Escatología cristiana

Escatología cristiana

Escatología cristiana

La escatología cristiana es el estudio escatológico sobre las "realidades últimas" profesadas por el cristianismo y por lo tanto sobre las esperanzas en las que se sostiene.

Contenido

Qué es escatología

Artículo principal: Escatología (religión)

Esta esperanza y todo lo que ella abarca es el motivo de estudio de lo que hoy en día se conoce como Escatología. Anteriormente, la escatología dedicaba su estudio exclusivamente a las cosas que le sucederían a cada persona individual luego de su muerte y a la humanidad al terminar su historia, algo a veces tan alejado de la realidad cotidiana que hasta la crítica moderna llegaría a decir que el cristianismo se dedicaba únicamente a atraer la atención de los fieles hacia las cosas del cielo y los distraía de las cosas verdaderamente importantes, en donde el hombre vive su historia y hace del futuro presente.

La palabra escatología significa etimológicamente "tratado de los éskahtos", éskahtos significa en griego cosas últimas, es decir, la escatología es el estudio de las cosas que sucederían, tanto con cada persona individual como con la humanidad, al final de su historia y de su vida. Para estos propósitos, las cosas últimas se identificaban sobre todo con cuatro puntos principales:

Sin embargo, el enfoque actual de la escatología, en vez de centrarse únicamente en reflexiones sobre lo que ocurriría al final del tiempo (de cada persona con su muerte o de la humanidad con el fin de la historia), se centra en lo que implicarían estos sucesos, en la esperanza que conllevarían y lo que el Cristianismo propondría como motivo de esperanza para un actuar cristiano conciso y no llevado a quedarse contemplando el cielo olvidando en dónde se tienen puestos los pies.

Escatología cristiana y la esperanza que profesa

El cristianismo profesa que siempre ofrece esperanzas para toda situación, lo que podría diferenciarlo de otras religiones y sistemas filosóficos al proponer esperanzas a la humanidad que fueran más allá incluso de lo que en otras posturas se consideraría lo 'razonablemente' desesperante.

Por poner un ejemplo, el cristianismo propondría una esperanza para la humanidad incluso después de su muerte, esperanza que abarca además a todo ser humano nacido y por nacer y de la condición que sea. En otras posturas a veces la esperanza se reduciría a aquellos que profesaran sus credos, a aquellos que tuvieran un estilo de vida dado o definitivamente se negaría toda esperanza.

Sin embargo, lo que caracterizaría al cristianismo en sí, no sería tanto el hecho de aportar una esperanza más, sino en la afirmación sobre el origen de dicha esperanza. En pocas palabras, el hecho de declarar con esperanza a prueba de toda situación (incluida la muerte y el sufrimiento humano) que Dios siempre aporta un motivo al ser humano para continuar construyendo un mundo mejor.

Origen en la esperanza del pueblo hebreo

Artículo principal: Historia de la salvación (cristianismo)

Las esperanzas cristianas tienen un fundamento, que es el mismo que motivó al pueblo hebreo a lo largo de su historia. Estudiar escatología requiere comenzar por estudiar qué y cómo son las esperanzas del Antiguo Testamento.

La historia del pueblo de Israel comienza en el momento en que Dios se acerca a Abram y le formula una promesa en la ciudad en que vivía (Ur, en la región de Caldea):

Dijo el Señor a Abram: vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti una nación grande, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y tú mismo serás bendición. En ti serán benditos todos los linajes de la tierra. (Gn 12:1-3).

Abram se lo cree y parte de inmediato con su familia y sus pertenencias hacia la región de Canaán:

Salió Abram, conforme le había ordenado el Señor... (Gn 12:4)

Ya en Canaán, Dios de nuevo se le acerca y le vuelve a prometer:

Levanta la vista y, desde el lugar donde te hallas, mira al norte, al sur, al este y al oeste. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra; sólo el que pueda contar el polvo de la tierra, podrá contar tu descendencia. (Gn 13:14-16).

Abram de nuevo cree y a partir de entonces se le conoce como Abraham, y como signo de su fidelidad comienza, dice el Génesis, la práctica de la circuncisión.

Posteriormente, siglos después en Egipto, Moisés es testigo del sufrimiento de su pueblo. Cuando Dios le promete que los salvará, le pide a Moisés poner manos a la obra ante el Faraón, con el poder de Dios acompañándolo. Luego de la debilidad de la duda, Moisés cree y comienza la conocida historia del Éxodo del pueblo hebreo desde Egipto (Ex 3:7-4:18).

Así pues, el contenido de las esperanzas de Israel, y los respaldos de sus Alianzas con Dios, estarían movidos primero que nada por Dios, que saldría al encuentro, y enunciaría una promesa: tierra, descendencia, liberación, etc. Sin embargo, las esperanzas no serían vanas porque, en su momento, habría quienes creyeron en dichas promesas, y pusieron manos a la obra (se pusieron en camino, actuaron por la liberación del pueblo en nombre de Dios, etc.) La esperanza existiría entonces gracias tanto a Dios que enunciaría y mantendría sus promesas, pero también a las personas que le creerían y actuarían en consecuencia a su fe.

El Mesianismo y Apocalíptica

David, prototipo de Rey
Artículo principal: Mesías

Ya establecidos en Canaán, los hebreos prosperaron como pueblo frente a los demás. Llegó el momento en que tendrían necesidad de un rey que los gobernara, y también que representara la prosperidad que estaban alcanzando. Después de un intento fallido (Saúl), David se consagró históricamente como el rey por excelencia de Israel. Durante su gobierno, Israel gozó no sólo de prosperidad, sino también de paz. Todo ello sería visto desde la persectiva de la fe de los hebreos como producto de la estrecha relación que David guardaría con Dios.

