Literatura de Venezuela

Literatura de Venezuela

Literatura de Venezuela se refiere a la obra literaria realizada en este país y por escritores desde el período de la colonia hasta el siglo XXI.

Contenido

Literatura indígena y colonial

La primera manifestación literaria de la que se tiene conocimiento en nuestro país es la llamada literatura indígena, la cual ha sido conservada por la tradición. Esta manifestación aunada a la literatura colonial, particularmente las reseñas pormenorizadas sobre las peculiares características del nuevo mundo escritas por los colonizadores españoles o crónica de indias, constituyen el punto de partida de la literatura en el país. La literatura indígena, propia de las culturas desarrolladas antes de la llegada de los conquistadores españoles, fue conservada por la tradición oral. Tras una ardua labor de investigación posterior se han logrado publicar interesantes colecciones de cuentos y tradiciones, como las recopiladas por Fray Cesáreo de Armellada en su libro Taurón Pantón, ilustrativo grupo de relatos de los indios pemones del sur de Venezuela. Las crónicas de indias hechas por los conquistadores son otro precedente de la literatura nacional. La primera crónica que inaugura este género dentro de nuestro continente es la Tercera carta de relación a los Reyes Católicos, escrita por Cristóbal Colón, tras su tercer viaje, al tocar tierra firme en territorio venezolano. En este texto, Colón hace referencia a la extraordinaria belleza natural de la región, así como también a las costumbres de sus habitantes. La descripción de una realidad que les era ajena marcada por la visión medieval del mundo que tenían los cronistas, derivó en textos con marcada propensión a la fantasía. En el siglo XVII, aparecen publicadas las crónicas de José Oviedo y Baños (1671 – 1738), su obra posee una gran madurez desde el punto de vista historiográfico y literario. En 1723 publicó Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, obra que a partir de entonces se ha tenido como fuente fundamental de la historia del país.

Literatura republicana

Andrés Bello.

La literatura de inicios del siglo XIX no es muy abundante, pues los intelectuales y políticos estaban ocupados en las guerras libertarias. Sin embargo, surge la oratoria como forma alternativa para propagar las ideas independentistas y cuya belleza retórica y estilística hace que se le ubique dentro del espectro literario. En este período sobresale también la producción poética de Andrés Bello, primer poeta en proponer la creación de una expresión lírica americana. Su poesía es considerada como precursora de la temática latinoamericana en la lírica continental, tal como se puede observar en Alocución a la poesía (1823) y en Silva a la agricultura de la Zona Tórrida (1826). En vísperas de la independencia, llega la primera imprenta a Caracas y con ella surgen importantes periódicos, entre los que destaca El correo del Orinoco, a través de los cuales se difunden las ideas libertarias. Sin embargo, antes de la aparición de los primeros periódicos, estas ideas eran principalmente difundidas a través de la oratoria, pues las imprentas españolas difícilmente accederían a la publicación de ideas que atentaran en contra de su hegemonía.

Simón Bolívar.

Sin embargo, entre los avatares de la revolución fue que el germen de una identidad propia ensayó sus fueros humanísticos. La copiosa correspondencia del Libertador, así como los documentos oficiales de sus atribuciones republicanas, dilucidan no sólo el mosaico colosal de su genio político, sino también la prolijidad de una pluma tan exquisita como intensa. De gran belleza estética y profunda preocupación filosófica es Mi delirio sobre el Chimborazo; una especie singular que Simón Bolívar le distingue de las contradicciones de su tiempo, y en la que por etérea proporción discurre desde la clarividencia de un tribuno hasta la humildad de un profeta señalado para un mundo naciente y por lo mismo promisorio. Es también en Simón Rodríguez, filósofo y pedagogo caraqueño, cuando genuinamente se ensayan formulas americanas muy bien meditadas para las insipientes repúblicas; su obra, aunque dispersa en los avatares de su singular vida, compila no sólo su preocupación sociológica, sino también la urgencia de un código intelectual. Primero por auspicio de su célebre pupilo (Simón Bolívar) alcanza parcialmente a aplicar algunas de sus ideas, muchas de las cuales fueron difundidas después y ampliadas en un castellano auténtico y a veces irónico como Voltaire. Además de sus peculiares publicaciones y de su correspondencia, es célebre su defensa que hace de la gesta bolivariana, construida con un rigor lógico.

