Federico II Hohenstaufen

Federico II Hohenstaufen
Federico II Hohenstaufen
Emperador del Sacro Imperio
Frederick II and eagle.jpg
Federico II Hohenstaufen en su libro De arte venandi cum avibus

1220 - 1250
Predecesor Otón IV
Sucesor Enrique VII

1212 - 1220
Predecesor Otón IV
Sucesor Enrique VII
Nacimiento 26 de diciembre de 1194
Jesi, Italia
Fallecimiento 13 de diciembre de 1250
(55 años)
Apulia, Italia
Entierro Catedral de Palermo
Consorte Constanza de Aragón y Castilla
Yolanda de Jerusalén
Isabel de Inglaterra
Bianca Lancia
Descendencia Enrique VII
Conrado IV
Margarita de Sicilia
Constanza II
Manfredo de Sicilia
Dinastía Dinastía Hohenstaufen
Padre Enrique VI
Madre Constanza I de Sicilia

Federico II Hohenstaufen (Jesi, 26 de diciembre de 1194 - Castel Fiorentino, 13 de diciembre de 1250), llamado «stupor mundi», fue rey de Sicilia, Chipre y Jerusalén, y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Contenido

Vida

Fue nieto de Federico Barbarroja y Rogelio II de Hauteville y una de las figuras más interesantes de la historia universal por sus cualidades extraordinarias y su carácter excéntrico, distinto a los hombres de su época y adelantado a ellos en más de un sentido. Su personalidad, poco convencional, lo llevaba a romper de continuo con los usos y costumbres de la época, razón por la cual se le apodó ya en vida con el adjetivo «stupor mundi» (asombro o faro del mundo). Sus continuas desavenencias con el papado le valieron también el apodo de "Anticristo".

Infancia

Nacimiento de Federico II.

Nació el 26 de diciembre de 1194 en Jesi (Ancona, Italia). Era hijo de Enrique VI, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y de Constanza, hija de Rogelio II, primer Rey de Sicilia. Según algunas fuentes, su nacimiento fue público, ocurriendo en una tienda, en plena plaza principal de Jesi, mientras su madre era arropada por algunos notables de Enrique VI; según parece, la avanzada edad de Constanza, que durante los ocho años previos se había mostrado estéril, sentaban dudas sobre la legitimidad de Federico, por lo que el nacimiento se habría celebrado de ese modo, a fin de establecer garantías sobre el origen del niño.

Enrique VI, en un primer momento, parece aceptar la elección de la mujer y con el nombre de Constantino, en el verano de 1196, el pequeño fue electo Rey de los Romanos por los príncipes alemanes, en la Dieta Imperial de Francfort. Algunos meses más tarde, llegado el tiempo de la ceremonia bautismal, celebrada en Asís, el nombre del futuro soberano fue cambiado por el padre que, respetando la prioridad de la casa paterna en aplicación de la ley sálica, decide la asignación del nombre "in auspicium cumulande probitatis", de Friedric Roger Constantine; "Federico" para indicarlo en la futura guía de los príncipes alemanes como nieto de Federico Barbarroja, "Roger" para subrayar la legítima pretensión a la corona del Reino de Sicilia como descendiente de Rogelio II de Sicilia y "Constantino" para acomunarse con la Iglesia de Roma, que en el medioevo indicaba la fuente de la propia autoridad terrena. Aquella fue la segunda y última ocasión en que Enrique VI vio a su hijo.

Federico nacía ya pretendiente de muchas coronas: si bien la imperial no era hereditaria, Federico era un válido candidato a Rey de romanos (el título electivo de los sucesores electos del Sacro Emperador) que comprendía también las coronas de Italia y de Borgoña. Estos títulos aseguraban derechos y prestigio, pero no daban un poder efectivo, faltando en estos Estados una sólida estructura institucional controlada por el soberano. Estas coronas daban poder sólo si se era fuerte, de lo contrario sería imposible hacer valer los derechos reales sobre los feudatarios y sobre las comunas. Aparte, por vía materna había heredado la corona de Sicilia, donde en cambio existía un aparato administrativo bien estructurado para garantizar que la voluntad del soberano fuese aplicada, según la tradición de gobierno centralizado.