De hecho, dicha relación tan ejemplar no quedó en una mera anécdota. A partir de entonces, y sobre todo en las épocas más crudas de la historia antigua de Israel, se formulaba toda la esperanza del pueblo en función de la relación David – Dios, pues a través del profeta Natán, Dios le había prometido a David que su reinado no tendrá fin, que siempre habrá un descendiente suyo sentado en el trono real del Pueblo Elegido (2Sm 7:8-16). De estas promesas, que como ya se vio el pueblo de Israel tomaba como base de sus esperanzas para comenzar a actuar en consecuencia, surgió luego de la deportación en Babilonia, la esperanza de que, a pesar del sufrimiento, Dios no abandonaría nunca a su pueblo, esperanza que cristalizó, por la persona de David, en la figura del Mesías, personaje esperado por los judíos desde entonces.

La apocalíptica

Esa época fue una de las más difíciles para la esperanza judía. No era como en los viejos tiempos, cuando un rey descendiente de David gobernaba con paz y prosperidad. Desde la invasión asiria que terminó con el reino del norte en Israel, pasando por la invasión babilonia que terminó con el reino del sur en Judá, los israelitas no conocieron de nuevo la paz y la prosperidad en que cifraban sus esperanzas mesiánicas. Después llegarían los persas, que les permitirían regresar a su tierra, pero no mucho después, gracias al genio militar de Alejandro Magno, los griegos irrumpirían en la historia del Medio Oriente, conllevando múltiples problemas en la cultura judía, muy distinta de la helenística.

La situación era tan grave, que gran parte del pueblo judío dejaba para siempre su cultura natal para convertirse al helenismo promovido por los conquistadores, olvidándose también de las promesas y esperanzas que desde siempre habían conformado al pueblo de Israel. Además los griegos buscaban promover su cultura helénica como camino de prosperidad y riqueza a los pueblos conquistados. El choque violento con el judaísmo fue inevitable, y llegó a acarrear incluso conflictos armados (véase por ejemplo el caso de los Macabeos). En ese contexto nació el movimiento de la apocalíptica. Los apocalípticos, herederos del movimiento profético de la época de los reyes y del destierro, hablaban también en nombre de Dios, pero lo hacían con un lenguaje puramente simbólico, lleno de imágenes coloridas que le dieran a quienes les escuchaban el impacto de la fuerza del mensaje que querían transmitir.

Si antes los hebreos por lo menos conservaban su tierra, ahora les era invadida por gentiles; si antes podían confiar en la promesa de descendencia tan importante para la cultura semita a la cual pertenecían, ahora la guerra frustraba muchas veces esa esperanza; ni qué decir de la esperanza mesiánica: continuamente vivían dominados ahora por un imperio, ahora por otro. Sólo quedaban dos opciones: pensar que todo había sido un fraude y abandonar el judaísmo por el helenismo, o seguir creyendo a pesar de todo. Ésta fue la opción de los apocalípticos. Su movimiento se caracterizó, además de las imágenes coloridas, por la esperanza a pesar del fracaso aparente de la vida cotidiana y en la historia. Por eso, la literatura apocalíptica (común entre los siglos II a. C. hasta principios del II d. C., tanto entre judíos como entre cristianos) se caracterizaría por aportar un mensaje de esperanza extremo, en el que las imágenes negativas parecen tener todas las de ganar. Sin embargo, siempre se formula una esperanza inquebrantable: existe una promesa de que en un futuro que está próximo a suceder, Dios intervendría de manera definitiva en favor de quienes le fueran fieles, y los liberaría para siempre del mal que los aqueja, estableciendo así el tan esperado reinado mesiánico.

La historia apocalíptica sería como la de un atleta de salto de altura: este se enfrenta a un obstáculo que lo supera en altura. Sin embargo se lanza corriendo hacia adelante. En el momento en que tomará impulso para saltar, en vez de ser el atleta, es Dios quien lo tomaría para darle el impulso del salto, con el cual el obstáculo quedaría más que librado: a partir de entonces, según la apocalíptica, el atleta no volvería a caer de nuevo del otro lado del obstáculo para continuar como antes, el impulso sería tan grande que lo elevaría hasta las alturas de Dios, quien lo impulsó en primer lugar para poder realizar el salto.

Mesianismo a principios de nuestra era

Es con este tipo de ideas, mesiánicas y con tintes apocalípticos, que se vive en la región de Judea en la época de Jesús. En ese entonces el pueblo judío seguía dominado, esta vez por los romanos, y continuaba esperando la llegada de un Mesías que lo salvara de la opresión. Sin embargo, incluso entre los mismos judíos, existían distintas perspectivas al tipo de Mesías que llegaría, todas ellas contrapuestas:

  • Algunos querían un liberador político, guerrero que convirtiera a Israel en el nuevo imperio dominante del mundo, caso de los guerrilleros zelotes
  • Otros pensaban que el Mesías llegaría a cumplir la Ley de forma estricta, pues pensaban que únicamente cumpliendo la Ley al pie de la letra, Dios les perdonaría sus pecados por los que el pueblo sufría en ese entonces, como sería el caso de los fariseos
  • Otros más, muchos apocalípticos entre ellos, se quedaban sentados esperando al Mesías, esperando la prometida próxima y magnífica intervención de Dios para salvarlos, pero sin hacer nada al respecto, sólo esperar pacientemente, como podría suponerse que sucedería con los esenios.

Descripción de conceptos

El Reino de Dios, ya pero todavía no

Artículo principal: Reino de Dios

El Reino de Dios (o Reinado de Dios para referirse a las situaciones predominantes en donde Dios reine en vez de un lugar), podría considerarse una de las partes centrales del mensaje predicado por Jesús, si se toma como referencia la frase inicial con la que los Evangelios identifican la predicación de Jesús:

Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en la buena nueva. (Mc 1:15)

En este contexto, la novedad del mensaje de Jesús frente a las perspectivas judías clásicas en su época estaría dada por las características de ese Reino:

  • No estaría restringido únicamente al pueblo de Israel, aunque a ellos llegara primero, por lo que no se podría hablar de un Mesías político (Mt 15:21-28).
  • No estaría regido por leyes que hubiera que cumplir sino por la gracia, es decir, el Reino se concebiría como un regalo (Mc 2:23-28).
  • No habría que esperar a que Dios interviniera en un futuro próximo, sino que Dios YA ha intervenido:
el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está llegando...

