Simposio (Grecia)

Simposio (Grecia)
Chico sirviendo vino en un banquete.
Tondo de una copa ática de figuras rojas del pintor de Colmar, h. 480 a. C., de Vulci.
Joven prostituta danzando delante de un convidado con un aulos (flauta doble). Interior de un kílix ático de figuras rojas del Pintor de Brygos (Museo Británico, Londres)
Joven con un kílix, rodeado por dos jóvenes con esquifos. Medallón de une copa ática de figuras rojas, h. 490-480 a. C.

El simposio o banquete era común a todos los antiguos griegos, a quienes les gustaba mucho la alegría de los banquetes con motivo de las fiestas familiares, fiestas de la ciudad o cualquier otro acontecimiento digno de celebrarse: éxitos diversos, sobre todo en los concursos de los poetas o de los atletas, la llegada o la partida de un amigo.

Los banquetes (simposia) hicieron surgir incluso un género literario, como demuestran, entre otros, El Banquete de Platón y el de Jenofonte, y mucho más tarde las Charlas de mesa (Simposíaca) de Plutarco y el Banquete de los eruditos (Deipnosofistas) de Ateneo.

La palabra simposio (griego antiguo συμπόσιον, sympósion), que traducimos por banquete, significa propiamente «reunión de bebedores». Para entenderlo bien hay que saber que cualquier invitación o banquete de cofradía religiosa u otro tipo de asociación (tíaso) tenía dos partes:

  • En primer lugar se saciaba el hambre con la comida propiamente dicha.
  • En segundo lugar se procedía a la ingestión de bebidas, vino sobre todo, paralelamente a toda clase de distracciones en común y muy diversas, según los lugares y las épocas., como conversaciones, adivinanzas, audiciones musicales, espectáculos de danza, etc.

Pero en la primera parte no quedaba excluida la bebida, y en la segunda tampoco todo alimento sólido. Los invitados si lo deseaban, se les servía vino y después, durante el simposio propiamente dicho, para tener sed, picoteaban «postres» (tragémata), como fruta fresca o seca, dulces, habas o garbanzos tostados, etc.

Tanto en Atenas como en las sissitías espartanas, se trata siempre de comidas entre hombres. Las mujeres quedaban totalmente excluidas de estas reuniones sociales. Como compensación tenían banquetes reservados para ellas, por ejemplo, en Atenas, en las tesmoforias. En el Banquete de Platón, Diotima, la extranjera de Mantinea, no figura como invitada. Sócrates se limita a contar lo que se le ha oído decir y, a pesar de esta ficción literaria, se trata seguramente de la exposición de sus propios pensamientos, e incluso los del autor, Platón.

En el siglo de Pericles las mujeres no solían frecuentar los banquetes más que para servir a los hombres y para distraerlos, sobre todo en la segunda parte de la reunión y se trataba de cortesanas (hetairas), o bien de bailarinas o intérpretes musicales.

Los amigos o los miembros de un mismo grupo (hetairía) decidían a veces reunirse en casa de unos y otros alternativamente, aportando la comida y la bebida entre todos: era un éranos. Pero casi siempre se celebraban los banquetes por invitación de un huésped lo bastante rico como para correr con los gastos de la reunión.

Estas invitaciones podían ser bastante improvisadas. Se encontraba a unos amigos en el ágora se les invitaba a cenar. También podía ocurrir que un invitado llevara a uno de sus amigos por propia iniciativa, sin que lo hubieran invitado. Los parásitos de los que tanto se burlaron los poetas cómicos, buscaban siempre un pretexto para comer y beber bien.

Una vez llegado a casa del anfitrión, el invitado se descalzaba, para pasar a la sala del banquete. A veces se coronaba a los invitados con guirnaldas de hojas o de flores y también podían llevar en el pecho unos adornos llamados hipothýmides.

Solían comer tumbados, o más bien con las piernas extendidas, en un lecho, pero con el torso recto o ligeramente inclinado apoyado en cojines o almohadones, como se ve en tantas pinturas de vasos y bajorrelieves que representan escenas de banquetes.

El número y colocación de estos lechos era muy variable. En un mismo lecho podían estar dos e incluso tres invitados. Como en la actualidad, existían problemas de prelación y de etiqueta. Los lugares de honor eran los más próximos al anfitrión, que podía indicar personalmente a cada invitado el sitio que le correspondía, pero que no siempre lo hacía.