Al morir su padre, Enrique VI en 1197, Federico se encontraba en Italia con la intención de cruzar hacia Alemania. Al llegar la noticia, el guardián de Federico, Conrado de Spoleto, abortó la expedición y llevó al niño a Palermo junto a su madre, donde permanecerá hasta el término de su educación. Su madre Constanza era por derecho propio heredera del reino de Sicilia, y para asegurar los derechos de su hijo lo nombró públicamente heredero al trono de Sicilia nada más llegar. La educación en Sicilia fue un elemento fundamental para formar su personalidad, debido a la civilización normando-árabe-bizantina presente en Sicilia.

La unión de los reinos de Alemania y de Sicilia no era vista con buenos ojos ni por los normandos, ni por el papa, que con los territorios que por diverso título componían los Estados Pontificios poseía una línea que habría interrumpido la unidad territorial del gran reino, haciéndolo sentir en consecuencia rodeado.

A la muerte de su madre, Federico fue coronado Rey de Sicilia el 17 de mayo de 1198. Como quiera que los derechos imperiales del niño podían comprometer su propia vida, su madre nombraba en su testamento como tutor del niño al Papado. Así, el papa Inocencio III se encargó de la tutela de Federico hasta que fue mayor de edad. A fin de proteger al inexperto Rey contra sus enemigos, el papa le indujo a que se casara en 1209 con Constanza de Aragón y de Castilla, viuda del Rey Emerico de Hungría.

Emperador

Otón de Brunswick fue coronado emperador como Otón IV por el papa Inocencio III en 1209, con la esperanza de acabar con la hegemonía de la casa de Hohenstaufen; la enemistad del papado con el padre de Federico, Enrique VI, y su abuelo, Federico Barbarroja, había sido notoria, al chocar las pretensiones imperiales de los Hohenstaufen con las papales, que pasaban por crear en Europa un gobierno teocrático central con el papa a la cabeza. Sin embargo, Otón IV no se mostró como el campeón papal esperado, y en septiembre de 1211 la Dieta Imperial de Núremberg decidió confirmar a Federico como Rey de los Romanos, esto es, candidato electo para suceder a Otón IV. Otón se había enemistado con los tres arzobispos electores del Sacro Imperio (los de Maguncia, Colonia y Tréveris) y al pretender retomar, ahora para la casa de Brunswick, el proyecto imperial de los Hohenstaufen, el papado lo había marcado como enemigo, e Inocencio III lo había excomulgado. Sin embargo, pudo mantener su posición hasta que fue derrotado en la batalla de Bouvines en el mes de julio de 1214 por las fuerzas del Rey Felipe II de Francia. Fue depuesto en 1215.

Federico fue de nuevo elegido en 1212, y coronado Rey de Romanos el 9 de diciembre de 1212 en Maguncia; una nueva ceremonia de coronación tuvo lugar al ser depuesto Otón IV en 1215. La autoridad de Federico en Alemania era débil, como lo demuestran las continuas confirmaciones de su elección. Sólo el sur de Alemania, donde se encontraban sus territorios patrimoniales (Suabia) lo reconocía con algún grado de adherencia a su causa; en el norte de Alemania, centro neurálgico del poder güelfo, Otón seguía ostentando el poder real e imperial pese a su excomunión. No obstante, su derrota en la batalla de Bouvines lo obligó a retirarse al núcleo güelfo donde, prácticamente sin ningún apoyo, fue asesinado en 1218. Los príncipes electores alemanes, apoyados por Inocencio III, volvieron a confirmar una vez más a Federico como Rey de Romanos en 1215, y el propio papa lo coronó rey en Aquisgrán el 23 de julio de 1218. La política papal, por aquél entonces, había pretendido hacer de Federico un vasallo fiel a su causa; sin embargo, Inocencio III no se sentía lo suficientemente cómodo defendiendo la candidatura imperial de Federico, quien al fin y al cabo era miembro de la familia Hohenstaufen, una «estirpe de víboras» que era apoyada por muchas facciones gibelinas contrarias a los intereses papales.