¿Qué características tendría el Reino de Dios?

En los Evangelios se puede constatar que Jesús no formuló doctrinas respecto al Reino de Dios. En vez de pedir que creyeran en él, pediría que le Siguieran. De los Evangelios, se puede deducir que el Reino de Dios significa:

  • un Dios próximo, que perdona y acoge (Lc 15:11-32),
  • curación y liberación del hombre, de todo lo que le atormenta y le impide ser hombre (enfermedades, incapacidad de comunicación (curaciones de ciegos, sordos y mudos), preocupaciones innecesarias por el mañana, poderes deshumanizadores, etc.),
  • nueva conducta entre los hombres con sus semejantes (paz, fraternidad, fin a la injusticia, ...),
  • vida plena y realizada,
  • liberación incluso de la muerte.

Por esto sería que Jesús explicaría el Reino en parábolas. Sobre el Reino las que más destacarían serían las que lo ilustran como una fiesta (Lc 14:7-24): que se caracteriza por la alegría, la comunidad, el saciarse, el estar en comunidad, la unión con Dios, etc.

El Reino de Dios, ¿ya está aquí o llegará al fin del tiempo?

La otra novedad que se podría encontrar en el mensaje de Jesús respecto al Reino de Dios se encontraría en el tiempo de su realización.

Por una parte, Jesús habló de que el Reino ya está entre nosotros (el Reino de Dios está llegando). Esto podría dar a entender que todas las características del Reino ya son una realidad.

Pero debido a que en el mundo existen aún situaciones de injusticia y de dolor, se podría cuestionar esta afirmación. Jesús también afirmó que el Reino hay que esperarlo, y pedirle a Dios por que venga (venga a nosotros tu Reino).

Por lo tanto, ¿el Reino de Dios ya está aquí? ¿o aún hay que esperar a que venga, al final del tiempo cuando Dios intervenga de manera definitiva y desheche todo lo malo? La respuesta, para la escatología cristiana, es que es ambas cosas. A esto se refiere el hecho de que el Reino de Dios sea una realidad escatológica, según esta el reino de Dios ya sucedería aquí, ya se podrían empezar a ver sus signos (liberación, perdón, paz), pero al mismo tiempo se tendría esperanza de que será todavía mejor, pleno, al final del tiempo, cuando quede establecido de manera definitiva.

Se puede observar entonces que el Reino de Dios es también una promesa, como las del Antiguo Testamento. Y así como las promesas del Antiguo Testamento sucedían ya en la vida de un Abraham, un Moisés, un David o un pueblo de Israel, el Reino de Dios ya estaría aquí. Y al mismo tiempo, así como las promesas del AT provocaron que Abraham se pusiera en camino para terminar por establecerse en Canaán, que Moisés actuara ante el Faraón para terminar por liberar al pueblo, etc. la promesa del Reino de Dios, por el hecho de que aún no es una realidad plena, provocaría el actuar en consecuencia: debería impulsar a actuar en consecuencia, a colaborar en su construcción. Es lo que en resumidas cuentas diría Jesús al pedir conviértanse y crean en la buena nueva...

Y vistas con cuidado, todas las situaciones que plantea y estudia la escatología cristiana tienen esta característica: ya estarían sucediendo en la historia actual de la humanidad y en la vida de cada persona, pero al mismo tiempo llegarían a su plenitud al final del tiempo.

Las últimas realidades

En escatología las realidades últimas suelen dividirse en dos tipos: las que serían para cada persona como individuo (muerte, purgatorio, cielo, infierno) y las que serían para toda la humanidad (parusía, resurrección, juicio final).

Se debe recordar que las realidades escatológicas, y toda la escatología en sí, no son una cronología del fin, el estudio de la escatología no permitiría deducir el orden y tiempo de los acontecimientos que sucederían al fin ni de la vida de cada persona, ni de la historia humana. Todas las realidades escatológicas tienen las dimensiones actual (ya están sucediendo), como futura (pero todavía no son plenas, sino que lo serán al final por medio de Dios), por lo tanto, como en el Antiguo Testamento y sus promesas, el llamado no estaría hecho para quedarse esperando (por mucha fe que se tuviera), sino en el poner manos a la obra para conseguirlo.

Por eso mismo, la escatología no debería ser tema que provocara miedo sino esperanza, y como las esperanzas del AT que sirvieron para que el pueblo de Israel actuara en consecuencia hacia Dios, las esperanzas de la escatología cristiana deberían permitir actuar con esperanza en el fin y no con miedo.

Las realidades escatológicas tampoco se dividen en individuales y universales como si unas sólo ocurrieran para cada persona y otras para todas las personas. Unas y otras se relacionan e intervienen entre sí: el juicio ocurre con la humanidad pero también cada quien tiene su propio juicio, el cielo significa el sentido absoluto de la vida de cada quien pero al mismo tiempo es el sentido de toda la humanidad y su historia, etc.

Las últimas realidades de la humanidad

La Parusía
Artículo principal: Parusía
Artículo principal: Segunda Venida

Una de las promesas más importantes del cristianismo es la de la llamada Parusía o Segunda Venida de Cristo.

En la cultura griega, la palabra parousia (que significa presencia y llegada) se aplicaba generalmente al hecho de una visita solemne del rey o emperador a una región remota del reino o imperio. En el cristianismo, el término se utiliza para referirse al evento que sucedería cuando Cristo volviera en gloria.

Se puede decir que según lo relatado en los Evangelios, Cristo vino en esa época "en humildad". Hoy en día, los cristianos dicen que Cristo viene "escondido" (donde dos o tres se hallen reunidos en mi nombre, ahí estaré yo (Mt 18:20), cuando hicieron estas cosas con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron (Mt 25:40)), etc. Al final, según la esperanza escatológica, Cristo vendría "en gloria".

