Nombre propio

Nombre propio

Los nombres propios son palabras que se usan para mencionar a personas o lugares con un nombre singular. Hacen referencia al efecto de nombrar. Nombrar es designar o determinar lingüísticamente un objeto o experiencia del mundo como tal, por tanto de manera única e irrepetible.

Contenido

Nombres propios y comunes

Los nombres propios por su propia naturaleza designativa, tienen un único referente asociado, pero carecen de significado lingüísticamente construido (esto es diferente a que un nombre propio, etimológicamente, derivara de un nombre común con auténtico significado). Esta caracterización anterior, diferencia por tanto a los nombre propios de los nombres comunes. Los nombres propios tienen una referencia singular, mientras que los nombres comunes tienen una referencia colectiva, es decir, designan a un conjunto de entidades (objetos, experiencias, acciones, etc.).

El nombre común hace posible la función designadora del lenguaje, pues permite la clasificación o segmentación de la realidad en conceptos designables. El concepto reúne en una clase lo que, siendo diverso y múltiple, tiene algo de común, un aspecto, una cualidad, una propiedad, que lo representa: el significado que, como palabra, remite a una representación mental, el concepto. De esta forma se transforman las experiencias únicas, irrepetibles y subjetivas en algo comunicable y por tanto con carácter de objetividad. Esa objetividad se logra mediante el significado en cuanto el otro pueda entender o comprender a través de la expresión lingüística el mismo contenido objetivo, es decir, el mismo concepto, y su referente sea el mismo objeto del mundo o la misma interpretación de las experiencias subjetivas.

Designación

Pero la única forma de designar lo concreto e individual es el nombre propio. Designar es lo que hace el niño pequeño cuando todavía no domina el lenguaje y señala con el dedito lo que quiere, "eso". Más tarde aprendemos a designar cosas más complejas, como los sentimientos, los deseos y las acciones, pero fundamentalmente a través del aprendizaje de las palabras, antes de convertirlas en conceptos. Un niño aprende su propio nombre, que es como le designan los demás, antes que el concepto de yo. Por eso es frecuente que se designe a sí mismo con su nombre propio, pues es así como se siente designado o llamado.

Si no tuviéramos conceptos y lenguaje, tendríamos que dar a cada objeto y situación un nombre, lo que hace muy difícil la comunicación objetiva y compleja tal y como la tenemos los seres humanos gracias a los conceptos y al lenguaje. Reservamos el nombre propio para la designación de aquellos objetos que tienen especial relevancia en nuestro mundo, empezando por los nombres de las personas, que constituyen el elemento más significativo de los nombres propios.

Por la tradición cristiana que ha configurado tan profundamente nuestra cultura, al nombre propio de los seres humanos, en español al menos, suele denominarse nombre de pila pues en la pila bautismal se imponía el nombre a los recién nacidos. Por lo mismo, reservamos los nombres propios a animales y objetos que tienen una significación especial bien sea simbólica o real: nuestros animales de compañía, la casita en el campo o la playa; o bien objetos que son únicos, una obra de arte, un club, etc. bla bla nñ

Semiótica de los nombres propios

Tienen especial relevancia los nombres propios referidos a la nacionalidad, ideología, religión etc., pues adquieren un elevado papel simbólico-sentimental.

En la época actual son de especial relevancia los nombres de las empresas, pues es lo que las hace únicas y diferentes de cualquier otra que pueda competir en la misma actividad. Tan es así que el nombre registrado, junto al logotipo, puede llegar a ser un valor importante en los activos de una empresa. A veces el nombre propio se confunde o se convierte o hace las funciones de marca siendo entonces incorporado a un valor de mercado.

Por sí mismos, los nombres propios no deben tener significado puesto que, por definición, son únicos.

Pero dado el efecto social que tienen los nombres, y la dificultad, ya señalada antes, de tener que individualizar la designación, ya de antiguo los nombres se ponían de forma que reflejara alguna cualidad. Al principio dominaba una denominación de tipo familiar o de clan o tribu. Hoy día ese aspecto familiar lo constituyen los apellidos. A veces una especial circunstancia o cualidad: Platón, el de las anchas espaldas, era una designación secundaria; su nombre propio era Aristocles.

Con el cristianismo, en Occidente, al menos, se tomó la costumbre de “nombrar” al recién nacido bajo el patrocinio de un santo, haciéndose coincidir con el bautismo en el que se supone que el hombre nace a una nueva vida.

Un modo especial de nombrar a las personas es el mote o el alias.

Nombres de pila

Un nombre de pila (o sencillamente nombre) diferencia a diferentes miembros de una misma familia. La expresión "nombre de pila" se refiere a la pila bautismal. Los nombres de pila son antropónimos, frecuentemente derivados de nombres comunes. La etimología de los nombres de pila puede derivar de:

  • Circunstancias de nacimiento: p. ej. Tomás (gemelo)
  • Cualidades físicas: p. ej. Linda
  • Lugares: p. ej. Lorena
  • Objetos: p. ej. Pedro ('piedra, roca')
  • Ocupaciones: p. ej. Jorge (< georgeos 'campesino, agricultor')
  • Otro nombre (generalmente por cambio de género): p. ej. Andrea, Paula
  • Personajes literarios: p. ej. Wendy
  • Reconocimiento: p. ej. Víctor (El que ha vencido)

Los nombres de pila en español tienen tres orígenes históricos principales:

  1. Los nombres hebreos vienen casi siempre del Antiguo Testamento. Ejemplos: Daniel, David, Gabriel, Israel, José, Miguel, Rafael; Abigail, Raquel, Rebeca, Sara, etc. También existen nombres de origen arameo, como Tomás; María o Marta.
  2. Los nombres germánicos se refieren en ocasiones a la guerra. El frecuente sufijo -berto proviene de -beraht, que quiere decir "brillante". Ejemplos: Alberto, Alfredo, Álvaro, Carlos, Eduardo, Gonzalo, Gustavo, Luis, Roberto, Rodolfo, Rodrigo, etc.
  3. Los nombres griegos y latinos provienen en ocasiones de la mitología greco-romana. Muchos pertenecen a las tradiciones cristianas primitivas. Ejemplos griegos: Alejandro, Andrés, Cristóbal, Esteban, Felipe, Jorge, Pedro, Sebastián; Melisa, Mónica, etc. Ejemplos romanos: Antonio, Augusto, César, Fabio, Marcos, Pablo; Beatriz, Diana, Laura, Sergio, Victoria, etc.

Además en muchos lugares de América latina existe un número significativo de nombres procedentes de las culturas que sobrevivieron la expansión planetaria de la civilización europea. Ejemplos: en mapudungun (lengua del pueblo mapuche originario de la zona centro-sur de Chile y del sudoeste de Argentina): Caupolicán 'pedernal azul', Galvarino, Lautaro 'traro veloz', Nahuel 'jaguar', Sacha 'árbol', Pacha 'tierra'; en náhuatl (lengua del pueblo mexica): Cuauhtémoc 'águila que descendió'; Xicoténcatl 'boca de jicote', Citlalli 'estrella', Xóchitl 'flor', Tonatiuh 'sol'; o en maya como Lolbé 'Camino de flores', Sacnicté 'Flor blanca'.

Véase también

Enlaces externos

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