Historia contemporánea de España

Historia contemporánea de España
La promulgación de la Constitución de 1812, obra de Salvador Viniegra (Museo de las Cortes de Cádiz).

Historia contemporánea de España es la disciplina historiográfica y el periodo histórico de la historia de España que corresponde a la Edad Contemporánea en la Historia Universal. Sin embargo, convencionalmente la historiografía española suele considerar como hito inicial no a la Revolución francesa, la Independencia de Estados Unidos o la Revolución industrial inglesa (hechos todos ellos muy influyentes en la historia española y que se utilizan como hitos iniciales de la Edad Contemporánea), sino un acontecimiento local decisivo: el inicio de la Guerra de la Independencia de España (1808).[1]

La Guerra de la Independencia ahondó lo que se conoce como la Crisis del Antiguo Régimen, que no comenzó ni terminó su caída con la entrada del ejército napoleónico; aunque la guerra fue decisiva para el desencadenamiento del proceso que sí fue responsable de acabar con el Antiguo Régimen en España (una categoría de análisis histórico fundamental, que engloba un conjunto institucional y de manifestaciones socio-económicas de gran duración, coincidente a grandes rasgos en el tiempo con la historia moderna de España). Ese proceso, la revolución liberal, fue precisamente en España donde recibió ese nombre, a pesar de sus debilidades estructurales y la lentitud e indecisión en sus transformaciones económicas, sociales y políticas, hasta el punto de que su definición real, su condición excepcional u homologable a otros casos europeos, su ritmo y su fecha de culminación es objeto de diferentes interpretaciones.[2]

Voluntarios estadounidenses en Cuba durante la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898.

Los territorios de América continental se independizaron mediante las Guerras de independencia hispanoamericanas, mientras que en la metrópoli se inicia un prolongado periodo de bandazos políticos: durante el reinado de Fernando VII (1814-1833) se suceden violentamente en el gobierno los absolutistas y los liberales; mientras que durante el de Isabel II (1833-1868) son los liberales progresistas y moderados quienes se suceden mediante pronunciamientos militares a cargo de espadones de diferente orientación política, como Espartero, Narváez, O'Donnell, Prim o Serrano, algunos de ellos veteranos de las guerras americanas, por lo que se les aplicó el mote de ayacuchos (particularmente a los agrupados en torno a Espartero).

Los textos constitucionales se fueron sucediendo en un movimiento pendular entre el inicial reconocimiento de la soberanía nacional en la Constitución de 1812 (vitoreada como la Pepa, resultado del predominio liberal en las Cortes de Cádiz, cuya legislación también configuró temas de gran trascendencia en el desmontaje del Antiguo Régimen y el establecimiento del Régimen Liberal -supresión de la Inquisición, de señoríos y mayorazgos, y en general de cualquier límites al ejercicio del poder por el Estado y al ejercicio de la libertad individual, los derechos individuales y la libertad económica-), a su total supresión en la restauración del absolutismo (1814-1820), su reposición en el Trienio Liberal (1820-1823), una nueva supresión durante la Ominosa Década (1823-1833), la redacción de una Carta Otorgada que reconocía el ejercicio de ciertos derechos por la mera voluntad de la monarquía (Estatuto Real de 1834), el establecimiento de una constitución doctrinaria basada en el sufragio restringido (Constitución de 1845) o una constitución democrática como la de 1869. La de mayor vigencia en el tiempo fue la de 1876, ecléctica de los rasgos de todas ellas. Caracterizaron la oposición entre todos esos textos el tratamiento de temas como el equilibrio de poderes entre Rey y Parlamento, la libertad de prensa, el juicio por jurado, la función de los ayuntamientos, o la extensión del derecho de sufragio (inicialmente indirecto, luego directo pero restringido, y que no se asentó como sufragio universal masculino hasta 1890 -el sufragio femenino no se ejerció hasta 1933-). Otra cuestión altamente definitoria de la opción política predominante en cada momento fue el tratamiento del orden público (confiado a instituciones revolucionarias como la Milicia Nacional o conservadoras como la Guardia Civil).[3]

La reacción antiliberal del clero y amplios sectores populares, localizados en determinadas regiones, sobre todo del Norte de España, se materializó en las Guerras Carlistas, durante las que el régimen liberal consiguió imponerse, tanto militar como socialmente, al aumentar su base social entre la burguesía y en una nueva clase de propietarios beneficiados por las sucesivas desamortizaciones (la de Mendizábal, 1836 y la Madoz, 1855) aliada a la antigua aristocracia terrateniente. El proceso industrializador se inició tímidamente, aunque el cambio económico más radical en términos históricos, y el que absorbió la mayor parte del capital nacional, fue el que supuso el aumento de la superficie agrícola explotada y de sus rendimientos (continuación de un proceso comenzado a finales del XVIII con el fin de los privilegios ganaderos de la Mesta -definitivamente abolida en 1836- y los frustrados intentos de reforma agraria -Informe de Jovellanos, 1795-), que permitió alimentar a una creciente población e incluso exportar excedentes. Los intereses económicos de la oligarquía terrateniente castellano-andaluza se encauzaron a la apertura de los mercados europeos al trigo español y la apertura a las inversiones extranjeras en minas y ferrocarriles (de costoso trazado, que con el tiempo integrarían espacialmente el mercado nacional); mientras que los intereses de la burguesía textil catalana, claramente opuestos, se orientaron a la reserva para su producción del débil y desarticulado mercado interno y los restos del mercado colonial. La política económica se caracterizó por el enfrentamiento entre el proteccionismo y el librecambismo,[4] a través del que se fue forjando un verdadero nacionalismo económico que a veces es calificado de mentalidad autárquica;[5] y en términos fiscales entre los impuestos directos (contribuciones, que gravan según la propiedad) y los indirectos (consumos, que afectan a todos). La expresión ideológica de la combinación de esos intereses económicos con las redes clientelares y otros factores de alineamiento político fueron las ramas progresista y moderada del liberalismo español. Particularmente, la frustración de las expectativas de los industriales catalanes estuvo entre las razones que promovieron las sucesivas escisiones demócrata, republicana, federal, cantonal, y especialmente, en la conformación, a finales del siglo XIX, de un proyecto nacionalista alternativo: el catalanismo (Bases de Manresa de Prat de la Riba).[6]

Tras el convulso periodo del sexenio revolucionario (1868-1874), en que se experimentaron sucesivamente soluciones políticas democráticas, republicanas unitarias y federales; la burguesía pasó de revolucionaria a conservadora en el último cuarto de siglo, periodo en el que coincide el despegue industrial de Cataluña y el País Vasco con el asentamiento de un régimen político estable: la Restauración (1875-1923), presidida por el turnismo pactado entre los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta, que manipulaban los resultados electorales manteniendo a los partidos no dinásticos (republicanos, socialistas, nacionalistas periféricos) fuera de cualquier posibilidad de influir en el gobierno, gracias al control de los distritos rurales mediante el caciquismo y el pucherazo. En el País Vasco surgió un nacionalismo (el PNV de Sabino Arana) de muy distinto origen al catalán, pues se articuló a partir del fracaso del carlismo como expresión de la reacción tradicionalista y ultracatólica a la industrialización y sus consecuencias sociales, como la inmigración y la destrucción de la sociedad tradicional.[7]

Las masas populares, sometidas a grandes desequilibrios sociales y espaciales, sufrieron un desigual proceso de proletarización acompañado por las primeras manifestaciones del movimiento obrero español; aunque como factores de movilización fueron muy eficaces cuestiones no estrictamente laborales (revueltas por la carestía de los alimentos -motín de subsistencias-, o antifiscales -motín de consumos-), o claramente ideológicas, como el anticlericalismo (en el contexto de un proceso de descristianización) y el antimilitarismo (ante las injusticias del sistema de reclutamiento).

El desastre de 1898 llevó a la pérdida de la práctica totalidad de las pocas colonias ultramarinas que permanecían bajo soberanía española: Cuba y Filipinas. No obstante, la repatriación de capitales y una notable sacudida ideológica y social en forma de reacción regeneracionista permitió que España entrara en el siglo XX en un periodo de notable vitalidad: la denominada edad de plata de las ciencias y las letras españolas.[8]

Escena de la batalla de Guadalajara (marzo de 1937), uno de los episodios de la Guerra Civil Española.

La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial permitió un desarrollo acelerado pero con fuertes desequilibrios económicos, políticos y sociales, que estallaron en la crisis de 1917. El sistema de la Restauración no pudo recuperarse del escándalo posterior al desastre de Annual, y se produjo un golpe de estado que instauró la Dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), que intentó llevar a cabo un corporativismo con ciertas características similares al fascismo italiano, pero que no se prolongó en el tiempo. La oposición republicana, coordinada en el Pacto de San Sebastián, se impuso en las grandes ciudades en las elecciones municipales de 1931, en medio de una movilización popular que obligó al rey a exiliarse y llevó a la proclamación de la Segunda República Española.[9]

Los republicanos de izquierda (Manuel Azaña) y el movimiento obrero, dividido entre socialistas (PSOE y UGT) y anarquistas (CNT), iniciaron un proceso de transformación social durante el primer bienio (1931-1933), que fue frenado por los gobiernos radical-cedistas del segundo bienio (noviembre de 1933 - febrero de 1936), enfrentados a la oposición violenta de partidos y sindicatos obreros y nacionalistas catalanes en la revolución de octubre de 1934. Las elecciones de febrero de 1936 dieron el triunfo al Frente Popular, tras lo que las fuerzas conservadoras optaron por la solución militar. La resistencia popular a la sublevación del 18 de julio de 1936 dividió físicamente a España en dos, iniciándose la Guerra Civil Española (1936-1939).[10]

Moneda de 2 euros. El reverso es común en los 16 estados que comparten la moneda común europea (existente desde 1999 aunque no circuló físicamente hasta 2002), y el anverso es diferente en cada uno. En España aparece la efigie del rey. El cambio de Peseta a Euro es uno de los cambios enmarcados en el ámbito de la Unión Europea, del que forma parte España desde 1986.