Se debe aclarar primero que Parusía no significa literalmente un "retorno", como si la Parusía significara para los cristianos que Cristo regresará para repetir lo que ya hizo y como si hoy en día se encontrara "ausente". Parusía significa entonces en ese contexto la presencia de Cristo plena y aumentada, de forma que toda la realidad se transforme completamente con su presencia, de la misma manera que hoy en día se dice que está ya presente, transformando poco a poco la realidad actual.

Como toda realidad escatológica, la Parusía abarca entonces los dos extremos:

  1. De cara al futuro, Cristo vendría el día en que comenzará plenamente su Reinado. En ese entonces se dice que toda la realidad se transformará y lo viejo se tornará nuevo.
  2. De cara al presente, Cristo estaría presente ya en medio de nosotros, transformando la realidad actual en el amor al prójimo, en la búsqueda de la justicia, en el hacer comunidad fraterna, etc.
La Resurrección
Artículo principal: Resurrección

Por lo general se piensa que el contenido de la fe y esperanza del cristianismo se dedica únicamente a la fe en una vida después de la muerte. Sin embargo, esto en realidad no es del todo cierto, aunque la Resurrección es una de las esperanzas más importantes de la escatología cristiana.

¿Cuándo comenzó a creerse en la resurrección?

Antiguamente, los hebreos no se preocupaban ni siquiera por el problema de la vida después de la muerte. El asunto de lo que sucede al morir no les preocupaba, pues sus esperanzas estaban ya centradas en cosas concretas: el poseer una tierra próspera y con paz, y en el tener descendencia. Antes bastaba con pensar que los muertos iban a un "reino del olvido" (el she'ol).

Varios siglos más tarde, cuando las esperanzas políticas de Israel se derrumbaban, iba quedando más claro que no siempre se iba a contar con una tierra que poseer, y la descendencia no siempre perduraba o ni siquiera llegaba en tiempos de guerra. Por otra parte, se experimentaba cada vez más crudamente la realidad de que no siempre le iba bien al justo, mientras que al injusto le debería ir mal y en realidad prosperaba (véase el Libro de Job).

De esta forma, comenzó a nacer en la consciencia del pueblo hebreo la idea sobre lo que sucedería después de la muerte, ya que las realidades terrenas no estaban aseguradas, y que si en realidad Dios es justo, le debería ir necesariamente bien al justo, pero esto se haría realidad si no en vida, al menos sí después de morir. La literatura apocalíptica es ejemplar en este caso, ya que abundan las imágenes sobre la resurrección de los muertos en el día de Yahveh, cuando Dios intervenga definitivamente en la historia para acabar con el mal.

En tiempos de Jesús, el tema de la resurrección era todavía muy discutido: la corriente de los fariseos afirmaban que existía la resurrección, mientras que la de los saduceos (aristócratas, conservadores, aliados políticos del poder dominante) se atenían a la antigua tradición y no creían en la resurrección (como tampoco en la venida del Mesías). Jesús por su parte, era partidario de la resurrección, y creía firmemente en ella afirmando:

Dios es un Dios de vivos, no de muertos (Mc 12:18-27).

Como anécdota del enfrentamiento entre estas dos posturas, se recuerda cuando Pablo fue llevado a juicio por fariseos y saduceos que buscaban matarlo, y cuando se le preguntó por qué había sido apresado, contestó, refiriéndose a Cristo, que me tienen preso por creer en la resurrección de los muertos, lo que provocó una discusión tan fuerte entre fariseos y saduceos sobre si existía o no la resurrección, que Pablo salió ileso en esa ocasión. (Hch 23:6-9)

¿Qué significa la resurrección?

Resucitar en el contexto de la fe cristiana, no es lo mismo que revivir; resurrección no es lo mismo que reanimación, como si resucitar significara volver otra vez a la misma vida para continuar envejeciendo, enfermando, y muriendo otra vez algún día.

Resurrección para el cristianismo significaría nacer a una vida nueva, distinta de la anterior, en la que no quedara lugar para las mismas cosas de la vida anterior: muerte, enfermedad o pecado. La resurrección también hablaría de la fe en un Dios justo con los que hacen caso a su llamado de vivir como hermanos, y por eso aunque en vida se hubiera sufrido siendo fieles a ese llamado, por la resurrección el justo obtendría una vida nueva en la que Dios le hiciera justicia también contra los sufrimientos que tuvo en vida.

¿Cuándo sucedería la resurrección?

Puesto que resucitar significa tener un sentido nuevo para la vida, se podría decir que la resurrección se lleva a cabo cada vez que una persona se convierte, cuando se da cuenta del mal que ha hecho y decide restaurar las cosas, y cuando deja por fin atrás al hombre viejo que alguna vez fue y comienza a vivir una vida nueva, aún dentro de la misma vida física que su hombre viejo tuvo. En ese sentido se puede decir que la resurrección ocurre ya en quien se convierte.

Por otro lado, aún viviendo una vida libre de pecados y situaciones enajenantes, la muerte física le llegará a todo ser humano, la muerte así vista es una cuestión natural. Esto puede resultar frustrante al preguntarse ¿para qué esforzarse por un mundo mejor si de todas formas todos llegan a lo mismo y desaparecen de este mundo? Es ahí donde entra en juego la fe en la resurrección a pesar de la muerte: puesto que Dios sería el principio de toda vida, y a él es llamado todo hombre desde que nace hasta que muere, al terminar la vida las cosas no podrían quedarse en un fracaso sin sentido: Dios llamaría aún al hombre muerto y este resucitaría, con la opción de vivir para siempre en la plenitud de vida que es Dios. En este otro sentido se podría decir que la resurrección ocurre al final del tiempo de la vida de cada ser humano.

