Emilio y Duncan Wagner

Emilio y Duncan Wagner

Emilio y Duncan Wagner

Los hermanos Emilio y Duncan wagner fueron dos franceses que a partir de sus descubrimientos arqueológicos a principios del siglo XX, propusieron al mundo una nueva teoría científica. Esta fue la de la Civilización Chaco-Santiagueña. Los miles de restos arqueológicos encontrados en la región de Icaño y los departamentos Avellaneda, Matará y Robles, los llevaron a fundamentar esta tesis presentada en los principales claustros científicos hacia 1930.

Apoyados moralmente por el gobierno de Francia, este les otorgó la Legión de Honor en el grado de Caballeros por sus hallazgos científicos. Habían obtenido ya, por la misma razón, el Premio “Prat“ (Medalla de Plata) de la Sociedad de Geografía Comercial, de París y la Medalla Buffon, del Museo de Historia Natural de París.

La tesis de los Hermanos Wagner es que existió en la región de Santiago del Estero y posiblemente Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy (denominado por los sociólogos N.O.A. Cultural), de Argentina, una civilización milenaria cuyos productos culturales igualaban o superaban en algunos casos a los provistos por las civilizaciones cretenses y griegas neolíticas.

La teoría de los Hermanos Wagner ampliaba sus afirmaciones al considerar posible que esta cultura haya influido inclusive en antiguas civilizaciones de Oriente Medio y Europa, en tiempos prehistóricos. Sus concepciones se sustentan en la convicción de que hace unos 50.000 años o más atrás en el tiempo los continentes del mundo estaba unidos, y era posible dirigirse por tierra, en largas emigraciones, desde un extremo a otro de la Tierra.

El actor principal de las investigaciones fue don Emilio Wagner, de profesión entomólogo, quien fascinado por los hallazgos arqueológicos que encontró en Icaño, Santiago del Estero, compró un inmenso predio donde vivió toda su vida, desde sus 32 años, casándose con una lugareña con quien dejaría descendencia local. Unos veinte años más tarde se le sumó su hermano, aunque como eran muy unidos, nunca dejaron de estar en contacto permanente, Emilio en Santiago del Estero, Duncan en diferentes ciudades de Brasil, donde desarrollaba actividades empresariales.

La teoría de la Civilización Chaco Santiagueña halló un importante eco en ámbitos científicos principalmente europeos, ya que en la Argentina las universidades la miraron con desconfianza y tendieron a ignorarla. Pese a ello, los Hermanos Wagner consiguieron apoyo suficiente como para dejar sus investigaciones consignadas, en varios libros, de primorosa edición, donde se presentan en láminas a todo color reproducciones de las obras artísticas aborígenes encontradas.

También dieron real entidad al Museo Arqueológico de Santiago del Estero, del cual fueron director y vice director, convirtiéndolo con sus contribuciones en uno de los más importantes de Latinoamérica y posiblemente del mundo. Luego de su muerte, fueron injustamente arrumabados en el olvido, y sus teorías jamás profundizadas como se lo merecían.

Biografía

Emilio Roger Wagner había nacido en Ormiston, Escocia, de padre francés y madre polaca, en 1868. Hizo sus estudios secundarios en St. Michel, de Friburgo, Suiza. Más tarde estudió en la Academia Militar de Saint Cyr – L´Ecole, de donde egresó como oficial del Cuerpo de Dragones.

“La vocación por el estudio de las ciencias naturales –dice su hermano Duncan– y el amor por la belleza y la antigüedad han sido para mi hermano y para mí cuestión de herencia: la hemos bebido, puede decirse al mismo tiempo que la leche materna”.

Según esas breves precisiones autobiográficas, su abuelo materno “el conde Juan Mickiewicz, que siendo joven conoció a Goethe en su olímpico retiro de Weimar”, obtuvo “de la frecuentación a este ilustre escritor apasionado por la botánica, y de los grandes profesores del Jardín del Rey, transformado en Museo de París […] un vivo gusto por esas ciencias de por sí tan atrayentes”.

De estas relaciones juveniles viene –según Duncan– que el conde (su abuelo) “instalara bajo el cielo poco propicio de Varsovia, tibios invernaderos, tan espaciosos como para que las grandes palmeras y otras muestras de flora tropical se encontrasen cómodas. Fue de los primeros en poseer en esas tierras boreales, soberbias colecciones de orquídeas de las Indias de la América del Sud”.