Contrariamente a la división interna del bando republicano, donde la polémica entre "ganar la guerra para hacer la revolución" o "hacer la revolución para ganar la guerra" impidió una coordinación efectiva entre sus múltiples y opuestos componentes;[11] la victoria del bando denominado nacional se debió tanto a la rígida integración bajo el mando militar de sus diversas familias en el Movimiento Nacional como a la mayor eficacia de la ayuda internacional de la Alemania nazi y la Italia fascista ante la inoperancia de la política de no intervención de las democracias. La República se vio forzada a depender de la relativamente menor ayuda aportada por la Unión Soviética y las Brigadas Internacionales, lo que tuvo también el efecto de convertir al pequeño Partido Comunista de España en una de las fuerzas más influyentes.[12]

El final de la guerra supuso el asentamiento de un régimen dictatorial marcadamente personalista y con características calificadas en mayor o menor grado de fascistas por la historiografía,[13] que perpetuó a Francisco Franco en el poder hasta su muerte en 1975. En sus primeras décadas, el franquismo optó por la autarquía económica, el totalitarismo y el nacionalcatolicismo, logrando sobrevivir a la derrota de sus aliados, las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, y al aislamiento internacional posterior; pero en las últimas, especialmente desde el plan de Estabilización de 1959 y la alianza con Estados Unidos (Pacto de Madrid de 1953), se llevó a cabo una relativa apertura política (que no pasó de un relajamiento en la represión, sin admitir ningún tipo de expresión de oposición al franquismo) y una liberalización económica que produjeron un fuerte desarrollo económico y una significativa modernización social.[14]

Velas en homenaje a las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 en la estación de Atocha de Madrid.

La transición a la democracia se produjo no sin tensiones, pero de forma pacífica, en contraste con la violencia tradicional de las transformaciones políticas españolas; produciéndose la alternancia en el gobierno de partidos de orientación moderada hacia la derecha o hacia la izquierda (UCD -Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo-, PSOE -Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero- y PP -José María Aznar-) en una monarquía parlamentaria en la que el presidente del gobierno se convirtió en la figura clave, quedando la del rey (Juan Carlos I durante todo el periodo) reducida a un papel institucional similar al de las monarquías europeas contemporáneas, excepto en un momento clave, como fue el 23-F.[15] Especialmente desde 1986, con la integración en las Comunidades Europeas, España ha experimentado un notable proceso de convergencia económica, política y social con los países de Europa Occidental; al tiempo que se incrementaba la presencia internacional de empresas e instituciones españolas en todo el mundo, especialmente en América Latina. La población española culminó el proceso de transición demográfica hasta convertirse en una de las de menor natalidad y mayor esperanza de vida del mundo; al tiempo que desde los últimos años del siglo XX recibía una fuerte inmigración.[16]

Véanse también: Arte contemporáneo en España, Música de España#Del siglo XVIII al XX, Danza española, Cine español y Cómic español

Contenido

Reinado de Carlos IV (1788-1808)

Artículo principal: Carlos IV de España
La familia de Carlos IV, por Goya (1800). En el centro, Carlos IV y la reina María Luisa de Parma flanquean al infante Francisco de Paula de Borbón (cuya partida de Palacio provocará el levantamiento del 2 de mayo de 1808, al grito de «¡Que nos lo llevan!»). A la izquierda, justo delante del pintor, aparece el primogénito, futuro Fernando VII, y Carlos María Isidro de Borbón el futuro pretendiente carlista.
Manuel Godoy, Duque de Alcudia y Príncipe de la Paz, por Goya (1801).

El estallido de la Revolución francesa (1789) alteró el equilibrio internacional europeo, poniendo a España en una de las fronteras del foco revolucionario. Las medidas destinadas a evitar el contagio fueron eficaces, pues más allá de aislados grupos de simpatizantes (conspiración de Picornell, 1795),[17] el consenso social en España fue contrarrevolucionario, activamente impulsado por el clero y controlado por la Inquisición, que actuó de cordón sanitario.[18] En cambio, fracasó el intento de la Primera Coalición de acabar militarmente con la Francia revolucionaria (que en la frontera hispano-francesa se concretó en la guerra de los Pirineos o del Rosellón, 1793-1795). Tras la reconducción del proceso interno francés (reacción thermidoriana, 1794) hacia el poder personal de Napoleón (1799), las prioridades españolas cambiaron, y se optó por renovar la tradicional alianza franco-española (Pactos de Familia) a pesar de que no fuera ya un rey Borbón sino políticos plebeyos, o un autocoronado emperador Bonaparte, quienes ocuparan el poder o se sentaran en el trono de París, y de que tales advenedizos mantuvieran la legitimidad revolucionaria que había llevado a la guillotina a Luis XVI, primo del rey de España.

Desde 1792, el validazgo de Manuel Godoy, un ambicioso militar de oscuro origen protegido por la reina, ennoblecido con el título de príncipe de la Paz (por la Paz de Basilea, 1795), desplazó del poder a la élite aristocrática ilustrada que venía gobernando el país desde el reinado de Carlos III (Floridablanca, Aranda, Jovellanos), en algunos casos llevándoles literalmente al destierro o a la cárcel. El limitado éxito de la guerra de las naranjas contra Portugal (1801) consiguió un mínimo reajuste fronterizo (Olivenza); pero mucho más decisivas fueron las graves consecuencias de la batalla de Trafalgar (21 de octubre de 1805), donde se perdió la mejor parte de la Marina española. A pesar de la derrota, la vinculación de la posición de Godoy a la subordinación al Emperador (que había conseguido victorias decisivas en las campañas terrestres en centroeuropa) llevó a la firma del Tratado de Fontainebleau de 1807, que preveía la invasión conjunta de Portugal (punto débil en el bloqueo continental contra Inglaterra) y que de hecho sirvió para que varios cuerpos de ejército francés ocuparan zonas estratégicas de España.

¿A quién se ofende y se daña?

A España

¿Quién prevalece en la guerra?

Inglaterra

¿Y quién saca la ganancia?

Francia

Tonadilla popular[19]

La profunda crisis económica del cambio de siglo mostró de forma dramática la debilidad estructural del Antiguo Régimen en España, ante la que la crisis fiscal de la Monarquía (Francisco Cabarrús, Banco de San Carlos), y la crisis comercial y financiera provocada por las guerras, sólo eran un aspecto coyuntural. De causas mucho más profundas era el agotamiento del ciclo demográfico alcista del siglo XVIII, no acompañado por reformas agrarias que permitieran un aumento significativo de la producción (el Informe de Jovellanos en el interminable Expediente de la Ley Agraria -1795-,[20] como el resto de proyectos ilustrados desde el Catastro de Ensenada -1749-, no se llegó a materializar por la oposición de los poderosos grupos privilegiados a los que afectaba; las únicas excepciones habían sido el recorte de los privilegios de la Mesta por Campomanes entre 1779 y 1782[21] y las tímidas políticas liberalizadoras del mercado de granos -moderada tras el motín de Esquilache de 1766- o del comercio con América -1765 y 1778-) lo que condujo a crisis de subsistencias, al hambre y al aumento del descontento social. [22]

La importancia científica y estratégica que habían alcanzado las expediciones españolas (expedición de la vacuna, 1803) y la prometedora situación de la ciencia y la tecnología españolas, que había alcanzado una posición sólo algo más retrasada que la de los países europeos más avanzados; se deterioraron dramáticamente ante la incapacidad del Estado de seguir sosteniendo unos esfuerzos que el atraso de la estructura socioeconómica no estaba en condiciones de suplir por una iniciativa privada incomparablemente más débil que la que en la Inglaterra de la época estaba protagonizando la revolución industrial. La persecución o el desprecio a los que fueron sometidos algunos de los principales impulsores de la modernización científico-tecnológica española (Alejandro Malaspina, Agustín de Betancourt) terminó beneficiando a otras naciones (como ocurrió con la más prometedora de todas las empresas: las investigaciones americanas de Alexander von Humboldt, iniciadas bajo patrocinio español).

La impopularidad cada vez mayor de Godoy llevó a la formación de un partido fernandino dentro de la Corte, que preparó el motín de Aranjuez, un golpe de Estado que logró deponer al valido y la abdicación del rey Carlos IV en su hijo mayor Fernando VII, quien, a pesar de ello, no consiguió asentarse en el trono a causa de la intervención de Napoleón, que consiguió llevar a toda la familia real a reunirse con él en Francia, virtualmente como prisioneros.

Guerra de Independencia (1808-1814)

Artículo principal: Guerra de la Independencia de España
Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya.

El escandaloso comportamiento de la corte, la familia real y los altos funcionarios de la burocracia y el ejército ante la ocupación militar francesa y las maniobras políticas de Napoleón condujeron a un estallido social cuya expresión documental quedó fijada en el Bando de los alcaldes de Móstoles posterior al levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid. La rápida difusión del documento se hizo simultáneamente a la creación de Juntas locales que, de forma más o menos explícita, se arrogaban una representación soberana en nombre de un rey cautivo (Fernando VII el Deseado); lo que condujo a formas políticas cada vez más revolucionarias: primero una Junta Suprema Central (25 de septiembre de 1808), dominada por figuras ilustradas (Floridablanca y Jovellanos), y luego un Consejo de Regencia que convocó las Cortes de Cádiz (24 de septiembre de 1810), donde el grupo político de los liberales (denominación autóctona que se terminó extendiendo al vocabulario político internacional[23] [24] -Diego Muñoz Torrero, Agustín Arguelles, el conde de Toreno-) consiguió imponerse al de los absolutistas (Bernardo Mozo de Rosales, Pedro de Quevedo y Quintano -Obispo de Orense e Inquisidor General-)[25] en la redacción de la Constitución de 1812 (12 de marzo, por lo que fue llamada la Pepa) y en una legislación que desmontaba las bases económicas, sociales y jurídicas del Antiguo Régimen (bienes eclesiásticos, mayorazgos, señoríos, Inquisición, etc.)

Paralelamente, buena parte de la élite social e intelectual, por convicción o por comodidad, pasó a colaborar con las autoridades impuestas por Napoleón, recibiendo el nombre de afrancesados (Mariano Luis de Urquijo, Cabarrús, Meléndez Valdés, Juan Antonio Llorente, Leandro Fernández de Moratín y un larguísimo etcétera, en el que se incluyó el propio Goya). José I de España (José Bonaparte o Pepe Botella), hermano de Napoleón, que ya había sido designado por éste como rey de Nápoles, fue llamado a ocupar el trono vacante de España. El hecho de que fuera el primer rey que gobernó teóricamente bajo una constitución o carta otorgada (el Estatuto de Bayona de 8 de julio de 1808) le convierte en el primer rey constitucional de una España constituida en Estado liberal según los criterios del Nuevo Régimen, en este caso impuestos por los ocupantes cuatro años antes de que los diputados gaditanos consiguieran construir de forma autónoma el concepto de soberanía nacional.