Todas las esperanzas escatológicas contienen también una plenitud al final. La resurrección no es la excepción, y en este caso al final del tiempo, la resurrección se llevaría a cabo de manera plena para todos. Esto no quiere decir que la resurrección al morir sea distinta a la resurrección al final del tiempo. Son la misma resurrección desde dos puntos de vista diferentes, pues para todo aquel que muere ¿qué sentido tiene ya el correr del tiempo? ¿no será cierto que, para el que muere, el tiempo pasa en un instante porque en realidad ya no existe, y su resurrección al morir es una y la misma que la resurrección al final del tiempo del mundo? En esa resurrección final, el mundo que terminara, la historia que acabara, resucitaría también a una vida nueva, todo lo viejo será hecho nuevo (Ap 21:5). De esta forma, la realidad escatológica de la resurrección tiene también dimensiones que ocurren y ocurrirán tanto en el presente como en el futuro.

El Juicio

Artículo principal: Juicio Final

La realidad escatológica de el Juicio Final está muy relacionada con la de la Parusía. Se dice que, cuando Cristo venga otra vez en gloria, vendrá para juzgar a vivos y muertos. Sin embargo, esta realidad más que motivo de esperanza suele verse como motivo de temor.

Dios es un Dios de Justicia...

Antes que nada, ¿qué es lo que se puede esperar de Dios según la fe cristiana (y la judía también)? De Dios se puede esperar justicia, ésta es una convicción permanente desde los tiempos del Antiguo Testamento. De hecho, se creía que si uno obraba mal, le iría mal en la vida, y si uno obraba justamente, le iría bien: puesto que Dios es justo, no podría ser de otra forma. Las experiencias de la guerra y la dispersión hicieron ver en el pueblo de Israel que esto no necesariamente era así. Sin embargo, su convicción de que Dios es justo no cambió, lo que cambió fue su concepto de cuándo se puede esperar que se haga justicia. En vez de esperar a que sucediera de inmediato en la vida, pues esto no siempre sucedía así, podría esperarse entonces al menos después de la muerte (es cuando comienza a nacer la fe en la resurrección).

...pero también de Amor

Así, al morir, necesariamente debería existir un juicio en el que se "evaluará" la vida en la tierra, y se determinara el destino que quien moría debería tener. Es aquí donde también entra en juego la fe cristiana en un Dios de amor y de perdón. El momento del juicio, antes que ser motivo de temor, debería ser motivo de esperanza: de esperar justicia, pero también purificación, perdón y salvación. Junto con las escenas que retrata Jesús sobre la situación de llanto, sufrimiento, fuego y tinieblas, siempre van acompañadas de la urgencia y la invitación a no dejar pasar la oportunidad de no perderse la fiesta, a estar en vela esperando con emoción el momento de celebrar la boda, etc.

¿Quién sería el juez?

Otra cosa a tener en cuenta es quién sería el juez. Lo que se tiene claro para el cristianismo es que el juez no es otro sino Jesucristo:

  1. Al final de cuentas, la historia del mundo y la vida se decidirían de acuerdo al sentido que Jesús le dio a su propia historia y vida, con base en el Reinado de Dios que predicó, vivió y por el cual murió. El cristianismo propone que, en Jesús, la historia y los motivos para la vida cobrarían un sentido pleno, Jesús se convertiría así en el único modelo de vida verdaderamente plena de sentido y por lo tanto en el crisol a través del cual todas las demás vidas e historias quedarían comparadas, o juzgadas.
  2. Jesús deja también claro que, más que las palabras, importaban los hechos (no todo el que me llame 'Señor, Señor' llegará al Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad del Padre Mt 7:21-23), no porque la justicia se gane (para el cristianismo esta viene por gracia), sino porque ...todo lo que hicieran con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron. (Mt 25:31-46)
  3. No habría que olvidar de todas formas qué características tiene el juez. Es el mismo del que se dice que "pasó haciendo el bien, y sanando a todos los oprimidos...". Si en su momento en la tierra Jesús fue redentor, no habría porque pensar que ahora sería vengador. No vine a condenar al mundo, sino a salvarlo. (Jn 12:47)
¿Cuándo ocurriría el juicio?

Para la escatología, el juicio también tiene dos dimensiones: una presente, que sucede ya, y otra plena, que sucederá al final.

Como en el caso de la resurrección, el juicio sucedería ya en la vida de cada persona: cada vez que se decidiera por el bien o por el mal, cada vez que se tomara una opción por la libertad o por la opresión, por el amor o por el pecado, se estaría haciendo un juicio. El juicio, en este caso, lo hace cada persona, pero es con ese tipo de juicio que cada quien hace de sus propios actos con el que sería juzgado después: la vara con la que mides es con la que serás medido. De esta forma que el juicio ya estaría ocurriendo hoy para cada quien, conforme cada quien se decidiera por el amor, la libertad y la paz (los valores del Reino), o la injusticia, el odio y el egoísmo (los valores del mundo).

Por otra parte, lo mismo que con la resurrección, el juicio final sucedería plenamente al final de la vida de cada quien. En ese momento, según la fe cristiana, cada quien se encontraría resucitado cara a cara con Jesús, y ante su mirada quedarían juzgados, y llenos de sentido (o absurdos) todos y cada uno de los actos y hechos de la vida. En ese momento, dependiendo de las opciones fundamentales de vida de cada quien, se iría por uno u otro camino: el sentido absoluto (la salvación) o el absurdo. Esta dimensión, del juicio al final de la vida, sería la misma que el juicio final, al final del tiempo: cuando la historia llegara a su fin también tendría un juicio, se le daría un sentido o un absurdo en función del juez, Jesús.

La muerte

La Muerte es una de las realidades (no sólo escatológica) más misteriosas del género humano y de la vida en general. Biológicamente, con la muerte termina la vida en el aspecto físico. Sin embargo, para el cristianismo, yendo más allá con la fe en un Dios que es vida, se propone que este no es el último paso, sino más bien el paso definitivo para un sentido pleno final.