No fue hasta 1220 cuando, tras arduas negociaciones con Inocencio III y su sucesor Honorio III –que sucedió a aquél en 1216, y que había sido profesor del propio Federico–, Federico fue coronado Sacro Emperador Romano en Roma por el Papa, el 22 de noviembre de 1220. Al mismo tiempo, su hijo mayor, Enrique, fue coronado como Rey de Romanos. Las condiciones prometidas a cambio de la coronación fueron duras, e incluían condonar la deuda pontificia, renunciar a la condición de legado apostólico en el Reino de Sicilia, socorrer al Imperio Latino de Constantinopla y embarcarse en una cruzada hacia Tierra Santa, para recuperar los Santos Lugares. Federico, una vez coronado, no se mostró muy dispuesto a cumplir estas promesas, aunque habló de preparar una cruzada. Por su parte, casó a una hija suya con el emperador de Nicea, lo cual demostró a las claras su poco interés en socorrer al Imperio Latino de Constantinopla.

Federico no daba signo de querer abdicar al Reino de Sicilia, pero mantiene la firme intención de tener separadas las dos coronas. Alemania la dejaba a su hijo, pero, en cuanto emperador, mantenía la suprema autoridad. Habiendo crecido en Sicilia es probable que se sintiese más ítalo-normando que alemán, pero sobre todo conocía bien el potencial del reino siciliano, con una floreciente agricultura y ciudades grandes y con buenos puertos, además de la extraordinaria posición estratégica en el centro del Mediterráneo.

A diferencia de la mayoría de los Emperadores del Sacro Imperio, Federico pasó poco tiempo en Alemania. En 1218 ayudó a Felipe II de Francia y al duque de Borgoña, Eudes III a acabar con la guerra de sucesión en la Champaña, al invadir la Lorena, capturando y quemando Nancy, donde tomó prisionero a Teobaldo I de Lorena, y obligándolo a que retirara su apoyo al pretendiente champañés Erard de Brienne. Tras su coronación en 1220, Federico apenas si volvió a salir de Italia hasta 1236, salvo para la Sexta Cruzada. En 1236 realizó un viaje de un año a Alemania, y a su regreso en 1237, pasó el resto de su vida, 13 años, en el sur de Italia o en Sicilia.

En el Reino de Sicilia (usualmente llamado en aquél tiempo el Regnum), que por aquél entonces comprendía también el sur de Italia hasta la Campania, realizó un intensa y a veces impopular labor de reformas. Reformó las leyes de su abuelo Rogelio II de Sicilia, promulgando las Constituciones de Melfi en 1231; en ellas se reorganizaba el reino de Sicilia como una monarquía autoritaria, con un gobierno centralizado, renegando del feudalismo. Estas leyes continuaron siendo, con unas mínimas reformas, las leyes básicas de Sicilia hasta 1819. Por cierto que ciertas nuevas leyes contradecían su promesa al papa de renunciar a la legatura apostólica sobre el reino, que le daba derecho a controlar los asuntos eclesiásticos y a deponer y nombrar clérigos y obispos. De hecho, sus continuas refriegas con el papado en la forma de las luchas entre güelfos (pro-papales) y gibelinos (pro-emperador), sobre todo en el norte y sur de Italia, lo llevaron a promulgar nuevos impuestos y a elevar los antiguos en el Regnum, lo que aumentaron su impopularidad.

En general, sus asuntos lo alejaban de su capital, Palermo, y prefería pasar los momentos de asueto cazando en Campania o en Apulia. Durante este períodose hizo construir, como pabellón de caza, Castel del Monte y, como patrón de las letras fundó en 1224 la Universidad de Nápoles, ahora llamada Università Federico II en su honor.

Confederación con los Príncipes Eclesiásticos

El Tratado de la Iglesia con el Príncipe, o Confoederatio cum principibus ecclesiasticis, del 26 de abril de 1220 fue emanado de Federico II como concesión a los obispos alemanes para tener su colaboración en la elección de su hijo Enrique como Rey de Alemania. El documento representa una de las más importantes fuentes legislativas del Sacro Imperio Romano Germánico en el territorio alemán.