Las campañas militares se sucedieron con espectaculares alternativas. A un inicial éxito del ejército español dirigido por el General Castaños, que consiguió derrotar y capturar en la Batalla de Bailén (19 de julio de 1808) a un cuerpo de ejército francés, en lo que constituyó la primera gran derrota terrestre de las guerras napoleónicas, respondió el propio Emperador con su presencia física en la Península, y una masiva ocupación del territorio que dejó únicamente unos pocos enclaves asediados, entre ellos, el propio Cádiz, protegido por la flota inglesa con base en Gibraltar.

Los sitios de Zaragoza y de Gerona mostraron una resistencia épica. La resistencia popular en forma de guerrillas (el Empecinado, Espoz y Mina y el cura Merino) y el avance de tropas regulares españolas, inglesas y portuguesas comandadas por el Duque de Wellington terminaron por hacer retroceder al ejército francés (batalla de los Arapiles, 22 de julio de 1812 y batalla de Vitoria, 21 de junio de 1813). Las consecuencias de la guerra en términos de muerte, hambre y destrucción de equipamiento y de la infraestructura científica española (resultado de la violencia, y en algunos casos de la premeditación, de ambas partes) fueron inmensas. La salida al exilio de los afrancesados abre el ciclo de exilios políticos españoles que se renovará sucesivamente con cada cambio de régimen hasta 1977.[26]

Independencia hispanoamericana

Artículo principal: Guerras de independencia hispanoamericana
La Batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, puso fin a las guerras de independencia en Sudamérica.

En los territorios españoles de América, las noticias de 1808 causaron una movilización social semejante sólo en parte a la que ocurrió en la Península. El vacío de poder fue también cubierto con Juntas locales, que también fueron derivando en posturas cada vez más revolucionarias. En su caso, caracterizadas por el independentismo cada vez más obvio del grupo social de los criollos, que culminó en declaraciones de independencia. La acogida a los diputados americanos en las Cortes de Cádiz, que concibió la nación española definida en la Constitución como la reunión de los españoles de ambos hemisferios,[27] no representó una oferta lo suficientemente atractiva como para impedir que los movimientos independentistas, apoyados por Inglaterra, siguieran el ejemplo de las anteriores emancipaciones de Estados Unidos y Haití, negándose a ningún tipo de solución intermedia que no fuera la independencia absoluta. La imposición militar de la autoridad española sobre los núcleos independentistas no consiguió ser los suficientemente sólida, especialmente tras el pronunciamiento de Rafael del Riego en Cabezas de San Juan (enero de 1820), que desvió hacia el conflicto interno peninsular las tropas previstas para ser embarcadas hacia América. Las campañas de Simón Bolívar desde Venezuela y José de San Martín desde Argentina acorralaron en los Andes centrales a las últimas tropas españolas, que fueron derrotadas definitivamente en la Batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824). La independencia de México y América Central se produjo de forma autónoma y relativamente pacífica, estableciéndose el mandato personal, con título de Emperador, de Agustín de Iturbide. Sólo Cuba y Puerto Rico, además de Filipinas, quedaron sujetas a la metrópoli, situación que duraría hasta 1898.

Reinado de Fernando VII (1814-1833)

Artículo principal: Reinado de Fernando VII
Retrato de Fernando VII.

Sexenio absolutista (1814-1820)

La liberación de Fernando VII por Napoleón (Tratado de Valençay, 11 de diciembre de 1813) significó la no continuación de las hostilidades por parte de España, lo que de cara al futuro significó la pérdida de todo apoyo británico. En el interior, los absolutistas (o serviles, como eran denominados por los liberales) se configuraron ideológicamente en torno a un documento: el Manifiesto de los Persas, que solicitaba al rey la restauración de la situación institucional y sociopolítica anterior a 1808. Incluso se escenificó una espontánea recepción del rey por el pueblo, que desenganchó los caballos de su carruaje para tirar de él por ellos mismos, al grito de ¡Vivan las cadenas!. Receptivo de esas ideas, Fernando se negó a reconocer ninguna validez a la Constitución o a la legislación gaditana, y ejerció el poder sin ningún tipo de límites. Comenzó una activa persecución política, tanto de los liberales (por muy fernandinos que fueran) como de los afrancesados.

Tampoco los militares se libraron de la purga, consciente el rey de que no podía fiarse de la mayor parte de un ejército que ya no era la institución estamental del Antiguo Régimen, sino formado en su mayor parte por jóvenes promocionados por méritos de guerra, hijos segundones que en otras circunstancias se hubieran convertido en clérigos, o incluso antiguos clérigos que habían colgado sus hábitos, o guerrilleros de cualquier origen social. Muchos de los que no salieron al exilio fueron encarcelados, desterrados o perdieron sus cargos (como el Empecinado). Más fiabilidad para el control social se esperaba de una institución restablecida: la Inquisición.

La única posibilidad de retomar el proceso revolucionario liberal era el pronunciamiento militar, que se intentó repetidamente, siempre sin éxito, lo que condujo a nuevos exilios (Espoz y Mina). Juan Díaz Porlier, Joaquín Vidal o Luis Lacy y Gautier mueren en acción, o son detenidos y fusilados.

Los restaurados privilegios de nobleza y clero agravaron la quiebra del sistema fiscal, convertida en crónica por los intereses de la deuda y en imposible de equilibrar por la pérdida de las rentas americanas. Presionado por Estados Unidos, el rey obtiene algunos recursos financieros por la venta de las Floridas; que se emplean en la compra al zar ruso Alejandro I de una flota de barcos que debería transportar un ejército a América. Los retrasos resultantes del mal estado de esos barcos (algunos no estaban en condiciones de volver a navegar) estuvieron entre las causas de que la acumulación de tropas acantonadas en torno a Cádiz se volviera cada vez un elemento políticamente más peligroso.

Trienio Liberal (1820-1823)

Rafael del Riego.
Artículo principal: Trienio Liberal

El ejército expedicionario no partió a sofocar la revolución americana, sino que el 1 de enero de 1820 se convirtió él mismo en un ejército revolucionario, en nombre de la Constitución y bajo las órdenes del coronel Riego. Tras un accidentado periplo, se logró que las noticias de la rebelión convocaran la adhesión de las ciudades organizadas de nuevo en Juntas; mientras que el rey queda reducido a la inacción por falta de militares dispuestos a apoyarle. Finalmente jura la Constitución de Cádiz con la famosa frase Caminemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional. La evidencia de la insinceridad de tal juramento quedó reflejada en la letra del Trágala, una canción satírica convertida en himno liberal.

Durante el Trienio las Sociedades Patrióticas y la prensa procuraron la extensión de los conceptos liberales; mientras que las Cortes, elegidas por el sistema de sufragio universal indirecto, repusieron la legislación gaditana (abolición de señoríos y mayorazgos, desamortización, cierre de conventos, supresión de la mitad del diezmo), y ejercieron el papel clave que les daba la Constitución de 1812 en nombre de la soberanía nacional, sin tener en cuenta la voluntad de un rey del que no podían esperar ninguna colaboración institucional. La división política en el espacio institucional se estableció entre los doceañistas o liberales moderados, partidarios de la continuidad de la Constitución vigente, incluso si eso significaba mantener un equilibrio de poderes con el rey); y los veinteañistas o liberales exaltados, partidarios de redactar una nueva constitución que acentuara todavía más el predominio del legislativo, y de llevar las reformas a su máximo grado de transformación revolucionaria (algunos de ellos, minoritarios, eran declaradamente republicanos). Los gobiernos iniciales fueron formados por los moderados (Evaristo Pérez de Castro, Eusebio Bardají Azara, José Gabriel de Silva y Bazán -marqués de Santa Cruz-, y Francisco Martínez de la Rosa). Tras las segundas elecciones, que tuvieron lugar en marzo de 1822, las nuevas Cortes, presididas por Riego, estaban claramente dominadas por los exaltados. En julio de ese mismo año, se produce una maniobra del rey para reconducir la situación política a su favor, utilizando el descontento de un cuerpo militar afín (sublevación de la Guardia Real), que es neutralizado por la Milicia Nacional en un enfrentamiento en la Plaza Mayor de Madrid (7 de julio). Se forma entonces un gobierno exaltado encabezado por Evaristo Fernández de San Miguel (6 de agosto).

La brevedad del periodo hizo que la mayor parte de la legislación del trienio no se llegara a hacer efectiva (la ley de venta de realengos y baldíos para los campesinos, el nuevo sistema fiscal proporcional, etc.) Únicamente cuestiones como la articulación del mercado nacional, eliminando las aduanas interiores y estableciendo un fuerte proteccionismo agrario, tuvieron alguna continuidad. También la nueva división provincial, que no obstante no se hizo efectiva hasta 1833.

La influencia de los acontecimientos de España fue trascendente en Europa, especialmente en Portugal e Italia (donde se desencadenan revoluciones similares, basadas en el modelo conspirativo de sociedades secretas y el protagonismo de jóvenes militares, que incluso toman el texto de la Constitución de Cádiz como modelo), de modo que la historiografía denomina al conjunto del proceso como revolución de 1820.

La reacción absolutista en el interior se manifestó en la decidida resistencia de buena parte del clero (especialmente del alto clero y del clero regular); apoyaron partidas de campesinos desposeídos de tierra y promovieron conspiraciones, con el obvio apoyo del rey (la denominada Regencia de Urgel). No obstante, la fuerza decisiva vino del exterior: la legitimista y reaccionaria Europa de la Restauración o del Congreso de Viena, firme partidaria del intervencionismo, no podía consentir el contagio revolucionario. Las potencias de la Santa Alianza, reunidas en el Congreso de Verona (22 de noviembre de 1822) encomendaron a a un ejército francés (que recibió la denominación de los Cien Mil Hijos de San Luis) el restablecimiento del poder absoluto del rey legítimo.

Década ominosa (1823-1833)

Artículo principal: Década ominosa
Fusilamiento de Torrijos, óleo de Antonio Gisbert. Museo del Prado.