La novela

Las primeras novelas

Muchos autores coinciden al afirmar que la novela venezolana surge a mediados del Siglo XIX, tras la publicación de Los mártires, de Fermín Toro en 1842. Las primeras novelas venezolanas siguen los postulados de las corrientes literarias que para la época prevalecían en el ámbito mundial. A excepción de las inscritas en el marco del modernismo, movimiento literario de origen latinoamericano. En el tardío romanticismo venezolano, tuvieron gran aceptación las novelas de carácter histórico que se adaptaban al espíritu romántico, como Blanca de Torrestella (1868), de Julio Calcaño. Bajo estas influencias románticas se escribieron muchas novelas de tono sentimental, así como también novelas de denuncia: Zarate (1882) de Eduardo Blanco y Peonía (1890) de Manuel Vicente Romero García. En el grueso de los casos, las primeras novelas venezolanas funcionan como tribunas para denunciar las injusticias sociales, o como instrumentos pedagógicos o de construcción de la identidad nacional. A partir de los inicios del siglo XX, estas preocupaciones se irán relajando: el valor literario y estético cobrará mayor importancia, sobre todo tras el surgimiento del modernismo, en el que prevalecía el cuidadoso lenguaje y el adorno retórico. Son piezas claves para comprender la producción de este período las novelas de Manuel Díaz Rodríguez quien publica en 1901 su primera novela: Ídolos rotos, sátira política y social de la sociedad de la época, evidenciando una problemática lucha entre lo nacional y lo mundial. A través de esta novela y del resto de su producción, Sangre patricia (1902) y Peregrina (1922), percibimos una fina sensibilidad que idealiza la naturaleza venezolana, cruzada por tipos y costumbres; sensibilidad plasmada en las páginas a través de un lenguaje cuidado y extremadamente culto.

La novela venezolana a principios del Siglo XX

Rómulo Gallegos.

El año de 1910 se toma como punto de partida de nuevas experiencias estéticas que reaccionan en contra del modernismo e intentan escribir acerca de la vida común. De manera que se perfila una nueva expresión literaria de carácter realista, en la que reaparecen viejas esencias del costumbrismo. En este momento de la trayectoria de la novela venezolana son relevantes los nombres de José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos, entre otros. Política feminista, es la primera novela publicada por Pocaterra, cuya obra ha sido enmarcada dentro del realismo. En La casa de los Abila (1946) este autor logra reflejar con extrema agudeza la decadencia y descomposición social y política de la realidad que lo circunda. Un punto de referencia dentro de la novelística nacional lo constituye Rómulo Gallegos, quien publicó diez novelas ambientadas en distintos espacios de la geografía venezolana, conectadas con las concepciones positivistas y de un profundo realismo social. Reinaldo Solar (1920), fue su primera novela, a la que siguieron La trepadora (1925), Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934), Canaima (1935), Pobre negro (1937), El forastero (1942), Sobre la misma tierra (1943), La brizna de paja en el viento (1952) y Tierra bajo los pies (1971). Características comunes de estas obras serían su alto sentido pedagógico, la lucha entre civilización y barbarie como temática recurrente, además de la interpretación de aspectos controversiales de la sociedad. Algunos autores afirman que Gallegos, quien llegó a ser Presidente de la República, trazó su ideología política a través de la escritura de sus novelas. Ifigenia publicada en París en 1924, fue la primera novela de Ana Teresa Parra Sanojo, mejor conocida por su seudónimo Teresa de la Parra. Esta novela, que relata las preocupaciones de una mujer moderna, ganó en París el “Concurso de novelistas americanos” el mismo año de su publicación. Memorias de Mamá Blanca, publicada también en París en 1929, representa el criollismo universalizado.

Los nuevos clásicos venezolanos

Arturo Uslar Pietri. Fotografiado por Alejandro Toro Camacho en su casa al norte de Caracas.