Con este acto Federico II renuncia a un cierto número de privilegios reales en favor de los príncipes-obispos. Fue un verdadero cambio en el equilibrio del poder, un nuevo diseño que debía llevar a mayores ventajas en el control de un territorio vasto y lejano.

Entre los muchos derechos adquiridos, los obispos asumieron el de acuñar moneda, decretar impuestos y construir fortificaciones. Además, éstos obtuvieron también la facultad de instituir tribunales en sus señoríos y de recibir la asistencia del rey o del emperador para hacer respetar los juicios emanados en los territorios en cuestión. La condena de una corte eclesiástica significaba automáticamente una condena y una punición de parte del Tribunal Real o Imperial. Es más, una excomunión se traducía automáticamente en una sentencia como criminal de parte del tribunal del Rey o del Emperador. El ligamen entre el tribunal del Estado y el local del Príncipe Obispo se soldó indisolublemente.

La emanación de esta ley se relacionaba directamente con la posterior Statutum in favorem principum que sancionaba similares derechos para los príncipes laicos. El poder de los señores aumentaba, pero crecía también la capacidad de control sobre el territorio del imperio y sobre las ciudades. De este modo, Federico II sacrificó la centralización del poder para asegurarse una mayor tranquilidad en la parte continental del Imperio mismo, de modo de poder volver su atención sobre el frente meridional y mediterráneo.

Federico pudo entonces dedicarse a consolidar las instituciones del Reino de Sicilia, estableciendo dos grandes asentamientos en Capua y en Messina (1220-1221). En aquellas ocasiones reivindicó que cada derecho regio confiscado en el pasado a diverso título a los feudatarios deviene inmediatamente reintegrado al soberano. Introduce además el Derecho Romano, con la accesión de Justiniano reelaborada por la Universidad de Bolonia. En Nápoles fundó la Universidad en 1224, de la cual salió la mayoría de los funcionarios en grado de servirlo, sin que sus partidarios tuvieran que ir hasta Bolonia para estudiar. Favoreció también la antigua y gloriosa escuela médica salernitana.

La Sexta Cruzada

Artículo principal: Sexta Cruzada
Federico II negocia con Al-Kamil.

Ya el papa Honorio III había ordenado a Federico que fuera a las Cruzadas como penitencia. El emperador había asentido, pero había ido demorando la partida, lo que le valió la excomunión en 1227. El nuevo papa, Gregorio IX, mucho menos condescendiente que el débil Honorio III, llegó a calificar a Federico de Anticristo, y predicó un infructuosa cruzada contra él, que fue rechazada de lleno por el resto de monarcas europeos, al considerar que, aunque excomulgado, Federico seguía siendo cristiano. La ruptura con el papado era evidente, y las acciones de Federico en Sicilia lo confirmaban. En 1225 Federico había contraído de nuevo matrimonio, esta vez con Yolanda de Jerusalén, heredera al trono del Reino de Jerusalén. A fin de hacer valer los derechos de su esposa, consiguió deponer al entonces rey titular Juan de Brienne y ser reconocido él mismo como Rey de Jerusalén a partir de 1225.

Pese a ello, Federico, que nunca dispuso de un gran número de tropas, no se decidía a marchar a Tierra Santa. Cuando Gregorio IX lo excomulgó en 1227, había amagado con partir hacia Palestina, pero había cancelado su expedición en último momento aduciendo haber caído enfermo, algo que no convenció al Papa. Finalmente, aprovechando un momento de debilitamiento del poder musulmán en Oriente Próximo, Federico partió hacia Palestina en 1228 sin la bendición papal. Este acto fue visto por el papado como una provocación, pues se realizaba sin su consentimiento y por parte de un excomulgado; por todo ello, lo volvió a excomulgar.