La vuelta del absolutismo trajo consigo la vuelta a la represión política de los liberales. Se creó la policía política, se ahorcó a Rafael de Riego y otra nueva oleada de exiliados salió del país. Los militares liberales volvieron a recurrir a las sociedades secretas, las conspiraciones y los pronunciamientos, que de nuevo se saldaron con fracasos y ejecuciones (El Empecinado, Torrijos, Mariana Pineda, etc.) Las delaciones requeridas por la policía dieron lugar a personajes sórdidos, como la madrileña Tía Cotilla.

No obstante, a pesar de la denominación historiográfica (fruto de las vivencias de los afectados), la intensidad represiva de la ominosa fue menor que durante el sexenio absolutista; e incluso la relajación de la represión se hizo patente a medida que se acercaba el final del periodo, cuando la evidencia de que no habría un sucesor varón (incluso cuando tras tres matrimonios estériles el rey consiguió tener descendencia, fue una hija, Isabel, nacida en 1830) hizo que buena parte de la corte, en torno a la reina María Cristina y los aristócratas menos reaccionarios, presionaran al rey, cada vez más débil, para que derogara la Ley Sálica que impedía la sucesión femenina. Los elementos más absolutistas de nobleza y clero se agruparon en torno al hermano del rey, Carlos María Isidro, que de quedar en vigor la Ley Sálica sería el heredero del trono. Los cristinos vieron en el acercamiento a los elementos más moderados de entre los liberales la jugada más plausible, y se los fueron atrayendo con medidas como la amnistía de 1832-1833, que permitió que muchos volvieran del exilio. Entre tanto, los carlistas fueron valorando la salida insurreccional (Guerra de los Agraviados o Malcontents) preludiada por la actividad, en zonas rurales especialmente propicias, de grupos como Los Apostólicos.[28]

La camarilla absolutista (el grupo cercano a la cámara real, que se vio sometido a un mecanismo de selección inversa[29] ) se vio incapaz de solucionar la apremiante situación hacendística, sobre todo en ese momento, al haber perdido los ingresos de las colonias. No había más remedio que recurrir a políticos ilustrados. De la actividad técnica de éstos surgieron la ley de minas, los aranceles proteccionistas para la industria, la promulgación del Código de comercio (1829) o la división provincial de Javier de Burgos (1833). Las tímidas transformaciones económicas estaban en la práctica abriendo la puerta al liberalismo. Tampoco los absolutistas podían contar con el apoyo exterior: la revolución de 1830 había establecido en Francia una monarquía burguesa (la de Luis Felipe).

Reinado de Isabel II (1833-1868)

Artículo principal: Reinado de Isabel II de España

Regencias (1833-1843)

Regencia de María Cristina (1833-1840) y Primera Guerra Carlista

Véase también: Primera Guerra Carlista
Isabel II, por Federico de Madrazo y Kuntz.
Primera Guerra Carlista (1833-1840).      Zonas de mayor intensidad del carlismo      Zonas con simpatizantes carlistas Explosion.svg Principales asedios carlistas.
Solid yellow.png Centros liberales del norte.
Red-square.gif Principales centros carlistas.
Legenda miejsce bitwy.svg Batallas.

El 29 de septiembre de 1833, la hija de Fernando VII, Isabel II, heredaba la corona sin haber cumplido los tres años, bajo la regencia a su madre María Cristina. La negativa a aceptar la sucesión por parte de los carlistas inició una verdadera guerra civil en la que los dos bandos dibujaban una fractura ideológica y social: en un bando, los partidarios del Antiguo Régimen, que a grandes rasgos eran la mayor parte del clero, y buena parte de la baja nobleza y de los campesinos de la mitad norte de España; en el otro, los partidarios del Nuevo Régimen, que a grandes rasgos eran las clases medias y la plebe urbana (encabezadas por los mas concienciados políticamente: unos 13.000 exiliados a los que una nueva amnistía permitió regresar, numerosos presos que fueron excarcelados, los nuevos dirigentes locales surgidos de las elecciones municipales de noviembre, y la mayor parte de la oficialidad del ejército, a la que se permitió acceder a los puestos clave en el mando).[30] La aristocracia se dividió siguiendo criterios de oportunidad, de implantación en el territorio y de posición en la corte. Muchas familias quedaron dolorosamente divididas, y en extensas zonas se evidenció geográficamente el enfrentamiento al quedar las ciudades, donde se organizaban juntas y se reclutaban milicias nacionales liberales, rodeadas por un campo donde se armaban partidas carlistas (los voluntarios realistas habían quedado disueltos). La movilización popular parecía recordar, en ambos bandos, la de 1808, en un caso con un espíritu claramente revolucionario, en el otro claramente reaccionario.

En la corte, los gobiernos de signo más o menos liberal (Cea Bermúdez -absolutista moderado-, Martínez de la Rosa -liberal moderado-, Mendizábal, Istúriz y Calatrava -liberales progresistas-, que inauguraron el título de Presidente del Consejo de Ministros de España -anteriormente se usaba el de Secretario de Estado-) no conseguían una victoria decisiva en la guerra y se enfrentaban a graves aprietos financieros, que no se pudieron encauzar hasta la desamortización eclesiástica o de Mendizábal, una decisión trascendental: al mismo tiempo que privaba de recursos económicos al principal enemigo social e ideológico del Nuevo Régimen (el clero), construía una nueva clase social de propietarios agrícolas de origen social variado -nobles, burgueses o campesinos enriquecidos, que en la mitad sur de España conformaron una verdadera oligarquía terrateniente- que le debían su fortuna; y al aceptar como medio de pago en las subastas los títulos de la deuda pública, revalorizaba ésta y permitía la restauración del crédito internacional y la sostenibilidad hacendística (garantizada en un futuro por las contribuciones a pagar por esas tierras, antes exentas fiscalmente y ahora liberadas de las manos muertas que las apartaban del mercado). La abolición del régimen señorial no significó (como había ocurrido durante la Revolución francesa con el histórico decreto de abolición del feudalismo de 4 de agosto de 1789) una revolución social que diera la propiedad a los campesinos. Para el caso de los señores laicos, la confusa distinción entre señoríos solariegos y jurisdiccionales, de origen remotísimo e imposible comprobación de títulos, terminó llevando a un masivo reconocimiento judicial de la propiedad plena a los antiguos señores, que únicamente vieron alterada su situación jurídica y quedaron desprotegidos ante el mercado libre por la desaparición de la institución del mayorazgo (es decir, que quedaban libres para vender o legar a su voluntad, pero también expuestos a perder su propiedad en caso de mala gestión).

El anticlericalismo se convirtió en una fuerza social de importancia creciente, manifestada violentamente a partir de la matanza de frailes de 1834 en Madrid (17 de julio, durante una epidemia de cólera, del que corrieron rumores que era debido al envenenamiento de las fuentes).[31] Al año siguiente (1835) se produjo una generalizada quema de conventos por varios puntos de España. La represión antiliberal efectuada por el bando carlista llegó a extremos con represalias de gran violencia (Ramón Cabrera el Tigre del Maestrazgo).

Institucionalmente, se gobernaba de acuerdo con una carta otorgada: el Estatuto Real de 1834, que ni reconocía la soberanía nacional ni derechos o libertades reconocidos por sí mismos, sino concedidos por voluntad real, y que introducía fuertes mecanismos de control de la representación popular (bicameralismo, elecciones indirectas con sufragio censitario muy restringido para el Estamento de Procuradores -0',15% de la población- y un Estamento de Próceres con miembros natos de la aristocracia y el alto clero).[32]

El texto siguió en vigor hasta que el motín de los sargentos de la Granja (12 de agosto de 1836) obligó a la reina regente a reponer la vigencia de la Constitución de 1812. Al año siguiente se recondujo la situación con un texto más conservador: la Constitución española de 1837 que, aunque basada en el principio revolucionario de la soberanía nacional, establecía un equilibrio de poderes entre Cortes y Corona favorable a ésta, y mantenía el bicameralismo (con los nuevos nombres de Congreso y Senado). El sistema electoral, aunque introducía por primera vez la elección directa, seguía siendo favorable a los más ricos (un sufragio censitario sólo ligeramente ampliado: 257.908 electores, un 2,2% de la población). Se sustituyó la confesionalidad por el reconocimiento de la obligación de mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan los españoles.[33] Se produjo en ese momento la escisión entre liberales moderados (muchos de ellos antiguos exaltados del trienio, evolucionados hacia el moderantismo) como el conde de Toreno, Alcalá Galiano y el general Narváez, que disfrutaron de la confianza de la Regente y formaron gobierno hasta 1840 (Evaristo Pérez de Castro); y progresistas como Mendizábal, Olózaga y el general Espartero (marginados de esa confianza, pero cuyo apoyo político y militar continuó siendo decisivo).[34]

Al quedar los carlistas sin apoyo internacional y sin recursos, el general Maroto se avino a negociar la paz con Espartero (el abrazo de Vergara, 31 de agosto de 1939), dando a la oficialidad carlista la posibilidad de integrarse en el ejército nacional. La mayor parte de la nobleza carlista pasó a aceptar, con mayor o menor gusto, la nueva situación. Otra circunstancia definitoria del Nuevo Régimen, el centralismo político frente al reconocimiento carlista de los fueros, quedaba mitigado para las Provincias Vascongadas y Navarra (la ley de 25 de octubre de 1839, en vez de abolir los fueros, los confirmaba sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía).[35] El foco carlista de Morella (Ramón Cabrera) resistió varios meses más (30 de mayo de 1840).

La situación de María Cristina en la regencia estaba comprometida desde su mismo inicio en 1833 por el matrimonio secreto que contrajo, al poco de enviudar, con un militar de la corte (Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, al que se ennobleció como duque de Riánsares) con el que tuvo ocho hijos. El prestigio y el control sobre el ejército que había alcanzado el general Espartero le ponía en una posición clave para convertirse en una alternativa de poder. Los intentos de atraérsele mediante el ennoblecimiento,[36] e incluso nombrándole presidente del consejo de ministros, no evitaron las discrepancias profundas entre el general y la regente, especialmente acerca del papel de la Milicia Nacional y de la autonomía de los ayuntamientos; asunto que provocó la dimisión de Espartero (15 de junio). Sucesivas sublevaciones contra María Cristina de las ciudades más importantes, obligaron finalmente a ésta a abdicar, renunciando al ejercicio de la regencia y a la custodia de sus hijas, incluida la Reina Isabel, en favor del general (12 de octubre de 1840).