Duncan dice que el abuelo materno era un “gran señor agricultor, industrial y armador”, a la vez que “coleccionista entusiasta de antigüedades de la época clásica y del Renacimiento”. Su fuente de recursos provenía de ricas minas de oro y piedras preciosas que poseía en “el Ural”. Estas industrias “le habían permitido lo mismo que ir a buscar a Carrara y a Paros los mármoles para su palacio de Varsovia, hacer venir de Cuba todo un cargamento de tierra vegetal extraída de las vírgenes florestas de esta isla de clima tropical, a fin de asegurar a sus plantas y flores preferidas las condiciones de existencia más favorables”.

Del abuelo paterno, Carlos Raúl Wagner, Duncan dice que “era a la par escultor, esmaltador y cincelador”. Dedicado a la orfebrería “renovó asociado a Maurice Froment los métodos envejecidos de la joyería de arte francesa, caída desde la Revolución y el Primer Imperio en lo banal, lo convencional y lo monótono”. Amigo de Honoré de Balzac, el prolífico escritor comparó a Carlos Wagner con Benvenuto Cellini. Duncan recuerda de su infancia junto a su hermano Emilio haber admirado “sus colecciones de estampas y de mármoles antiguos, que había reunido en sus viajes por Italia, Grecia y Egipto”.

Luego de haber hablado de su hermano Emilio y sus ancestros inmediatos, Duncan nos deja apenas cinco líneas referidas a sí mismo. Atraído en la adolescencia por la historia, se dejó llevar muy pronto por “otras inclinaciones más vivas […], seducciones de los trabajos artísticos y literarios y sobre todo ambiciones de riqueza y poder”, además de “gusto por la aventura en todas sus formas”.

Entonces vuelve a su hermano, para decir: “No ocurrió lo mismo con Emilio, el futuro explorador de la Mesopotamia y del Chaco de Santiago del Estero. En él su inclinación al estudio de la naturaleza” se convirtió en “una verdadera pasión, destinada a ejercer una influencia decisiva sobre el curso de toda su existencia”.

Su hija Haydee dice que don Emilio Negaba cualquier relación con el músico alemán Richard Wagner. Para acentuarlo aseguraba, incluso, que su apellido se pronunciaba “Vagnég”, es decir, era netamente francés. Ocurre que don Emilio sentía, también, algo de aversión hacia los alemanes. Quizá las raíces de ello, fuera que su origen familiar paterno provenía de la región Alsacia-Lorena, como se sabe largamente asolada por los ejércitos alemanes.

A los 27 años Emilio Wagner parte con su hermano a Sudamérica. Interesado inicialmente por la entomología, el gobierno de Francia lo apoya en sus investigaciones designándolo Encargado de Misión del Museo Nacional de Historia Natural de París. En 1895 los Wagner recorren Santa Fe; en 1889, Tucumán, y poco después, Santiago del Estero. ¿Qué sucedió en el alma de Emilio, al ingresar a los por entonces tupidos bosques santiagueños? No podríamos decirlo. Lo cierto es que desde entonces no abandonaría jamás esta región. Luego de su primera visita, en que alcanza a recorrer Icaño, tierra de tonocotés, lules y comechingones, seguirá su viaje: pero ya ha herido su imaginación, de un modo singular, el espíritu de esta selva.

Parte para Misiones, donde recorre el Río Iguazú y la Banda Brasileña (1892), sigue junto a su hermano por los estados de Santa Catalina y Paraná, las Sierras del Mar y de Mantequeira y el sertâo del Río Negro, en el Brasil (1893). Enseguida, Emilio y Duncan regresan a Misiones, de donde parten para el Contestado brasileño, surcan el Río Uruguay, el Río Alto Uruguay y el río San Antonio (1894). Continúan por el río Alto Paraná en el Paraguay (1894), para regresar nuevamente a Misiones (1895). Otra vez en Brasil, recorren los estados de Santa Catalina y de Paraná, además de los de Sierra del Mar, Sierra Verde, río Carabatao, y Lapa Campos de Carapaava (1896). En 1898 los hermanos Wagner reconocen El Chaco y de allí pasan, otra vez, a Santiago del Estero. Emilio recorre el río Salado y queda prendado para siempre de sus bosques y sus aguas. Decide entonces quedarse aquí. Todavía efectúan expediciones a Sierras de los Órganos, la Tijera, los Tres Hermanos y Laguna de Moranguy Grande, en Río de Janeiro, Brasil (1899). Su hermano en esa etapa preferiría quedarse en Brasil, donde muy pronto lo encontramos afanado en empresas industriales relacionadas con la Energía Eléctrica.