Alma y Cuerpo

Antes de analizar lo que significa el momento de la muerte, cabe aclarar las ideas respecto al concepto de un ser humano. Para los hebreos, al contrario de los griegos, el ser humano es un ser entero, no compuesto por partes diferenciadas (llamadas alma y cuerpo). Cuando el cristianismo entra en contacto con la cultura griega, surgen entonces ambos conceptos, y se comienza a pensar en términos de que el alma se encuentra presa, o cuando menos habita, dentro del cuerpo. La diferenciación sin embargo se debería tomar con cuidado. El cristianismo, como el judaísmo, no cree que el ser humano se encuentre compuesto de dos partes diferentes. La cuestión de alma y cuerpo en el cristianismo se referiría más bien a ver a la persona desde dos dimensiones diferentes: el cuerpo sería la que actúa y sería de hecho revelación, imagen y semejanza material en el mundo; el alma sería la que en sí sería la imagen y semejanza de vida, como persona que quiere llegar a Dios y que se proyecta desde su presente al futuro en el que se realizaría plenamente, y toda su vida en el mundo (como cuerpo) cobraría sentido pleno. Tambien para el cristianismo el ser humano posee otra area importantisima como lo es el Espiritu, con el cual esta en capacidad de comunicacion con Dios.

La decisión final

En el momento de la muerte sucedería entonces la decisión final hacia dónde se orientó la vida. Esto no significa que se podría esperar toda la vida viviendo de la injusticia y el dolor ajenos, para que en el momento de morir se decidiera por el camino correcto. Esto no sería posible para muchos que se encuentran con la muerte en el momento más inesperado, por un accidente o enfermedad. Por otra parte, para el cristianismo la vida no es cuestión de un juego, no se puede decidir a veces por un camino y a veces por otro. Cada persona le da cierta orientación a su vida, y es con base en esta orientación con la que se tomaría la decisión final al morir.

En realidad, la muerte sería solamente la puerta a algo más. Muriendo, terminamos de nacer, se nacería a una vida plena, podría ser plena de sentido o plena de frustración. Lo que en esta vida se hizo, al morir cobraría un sentido si estuvo dedicado a la paz, a la justicia, al amor al prójimo, o lo perdería por completo si se dedicó únicamente a las satisfacciones personales, al egoísmo, al hambre de poder, de dinero y de placer.

La muerte: un sentido para la vida

En el cristianismo se propone entonces que todo hombre nace de y para Dios. A Él estaría orientada su vida, pero al mismo tiempo serían sus decisiones personales, el uso de su libertad (en la que Dios no intervendría por amor y respeto a su dignidad de hijo a imagen y semejanza suya) los que podrían desviar esa orientación inicial. La vida entonces se vería como una condición constante de peregrinar. Se partiría de Dios, y en un amplio círculo que abarcaría toda la vida, se pretendería volver a cerrarlo para volver a Dios. El problema llegaría cuando ese camino, esa inclinación natural, quedara trunca al llenar la vida de absurdos, de afanes por poseer, por poder y por placer. Y es por eso que en la muerte, al final, la decisión tomada dependería de esa orientación general. No de si se cometió este u otro pecado de tal o cual grado, sino más bien, de haberse cometido, en qué sentido iría la vida, qué orientación se le estaba dando y hacia dónde se pretendía ir en ese momento.

La muerte como realidad escatológica

La dimensión futura plena de la muerte se da, obviamente, en el momento final de la vida, de cada persona cuando muere, y del mundo en el final del tiempo.

La dimensión presente de la muerte también existe. Por una parte, se moriría todos los días cuando una persona se conviertiera constantemente a Dios: moriría el hombre viejo para dar lugar al hombre nuevo. Desde este punto de vista, la muerte en su dimensión presente tendría mucho que ver con la dimensión presente de la resurrección. Por otro lado, puesto que toda persona (y todo cristiano) debería ser consciente de que algún día morirá, la idea sería que orientara su vida para no aferrarse a lo que no dura, a lo pasajero y que además sólo genera soledad: esta misma noche morirás, ¿para quién será todo lo que has almacenado? (Lc 12:13-21), en otras palabras, la idea sería que cada quien se preparara para saber morir, aceptándolo como una realidad natural y al mismo tiempo aprovechando y orientando su vida para lo que en realidad vale la pena.

La purificación

Artículo principal: Purgatorio

La realidad escatológica del Purgatorio es, junto con la del infierno, una de las que representan mayores problemas. De hecho, no todos los grupos cristianos la aceptan, y sólo el catolicismo habla de ella, mientras que los grupos protestantes la rechazan.

Desmitificación

Sin embargo, incluso entre los católicos, existe un problema muy serio respecto al purgatorio: la forma en la que es representado y lo que les significa distan mucho de lo que en realidad debería ser la purificación. Se le suele ilustrar como una antesala del cielo, como un lugar solitario y de sufrimiento, donde las llamas purificadoras, queman y duelen en las almas, como si Dios, para aceptar a esos pobres tuviera que complacerse haciéndoles pagar por sus pecados en vida hasta que tengan la alta condición necesaria para estar a su lado. Aquí, Dios se convertiría de un Dios de Amor, en un dios sádico y vengador, todo lo contrario a lo propuesto originalmente por el cristianismo. Solamente en este sentido, el purgatorio así no existe ni siquiera para el catolicismo.