El romanticismo español
El pintor Antonio María Esquivel retrató en este cuadro de 1846 a toda una generación de literatos románticos, reunidos en su taller para escuchar una lectura de José Zorrilla, ante el retrato de Espronceda (muerto en 1842).[37]

Los intelectuales (muchos de ellos, de inquietudes políticas, retornados de un exilio fértil en influencias) implantaron el nuevo gusto romántico, que se extendió a la poesía (José de Espronceda), al teatro (el duque de Rivas) y a una prensa de gran pluralidad e ingenio, estimultada por los debates políticos y literarios y cuya supervivencia siempre se vio amenazada por la censura y la precariedad económica. Entre las muchas figuras del periodismo destacaron Alberto Lista, Manuel Bretón de los Herreros, Serafín Estébanez Calderón, Juan Nicasio Gallego, Antonio Ros de Olano, Ramón Mesonero Romanos y, sobre todas ellas, el extraordinario articulista Mariano José de Larra, que consiguió plasmar la vida cotidiana y los más graves asuntos en expresiones sucintas y geniales, que se han convertido en tópicos muy extendidos (Vuelva usted mañana, Escribir en Madrid es llorar, Aquí yace media España, murió de la otra media). El entierro de Larra (suicidado el 13 de enero de 1837) fue uno de los momentos más particulares de la vida artística española, y significó el pase de testigo del romanticismo español al joven José Zorrilla.

Véanse también: Historia de la prensa en España y Categoría:Periodistas de España del siglo XIX

Regencia de Espartero (1840–1843)

La regencia le fue confirmada a Espartero por una votación de las Cortes (8 de marzo de 1841), que también consideraron la posibilidad de otorgársela a otros candidatos, o a una terna.

Los gobiernos progresistas procedieron a aplicar la ley de desamortización del clero secular, garantizando por parte del Estado el mantenimiento de las parroquias y de los seminarios. Se intentó diseñar un sistema educativo nacional en el que la Iglesia no tuviera un papel predomiante, pero ante la carencia de medios, la implantación de un sistema educativo digno de tal nombre no se consiguió hasta la segunda mitad del siglo, ya bajo presupuestos moderados y neocatólicos. La formación de los ciudadanos y la construcción de una historia nacional (a través del patrocinio de géneros como la pintura de historia) se veían como una de las principales exigencias de la construcción del Estado liberal.

El compromiso alcanzado en Vergara con los fueros vascos se rompió con la ley de 29 de octubre de 1841, que los abolía en su totalidad.[38]

Se procuró incentivar la actividad económica aplicando los principios librecambistas, lo que atrajo inversiones de capital extranjero (principalmente inglés, francés y belga) a sectores como la minería y las finanzas. Las nuevas desigualdades originaron la denominada cuestión social. El naciente núcleo industrial textil catalán, que ya había presenciado el surgimiento de movilizaciones obreras (la fábrica El Vapor, de los hermanos Bonaplata, inaugurada en 1832 ya había sufrido un ataque de carácter ludita en 1835 -coincidiendo con la quema de conventos); al tiempo que continuaba su proceso de modernización tecnológica (recepción de las selfactinas, que más tarde ocasionarían conflictos),[39] acogía ahora los principales apoyos a la parte más radical del liberalismo progresista (los futuros demócratas y republicanos, aún no presentados con esas denominaciones). Los intereses proteccionistas tanto de patronos como de obreros, convirtieron Barcelona en un foco de protestas contra Espartero, que llegó a la sublevación. El regente optó por la represión más violenta, bombardeando la ciudad el 3 de diciembre de 1842 y ejecutando posteriormente a los líderes de la revuelta.

Una persona de mi conocimiento afirma, como una ley de la historia de España, la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. Esta boutade denota todo un programa político.
Manuel Azaña, citando un tópico atribuido al propio Espartero.[40]

La hostilidad de políticos y militares (Manuel Cortina, Joaquín María López, el general Juan Prim), que rechazaban su expeditiva manera de resolver no sólo ese conflicto sino toda la vida política (había disuelto las Cortes y gobernaba de modo prácticamente dictatorial) le dejaba cada vez más aislado. Las elecciones dieron el triunfo a la facción progresista de Salustiano Olózaga, muy crítica con Espartero, y éste las impugnó. El 11 de junio, un golpe militar conjunto de espadones moderados y progresistas (alguno de ellos desde el exilio, por haber protagonizado pronunciamientos anteriores: Narváez, O'Donnell, Serrano y Prim), consiguió el apoyo de la mayor parte del ejército, incluso de las tropas enviadas por el propio Espartero para combatirlos (Torrejón de Ardoz, 22 de julio); con lo que el regente se vio obligado a exiliarse en Inglaterra, la principal beneficiada de su política económica (30 de julio de 1843).[41]

Mayoría de Isabel II (1843-1868)

El problema de renovar la regencia se obvió al decidir que Isabel podía ser declarada mayor de edad (10 de noviembre de 1843) y ejercer por sí misma sus funciones; que enseguida demostraron estar en plena sintonía con el moderantismo, tras un periodo de intrigas parlamentarias protagonizadas por el progresista Salustiano Olózaga y Luis González Bravo (pasado a las filas moderadas), que se saldó con el triunfo de éste y el exilio de Olózaga. Hubo incluso un fallido pronunciamiento militar de carácter progresista (la Rebelión de Boné, en Alicante, de enero a marzo de 1844).

Década moderada (1844-1854)

Artículo principal: Década moderada
Ramón María Narváez y Campos, por Vicente López.
Ferrocarril Barcelona-Mataró, 1848.

El general Ramón Narváez quedó como líder del partido moderado y asumió la presidencia del consejo de ministros (3 de mayo de 1844), comenzando una época de estabilidad política en la que los progresistas quedaron relegados a la oposición sin posibilidades de acceder a las posiciones de poder que se negociaban en las camarillas palaciegas.

El 13 de mayo de 1844 se creó la Guardia Civil, un cuerpo militar desplegado en el territorio en casas cuartel para garantizar el orden y la ley, especialmente en el medio rural; era claramente una contrafigura de la Milicia Nacional.

El 4 de julio de 1844 se revisó la abolición de los fueros vascos y navarros llevada a cabo por Espartero, y se restauraron parcialmente, aunque no en lo tocante a cuestiones como el pase foral, las aduanas interiores o los procedimientos electorales.[42]

La Ley de Ayuntamientos de 1845 restringía fuertemente la autonomía municipal en pro del centralismo, otorgando al gobierno el nombramiento de los alcaldes. El mismo año se promulgó la Constitución de 1845, muy similar a la de 1837 (60 de los 77 artículos eran idénticos), pero reformada en un sentido más acorde con el liberalismo doctrinario. En lugar de la soberanía nacional establecía la soberanía compartida entre las Cortes y el Rey, con preeminencia de este, que podía convocar y disolver las Cámaras sin limitaciones. Se confirmaba la confesionalidad católica del Estado. Regulaba los derechos del ciudadano, que quedaron fuertemente restringidos, como la libertad de expresión limitada por la censura (una cuestión crucial ante la vitalidad que había alcanzado la prensa en España). Desaparecía la Milicia Nacional. El sistema electoral, que se estableció por la Ley Electoral de 1846, continuó siendo un sufragio censitario fuertemente oligárquico, que limitaba aún más el derecho al voto, restringido a 97.000 electores (varones mayores de 25 años que superaran un determinado nivel de renta, mayor que el previsto hasta entonces), el 0,8% de la población total.[43] El gobierno de Juan Bravo Murillo intentó que se aprobara una constitución aún más restrictiva (texto publicado en la Gaceta de Madrid el 2 de diciembre de 1852), pero la fuerte oposición expresada por todo el arco parlamentario hicieron a la reina desistir del proyecto y obligó a Bravo Murillo a presentar la dimisión.[44]

El Concordato de 1851 restableció las buenas relaciones con la Santa Sede. El Papa reconoció a Isabel II como reina (distinguiéndola con la rosa de oro, la principal condecoración papal) y aceptó la pérdida de los bienes eclesiásticos ya desamortizados, tranquilizando las conciencias de sus compradores. A cambio el Estado español se comprometió a mantener el presupuesto de culto y clero con el que se cubrirían las necesidades del clero secular; así como garantizar la catolicidad de la enseñanza, en la que la Iglesia tendrá un papel decisivo, así como en la censura de las publicaciones. La corte de Isabel II se convirtió en una verdadera corte de los milagros a causa del ascendiente que sobre la reina alcanzaron algunos religiosos (San Antonio María Claret y Sor Patrocinio, la monja de las llagas). La confluencia de la intelectualidad católica y tradicionalista con el moderantismo dio lugar al movimiento de los neocatólicos (Marqués de Viluma, Donoso Cortés, Jaime Balmes).

La corrupción política que incluía a destacados financieros (el Marqués de Salamanca) y a una creciente familia real (la de la reina y su consorte -su primo Francisco de Asís de Borbón-, la de su madre y padrastro -la expulsada María Cristina y su marido morganático, a quienes se permitió regresar en 1844-, y la de los Montpensier -hermana y cuñado de la reina, casados el mismo día que ella en un fastuoso doble enlace real[45] e instalados en España desde su expulsión de Francia con motivo de la revolución de 1848-), acompañó al tímido despegue del capitalismo español; mientras que las finanzas públicas se ordenaron con la reforma tributaria de 1845 (conocida, por el nombre de sus impulsores, como reforma fiscal Mon-Santillán). Más que en una fracasada revolución industrial española, el crecimiento económico se centró, ante la ausencia de capital nacional, en negocios de banca y sociedades financieras sustentados sobre las fuentes de riqueza naturales (el crecimiento de la superficie cultivada y la puesta en explotación de numerosas minas) y un naciente tendido de líneas ferroviarias, todo ello con amplia participación extranjera en medio de sonoros escándalos, que facilitaron la vuelta al poder de los progresistas.