Con una abundante producción literaria, no sólo dentro del plano de la novela sino también en otras categorías genéricas, destaca la labor de Arturo Uslar Pietri y Miguel Otero Silva. Estos autores se consideran como pertenecientes al canon literario venezolano y se constituyen en autores clásicos del Siglo XX. Arturo Uslar Pietri, quien ganó el premio “Príncipe de Asturias” en España y el “Premio Rómulo Gallegos” en Venezuela con su novela La visita en el tiempo, se ha constituido en un punto de referencia dentro de la producción novelística nacional. Es uno de los autores de mayor difusión dentro y fuera del país e incursionó en diversos géneros, siempre de manera destacada. Sus novelas se caracterizan por una estructura anecdótica de marcada influencia vanguardista y por una recurrente temática histórica, que algunos estudiosos de su obra han visto como señal de una búsqueda de las raíces de la venezolanidad, desde una perspectiva universal, no obstante, enfocada también hacia la búsqueda de lectores ajenos a la idiosincrasia nacional. Debido a su abundante producción de alta calidad literaria, Uslar es un autor indispensable para el estudio de las letras venezolanas. De igual manera ocurre con Miguel Otero Silva, quien tras una ardua labor periodística en Venezuela, se dedica a la creación literaria. Fundador del diario El nacional, este importante novelista se vale de una visión aguda y crítica para abordar la realidad del país a través de sus obras. Tal como sucede en Casas Muertas o en Cuando quiero llorar no lloro.

Precursores de la novela contemporánea

Enrique Bernardo Núñez y Guillermo Meneses proponen otras maneras de abordar la novela al elaborarlas desde perspectivas novedosas en las que la realidad se ve asediada por la interioridad de los personajes y por elementos imaginativos y fantásticos. Aunque diferentes entre sí, la obra de estos autores constituye un precedente importante en la evolución de la novela contemporánea. Otra manera de abordar la realidad, en la que se observa una mayor riqueza imaginativa, se hace patente en las novelas de Bernardo Núñez, quien a pesar de centrar su atención en lo histórico, problematiza las nociones de verdad y ficción al hacer “historias noveladas”. Su primera novela Sol interior (1918) aborda esta temática, pero es en Cubagua (1931), considerada su obra capital, en la que logra superar a todas sus novelas anteriores. Enrique Bernardo Núñez y Guillermo Meneses han sido considerados como unos de los precedente fundamentales de la novela venezolana contemporánea. En la obra de Guillermo Meneses se tejen temáticas complejas con estructuras discursivas finamente elaboradas. Siendo la cúspide de su producción novelesca El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952), novela profunda de grandes ambiciones, en la que se observa el cruce de simbologías y la representación de las zonas interiores de los personajes. La misa de Arlequín (1962), la última novela de Meneses ha sido considerada como una continuación de la temática y los logros discursivos alcanzados por su novela anterior. Otros autores a tener en cuenta serían Antonia Palacios, Pedro Berroeta, Mario Briceño Iragorry, con su única novela Los Ribera (1957), Gloria Stolk, Antonio Arraíz, Lucila Palacios y Ramón Díaz Sánchez, este último con Mene (1936), novela de denuncia de los estragos de la explotación petrolera en Venezuela.

De la violencia a la interioridad

A partir de 1958 hasta ahora muchos cambios históricos, culturales y sociales se han sucedido afectando de manera significativa la producción literaria en Venezuela. Dos temáticas fundamentales prevalecen en este período permitiendo la aparición de nuevos tipos de novelas: novela de la violencia y la novela de la interioridad. En este año es derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y se instaura un régimen democrático, que va a estar asediado por grupos de oposición con claras vinculaciones marxistas e influenciados por la revolución cubana liderizada por Fidel Castro. Se trata de grupos armados de oposición al régimen político prevaleciente, la llamada “guerrilla”, la cual va a ser fuente de anécdotas para los escritores de entonces, muchos de los cuales militaron dentro de sus filas. De manera que la literatura de esta época está caracterizada por un fuerte compromiso político. Como novelas de la violencia ha sido estudiada la producción de José Vicente Abreu, Se llamaba SN (1964) es un caso paradigmático. A finales de los sesenta y principio de los setenta la novela de la guerrilla define sus postulados a través de obras fundamentales como Historias de la calle Lincoln (1971) de Carlos Noguera y País Portátil (1968) de Adriano González León, quien abordó las preocupaciones sociales y políticas que vivía Venezuela en esa época, pero supo rebasar el esquema testimonial para dar una dimensión más profunda y literaria al tema de la guerrilla urbana. También destacan en este período la llamada “novela de la interioridad”, cuyo precursor sería Salvador Garmendia con su novela Los pequeños seres (1959) en la que prevalece la introspección de los personajes. El humor, aunque no muy abundante en la creación literaria de este momento, encuentra su máximo exponente en Renato Rodríguez, con su Al sur del Ecuanil (1963). La novela que experimenta con nuevas estructuras narrativas y lenguaje lúdico se hace presente a través de la obra de José Balza, Oswaldo Trejo y Luis Britto García. Un tema poco usual como lo es el de los avatares de la juventud atraviesa las páginas de Piedra de mar (1968) de Francisco Massiani.