Emilio compra en 1.900 Mistol Paso, y aquí comienza la principal aventura de su vida. “¿Qué raro misterio influye, qué razón poderosa le ata a esta tierra, en la que más tarde había de descubrir uno de los tesoros arqueológicos más importantes de América?”, dice de él Di Lullo, que lo conoció: “Icaño era su pasión. Cultiva la tierra, realiza obras hidráulicas para levantar el agua del río, que, ahí al borde de la casa que construye, se desliza, hondo y manso, cubierto de una densa siembra de árboles. Allí, vive”.

En Icaño

Hacia 1902 encontramos pues a Emilio otra vez en Icaño, construyendo lo que sería su lugar en el mundo. Pese a esta decisión, no deja de viajar con su hermano Duncan, todavía enfrascados en investigaciones principalmente entomológicas. Así, recorren Santa Fe, el río Las Garzas (1903); río Rabón y Loma Negra, en Brasil (1904) y es entonces cuando Emilio regresa a Santiago del Estero para terminar su casa y montar su explotación agropecuaria en Mistol Paso.

Es en esta etapa de su vida, a los 36 años, que comienza a gestarse en su imaginación el esquema de su tesis antropológica, llamada a revolucionar las ideas de entonces. Admirado de los fragmentos de vasijas antiguas y otros enseres de altísima calidad estética, que encuentra casi en cada lugar donde excava en Mistol Paso, se figura que estos dibujos no podrían haber sido efectuados por “salvajes crinados cubiertos con pluma de avestruz”, como se describía por entonces a los nativos con desprecio. “Estas obras de arte –piensa Wagner– son semejantes a las creadas por el neolítico helénico, incluso superiores”.

Su hermano Duncan describe así este momento:

“Mientras contemplaba (Emilio) los túmulos que diseñan en el horizonte su perfil más o menos acentuados e interrumpen algo la monotonía de los paisajes formados por planicies cortadas por extensiones boscosas como sucede en el interior de la provincia de Santiago del Estero, su interés se vio vivamente solicitado por los fragmentos de vasos pintados de vivos colores que él hollaba con su planta. Los resultados de las primeras excavaciones le permitieron enviar al Museum de Paris cierto número de piezas de cerámica, algunas marcadas con el sello de rara y original belleza”. Según Duncan, las autoridades del Museum de Paris “le rogaron proseguir esas investigaciones”.

Allí comenzaría entonces una verdadera maratón, no exenta de sinsabores, entre obtener las pruebas con valor científico que sostuvieran su magnífica tesis, cosa no poco trabajosa, para la cual debía pasarse horas explorando, sin remuneración alguna, y las exigencias de la imprescindible subsistencia cotidiana. El estallido de la Primera Guerra Mundial lo coloca ante la disyuntiva ética de acudir en defensa de su país o quedarse, o proseguir con sus fascinantes investigaciones y construcción del espacio paradisíaco donde había decidido fundar su hogar. La decisión que toma define claramente su alta dimensión moral: parte hacia su Patria, donde se alista como oficial voluntario. Confía el cuidado de todos sus bienes a un amigo que se presentaba como entrañable, Napoleón Taboada, un abogado de Santiago. Cuando regresa, eufórico por la victoria francesa, encuentra que su ganado ha desaparecido: fue llevado a una estancia de los Taboada, en Pinto, y por manejos inadecuados, no existe más. “Las pocas vacas que quedaron, están todas engusanadas”, le contó Miguel Aymeric, su principal colaborador. Y su “amigo del alma”, le presenta además una situación equívocamente peligrosa, en la cual cae, llevado por su bonhomía e ingenuidad.

Supuestamente el alemán Otto Wulff había reclamado el pago de $ 200 de entonces por alquileres atrasados de un médico italiano, amigo de Emilio, a quien saliera de garante. Parece que al alemán lo impulsaba también animosidad política, dados los enconos de guerra por los cuales Emilio había partido hacia Europa a luchar contra el país del demandante. Entonces Taboada, en vez de arreglar el litigio con un acuerdo (con vender dos vacas de las centenares que había podría habérsele pagado, dice la hija de Wagner), decide litigar contra él en los Tribunales de Santiago. Gana el juicio, supuestamente, eximiendo a Emilio de pagar la deuda de su ausente amigo italiano y “salva su buen nombre y prestigio”. Pero la regulación de honorarios por tal “defensa” arroja a favor de Taboada la bonita suma de… ¡$ 25.000!...