Bienio progresista (1854-1856)

Artículo principal: Bienio progresista

El autoritarismo de Narváez, y la imposibilidad de contrarrestarlo por vías institucionales, empujó a la oposición a la solución militar: un pronunciamiento llevado a cabo por el general Leopoldo O'Donnell en Vicálvaro (la Vicalvarada, 28 de junio de 1854). El fracaso inicial llevó a O'Donell a retirarse hacia el sur, donde contactó con el general Serrano, junto con el que proclamó el manifiesto de Manzanares (redactado por Antonio Cánovas del Castillo, 7 de julio), que dotó al movimiento de un programa político y le consiguió el gran respaldo popular que reclamaba; lo que precipitó su triunfo.

Nosotros queremos la conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre; queremos la práctica rigurosa de las leyes fundamentales, mejorándolas, sobre todo la electoral y la de imprenta; queremos la rebaja de los impuestos, fundada en una estricta economía; queremos que se respeten en los empleos militares y civiles la antigüedad y los merecimientos; queremos arrancar los pueblos a la centralización que los devora, dándoles la independencia local necesaria para que conserven y aumenten sus intereses propios, y como garantía de todo esto queremos y plantearemos, bajo sólidas bases, la Milicia Nacional...

Las Juntas de gobierno que deben irse constituyendo en las provincias libres; las Cortes generales que luego se reúnan; la misma nación, en fin, fijará las bases definitivas de la regeneración liberal a que aspiramos. Nosotros tenemos consagradas a la voluntad nacional nuestras espadas, y no las envainaremos hasta que ella esté cumplida.

El apoyo masivo del ejército no llegó hasta que Espartero aceptó encabezar la iniciativa. La reina le nombró presidente del consejo de ministros y se formó un gabinete progresista.

O'Donnell creó la Unión Liberal, un partido ecléctico que procuraba integrar a moderados y progresistas. Las nuevas Cortes constituyentes redactaron un texto constitucional que no llegó a aprobarse ni entrar en vigor (la que hubiera sido la Constitución de 1856).

La actividad más trascendente del bienio progresista consistió en su legislación económica: se procuró encauzar la legalidad del desarrollo capitalista, cerrando el ciclo de privatizaciones de la tierra con la ley desarmotizadora de Madoz (3 de mayo de 1855), que se aplicó, además de a muchas propiedades eclesiásticas todavía no afectadas, a las órdenes militares y otras instituciones, fundamentalmente los propios y comunales (tierras de propiedad municipal cuyo arrendamiento se utilizaba para cubrir servicios prestados por los ayuntamientos o bien se explotaban en común por los habitantes del municipio); y se legisló sobre minas, finanzas e inversiones de capital (creación de sociedades anónimas). El propio Madoz facilitó el derribo de las murallas de Barcelona (una medida largo tiempo demandada por el ayuntamiento, a la que se había opuesto Espartero y que estuvo entre las causas del bombardeo de 1842), permitiendo el trazado del ensanche (Plan Cerdá, 1860) al igual que en otras ciudades, que fueron conformando su desarrollo urbano bajo los nuevos principios higienistas propios de los modernos barrios burgueses (Plan Castro de Madrid, 1860, Canal de Isabel II, 1858). La pérdida de patrimonio histórico que suponían tales derribos y reformas, se sumó a las de la desamortización, que había dejado desprotegidos miles de edificios religiosos (incluso universitarios como los de los de Alcalá); pero se asumía como una necesidad del progreso que fácilmente acalló cualquier voz de protesta (como la del poeta Gustavo Adolfo Bécquer o la de su hermano el pintor Valeriano Domínguez Bécquer y otros -Valentín Carderera, Jenaro Pérez Villaamil- que emprendieron proyectos de conservación de la memoria de ese mundo en trance de desaparecer, al menos en sus imágenes).

Se ordenó el sistema ferroviario que se extendió con cierta dificultad siguiendo un esquema radial de baja densidad, con centro en Madrid y concesionado a grandes compañías (Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante -los Rotschild-; Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España -los Péreire-). En las décadas siguientes la industrialización tuvo mayor continuidad, pudiéndose comprobar las ventajas de la integración de un incipiente mercado nacional. Las relaciones de producción capitalistas, tanto en el entorno urbano como en el rural, comenzaban a generar conflictos sociales de nueva naturaleza (la lucha de clases), que en los escasos núcleos industriales encontró expresión en un naciente movimiento obrero que tomaba conciencia de su oposición de intereses con los propietarios del capital (movilizaciones de 1855 en Barcelona[46] o Valladolid[47] ); mientras que en el campo se manifestaba de forma similar entre la gran masa de jornaleros desposeídos y la nueva oligarquía de propietarios. La connivencia de intereses entre la oligarquía terrateniente castellano-andaluza, de vocación exportadora ante la debilidad y desarticulación del mercado interior, y la apertura al exterior facilitada por una política librecambista que aceptara las inversiones extranjeras, se vio estimulada por una coyuntura especialmente favorable durante la Guerra de Crimea (1853-1856).

Agua, sol y guerra en Sebastopol.[48]

Bienio moderado (1856-1858)

La agitación social provocó la ruptura entre Espartero y O'Donnell. La presidencia de éste (de julio a octubre de 1856) procuró llevar a cabo una política ecléctica que satisficiera a todo el espectro político, siendo el primer gobierno que no realizó la tradicional renovación de los funcionarios para situar a los adictos y dejar como cesantes a los opuestos. De hecho, sus medidas significaron una profunda revisión de la labor del bienio, con la disolución de la Milicia Nacional y la vuelta a la Constitución de 1845, a la que se añadió un Acta Adicional para la ampliación de derechos, que tuvo apenas un mes de vigencia. Dado lo imposible de mantener la apariencia de centralidad, la reina optó por llamar de nuevo a Narváez, que ocupó la presidencia un año completo, de octubre de 1856 a octubre de 1857.

La medida más trascendente del bienio moderado fue la promulgación de la Ley de Instrucción Pública o Ley Moyano, que estableció el sistema educativo que, con pocas modificaciones, siguió vigente durante más de un siglo.

La crisis económica de 1857 llevó a Narváez a dimitir, siendo sucedido por los breves gobiernos de Armero e Istúriz.

El naciente movimiento republicano abanderó la ocupación de tierras en el campo andaluz, sufriendo la represión y los fusilamientos masivos ordenados por Narváez (El Arahal en 1857 y Loja en 1861). En las ciudades el alto precio de los alimentos y los impuestos indirectos (consumos) provocaban motines de subsistencias y motines de consumos también inspirados por el republicanismo. El sistema de reclutamiento (quintas) y el servicio militar de ocho años, eximible por el pago de una cuota o un reemplazista, producía injusticias cada vez peor soportadas, que la política de prestigio exterior del periodo posterior no hará más que exacerbar.[49]

Gobiernos de la Unión Liberal (1858-1863)

La batalla de Tetuán, por Dionisio Fierros Álvarez (1894). La batalla tuvo lugar el 31 de enero de 1860.

El 30 de junio de 1858, O'Donnell formó un nuevo gobierno, que junto con el siguiente conformarían los de más larga duración de la época, hasta principios de 1863. Durante este periodo se mantuvo la recuperación económica y se controló la corrupción electoral y la propia desunión en el partido.

Se invirtió en grandes obras públicas, se desarrolló la red ferroviaria y el ejército, se continuó con la desamortización pero entregando parte de la deuda pública a la Iglesia y reponiendo el Concordato de 1851. Se aprobaron también una serie de importantes leyes que seguirían repercutiendo más adelante. Sin embargo siguió habiendo mucha corrupción política y económica, y tampoco se llegó a aprobar la prometida ley de prensa quedándose así sin apoyo parlamentario.

Se intentó emprender una política exterior de prestigio, con presencia en Marruecos (Guerra de África, 1859-1860) y en lugares tan lejanos como el sureste asiático (Guerra de Cochinchina, 1858-1862).

Fin del reinado de Isabel (1863-1868)

Los progresistas y los moderados se aliaron para presionar a la Unión Liberal provocando la dimisión de O'Donnell (marzo de 1863). Sin embargo la sustitución del gobierno no fue fácil, dado que los partidos tradicionales estaban inmersos en graves disensiones internas. La reina, negándose a convocar elecciones como se le pedía desde la oposición, fue formando sucesivos gobiernos moderados bajo presidencia del Marqués de Miraflores, Lorenzo Arrazola y Alejandro Mon, hasta que finalmente se volvió a llamar al principal espadón del moderantismo, Narváez (septiembre de 1864). Intentó reconciliarse con los progresistas integrándolos en el gobierno, a lo que éstos se negaron. El autoritarismo de Narváez se reforzó, privándose incluso del apoyo de algunos de sus ministros. La nueva crisis desembocó en el retorno de O'Donnell (junio de 1865). Se aprobó una ley para aumentar el censo electoral en 400.000 votantes y se convocaron elecciones a Cortes; pero sin el apoyo de los progresistas no se consiguió un gobierno estable y se produjo la vuelta de Narváez (10 de junio de 1866).

La crisis política se complicó con una grave crisis económica (los valores españoles caían en la bolsa de París, y el negocio ferroviario se deterioraba). Los militares progresistas y demócratas intentaron de nuevo la salida del pronunciamiento, con sucesivos fracasos (el general Prim en Villarejo de Salvanés y los sargentos del cuartel de San Gil el 22 de junio de 1866). La reacción de Narváez fue actuar con mano dura con la oposición política (disolución de las Cortes, exilio del general Serrano y de los Montpensier) e intelectual (cierre de las Escuelas de Magisterio y destitución de profesores agnósticos como Emilio Castelar -la denominada cuestión universitaria- que había provocado la protesta estudiantil de la Noche de San Daniel -10 de abril de 1865-, saldada con catorce muertos y un centenar de heridos).

Las dos principales figuras del periodo mueren en un breve intervalo (Leopoldo O'Donnell el 5 de noviembre de 1867 y Ramón María Narváez el 23 de abril de 1868). De éste se cuenta que, en su lecho de muerte, al solicitarle el sacerdote que perdonase a sus enemigos, respondió Padre, no tengo enemigos; los he matado a todos.[50]

La reina formaba apresuradamente gabinetes de breve duración, con Luis González Bravo como nuevo hombre fuerte cuya única perspectiva era continuar la política de represión y destierros de militares y políticos. El exilio, lejos de reforzar a las fuerzas conservadoras, sirvió para incrementar el radicalismo y la formación de un selecto grupo de intelectuales españoles, que se pusieron en contacto con todo tipo de nuevas ideas que circulaban por Londres, París o Bruselas (Pi i Margall se verá muy influido por sus lecturas de Proudhon); y para que la élite política española de todos los grupos situados entre el centro y la izquierda, en tan difíciles circunstancias, se viese obligada a alcanzar un punto de acuerdo en lo esencial. Reunidos en una ciudad belga, un grupo de unionistas (Serrano), progresistas (Prim y Práxedes Mateo Sagasta) y demócratas (Nicolás María Rivero y Emilio Castelar) acordó el denominado pacto de Ostende.