El purgatorio

Dentro del dogma católico, el purgatorio sería el lugar de la purificación. Con esto, no se quiere decir que para estar al lado de Dios al resucitar se tenga que conseguir un estado puro y sin mancha y que por eso sea necesaria esta realidad escatológica. Más bien, se encuentra el hecho de que, en la vida, las decisiones tomadas y las opciones hechas, pudieron haber dañado a cada persona, le pudieron haber causado dolor y sufrimiento, al mismo tiempo que él los provocaba a otros. Igualmente, muchas de las decisiones y actos hechos, aunque pretendidamente en libertad, quedan condicionados por muchas cosas: la educación recibida, los traumas infantiles, las múltiples situaciones que orillarían a una persona a ser como es en su edad adulta. Al morir, estando cara a cara con Cristo, en el momento de su propio juicio, se daría la cuestión de que Cristo le quiere salvar. Si su opción es por él, necesariamente sería redimido y salvado, su ceguera y su lepra serían curadas, y es a esto a lo que se refiere la purificación: a la salvación en el momento en que Cristo redimiria de manera plena y definitiva a cada persona.

¿Dolería la purificación? tal vez, lo mismo que podría doler el extirpar de la piel una espina que por el tiempo se encarnó, pero teniendo seguro que es para bien, lo que importa no es el dolor que causaría, sino la tranquilidad que se produciría una vez que el mal haya quedado fuera; como al llegar a casa luego de un largo día de trabajo y caminata, al reposar los pies, estos duelen de cansancio, pero al mismo tiempo ese dolor va resultando cada vez menor pues los pies comienzan a recibir su descanso.

Las intercesiones

¿De qué servirían entonces las oraciones por los difuntos? Según el dogma católico, se debe orar por los difuntos en el purgatorio. El sentido es que, siendo el cristianismo que propone un mundo de comunidad y fraternidad, entonces la oración, que se lleva a cabo en múltiples momentos de la vida, también se debería hacer en comunidad de aquellos que ya no están en este mundo, pues no dejarían de pertenecer a la comunidad aunque muertos, y las oraciones en vez de tener el propósito de obligar a Dios a sacarlos del purgatorio y llevarlos a su lado (como antes se creía, y como criticaba el movimiento protestante por la doctrina de las indulgencias), deberían ser hechas como una expresión del sentido de comunidad, de Iglesia, que se compromete toda junta por la salvación. Así, quien estuviera en purificación, sabría que no está solo: la purificación es algo aplicado a cada quien, eso sí, pero el saber que alguien le apoya y ve por él también ayudaría a que todo sanara más rápidamente, como el enfermo que en compañía se alegra y esa alegría le ayuda a curar con mayor facilidad.

Dimensión escatológica

El purgatorio sucedería también siempre que, como en la muerte y la resurrección, se da un paso más hacia Dios, de una vida llena de excesos, al arrepentimiento que termine por la conversión total en un hombre nuevo, posibilidad que se podría dar ya en la vida terrena. Este arrepentimiento podría lo mismo doler al principio, pero confiada en Dios, la persona podría llegar a superarlo todo y salir adelante, resucitado como un hombre nuevo.

El futuro pleno se da por el hecho de que la purificación plena y total sucedería de hecho, como se anuncia en el dogma católico, al final de la vida, luego de morir, cuando los efectos del pecado y de los actos tal vez ni siquiera conscientes, quedaran fuera para que la persona quedara salvada definitivamente por Cristo.

El cielo, o la absoluta realización humana

Artículo principal: Cielo (religión)

Hablar de esperanzas en el cristianismo, de realidades últimas, significa al fin y al cabo hablar de una máxima esperanza, un motivo que moviera a todas las demás. Bien entendido, el Cielo es esta esperanza máxima.

Desmitificación

Debe entenderse que por cielo no se hace referencia a un lugar específico, como si ir al cielo significara mudarse a un lugar entre las nubes al lado de Dios. La palabra cielo se usa porque desde siempre, el lugar del cielo representa lo inamovible, lo que siempre es estable, lo que es inmenso y grande, en donde se identifica por su grandeza al lugar en el que debería de habitar Dios. En el Nuevo Testamento, a esta realidad escatológica también se le conoce por otros nombres: vida eterna e incluso reino de Dios.

Lo que significaría irse al cielo

El cielo entonces, como sería la proyección máxima de todas las esperanzas del cristianismo, debería significar algo más que un lugar al que irse a vivir.

Si la búsqueda de todo ser humano es, partiendo de Dios, volver a Él, viendo a Dios como la realización plena del Amor y la Vida, el ir al cielo significaría que si el hombre tuvo una vida orientada hacia el amor, cuando tuviera que tomar su decisión final al morir, lo haría necesariamente, por ser su orientación, hacia el amor. El cielo representaría el ser plenamente vivo, no vivir para siempre, sino vivir en plenitud, no el tiempo sino la calidad.

El cielo se realizaría aquí...

¿Dónde se podría ver la dimensión actual del cielo? Como en el Reino de Dios, el cielo se realiza aquí en la tierra cada vez que se opta por el amor y la libertad, cada vez que se tienen momentos de alegría sincera y verdadera, cada vez que se disfruta viviendo en fraternidad, cada vez que se siente un poco de la plenitud de realizarse y sentir que la vida tiene un sentido, es cuando el cielo sucedería ya.

...y sería pleno en el más allá

Por otra parte, lo que aquí se vive no sería la plenitud completa. Esta sólo llegaría en el momento en que el hombre termine de nacer, al morir, a su vida definitiva. Ahí, si en su peregrinar buscó las condiciones que hacen del cielo un lugar de realización plena, entraría simplemente en ese estado, su vida quedaría plena de sentido a la luz de Jesucristo.

El infierno, o solo la absoluta frustración humana

Artículo principal: Infierno

Lo mismo que se habla de esperanzas, se debería tener una visión objetiva del riesgo de no llegar. El Infierno, como el cielo, no es un lugar físico, lleno como suelen pintarlo de demonios, fosas de azufre y fuego. Estas serían sólo imágenes que se usaron en cierta época para ilustrar lo que la idea del infierno representaría.

El riesgo de no llegar

El punto es que desafortunadamente en la historia, la idea del infierno se ha llevado al punto de hacer surgir miedo y temor en quienes reciben el mensaje, y con esto se llegaron a justificar múltiples abusos, deformando además la fe para que en vez de orillarse a la esperanza, se orillara al miedo, a actuar de determinada manera (a veces oprimida) con tal de no quedar condenado. Desde este punto de vista, y tomándolo seriamente, se podría decir que el infierno así no existe.