La hija del sabio Emilio Wagner narra, en dolida crónica todavía inédita, detalles de la sinuosa operación:

“Según Aymeric me expresó” dice Haydée Wagner, “Taboada aprovechó muy bien la euforia de don Emilio que volvía de ganar la guerra expulsando a los invasores de su Patria. Entonces lo hizo transferir la propiedad, en prenda por sus honorarios, sin más, cosa que don Emilio hizo pensando que alguna vez la recuperaría. Nunca pudo aunque hasta los últimos años de su vida lo deseara, según Canal Feijóo, que estaba en esos trámites cuando don Emilio falleció en 1949”.

Pese a ello, Taboada permitió (con sospechosa generosidad, según la hija de Wagner) que don Emilio habitara en la propiedad, supuestamente hasta que pudiera juntar la cantidad necesaria para recuperarla. Esta prenda maldita debe de haber envenenado amargamente toda la vida del sabio. ¡Cuántas veces en sus sacrificadas expediciones a la selva, con un solo caballo donde cargaban los enseres de excavación con su hermano, habrá vuelto a su mente esa preocupación constante, principalmente por el futuro de su familia!... En carta a Canal Feijóo, sintiendo ya acercarse el ocaso de su vida, don Emilio prácticamente implora a Gaspar Taboada, administrador de esa linajuda familia, para recuperar aunque más no fuera por caridad la posesión plena de su campo en Mistol Paso. “Quiero que te entiendas con Canal Feijóo” dice por carta a Taboada fechada en diciembre de 1946 “para ver si me hacen condiciones y precio acomodado para que pueda comprarles Mistol Paso, ya que deseo aprovechar el año lluvioso y mis últimos años de actividad, y buscar resucitar mi antiguo nido para tener en donde descansar en paz, y dejar un hogar a mi hijita Haydée, que es todo lo que queda de mí y de mi otra familia. ¡Vos sos archimillonario y Napoleón está muy, muy bien!”, señala, en una apelación que –como se vería luego de su fallecimiento– no obtendría más que las típicas respuestas elusivas a que son tan afectos árabes e hispánicos santiagueños. Pero que ocultan una voluntad de rapiña implacable, pues la familia sería finalmente despojada de todas sus propiedades.

Pero volvamos a 1918: finales de una guerra victoriosa para Francia y Emilio, veterano oficial triunfante, con 50 años de edad, sólo está obsesionado por aplicar todas sus fuerzas a recuperar los años invertidos en el campo de batalla europeo. Le importa casi únicamente la investigación científica. Monta como puede una explotación de alfalfa, con sus propias manos construye centenares de cajones para criar abejas, destinadas a la producción de miel. Arregla las enfardadoras, construye galpones para almacenamiento, abre canales para riego, iniciándolos en el río. Mas anhela con ansiedad, únicamente, encontrar suficientes piezas arqueológicas, que apuntalen su teoría científica, y escribir los libros que leguen estos extraordinarios hallazgos a la posteridad.

Un gabinete científico en medio de la selva

Apenas al volver de la guerra, Emilio Wagner buscó a una joven santiagueña que había conocido en Icaño, para proponerle unir para siempre sus existencias. Sólo tomándose el tiempo suficiente para terminar de reconstruir Mistol Paso, que había caído mucho después de la “administración” Taboada, se casaron. Eladia González era hija de un criollo icañense, hombre noble y sencillo, hachero que con su familia alquilaban su fuerza de trabajo para tareas forestales. El sensible francés había encontrado en ella aquél misterioso refinamiento, la bella irradiación de la tierra, que en ninguna otra mujer argentina, hasta entonces, percibiera. Y eso que él se había manejado, desde que llegase 20 años atrás, entre las clases que a sí mismas se denominan “altas”.

En todos los años que compartirían, desde allí, Eladia sería para Emilio la encarnación viva de su entelequia: la Cultura Chaco Santiagueña.

En 1923 les nació la primera niña, a quien bautizaron Adela. “Era tan bella que los vecinos de 100 leguas a la redonda venían a verla”, narraban luego de su fallecimiento, dos años después. Por algún misterioso sino de su existencia, Emilio y Duncan parecían destinados al dolor.

Pero como el piloto del esquife atrapado por la tempestad en alta mar, que se resiste a los furiosos embates del viento y el agua congelante aferrado al timón, Emilio quiso tener otra hija y junto a Eladia lo consiguió. En 1926 nació Haydee, quien los acompañaría hasta el final y más tarde sería la mejor garantía para que su lucha no se pierda.