En Tierra Santa, el sultanato egipcio Ayubí se encontraba una posición política comprometida: sus parientes y rivales de Siria y Mesopotamia amenazaban con una guerra, por lo que consideraba peligroso comenzar una nueva contienda con las potencias occidentales. Por ello, Federico, con un reducido ejército, consiguió reconquistar Chipre, que se encontraba en un estado de anarquía tras el colapso del poder cruzado. En Tierra Santa, y gracias a la ayuda de su consejero, el maestre de la Orden Teutónica, Hermann von Salza, firmó una tregua de diez años con el sultán ayubí Al-Kamil a cambio de la posesión, en realidad, de modo nominal, de los Santos Lugares Cristianos, entre ellos Nazaret, Belén y Jerusalén, exceptuando los lugares santos para el Islam. Tras firmar un armisticio de diez años con el sultán, fue coronado rey de Jerusalén el 18 de marzo de 1229.

Esto, de nuevo, fue una provocación para el papado, puesto que, en el ínterin, su esposa y legítima reina, Yolanda, había muerto, dejando el reino a su único hijo, Conrado. Así, Gregorio IX no respondió a estos éxitos con la absolución de Federico, sino que declaró que las acciones del emperador en Tierra Santa no podían calificarse como guerra santa al continuar estando excomulgado, y procedió a liberar a los cruzados del voto de obediencia al Emperador. Los logros de Federico II en Tierra Santa fueron bastante precarios, y dependían más de la coyuntura política árabe que del poderío cristiano; no pudo evitar los enfrentamientos entre las Órdenes Militares y los barones locales, ni entre venecianos y genoveses, que asolaban la costa de oriente próximo.

Por su parte, en 1229 tuvo noticia de que el Papa, junto a la Liga Lombarda de mayoría güelfa, planeaban invadir el reino de Sicilia; su propio hijo Enrique, regente suyo en Alemania, se había proclamado rey con el consentimiento papal, y reclamaba los dominios de su padre. Abandonó la cruzada y regresó apresuradamente a Italia.

Lucha contra el papado

Tras desembarcar en Brindisi, Federico logró derrotar a las fuerzas pontificias y lombardas, expulsándolas de los territorios imperiales. Firmó en 1230 la Tratado de San Germano, por la que el Emperador aseguraba a la Iglesia sus posesiones territoriales a cambio de que el Papa revocara su excomunión. Tras esta contienda, Federico, con el apoyo de las ciudades gibelinas de la Toscana (Pisa y Siena) y la Lombardía (Verona y Piacenza) consiguió un cierto dominio de Italia.

Esta paz fue, sin embargo, muy efímera. Por la diferente forma de concebir el papado y el pontificado entre Gregorio IX y Federico II, un nuevo enfrentamiento era ineludible. Así, cuando en 1237 las tropas imperiales derrotaron a la Liga Lombarda en la batalla de Cortenueva, el Papa encontró la excusa para volver a excomulgar a Federico en 1239. Inmediatamente ordenó una cruzada contra el emperador, e intentó infructuosamente que los príncipes alemanes eligieran un nuevo rey y convocó un concilio en Roma para 1241.

Federico anunció, por su parte, su oposición total a la celebración de un concilio que no tenía otra motivación que la de su deposición y sustitución, por lo que ordenó a sus tropas que apresaran a todos los que viajaran a Roma con la intención de participar en el mismo. La detención y encarcelamiento de más de cien clérigos impidió la celebración del sínodo. Poco después fallecía Gregorio IX.

Elegido Inocencio IV como nuevo papa, Federico envió emisarios para acordar la paz, pero sin renunciar a su poder e influencia en las decisiones eclesiásticas. Inocencio IV exigió de Federico el reconocimiento del daño que había causado a la Iglesia. Finalmente llegaron ambas partes a un acuerdo el 31 de marzo de 1244. En el mismo se restituía a la iglesia en sus posesiones, especialmente los Estados Pontificios, y se liberaba a los prelados favorables al Papa que mantenía presos. Aunque había firmado la paz con él gracias a la mediación del rey de Francia, se sintió incómodo en Italia por la presencia de la milicia imperial y decidió refugiarse en Lyon con el apoyo de los genoveses.

Inocencio IV convocó, nada más llegar a la ciudad, el 3 de enero de 1245 el Concilio de Lyon pese a la oposición del emperador. Sintiéndose fuerte, Inocencio procedió a acusar a Federico de usurpar y oprimir los bienes de la iglesia, y terminó por excomulgarlo el 17 de julio del mismo año, por no organizar una nueva Cruzada.