Novela contemporánea

Al lirismo y la disolución, tanto argumental como estructural, que prevaleció en los años setenta, siguió a mediados de los ochenta una vuelta a la anécdota. Ésta fue potenciada por la obra de Francisco Herrera Luque, y, posteriormente, por la de Denzil Romero. El panorama literario parecía escindirse entre los autores cuyo proyecto estético se centraba en una recuperación del hilo anecdótico de lo narrado, y otros a quienes les preocupaba más la experimentación con el lenguaje y las maneras de abordar la historia. En los años noventa esta escisión queda de lado. Muchos autores consiguieron mezclar estas dos tendencias opuestas en sus obras logrando así una recreación poética de la realidad sin caer en los extremos de la incomprensión y una recuperación de la anécdota sin descuidar lo estético y lo literario. Estos escritores reconocen una línea directa de influencias de Salvador Garmendia, Adriano González León, Alfredo Armas Alfonzo y las propuestas del grupo EN HAA.

A partir de entonces han prevalecido como ejes temáticos lo rural: En virtud de los favores recibidos (1987) de Orlando Chirinos; las sagas familiares: El exilio del tiempo (1991), de Ana Teresa Torres; las memorias y la narrativa de los cambios petroleros, en Milagros Mata Gil; la mirada sobre el mundo de la violencia y la marginalidad: Calletania (1992), de Israel Centeno y Caracas Cruzada (2006), de Vicente Ulive-Schnell; la revisión de la guerrilla desde una mirada contemporánea: Juana la roja y Octavio el sabrio (1991), de Ricardo Azuaje; las relaciones con la música popular: Si yo fuera Pedro Infante (1989) de Eduardo Liendo; las nuevas novelas históricas: La tragedia del generalísimo (1983), de Denzil Romero; la mirada sobre el amor y la diáspora, El libro de Esther (1999) , de Juan Carlos Méndez Guédez; la revisión de la memoria del país: Falke (2005) , de Federico Vegas; la exploración del viaje hacia un norte simbólico, El niño malo cuenta hasta cien y se retira (2005) , de Juan Carlos Chirinos; la exploración en el miedo contemporáneo al dolor, La enfermedad (2006) , de Alberto Barrera Tyszka; la indagación paulatina en el fragor urbano contemporáneo, Latidos de Caracas (2007) , de Gisela Kozak; y la reconstrucción de la infancia, El abrazo del Tamarindo (2008) , de Milagros Socorro; entre otros. Muchos de estos escritores han evolucionado, tanto en la temática como en la expresión narrativa. Tal es el caso de Ana Teresa Torres, que ha explorado la novela erótica y la novela policial, que tenía pocos intentos, salvo quizá "Los platos del Diablo", de Eduardo Liendo. Y Milagros Mata Gil, quien buscó la autobiografía ficcionada y la novela histórica, como "María de Majdala: otra versión del anathema", donde mezcla profundos conocimientos teológicos, un lenguaje lírico y la intención de rescatar la vida femenina en el siglo I de nuestra era.