Sexenio democrático (1868-1874)

Artículo principal: Sexenio Democrático
Las etapas del Sexenio, dibujo satírico de Tomás Padró para La Flaca (1874).

La Revolución de 1868

Artículo principal: Revolución de 1868

El 19 de septiembre de 1868, los generales Prim y Serrano y el almirante Topete se levantan en armas en Cádiz. Un ejército dirigido por Serrano se dirigió desde el sur a Madrid, venciendo en la batalla de Alcolea (28 de septiembre) al enviado por el gobierno para interceptarle. La Reina, que estaba veraneando en San Sebastián, cruzó la frontera francesa y desde el exilio mantendrá su pretensión de derecho al trono, sin abdicar en su hijo Alfonso hasta dos años más tarde.

La expulsión de la desprestigiada reina era una de los principales reivindicaciones de la "Gloriosa Revolución", cuyos lemas fueron «¡Abajo la raza espuria de los Borbones!» y «¡Viva España con Honra!».[51] La movilización popular fue muy importante. De nuevo se organizaron juntas locales como en 1808, 1836 o 1854. Se volvió a organizar la Milicia Nacional, con el nombre de Voluntarios de la Libertad.

Serrano, al asumir la jefatura del gobierno provisional como una regencia (18 de junio), procuró moderar la deriva extremista de la revolución disolviendo las juntas y declarando que la monarquía seguiría siendo la forma de gobierno; y convocó elecciones a Cortes. Entre las primeras medidas se produjo la supresión del impuesto de los consumos, se proclamó el fin de las quintas de reclutamiento y se estableció el sufragio universal masculino. Las órdenes religiosas que operaban desde 1837 quedaron disueltas, cerrando monasterios y confiscando sus bienes, y se realizó un inventario de los objetos de arte de las iglesias, que pasaron a engrosar el patrimonio nacional; la orientación anticlerical del nuevo régimen provocó la ruptura de las relaciones con la Santa Sede.

La revolución concitó la confluencia de múltiples intereses. Además de los grupos políticos de Ostende, fue apoyada por los sectores financieros e industriales, conscientes de que el gobierno isabelino era incapaz de superar la crisis económica.

Desde el principio, el nuevo gobierno tuvo que hacer frente al estallido del problema colonial cubano, largo tiempo gestado y en el que se complicaban las peticiones de autonomía local con el problema de la abolición de la esclavitud (constantemente retrasada por la influencia del grupo de presión esclavista, dominante en las esferas económicas -Antonio López, futuro Marqués de Comillas-, mientras que el grupo antiesclavista dominaba en el ambiente intelectual -Julio Vizcarrondo, Rafael María de Labra-). La guerra abierta estalló el 10 de octubre de 1868 con el Grito de Yara (Céspedes), que aprovechó la revolución en la metrópoli para declarar la independencia.[52]

Gobierno provisional, Constitución y Regencia (1868-1871)

Gobierno Provisional de 1869: Laureano Figuerola, Práxedes Mateo Sagasta, Ruiz Zorrilla, Juan Prim, Francisco Serrano y Domínguez, Topete, Adelardo López de Ayala, Antonio Romero Ortiz y Juan Álvarez de Lorenzana. Foto de J. Laurent.

Se convocaron en diciembre de 1868 elecciones municipales, con sufragio universal masculino, donde los republicanos obtuvieron importantes parcelas de poder (veinte capitales de provincia, entre ellas Barcelona, Valencia y La Coruña).

A comienzos de 1869 se convocaron las primeras elecciones parlamentarias españolas con elección directa mediante sufragio universal masculino. El panorama parlamentario que surgió de ellas era multipartidista, permitiendo una mayoría de unionistas y progresistas, pero con una amplia representación de los republicanos, y grupos menos importantes de carlistas y demócratas.

La Constitución de 1869, la primera democrática de la historia de España, proclamaba la soberanía nacional y establecía la monarquía parlamentaria con división estricta de poderes, en el que el gobierno es responsable ante las Cortes (bicamerales) y el poder judicial es independiente. El reconocimiento de derechos y libertades era amplio y detallado (derecho al voto, inviolabilidad del domicilio, libertad de enseñanza, de expresión, de residencia, de reunión y asociación); se aseguraba la libertad de cultos y se mantienía el presupuesto de culto y clero católico. Se introdujo el juicio por jurado. Se esbozaba una descentralización territorial en provincias y ayuntamientos, y se apuntaba la posibilidad de reforma del estatus de los territorios coloniales.

A falta de rey, Serrano se convirtió en regente, mientras Prim formó los primeros gobiernos, con Sagasta y Ruiz Zorrilla en los principales ministerios. Sagasta, desde el ministerio de gobernación, reprimió los focos de federalismo que se mantenían activos desde la revolución. Se encargó al ejército (general Antonio Caballero de Rodas) la represión de los levantamientos republicanos en Andalucía, Extremadura, Cataluña y Aragón, que para octubre de 1869 habían quedado liquidados.

Las medidas económicas de Laureano Figuerola (arancel librecambista, reordenación bancaria -el germen de lo que sería el Banco de España-, y monetaria -creación de la peseta, 1869-) restauraron la confianza internacional. Los valores españoles subieron en París, se volvía a atraer capitales extranjeros y el ferrocarril experimentó un nuevo impulso. Una nueva ley de minas hizo crecer actividad en las cuencas mineras diseminadas por la geografía peninsular (Riotinto, Almadén, Cartagena, Asturias, Vizcaya), lo que significó para la ría de Bilbao el desarrollo de una importante siderurgia.

El problema cubano se intentó remediar en 1870 con dos medidas voluntaristas, pero poco eficaces: la Ley Moret, que pretendía una abolición progresiva (libertad de vientres -al nacer- y libertad de los esclavos al alcanzar los 60 años de edad), y la concesión de autonomía para Puerto Rico.

La guerra de Cuba suscitó una nueva causa de descontento popular. Se decretaron nuevas quintas, respondidas con manifestaciones antimilitaristas pidiendo su supresión (protagonizadas por las madres de los reclutas), especialmente importantes en Barcelona, donde se recurrió al ejército para disolverlas.

El movimiento obrero

En esa misma ciudad, el principal centro industrial de España y la ciudad que contaba con una clase obrera más numerosa, había alcanzado notable eco el el internacionalismo proletario tras la llegada en 1868 de Giuseppe Fanelli, recibido por la izquierda demócrata y republicana (Fernando Garrido, que en el exilio se había decantado ya por el socialismo -La Democracia y el Socialismo, con prólogo de Mazzini- y José María Orense, su principal polemista, desde un republicanismo individualista). A su influencia, y a la actividad de los primeros líderes locales, como Anselmo Lorenzo, Francisco Mora y Tomás González Morago, se debe la convocatoria del Congreso de Barcelona o I Congreso de la Federación Regional Española -FRE- donde se creó la Sección Española de la Asociación Internacional de Trabajadores, 1870; mientras que en el Congreso de Zaragoza de 1872 se produjo la ruptura entre marxistas o socialistas y bakuninistas o anarquistas, al igual que había sucedido en el Congreso de La Haya del mismo año. El predominio del anarquismo en España era muy evidente en este periodo, debido tanto a su más temprana llegada (Fanelli era próximo a Bakunin, mientras que Paul Lafargue -que llegó más tarde a España, tras la derrota de la Comuna en 1871- era yerno de Marx y fue el introductor del marxismo) como a las condiciones objetivas que presentaba un país con una industrialización más débil, con predominio de la fuerza de trabajo agrícola, y de posición periférica en el capitalismo europeo (similar al caso ruso). La difusión de las distintas organizaciones e ideologías del movimiento obrero español se produjo inicialmente por los núcleos industriales catalanes y valencianos, y en el campo andaluz (de predominio anarquista); mientras que los núcleos madrileño y vasco, de implantación posterior, tuvieron predominio socialista. Las reivindicaciones iniciales incluían, además de cuestiones de naturaleza laboral, cuestiones políticas como la libertad de reunión y de asociación; mientras que, en el campo, la gran esperanza que se planteaba como una solución redentora a las míseras condiciones de vida, era el reparto de la tierra entre los jornaleros. El factor movilizador más importante fueron las protestas antimilitaristas, que en ocasiones se convirtieron en verdaderas sublevaciones, como la de Jerez de marzo de 1869, reprimida de forma sangrienta por el ejército.[53]

Candidatos al trono vacante

El asunto político interno que absorbió el principal interés, y que alcanzó una gran repercusión internacional, fue la búsqueda de un candidato idóneo para ocupar el trono. Descartado, por razones ideológicas obvias, el pretendiente carlista (Carlos VII, que estaba sopesando sus opciones de llegar al trono por vías pacíficas o por un levantamiento en armas, que se produciría finalmente en 1872 -la Tercera Guerra Carlista-), se barajaron diversos nombres; como el propio Espartero (el último de los ayacuchos, ya con 72 años, pero que aún viviría 11 más), el Duque de Montpensier (cuñado de Isabel II) y un selecto grupo de pretendientes europeos, entre los que estaban Fernando de Sajonia-Coburgo-Gotha (padre del rey de Portugal -la unión entre Portugal y España era promovida por el movimiento iberista-) y Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen (apoyado por Otto von Bismarck -canciller de Guillermo de Prusia- y rechazado por Napoleón III de Francia, cuyo enfrentamiento por esta causa estuvo entre las que llevaron a la guerra franco-prusiana -telegrama de Ems, 13 de julio de 1870-). Finalmente el elegido será Amadeo, Duque de Aosta, hijo de Víctor Manuel II de Italia, de la Casa de Saboya, representante de la monarquía más liberal de Europa, cuyo papel en la unificación italiana la mantenía en un duro enfrentamiento con el propio Papa.[52]

Reinado de Amadeo I (1871-1873)

Amadeo I frente al féretro del general Prim, por Antonio Gisbert.