Icaño era y tenía en los años 20 todo lo que un alma sensible necesitaba para ser feliz. Haydée –hoy con 81 años– recuerda las maravillosas tardes de otoño cuando con su padre y su madre salían a tomar el té sobre la leve gramilla en la ribera del Salado. “Poníamos un mantelito en el suelo”, cuenta, “mi madre destapaba las canastillas donde había masitas, bizcochos, palitos de miel, que había preparado... y en tacitas de porcelana, nos servía el té...”

Con el suave rumor del río como cortina armoniosa miles de pájaros tejían infinitos tonos musicales entre la floresta. “Los árboles eran tantos en Mistol Paso, tantos y tan tupidos”, cuenta doña Haydee “que formaban larguísimos túneles, sombrillas naturales sobre los caminos...”

El paseo hasta elegir un sitio donde tomar el té aquellas tardes era un delicioso transcurrir por sobre alfombras de hojas, “los algarrobos se juntaban en techo, los chañares, formaban larguísimas sombrillas amarillas protegiendo los caminitos”.

Tía Cecilia, una francesa casada con Duncan, reprochaba a la ya adolescente Haydee que una indiecita, a quien habían adoptado luego de salvarle la vida en Brasil, aprendiera francés y en cambio ella no. Pero Haydee aprendió quichua. A Haydee le interesaba más conocer la lengua de su madre que la de los europeos. No fue algo deliberado, sino natural. Allí aprendió quizás que el amor enseña más que la racionalidad. Pues más tarde sería autora del “Método Wagner”, de educación para los más pequeños, que enseñaría a leer a miles de niñitos santiagueños.

A su casa de Mistol Paso iban todo tipo de personajes, muchos de ellos extranjeros. A veces se hacían fiestas. Se escuchaba a Mozart, Vivaldi, Haendel, en tocadiscos a batería. Se hablaba de los abuelos de los Wagner, por parte de madre condes también de Ratziwill, aquellos que se rebelaron contra la dominación del zar, y fueron perdiendo casi todo por causa de esto.** “Por el lado de los Ratziwill vendríamos a ser también parientes de Jacqueline Kennedy”, dice doña Haydee Wagner. Pero cuando niña a ella sólo le importaba jugar junto al río, leer, y aprender las melodiosas palabras del quichua, que oía hablar también a su padre francés con los hombres que trabajaban el campo.

Wagner era un hombre de costumbres austeras, disciplinado, de mente pura, corazón noble y cuerpo sano. Durante horas podía hachar un gigantesco árbol, hasta derribarlo, solamente si lo necesitaba. Por lo general cuidaba hasta a las hormigas, en Mistol Paso no se debía tocar nada de lo natural, salvo que fuese estrictamente necesario. Cuando caía un árbol, por alguna tormenta, don Emilio lo quitaba de en medio; se lo utilizaba para leña, construcción de techos u otro fin, pero luego cuidaba amorosamente la raíz. “Vamos a dejarle este gajito, este gajito y este...” decía, mientras lo limpiaba “el pobre no tendrá fuerzas para los más grandes, después de lo que le ha pasado, pero de estos chiquitos se va a recuperar...” Y los árboles volvían a crecer, recuerda su hija con emoción.

Don Emilio cuenta con los títulos revalidados de Encargado de Misión y Enviado Especial y Representante del Museo de Historia Natural de París para la Argentina, Brasil y Paraguay, a los cuales se agrega en 1919 el de Encargado de Misión del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia en la América del Sud. Pero es poco probable que, además de abrirle puertas oficinescas, le hayan dotado de alguna suma que le alcanzara para sus investigaciones. Su hermano Duncan, en conferencia de 1932, se queja elípticamente de la carencia de recursos y apoyo oficial con que debieron efectuar sus trabajos científicos: “lo que la previsión y la perseverante voluntad del hombre mejor preparado para alcanzarlo no había logrado, un capricho de la suerte estuvo destinado a ponerlo de golpe al alcance de su mano”. Duncan describe este hecho fortuito, así:

“Una pequeña ocarina con sonidos más o menos melodiosos fue encontrada en el borde de un sendero del Chaco por un modesto leñador […] y en las proximidades algunos vasos pintados con brillantes colores. Este descubrimiento, de por sí insignificante, tuvo esta vez, el don de llamar la atención de la prensa local y de algunas notabilidades de la capital de la Provincia. Mi hermano se ofreció a verificar la verdad de los rumores esparcidos, los poderes públicos entraron en movimiento. Una pequeña suma fue puesta a disposición del director del Museo Arqueológico, las primeras excavaciones emprendidas se vieron coronadas del mayor éxito y desde entonces no fueron jamás completamente interrumpidas”.