El cuento

El modernismo y la generación del 18

En los comienzos de la cuentística venezolana, las revistas como El cojo ilustrado juegan un papel fundamental para la difusión de las obras de los escritores dedicados a este género. El modernismo y el realismo dominan el panorama literario del país. Las mismas corrientes literarias que marcaron las pautas literarias de la novela influyen en las narraciones cortas. Muchos autores se dedican a ambos géneros, tal es el caso de Manuel Díaz Rodríguez, quien escribió cuentos modernistas; Luis Manuel Urbaneja Achelpolh, quien creó cuentos de corte costumbristas, entre otros. Cuentos grotescos de Rafael Pocaterra es una obra capital para comprender la evolución de la narración corta venezolana de esta época. Con la llamada generación del 18 el realismo se ve robustecido con el contenido social de las nuevas tendencias, sin desdeñar el criollismo. Aunque la del 18 fue una generación fundamentalmente de poetas, tuvo proyección en el campo de la cuentística. Estuvo influenciada por movimientos europeos, en especial por el cuento ruso. Fuera de grupos literarios y de movimientos definidos, Julio Garmendia escribió cuentos con un particular estilo, que le ha consagrado como uno de los principales cuentistas venezolanos. Entre su obra cabe destacar Tienda de muñecos y La tuna de oro. Obras de fina factura que se anticipa a la temática fantástica que tendría lugar después.

El cuento vanguardista

En 1928 surge la generación de vanguardia caracterizada por su rebeldía y por un extremado gusto por la metáfora y el lenguaje barroco. En el marco de los postulados de la vanguardia y a partir de la década del 50 son significativos los nombres de Guillermo Meneses y Gustavo Díaz Solís. El premio de cuentos del diario El Nacional se constituye en una institución legitimizante de la labor de los jóvenes cuentistas. Uno de los cuentos más celebrados e influyentes dentro de la narrativa venezolana a partir de su publicación hasta nuestros días es La mano junto al muro (1952) de Guillermo Meneses. Relato cuya trama está dominada por lo psicológico, la interioridad de los personajes y la ambigüedad de una estructura anecdótica circular. Meneses es uno de los escritores que más ha influenciado a las nuevas generaciones, junto con Gustavo Díaz Solís, quien se dio a conocer al ganar el premio literario de la revista Fantoches, con su cuento Llueve sobre el mar en 1943. Muy importante para generaciones posteriores es su cuento Arco Secreto, en el que la anécdota esta tejida por un discurso de resonancias contemporáneas. En los años sesenta y setenta las experimentaciones formales que atravesaron la novela también influyeron en los cuentos. La experimentación lúdica exacerbada con el lenguaje es una de las características fundamentales de la obra de Oswaldo Trejo. La experimentación formal y genérica se hace presente en la obra de Alfredo Armas Alfonso, especialmente en El Osario de Dios, libro conformado por cuentos cortos de anécdotas que se conectan, apelando a un género intermedio entre el cuento y la novela. En realidad, casi toda la obra literaria de este autor conforma un corpus que algunos críticos han planteado como una gran novela fragmentaria, como la realidad. Alfredo Armas Alfonzo, como William Faulkner, escribió muy específicamente sobre una región geográfica, la Cuenca del Unare, a la que conformó según sus recuerdos, nombrando la fauna y la flora con las palabras regionales. Milagros Mata Gil, quien ha estudiado a fondo su obra, lo considera "un demiurgo" de la Cuenca del Unare, cuyo eje es Clarines.

El cuento contemporáneo

A partir de los años ochenta, la cuentística nacional retoma la anécdota, que se hallaba diluida en medio de los juegos con el lenguaje y el extremado experimentalismo, para de esta manera recuperar a los lectores comunes que en los años 70 se habían alejado del género. A finales de los 80 prevalecen los relatos que se centran en temáticas como la música popular, el cine y la cultura de masas. También se retoman los relatos de aventuras, el policial, la ciencia-ficción. Algunas veces se nota un descuido discursivo producto del afán de contar, pero en los años noventa, los cuentistas, al igual que los novelistas, han logrado contar una historia interesante sin descuidar los aspectos formales del texto, manteniendo así un alto nivel literario y estético. Tal es el caso de las generaciones de cuentistas entre los que se destacan: Silda Cordoliani, Ricardo Azuaje, Antonio López Ortega, Ángel Gustavo Infante, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, Israel Centeno, Juan Carlos Chirinos, Luis Felipe Castillo, Milagros Socorro, Dina Piera Di Donato, Slavko Zupcic, Rodrigo Blanco Calderón, Fedosy Santaella, Mario Morenza, Yady Campo, Salvador Fleján, Roberto Echeto, Dayana Fraile y Enza García Arreaza.