Las mesas, pequeñas, eran portátiles. Podía haber una por comensal o por lecho. Las había cuadradas o rectangulares, o redondas, con tres patas. Los esclavos colocaban en ellas los platos en raciones ya preparadas en cuencos o fuentes.

En cuanto se instalaban los invitados, los criados les ofrecían el aguamanil y la jarra para se lavaran las manos (quernips), práctica muy útil dado que luego comían con los dedos casi toda la comida.

La cena comenzaba a menudo con el propoma, que podríamos traducir por «aperitivo». Se trataba de una copa de vino aromatizado de la que se bebía por turno antes de empezar a comer.

No había servilletas, por lo cual se limpiaban con bolitas de miga de pan que luego tiraban, con los huesos y demás desperdicios a los perros de la casa que circulaban por debajo de las mesas y los lechos.

Algunos invitados, a los que sólo se espera para el simposio propiamente dicho, podían llegar después de la cena.

Se empezaba a beber con las libaciones habituales en honor de los dioses, sobre todo de Dioniso, la «bondad divina» que ha dado el vino a los hombres.

La libación consistía en beber una pequeña cantidad de vino puro y en rociar algunas gotas invocando el nombre del dios. Luego se cantaba un himno a Dioniso, y después se designaba, casi siempre al azar, con los dados, al «rey del banquete» (simposiarca) , cuya función principal consistía en fijar las proporciones de la mezcla del agua y vino en la crátera y decidir cuántas copas debía vaciar cada invitado.

Se acostumbraba a beber por la salud de todos los asistentes. El que desobedecía al rey del banquete debía cumplir una especie de castigo, por ejemplo bailar desnudo o dar tres vueltas a la habitación llevando en brazos a la tañedora de oboe, cuya presencia era obligada.

A menudo los banquetes terminaban en medio de la embriaguez general, y las pinturas de los vasos muestran a mujeres que sostienen y llevan con dificultad a sus casas a los bebedores en estado lamentable.

Entretenimientos

El Banquete de Jenofonte, aunque sea también una transposición literaria de la realidad, parece haber conservado con mayor fidelidad que el de Platón el carácter habitual de estas alegres reuniones de invitados. En él se ve incluso a Sócrates entonar una canción y los griegos adultos hacían gala, sobre todo en los banquetes y fiestas religiosas de la familia y de la ciudad, de la educación musical recibida en su juventud.

En los banquetes en especial, el canto era la expresión natural de la alegría. La lira circulaba entre los invitados. A veces también, sosteniendo una rama de mirto o de laurel, cada uno recitaba algunos versos cuya cadencia sostenía el de la lado tocando la lira o la flauta. Todos intervenían, tanto los viejos como los jóvenes y es muy grato ver en los vasos pintados a esos buenos burgueses calvos, a quienes la edad había engordado sin privarles de una sólida elegancia, refrescándose entre dos canciones.

Estos bebedores cultivados recitaban versos de Simónides de Ceos en honor de Crío, el atleta de Egina, o «Bebe, bebe en este día feliz», o alguna poesía algo más elevada, como «¡No, no esta muerto, nuestro querido Harmodio!». Podían ser los himnos de Cratino: «Doro, el de las sandalias de sicofanta», o «Artesanos de himnos sabios», o bien algún fragmento de Esquilo o de Eurípides, alguna estrofa de Alceo o de Safo. Poetas populares como Teognis, Anacreonte, Cidias o Hermíones también intervenían en estos conciertos improvisados que se prolongaban hasta bien avanzada la noche.

Los banquetes se podían amenizar con verdaderos números de variedades, como los del empresario de Siracusa, pero para ello el anfitrión debía ser bastante rico como para contratar a un grupo de artistas. Los invitados se distraían casi siempre con pocos gastos, por sus propios medios. En ese caso, recurrían aparte de la música y las canciones, a las conversaciones libres (más parecidas quizás a la charla deshilvanada y sin orden ni concierto de El Banquete de Jenofonte que a los discursos sabiamente ordenados sobre un mismo tema de la obra de Platón), tanto a adivinanzas como a enigmas, charadas y retratos, muy gratos a la inteligencia sutil y refinada de los atenienses, o bien juegos de habilidad, el más frecuente de los cuales parece haber sido el cótabo.

Bibliografía

  • Montes Cala, J.G., Sobre la naturaleza de la poesía en el simposio: AP V 134 (Posidipo), ExcPhilol 9, 1999.

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