Época Garciana

Época Garciana

La Época Garciana se llama al período que va desde el 1859 al 1875. Se trata del período de las presidencias de Gabriel García Moreno, que dio dado un cierto poder a la Iglesia Católica de su país. Fue disuelta en el 1876, después de un año del asesinato del presidente, durante la presidencia Veintimilla.

Panorama histórico del "Garcianismo"

Una vez derrotadas las fuerzas de la dictadura de Guillermo Franco, el 24 de septiembre de 1860 se convocó a una Asamblea Constituyente a reunirse el 10 de enero de 1861. La Asamblea encargada en la promulgación de una nueva Constitución y de la elección presidencial, designó a García Moreno para el gobierno interino del país y, antes de finalizar sus labores, lo eligió presidente constitucional. Algunos sectores dominantes jugaron un papel fundamental en su instalación en el poder. Sus matrimonios con Rosa de Azcásubi y, a la muerte de ésta, con su sobrina Mariana de Alcázar le permitieron incorporarse a la aristocracia quiteña, al mismo tiempo que conservaba sus vínculos con Guayaquil. Una alianza con la aristocracia quiteña y las élites guayaquileñas lo llevó al gobierno y convertirse, en las condiciones de descomposición política y social planteada por la crisis de 1859, en el agente y protagonista de la unificación del Estado ecuatoriano.

El primer período garciano (1861-1865) transcurrió en un ambiente de constante agitación política, provocado principalmente por la revuelta popular urvinista que se mantuvo latente hasta 1865, año en el que los Generales Urvina y Robles (levantados en armas en el Puerto de Guayaquil, y ya electo Jerónimo Carrión presidente) fueron derrotados en la famosa batalla naval de Jambelí.

García Moreno y sus colaboradores vieron en la Constitución de 1861 (mal considerada garciana) la causa del estado de convulsión y anarquía que reinaba en el país. Inspirada de convulsión y anarquía que reinaba en el país. Inspirada en los mismos principios semifederalistas de la de 1852, sancionó un sistema político descentralizado, garantizado a los poderes seccionales y provinciales una amplia autonomía administrativa con respecto al poder central, pero limitando sus atribuciones y sujetándose al control de un Consejo de Estado, creado con ese fin.

Argumentado el principio de la "insuficiencia de las leyes", García Moreno infringió sistemáticamente la Carta Fundamental, y en nombre de la religión, la moral y el orden implementó una política represiva y autoritaria. Ampliamente conocidos son los casos del fusilamiento del general Maldonado, la flagelación del general Ayarza y la tortura a la que sometió al liberal Juan Borja.

Al mismo tiempo, sin embargo, García Moreno desplegó una enorme actividad organizativa poniendo en marcha un ambicioso programa de reformas administrativas y económicas, que se cristalizó, definitivamente, en su segunda administración, con un éxito sin procedentes en la historia del país.

No fue igualmente exitosa la conducción de su política exterior. Objeto de una enorme crítica de sus contemporáneos, García Moreno declaró dos veces la guerra a Colombia con las consiguientes derrotadas para el país. Y fue calificada de antiamericana su posición con respecto al conflicto peruano ­ hispano de 1864 y a la invasión napoleónica al México, en ese mismo año. Una gran controversia desató, igualmente, su conocida solicitud del protectorado francés, así como su condena al proceso de unificación italiana en defensa del poder temporal del Papa, en 1870.

Cumplidos sus cuatro años de gobierno, Jerónimo Carrión, con su apoyo y el de sus partidarios, fue electo presidente en 1865. Carrión duró menos de dos años en el poder. Abandonado por García Moreno, que esperó encontrar en él un sucesor, con una oposición antigarciana fortalecida y tras un conflicto con el Congreso, fue obligado a dimitir en noviembre de 1867. Mediante nuevas elecciones, Javier Espinosa lo reemplazó en la presidencia.

Como Carrión, Espinosa tampoco terminaría su periodo presidencial. En el contexto de una nueva crisis política en 1869 (aunque no de las dimensiones de la de 1859), García Moreno destituyó a Espinosa; se proclamó Jefe Supremo de la República y convocó a una Asamblea Constituyente, la octava en lo que va del siglo, que se reunió en Quito en mayo de ese año.