El ensayo

El ensayo en el Siglo XIX y principios del XX

Muchos autores coinciden en señalar que el origen del ensayo venezolano se remonta a los años finales del siglo Siglo XIX. En este período los ensayistas se dedicaron a reflexionar en torno a la identidad nacional. El objetivo principal de sus escritos fue el de elaborar las bases ideológicas para fundar la nación recién independizada. En el modernismo esta temática se amplía al incluir lo estético y lo literario.

Vanguardia, modernidad y posmodernidad

El ensayo de vanguardia surge con la generación del 18 y la generación del 28, especialmente con la producción de Julio Planchart, Enrique Bernardo Núñez, Mario Briceño Iragorry y Mariano Picón Salas, quienes abordaron en sus páginas los problemas sociohistóricos y culturales venezolanos. A partir de los años 60 los ensayistas se ven influenciados por el pensamiento teórico posmoderno. Tras el cuestionamiento de las grandes ideologías de la modernidad, los ensayistas toman un tono más escéptico, emparentado con los planteamientos filosóficos mundiales de finales del Siglo XX. Los ensayistas de la posmodernidad abordan temas como la globalización, los medios de comunicación masiva, la relatividad de la noción de verdad. Se instaura en el género la duda y lo inacabado del planteamiento de las ideas como marcas fundamentales de la época. Luis Britto García, Víctor Bravo, Guillermo Sucre, entre otros, han producido ensayos de gran valor filosófico, estético y social.

Poesía

Poesía en el Siglo XIX

A principios del Siglo XIX Andrés Bello despunta como uno de los poetas más significativos del momento con una obra que se inscribe primero dentro del neoclasicismo y luego dentro del romanticismo. Estos movimientos literarios de origen europeo, al igual que el parnasianismo, tuvieron gran repercusión en los primeros poetas venezolanos. Andrés Bello escribió sus famosas silvas entre 1823 y 1826 en un estilo emparentado con el movimiento neoclásico que dictaba las pautas en la literatura de esos días. Más tarde, mientras se encontraba en Londres, descubre el romanticismo que nutre sus próximos poemas. En ese período, el romanticismo fue acogido por los poetas venezolanos, tal es el caso de la poesía escrita por Fermín Toro, Juan Vicente González y Cecilio Acosta. Sobresale dentro de este periodo la obra de Juan Antonio Pérez Bonalde, quien se inicia como polemista y humorista en revistas y periódicos a partir de 1865. Según algunos autores, Pérez Bonalde es el máximo representante del romanticismo en Venezuela, para otros es el precursor del modernismo. Sus poemas Vuelta a la patria y Niágara están considerados como los más representativos de la obra del autor y de la poesía nacional, en ellos se observan todas las búsquedas del romanticismo aunado a elementos fuertemente biográficos. El parnasianismo reaccionó en contra de los excesos del romanticismo. Proponía una literatura de inspiración clásica, economía de recursos estilísticos y sobriedad de las formas. Se inscriben dentro de estos postulados las obras líricas de Manuel Fombona Palacios, Jacinto Gutiérrez Coll, Andrés Mata, entre otros.