Había recibido hasta entonces el desprecio de la comunidad universitaria argentina. “…ni el eco de las vibrantes y proféticas palabras pronunciadas […] por Francisco Moreno, ni la exclamación emocionada de Juan B. Ambrosetti” a favor de los descubrimientos de Wagner, “ni las palabras de Florentino Ameghino lamentándose de que la pequeña colección que había motivado el juicio hecho por Francisco Moreno «haya sido perdida para la ciencia», ninguna de esas manifestaciones de los grandes precursores de la arqueología argentina, había tenido la virtud de despertar el interés de los representantes de la ciencia oficial. El nombre de Santiago del Estero parecía que debía quedar para siempre fuera de los fastos del Americanismo”.

En 1927, Duncan Wagner, desilusionado de sus actividades empresariales en Brasil, había decidido unirse a la búsqueda apasionante de su hermano. Orestes Di Lullo pinta así al Duncan Wagner de esa etapa:

“Duncán, del secretariado de la Usina Central de Azúcar de Pojuca, Brasil, pasa a la publicaci6n de su libro Le Banquet. De la fundación de múltiples ingenios y colonias a la redacción de la Revista Franco-Brasileña. De la empresa comercial al estudio de la arqueología, con el mismo ahínco y la misma tenacidad de su espíritu inquieto. Y si fracasa en sus afanes industriales y se malogran sus propósitos, triunfa en cambio en vida de sus afectos más caros, en el mundo de la ciencia y de la cultura, ayudando a su hermano a salvar del olvido una de las civilizaciones más antiguas del continente”.

Por su parte, el publicista y explorador francés describe esos tiempos:

“…las primeras etapas de nuestro largo viaje han sido realizadas en las condiciones más modestas y menos confortables. Un pequeño grupo compuesto de cinco o seis hombres, a lo más conducido por mi hermano y yo, veteranos, es verdad de la maleza y de los bosques, era todo lo que constituía el personal de la Misión.

“En calidad de medio de transporte poseíamos por todo y para todo, un viejo caballo de buena raza criolla, valiente y servidor acostumbrado, como sus amos, a afrontar con ecuanimidad las rudas marchas y de un alimento casi siempre insuficiente, como de costumbre”.

El tesón y la fortaleza de estos hombres es proverbial. La escritora Clementina Rosa Quenel los encuentra saliendo de la tupida foresta, cubiertos de tierra hasta la cabeza, las manos partidas de tanto cavar, con la piel casi negra por el ardiente sol, pero en el rostro brillando como gemas sus azules ojos por el entusiasmo de los descubrimientos.

La Civilización Chaco Santiagueña

Por esa misma época, mediando los años 30, la suerte de los Wagner cambió. Debido a un acontecimiento fortuito –el hallazgo de pequeñas piezas arqueológicas en el Chaco, la participación de los Wagner en el discernimiento de su antigüedad y la repercusión mediática que había tenido el asunto–, algunos de los gobernantes santiagueños parecieron comprender la importancia del asunto y comenzaron a apoyar económicamente las investigaciones. Esto llenó de júbilo a los hermanos Wagner y pese a que eran cantidades mínimas las que recibían, jamás dejaron de mostrar su agradecimiento por poder dedicarse casi a tiempo completo a buscar los indicios de su amada Civilización Chaco Santiagueña.

Uno de sus sueños se concretó: en 1934 vio la luz la magnífica obra concebida durante esos treinta años de esfuerzo extraordinario. La Civilización Chaco Santiagueña “y sus correlaciones con las del Viejo y Nuevo Mundo”, calificado como “el libro más bello que se haya editado desde Santiago del Estero”, presentaba preciosas ilustraciones a todo color, con reproducciones exactas pintadas una a una, a mano, por Olimpia Righetti. El libro causó admiración. Una ola de fervor investigativo, el debate público por lo avanzado de las propuestas, que muchos denostaron o intentaron descalificar, recorrió el ambiente intelectual argentino. Y también tuvo sus importantes ecos en Europa, particularmente en Francia, que por esas investigaciones, muy pronto otorgaría su máxima condecoración, la Legión de Honor y el nombramiento de Caballeros, a los Wagner.

Ese periodo fue hermoso y feliz para todos. De aquí y allá los invitaban a dar conferencias, iban y volvían a Europa, a otras provincias argentinas, a Brasil, Paraguay, Chile... siempre financiados por universidades, gobiernos o fundaciones, pues en lo económico, seguían subsistiendo con recursos exiguos.