Los asambleístas, en la mayoría correligionarios de García Moreno, lo eligieron Presidente Constitucional e, inspirados en su pensamiento político, redactaron una nueva Constitución (1869). A diferencia de la de 1861, esta Constitución o "Carta Negra", como fue llamada por sus oponentes, fue unitaria y centralista: sometió a las provincias y a los municipios a la autoridad del poder central e hizo de la primera "la unidad fundamental de la división territorial del país". Pero a más de estas disposiciones, que ya daban un enorme poder al presidente, reimplantó la pena de muerte por delitos políticos, amplió a seis años el período presidencial, contempló la reelección inmediata e impuso la religión católica como condición para ser ciudadano ecuatoriano.

El proyecto del estado nacional

Heredero de una marcada regionalización, existente desde finales de la época colonial y agudizada en la Gran Colombia, el Ecuador nació a la vida independiente profundamente fragmentado, fragmentación que lejos de disminuir durante las tres primeras décadas republicanas se profundizó aún más a consecuencia del desarrollo de las diferencias regionales entre Quito (sierra-centro norte), Guayaquil (costa) y Cuenca (sierra-sur). En tales circunstancias, y tras la crisis de 1859, el régimen garciano se enfrentó al reto de la integración nacional. Aunque ésta no era la primera vez que se hacía un esfuerzo en tal sentido, Gabriel García Moreno puso en marcha un peculiar proyecto político organizado sobre la base de los principios, visiones y formularios religiosas que, en un país tradicionalmente católico como éste, él considero el recurso más eficaz a través del cual unificar nacionalmente a la población ecuatoriana.

Indudablemente, el proyecto garciano no fue producto exclusivo de la decisión personal del Presidente. Por el contrario, fue el resultado de las particulares condiciones históricas que el país atravesaba en ese momento, condiciones que demandaron la puesta en marcha de un proceso de modernización y centralización estatal, cuya materialización dependió, entre otros, de las alianzas y acuerdo entre las élites regionales, tradicionalmente en pugna, por el control del poder.

En tales circunstancias, la doble procedencia regional de García Moreno ­natural y adquirida­ le convirtió en el hombre apropiado para establecer ese necesario puente político entre los generalmente contradictorios intereses de las élites de la sierra y de la costa, en un momento histórico en el que la costa miraba más sus intereses vinculados al mercado internacional.

El sector económico

Durante esta etapa, la economía ecuatoriana vivió un importante despegue, relacionado con el auge de las exportaciones cacaoteras, consecuencia de la demanda internacional de ese producto, en particular para el mercado europeo y norteamericano que se hallaba en pleno proceso de crecimiento. El aumento de las exportaciones de cacao, que en 1866 "superó la cifra de cinco millones de dólares", trajo consigo algunos efectos significativos, de diversa naturaleza: la incorporación definitiva del Ecuador al mercado internacional, y al mismo tiempo la gestación de un modelo de economía agroexportadora, modelo que, como veremos más tarde, se consolidó en la siguiente etapa (1875-1865); la configuración al interior de la élite costeña "de una nueva clase, la burguesía comercial y bancaria", pequeño grupo de personas vinculadas a las actividades agroexportadoras, y también al inicio de una importante migración campesina de la sierra a la costa, propiciada por los grandes propietarios de las plantaciones cacaoteras, que gracias a ello pudieron obtener mano de obra barata, uno de entre otros factores que permitió estimular la demanda cacaotera.

Sin duda el Ecuador se debatía bajo un régimen de contradictorias condiciones: al interior del propio aparato productivo, la modernidad (en parte producto de la inserción de la economía al mercado internacional y de sus presiones) y el arcaísmo convivían. Y es que tanto en las grandes plantaciones cacaoteras y de otros productos primarios (tagua, café o caucho), los campesinos, enrolados a esas actividades productivas, subsistían bajo relaciones precapitalistas de producción. Cosa parecida, bajo formas específicas, ocurría en las haciendas serranas.


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