Lo que sí existiría sin embargo en la fe cristiana, es la opción libre de cada ser humano. Si en su vida el hombre se decidiera egoístamente por sí mismo, por solamente él, por sus propios placeres, a costa incluso del daño a otros (y hasta de sí mismo), se terminaría optando por no amar verdaderamente. Entonces, la orientación de la vida quedaría marcada por apuntarla hacia el no-amor, y el hombre terminaría por volverse hasta incapaz del amor, de darlo o recibirlo. Esto significaría que al final de la vida, en su decisión final, esta persona no podría tomar una decisión por el amor, aún cuando el Amor mismo se le presentara cara a cara. Por ello, la idea del infierno significaría antes que un lugar, el riesgo de que cada uno tome esa opción, de manera libre porque Dios no intervendría en su libertad (de nuevo, por respeto a su dignidad como persona a su imagen y semejanza). Por eso, no se podría decir propiamente que Dios los condene, sino que son ellos los que solos se condenarían.

El infierno, aquí en la tierra

Lo mismo que el cielo se podría probar aquí en la tierra cuando el ser humano se realiza en el amor y la fraternidad, el infierno también se realizaría aquí, en los momentos en que se opta por la soledad y el egoísmo, y se van armando barreras contra el amor, cada vez más impenetrables. Sin embargo, no debería de confundirse esta dimensión presente del infierno, que significaría cerrarse al amor y encerrarse en el egoísmo, con los momentos de sufrimiento que la vida tiene: una cosa sería sufrir y aún así quedar abierto al amor, a la escucha de Dios, y otra sería, sufriendo o disfrutando, dejar de amar cada vez más.

Un Dios de Amor, ¿permitiría eso?

El problema surgiría al contrastar las ideas de un Dios que ama tanto que no dejaría que ninguno de sus hijos se perdieran del buen camino, y que si todo lo puede, entonces ¿por qué no salvaría también a esas personas que se perdieron, aunque fuera libremente?

Precisamente esa cuestión es la que hace pensar a muchos teólogos en la posibilidad de que, sí, aunque exista el infierno, puesto que se proclama que Dios todo lo podría, pero sobre todo, se proclama que amaría hasta tal extremo; entonces se debería igualmente postular que sería capaz de salvar hasta al más perdido de sus hijos, por lo que entonces el infierno debería de encontrarse vacío. Así ello trae consigo la posibilidad de la total frustración humana porque la vida además de tener diferentes ventajas entre las personas, también tendría hasta la posibilidad del fracaso total en otras personas; y con ello se presentaría una falta de justicia de la no igualdad de la vida vivida. Sería entonces una posibilidad latente, pero vacía, como el que se embarcaría en un viaje en el mar, sabría de la posibilidad de naufragar, pero no naufragaría. Entre las respuestas que se han dado a este dilema, una es que el infierno sería el lugar donde se encontrarían las personas que se perdieron y no merecieron el purgatorio, pero estarían en el infierno solo hasta el momento en que se arrepintiesen y/o cumplieran un castigo acorde a lo que hicieron en vida; y luego de ello Dios si los recibiría, ya que el arrepentimiento y su perdón sería un don que Dios le habría dado a los seres humanos (don que no tendrían los ángeles caídos, quienes permanecerían en el infierno para siempre).

Sin embargo, Dios, respetando la libertad de las almas aun condenas, no podría salvar a un alma que ha perdido totalmente el amor, y por lo tanto la capacidad de amar, puesto que el alma condenada no le permitiría su redención, pues estaría en un constante resentimiento hacia su creador, lo que le impediría su arrepentimiento.

Implicaciones cotidianas de la escatología cristiana

Las esperanzas escatológicas son entonces realidades que tanto se viven ya en la vida cotidiana, como también son esperanzas finales que serán plenas al final.

Esto es lo que haría de la escatología, más que un tratado sobre las cosas últimas, viendo el cielo y olvidándose de la tierra, un motivo de esperanza de parte del cristianismo a la humanidad.

En primer lugar, la dimensión plena final marcaría la meta a conseguir, el motivo de la vida. Por otro lado, la dimensión actual permitiría saber que esa meta aún no se habría conseguido, pero en realidad Ya estaría ocurriendo.

Se tendría entonces un motivo por el cual actuar hoy en día por un mundo mejor: si las realidades últimas ya están sucediendo, quien actúe en consecuencia con esto haría las cosas como si ya estuviera viviendo esas realidades; además, aunque hoy resultara frustrante luchar por mejorar las cosas y estas aparentemente no mejoren, puesto que se tendría la esperanza en la fe de que las realidades últimas serán plenamente vividas al final gracias tanto a la humanidad que actúe como a Dios que las haga plenas, se tendría entonces un motivo de esperanza, un sentido por el cual actuar hoy en día.

No habría que olvidar a Abraham, Moisés o David (por poner solamente algunos ejemplos): si Abraham no se hubiera puesto en camino a la tierra prometida, o si Moisés no se hubiera atrevido a hablar frente al Faraón, o si David no se hubiera mantenido fiel a Dios, las promesas hechas nunca hubieran resultado. Dios prometió al inicio, y Dios cumplió al final, pero fue el hombre el que primero creyendo y luego poniendo manos a la obra logró que sucediera como esperaba. Sin fe y sin esperanza, no hay motivo por el cual actuar. Con fe y esperanza que motiven a actuar las promesas se cumplen: la fe sin obras está muerta. (Stg 2:17)

Referencias

  • Centro de Estudios Catequéticos Bíblico-Teológicos CECABITE (1989). Tratado de Escatología. México.
  • Boff, Leonardo (1978). Hablemos de la otra vida. Santander, España: Sal Terrae. ISBN 84-293-0496-7.

Véase también

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