En una conferencia dictada en el Centro Naval de Buenos Aires el 23 de abril de 1932, Duncan Wagner, Vice Director del Museo Arqueológico de Santiago del Estero, describe así sus descubrimientos:

“El simbolismo intensivo y las fórmulas de arte religioso y hierático a los cuales ha dado nacimiento la Cultura Chaco Santiagueña, son dignos de ocupar un lugar aparte, y de los más importantes por cierto, no solamente en el estudio de los caracteres propios de las viejas razas de la Argentina sino de las diferentes manifestaciones más sugestivas de la inteligencia humana de que tenemos conocimiento. En ningún otro lugar han sido encontrados parecidos.

Este estudio nos ofrece la ocasión de penetrar hasta cierto punto en los meandros infinitamente complicados de una mentalidad donde el misticismo ha tenido una gran parte y que no ha sido ciertamente el de los pueblos bárbaros y groseros, compuestos de tribus errantes y miserables.

El Imperio de las Planicies ha hecho su entrada en la escena cambiante del mundo en condiciones y una fecha que permanecen, hasta el momento, cubiertas de un velo de misterio impenetrable y bien parece que se hubiera retirado con la misma desconcertante discreción.

[…] En materia absoluta, los únicos datos que conviene aceptar como verdaderos nos son suministrados por las correlaciones positivas y completamente indiscutibles que existen entre los productos del arte cerámico de los antiguos habitantes de Santiago del Estero y los de la época neolítica de la Eurasia.

[…] Esos numerosos pueblos se mostraron, poseemos pruebas irrecusables, agricultores. Cultivaron el maíz y por consiguiente otras plantas alimenticias; fueron pastores cuidadosos sin duda, de sus rebaños de guanacos u otros auchenias, tejedores de una notable habilidad y alfareros incomparables, maestros entre los maestros . Entre los pueblos prehistóricos no hay ninguno que los haya aventajado en esta rama de las actividades humanas, en ciertos aspectos de la cual ni siquiera han sido igualados.

Pero lo que envuelve la fisonomía de esos pueblos del lejano pasado en una atmósfera singularmente atrayente, algo turbadora sin embargo, es la impresión de espiritualidad intensa, de ferviente religiosidad y de esoterismo netamente indicado que se desprende de un arte cerámico de la más extraña y original belleza, cuyas concepciones no han podido ser inspiradas sino por un sentimiento de lo divino y del más allá notablemente desarrollado. Esas curiosas gentes habían llevado el simbolismo a tal grado de perfección y como acabamos de decirlo, de sutil refinamiento, que sorprende a la imaginación.

En ningún otro pueblo, en efecto, hallamos el ejemplo de un número tan considerable de ideogramas ingeniosa y hábilmente combinados y aplicados al arte decorativo con tanta elegancia, precisión y seguridad.

La admirable serie de simbolizaciones, con frecuencia extrañamente estilizadas que va a pasar ante vuestros ojos ha sido seleccionada de un conjunto muy vasto que comprende un estudio completo del rol tenido en la iconografía de los constructores de túmulos en Santiago del Estero por el símbolo de la mano unida a la serpiente.

[…] Notablemente impregnados de sentimiento religioso y de una piadosa veneración hacia aquellos de quienes la muerte los había separado, esos pueblos no parecen haber vivido librados a los instintos sanguinarios que han impreso un sello de truculencia tan poco agradable de contemplar, a las artes plásticas de otros pueblos precolombinos. Por otra parte, las escenas chocantes de un erotismo exasperante que hieren casi siempre nuestras miradas en la iconografía de los antiguos pueblos americanos, y que no siempre han respetado el augusto estilo de las tumbas, no se encuentran jamás, ni aún débilmente insinuadas en el arte de tan absoluta castidad de esas viejas razas de la Argentina.

Ciertos indicios parecerían señalar que ese poderoso Imperio de las Planicies no fue particularmente belicoso ni conquistador pero que pudo, sin embargo, durante larga serie de años, tener los perros de la guerra alejados de sus fronteras, lo que explicaría su aparente prosperidad.

Esto permite entrever la existencia de pueblos disciplinados, obedientes a una autoridad centralista, firmemente establecida, probablemente teocrática y de costumbres no desprovistas de amenidad donde debían ocupar uno de los lugares más importantes las ceremonias religiosas, acompañadas de danzas y juegos de los que dan fe ricamente decorados que no están ciertamente hechos sólo para contener el agua sacada de los más próximos receptáculos, los instrumentos de música de todo género y las numerosas fichas encontradas en los túmulos.