Modernismo vs Vanguardia en la poesía venezolana

Las revistas El cojo ilustrado y Cosmópolis funcionaron como órganos de difusión de la obra de autores modernistas, quienes tomaron la escena literaria con la fuerza que le imprimía este movimiento de raíces absolutamente latinoamericanas. Más tarde, aparece la vanguardia como fuerte reacción en contra de la estética modernista. El movimiento modernista se caracterizaba por el uso de patrones rítmicos tradicionales y una temática en la que prevalecía el cosmopolitismo cultural, esto es la presencia dentro de sus poemas de múltiples referentes a realidades pertenecientes a otros ámbitos mundiales, así como elementos mitológicos. Dentro de estos postulados es relevante la obra de poetas como Alfredo Arvelo Larriva, José Arreaza Calatrava y Cruz Salmerón Acosta. Francisco Lazo Martí y Udón Pérez pertenecen al nativismo, movimiento que se adhiere a los postulados del modernismo, pero que toma como temática principal al paisaje y la realidad venezolanos. Con la aparición de la llamada Generación del 18 se inicia una nueva etapa en el desarrollo de la poesía venezolana. Los poetas pertenecientes a ella reaccionan en contra de la estética modernista e instauran el movimiento de vanguardia, relacionado estrechamente con la vanguardia europea. Fernando Paz Castillo, Enrique Planchart y Luis Enrique Mármol, son los grandes vanguardistas nacionales. Andrés Eloy Blanco utiliza los aspectos formales característicos del modernismo, combinándolos con temas nacionales y folklóricos. Considerado el poeta popular de Venezuela, incursiona brevemente en la temática vanguardista, con su libro Baedeker 2000. José Antonio Ramos Sucre es considerado hoy como el poeta más importante de la primera vanguardia venezolana. Su obra no tiene antecedentes dentro de la literatura nacional, pero si muchos seguidores, y está caracterizada por el uso de la prosa poética, atravesada por imágenes y símbolos provenientes de las mitologías griegas, orientales y celtas. Su producción lírica consta de tres libros: La torre de Timón (1925), El cielo de esmalte (1929) y Las formas del fuego (1929).

Grupos literarios, revistas y poesía contemporánea

La aparición de grupos literarios a partir de 1935 se constituye en un fenómeno relevante para comprender la trayectoria de la lírica nacional. Es importante reconocer, sin embargo, que la tradición de grupos literarios empieza en 1894 con la formación de "Cosmopolis" por los escritores Luis Urbaneja Archepohl, Pedro Cesar Dominici y Pedro Emilio Coll. Romulo Gallegos, por su parte, fundo el grupo "La Alborada" en 1909 promover una estética puramente latinoamericana. Después de los ,30 el primer gque pasó a formar parte de la historia literaria venezolana fue el grupo "Válvula", compuesto por autores como Arturo Uslar Pietri, Antonio Arraiz y Miguel Otero Silva. "Válvula" ocupa un lugar privilegiado por ser el primer grupo en oponer directamente al gobierno. Después de "Válvula" apareció el llamado Grupo Viernes, al que siguieron muchos otros. Ent Pascual Venegas Filardo fue el fundador del grupo Viernes. A esta agrupación, relacionada con la estética surrealista, perteneció Vicente Gerbasi. Sus poemas enfrentan la temática de la niñez y la búsqueda de la identidad. Su obra más representativa es el largo poema Mi padre el inmigrante (1945). A raíz de la aparición de Viernes, proliferan las agrupaciones literarias en el país. Así, el grupo Presente, el grupo Suma y la Generación del 42, surgen como reacción antiviernista y se adhirieron a la temática hispanizante. Más tarde, en 1948, aparece en la escena literaria el grupo Contrapunto, cuyo fundador fue Héctor Mujica. Con un mensaje más político que estético, el grupo Cantaclaro editó una revista que llevó el mismo nombre, y se opuso a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. A partir de 1955 son relevantes las propuestas estéticas de grupos como Sardio y Tabla Redonda. A este último grupo perteneció Rafael Cadenas, uno de los poetas más importantes de las letras nacionales. En 1960, Cadenas publica Cuadernos del destierro, libro compuesto por poemas cuya temática fundamental es la búsqueda de la identidad y del sentido de la existencia. En 1963 este autor publica su poema Derrota. El techo de la ballena, Trópico uno, 40º a la sombra, La pandilla de Lautreamont, En Haa, son otras de las agrupaciones que en los convulsionados años 60 y 70 aglutinan propuestas estéticas y políticas radicales. En los años 80, los grupos Tráfico y Guaire conducen a la lírica nacional por nuevos senderos, una vez agotados los códigos literarios de las décadas anteriores. Con una búsqueda estética emparentada con los postulados de las postrimerías del Siglo XX, aparecen grupos como Quaterni deni y Eclepsidra. Eugenio Montejo fue uno de los poetas más importantes de finales del Siglo XX y comienzos del XXI. En el interior de Venezuela existe una gran vitalidad en las últimas décadas del siglo XX en la poesía venezolana acontemporánea con nombres como Ana Enriqueta Terán, Ángel Alvarado, Yeo Cruz, José Antonio Yepes Azparren y Natividad Barroso que generalmente son figuras emblemáticas de sus regiones con gran influencia sobre los creadores locales.

Véase también


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