 29-44.
  10. a b Sagrera, Ana de (1990), págs. 269-298.
  11. Sagrera, Ana de (1990), págs. 299-323.
  12. a b c d e f g h Sagrera, Ana de (1990), págs. 399-420.
  13. a b c Editorial (1909). «El Marqués de Alcañices». Diario ABC (31 de diciembre). http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1909/12/31/007.html. 
  14. a b c d e f g Sagrera, Ana de (1990), págs. 231-268.
  15. Martín Escribano, Ignacio (2008). La plaga de los Borbones. Madrid: Visión Libros. pp. 342. ISBN 978-84-9886-005-4. 
  16. a b c Sagrera, Ana de (1990), págs. 269-298.
  17. a b Espadas Burgos, Manuel (1990). Alfonso XII y los orígenes de la Restauración. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. pp. pág. 252. ISBN 84-00-07060-7. 
  18. El conde de Benalúa narra la escena: Tengo presente en mi imaginación un día que volvimos de paseo después de la salida del colegio, y que al llegar al Palacio de Castilla, mandó la Reina llamar al Príncipe. Era en primavera. Estaba la Reina en un balcón o terraza que daba al jardín, por el lado de la rue Dumont d'Urville; a su lado, de pie, estaba mi tío con su aire de serena dignidad que le caracterizaba. Al llegar y dar la señora un beso a su hijo, le dijo: «Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido, por fin, hacerte Rey» (Quesada-Cañaveral, Julio: (2007), pág. 53.
  19. El conde de Benalúa recuerda en sus memorias: Aquella misma noche se produjo en casa la primera amenaza por medio de un anónimo que recibió mi tía, en que se le decía que si no cesaban nuestras tertulias alfonsinas, volaría nuestra casa con bomba, y efectivamente, quince días más tarde, un martes, noches en que solía recibir a los Diplomáticos acreditados, estalló una bomba o petardo enorme, colocado en una reja del piso bajo de las ventanas que daban al paseo del Prado (Quesada-Cañaveral, Julio (2007), pág. 85.
  20. Quesada-Cañaveral, Julio (2007), pág. 114.
  21. a b Sagrera, Ana de (1990), págs. 325-348.
  22. Existen diferencias de opiniones sobre el autor del documento. Melchor Fernández Almagro consideró que había sido redactado íntegramente por Cánovas, aunque existe correspondencia entre el príncipe y la reina que evidencia la autoría de al menos ciertos párrafos por parte del príncipe. Sofía Troubetzkoy fue además, la encargada de traducir el manifiesto al francés (Sagrera, Ana de (1990), págs. 367-369).
  23. Sagrera, Ana de (1990), págs. 349-372.
  24. Quesada-Cañaveral, Julio (2007), págs. 49-50, 67-68 y 157.
  25. Editorial (1909). «Sociedad». Diario ABC (30 de diciembre). http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1909/12/30/005.html. 
  26. Editorial (1910). «Entierro del duque de Sexto». Diario ABC (1 de enero). http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1910/01/01/006.html. 

Bibliografía

  • Carmona Pidal, Juan (2001). Aristocracia terrateniente y cambio agrario en la España del siglo XIX. La Casa de Alcañices (1790-1910). Ávila: Junta de Castilla y León. ISBN 84-9718-016-X. 
  • Cierva, Ricardo de la (1994). La otra vida de Alfonso XII. Editorial Félix. ISBN 84-88787-02-2. 
  • Duff, David (1981). Eugenia de Montijo y Napoleón III. Madrid: Rialp. ISBN 84-321-2077-4. 
  • Sagrera, Ana de (1990). Una rusa en España: Sofía, duquesa de Sesto. Espasa-Calpe. ISBN 84-239-2236-7. 

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