Los tejidos destinados a los vestidos eran de una fineza notable como lo prueban algunos raros fragmentos de una hermosísima tela, encontrada adherida a los adornos de una urna funeraria, así como impresiones de tejidos, que hemos encontrado preservadas entre dos capas de arcilla. Las fusaiolas * en tan gran número y el cuidado puesto en su confección, serían suficientes por lo demás para apoyar la convicción de hasta qué punto el arte del hilado y por consiguente el del tejido fue tenido en honor por esos pueblos apasionados de la belleza plástica bajo todas las formas que encontraron a su alcance.

Adornadas de perlas de nácar, de turquesa, de lapislázuli y otras piedras semi preciosas encontradas en los túmulos y de los cuales nuestro Museo posee una muy bella colección, las telas con las que se vestían los antiguos habitantes de Santiago del Estero no debían ceder un punto en suntuosidad a las magníficas cerámicas policromas que hacen todavía ahora la admiración de los entendidos. Esos pueblos no fueron pues bárbaros recién escapados de los paraderos primitivos. Todo observador, aún poco atento, convendría con nosotros que una civilización que tiene tales rasgos, no ha podido ser la obra de pocos siglos, sino el fruto de una serie de evoluciones sucesivas que ha debido extenderse sobre un lapso al que es imposible asignarle un límite pero que por fuerza tuvo que comprender muchos siglos.

[…] Ante nosotros se levanta, vigorosamente diseñada, la imagen de un pueblo numeroso que estuvo muy ciertamente dotado de cualidades mentales de una poderosa originalidad y de un sentimiento de la belleza notablemente desarrollado. No tememos afirmar que en ningún otro pueblo en efecto, la vida social, política y religiosa, se ha mostrado aureolada de un simbolismo místico tan intenso, habiéndose manifestado bajo las formas de una suntuosa e impresionante belleza. Si es verdad que la historia de un pueblo puede leerse en la de su cerámica, cuan llena de emocionantes perspectivas ha debido ser la de un pueblo donde este arte llegó a un grado de perfección tan notable y donde estuvo al servicio de la más singular riqueza ideográfica que sea posible imaginar. Sobre piezas de cerámica innumerables, signos enigmáticos han sido pintados o grabados, emblemas, símbolos, siempre los mismos, siempre llevando el sello de la misma escuela cualquiera que sea la distancia que separan las localidades en las que se las ha encontrado.

[…] Nos reduciremos ahora, al final de la presente, a reafirmar nuestra convicción ya muchas veces manifestada de que la existencia de una Atlántida de más grande envergadura que la de Platón, en donde había reinado una civilización primordial, madre de todas las otras, cuya sede principal estuviera en América, tal como el doctor Robert Henseling, profesor de Arqueología de la Universidad de Berlín no teme afirmar, es una suposición tan perfectamente concebible como científicamente admisible.

Obras de Emilio y Duncan Wagner

L´Allemagne et l´Amerique Latine. En francés. Emilio R. Wagner.

A Travers la Forest Brasilienne. En francés. Emilio R. Wagner.

La Revanche de la Kultur. La troisième Guerre Punique. En francés. Emilio R. Wagner.

La Civilización Chaco Santiagueña y sus correlaciones con las del Viejo Mundo. Emilio y Duncan Wagner. Original en francés, traducción con la colaboración de Bernardo Canal Feijóo y Mariano Paz.

Arqueología comparada. Emilio R. Wagner y Olimpia L. Righetti. Este libro fue publicado, simultáneamente, en dos ediciones, una en francés y otra en español.

Bibliografía consultada

La Civilización Chaco-Santiagueña. Emilio y Duncan Wagner. Cia. Impresora Argentina, Buenos Aires, 1934.

Arqueología comparada. Emilio R. Wagner, Olimpia L. Righetti. Cia. Impresora Argentina, Buenos Aires, 1946.

Historia de Icaño. Julio Carreras (h). Comisión Municipal de Icaño, departamento Avellaneda, Santiago del Estero, 2007.

Historia de Santiago del Estero. José Néstor Achával. Universidad Católica de Santiago del Estero. 1993.

Historia de América. Diego Barros Arana. Ediciones Ánfora, Buenos Aires, 1973.

Viejos Pueblos. Orestes Di Lullo. Santiago del Estero, 1954.

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