La batalla de Parma

Sarcófago de Federico II
Catedral de Palermo.

Federico organizó tropas para enfrentarse al papado. Inocencio IV, por su parte, pretendió organizar una cruzada contra el propio emperador movilizando a los príncipes alemanes. En ese camino pretendió la elección de Enrique Raspe y, aunque éste fue proclamado Emperador el 22 de mayo de 1246, nunca fue reconocido como tal. Al mismo tiempo provocó el alzamiento contra el emperador de muchas ciudades del norte de Italia. Obtuvo una importante victoria el 18 de febrero de 1248 en la batalla de Parma, al capturar por sorpresa las tropas papales el campamento imperial.

No tomó parte en esta última campaña. Federico había estado enfermo y probablemente se sentía cansado. Murió pacíficamente, vistiendo el hábito de un monje cisterciense, el 13 de diciembre de 1250 en Castel Fiorentino cerca de Lucera, en Apulia, después de un ataque de disentería [cita requerida].

Stupor mundi

Fue conocido en su tiempo como «stupor mundi» (pasmo del mundo) por su carácter excéntrico y heterodoxo y por sus conocimientos. De él se dice que hablaba nueve lenguas y escribía en siete, a diferencia de otros monarcas de su época, muchas veces analfabetos. Su curiosidad intelectual lo llevó a profundizar en la filosofía, la astronomía, las matemáticas, la medicina y las ciencias naturales. En 1224 fundó la Universidad de Nápoles.

Además mandó construir el Castillo del Monte en Apulia.

Escribió algunos libros de origen científico. Uno de los más conocidos es De arte venandi cum avibus, que es un tratado de cetrería.

Se dice que, en su interés por dilucidar cuál era la lengua originaria de la humanidad, ordenó aislar a un bebé de todo contacto verbal, esperándose que el niño, al crecer sin haber oído nunca a nadie hablar en ningún idioma, aprendiera espontáneamente a hablar en la lengua original de la Humanidad, que Federico sostenía que era el hebreo. El experimento fracasó porque las ayas del niño lo enseñaron a hablar a escondidas. Su carácter fue tildado de extravagante, despreciando todas las convenciones sociales de la época, tales como las relaciones de vasallaje, el concepto de honor, etc. Esto, a largo plazo, le causó graves problemas políticos, al ser visto como un posible socio poco de fiar.

Estimando a fondo la célebre obra legislativa de Federico II, se observa, sin embargo, que no es tan revolucionaria como parece y que se asienta de hecho en la obra de sus predecesores normandos.

Nupcias y descendencia

  • Enrique II de Suabia (1211-1242), rey de romanos.
  • Tercera esposa: Isabela de Inglaterra (1214-1241), hija del Rey Juan de Inglaterra
  • Margarita de Sicilia
  • Hijo ilegítimo de Adelaida Enzio:
  • Enzio de Cerdeña
  • Hija ilegítimo de Richina de Wolfs'oden:
  • Margarita de Suabia
  • Hijo ilegítimo de Matilde de Antioquía:
  • Federico de Antioquía


Predecesor:
Enrique VI
Rey titular de Romanos
1196 - 1198
Sucesor:
Felipe de Suabia
Predecesor:
Otón IV
Rey de romanos
1212 - 1215 Rey rival
1215 - 1220 Rey legítimo
Sucesor:
Enrique (VII)
(1220-1235)
y Conrado IV
(1237-1254)
Predecesor:
Otón IV
Imperial Crown of the Holy Roman Empire.jpg
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
1220 - 1250
Sucesor:
Enrique VII
Predecesor:
Constanza I
Armoiries Manfred de Sicile.svg
Rey de Sicilia
1198 - 1250
con Enrique II (1212–1217)
Sucesor:
Conrado
Predecesor:
Yolanda
(1212–1228)
Armoiries de Jérusalem.svg
Rey de Jerusalén
1225 - 1228
Sucesor:
Conrado II
Predecesor:
Otón IV
Duque de Suabia
12121216
Sucesor:
Enrique II

Véase también

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