El 20 de diciembre de 1871 llegaba Amadeo de Saboya al puerto de Cartagena, donde recibió la noticia de la muerte del general Prim, su principal valedor, víctima de un atentado en Madrid tres días antes. El promotor del magnicidio aún es un enigma. Desde entonces se viene especulando con distintas posibilidades: el grupo de presión pro-esclavista en beneficio de sus intereses, o cualquiera de los muchos enemigos políticos de dentro o fuera de España que se había granjeado con el asunto de la elección real, como el Duque de Montpensier, los republicanos, o incluso alguna facción de la masonería (a la que pertenecía).[54]

Amadeo I se comportó como un monarca liberal, con escrupuloso respeto a la Constitución y una exquisita neutralidad política, que no obstante no le consiguieron el apoyo de ninguno de los grupos sociales o políticos. La aristocracia y las clases altas, mayoritariamente borbónicas, le hicieron el vacío.

Los principales líderes del periodo fueron del partido progresista, que se escindió en el Partido Constitucional de Sagasta, aliado con alfonsinos y unionistas; y el Partido Radical en torno a Ruiz Zorrilla, que buscó apoyos en todo el espectro de las Cortes, desde los republicanos hasta los carlistas. Los grupos así establecidos se enfrentaron a propósito de temas sociales, como la abolición de la esclavitud y el problema de la la Internacional. Sagasta acusaba a la organización de provocar constantes levantamientos, y la ilegalizó. Ruiz Zorrilla se empeñó en abolir la esclavitud, para lo que el apoyo del rey, cuya opinión antiesclavista era notoria, no fue determinante, dada su situación institucional. El grupo de presión proesclavista continuó con su política de obstaculización por todos los medios, que incluyeron la subvención económica a la sublevación carlista y contactos con los alfosinos de Cánovas (cuyo propio hermano era un destacado líder de los negreros).

Al problema cubano, que se alargaba, se añadió la Tercera Guerra Carlista. En mayo de 1872, el pretendiente Carlos María de Borbón y Austria-Este (Carlos VII) entraba en Navarra alzando en armas un ejército; pero al poco tiempo el Ejército del Norte, dirigido personalmente por Serrano (que ocupaba el cargo de presidente del consejo de ministros), le obligó a volver a Francia al derrotarle en la batalla de Oroquieta. En una evidente imitación del abrazo de Vergara de Espartero, Serrano ofreció a los carlistas unas condiciones de rendición tan favorables (la convención de Amorebieta), que fueron rechazadas por las Cortes; lo que movió a Serrano a pedir al rey la suspensión de garantías constitucionales. Al no obtenerla del rey, dimitió. Tampoco todos los carlistas (empezando por el propio pretendiente, que consideró traidores a los firmantes), se avinieron a las condiciones de la convención; con lo que continuaron las partidas, especialmente por Navarra y Cataluña, a veces convertidas en simple bandolerismo. El carlismo se estaba identificando cada vez más con la recuperación de los fueros vascos y navarros; que el pretendiente declaró restaurados en julio de 1872, así como abolidos los Decretos de Nueva Planta que suprimieron los fueros en la Corona de Aragón en el siglo XVIII, lo que intensificó la fuerza de la revuelta, especialmente en zonas rurales de Cataluña y, con menor intensidad, en otras de Aragón y Valencia.

Amadeo, deseoso de encontrar una causa para renunciar al trono y volver a Italia, la encontró en una grave crisis entre el gobierno de Ruíz Zorrilla y el cuerpo de artillería. El rey expresó su apoyo a los militares, y el Congreso al gobierno, con lo que Amadeo I quedó justificado para presentar su abdicación el 11 de febrero de 1873. Esa misma noche, las Cortes, conscientes sus diputados de la imposibilidad de encontrar ningún candidato para ocupar el trono vacante, proclamaron la Primera República Española.[52]

Primera República (1873-1874)

Artículo principal: Primera República Española
Alegoría de la Primera República Española. Las letras "RF" entre hojas de laurel son las iniciales de "República Federal". Tanto en ese aspecto como en muchos otros, la iconografía elegida era muy similar a la de la República Francesa (el gorro frigio, la figura femenina -en Francia denominada Marianne, y en España la Niña Bonita-,[55] el lema Libertad, Igualdad, Fraternidad -en el triángulo-, incluso el gallo). Se complementa con alegorías de las distintas actividades económicas, ciencias y artes (algunas indicativas del progreso y la modernidad, como la telegrafía y la fotografía). Los colores de la bandera eran los mismos que la bandera usada por la monarquía (sólo se sustituyó en el escudo la corona real por una corona mural). Fue la Segunda República Española la que introdujo una bandera diferente, sustituyendo la franja inferior roja por otra de color morado.

El 11 de febrero de 1873, el Congreso proclamó la República por 256 votos a favor y 32 en contra. Los republicanos estaban divididos entre una minoría de unitarios (Emilio Castelar, Nicolás Salmerón, Eugenio García Ruiz, Antonio de los Ríos Rosas), cuyo peso político fue mucho mayor que su precaria representación; y una mayoría de federales, a su vez divididos entre transigentes (Francisco Pi y Margall) e intransigentes (José María Orense). Durante los dos años escasos en que se desarrolló la experiencia republicana, se operó siempre en precariedad institucional. En el contexto internacional, únicamente Estados Unidos y Suiza reconocieron al nuevo régimen, mientras que las potencias europeas optaron por mantenerse a la expectativa (Francia y Alemania acababan de salir de la guerra Franco-Prusiana, uno de cuyos motivos fueron las maniobras por interferir en las candidaturas al trono español).

Estanislao Figueras, republicano moderado, fue elegido por las Cortes como Jefe del Poder Ejecutivo, y formó gobierno exclusivamente con republicanos de ambas tendencias (Castelar, Pi -que actuaba como hombre fuerte del gobierno desde el ministerio de Gobernación-, Salmerón y el general Acosta -ministro de Guerra-). Con sus primeros decretos se abolieron los títulos de nobleza, se reorganizaron los Voluntarios de la Libertad y se anunciaba una próxima abolición de la esclavitud, además de convocar una Asamblea Constituyente. El proyecto de Constitución de 1873 se fue elaborando con dificultad y no llegó a entrar nunca en vigor. Establecía una República federal de 17 Estados y varios territorios de ultramar, cada uno con su propia Constitución. Los municipios tendrían una Constitución local y división de poderes entre alcaldía, ayuntamientos y tribunales locales. En el Estado central, el poder ejecutivo lo ejercería un jefe de gobierno nombrado por el Presidente. El legislativo lo desempeñarían dos cámaras, ambas de elección directa, con un Senado formado por cuatro representantes de cada Estado, y un Congreso con un diputado por 50.000 habitantes. El judicial lo presidiría un Tribunal Supremo constituido por tres magistrados de cada Estado. Se confiaba al Presidente un llamado poder de relación con los demás poderes y los Estados Federales. La separación Iglesia-Estado era total.[52]

Enseguida surgieron movimientos partidarios de profundizar de forma más radical en las reformas, desde un punto de vista territorial o social: en Barcelona se proclamó la República Federal democrática de la que Cataluña sería un estado. Las primeras organizaciones propias del movimiento obrero español comienzan a tener una presencia pública activa, solicitando medidas como la reducción de jornada o el aumento de salarios. En Málaga, los internacionalistas se hicieron con el poder municipal, y en el campo andaluz y extremeño los jornaleros ocuparon tierras.

Desde el extremo opuesto del espectro de los revolucionarios de 1868, el general Serrano intentó dar un golpe de estado, que fracasó.

Pi y Margall fue proclamado Presidente de la República en junio, dimitiendo al cabo de un mes ante el agravamiento de los tres frentes de oposición violenta: la sublevación carlista (que aumentaba sus apoyos y su extensión territorial, con el guerrillero Savalls sembrando el pánico en Cataluña), la continuidad de la guerra de Cuba, y el surgimiento de una revolución cantonal por parte de los más extremistas de entre los republicanos federales (especialmente fuerte en el cantón de Cartagena).

Salmerón asumió el ejecutivo con una decisión que terminará siendo fatal para la continuidad de la República: reprimir la sublevación cantonal mediante el ejército, que estaba bajo el control de generales alfonsinos (monárquicos partidarios del príncipe Alfonso, hijo de Isabel II). Pavía fue enviado a Andalucía, Martínez Campos a Valencia y López Domínguez a Cartagena. Salmerón dimitió el 7 de septiembre tras negarse a firmar las condenas a muerte de unos militares cantonalistas, atrapado entre las opuestas presiones de su propio partido (Eduardo Palanca) y de los militares (Pavía).[56] Simultáneamente había estallado una crisis internacional que implicaba a Estados Unidos y el Reino Unido en el conflicto cubano como consecuencia del apresamiento en Cuba del buque Virginius y el fusilamiento de 53 de sus tripulantes, entre ellas ciudadanos estadounidenses y británicos.

El siguiente presidente, Castelar, procuró la solución diplomática del conflicto internacional, mientras que, invocando poderes especiales, cerró las Cortes hasta enero, con el argumento de que el poder ejecutivo debía emplearse sin restricciones en la solución el problema cubano, carlista y cantonal. Su presidencia no sobreviviría a la apertura del siguiente periodo de sesiones, el 2 de enero de 1874.

Dictadura de Serrano (1874)

El general Francisco Serrano.

El 3 de enero de 1874, el general Manuel Pavía interrumpió violentamente una sesión de las Cortes, que acababan de retirar la confianza a Castelar (a pesar de que la acción no tuvo la espectacularidad con que se la describió popularmente, la expresión el caballo de Pavía pasó a ser un tópico político español similar al de ruido de sables, con los que se alude a la amenaza de golpe de estado militar). El vacío de poder llevó a formar un gobierno de concentración que puso la Presidencia de la República en manos de Serrano, quien en la práctica no se sometió a los controles constitucionales, considerándose su mandato (casi un año entero) como una vedadera dictadura.[57]

En medio de una grave situación financiera, se enfrentó a los problemas políticos al tiempo que se dedicó con firmeza a intentar sofocar los tres frentes bélicos abiertos: la sublevación cantonal aún fuerte en Cartagena, la tercera guerra carlista y la guerra de Cuba. Formó gobierno con los republicanos unitarios de Eugenio García Ruiz, con José de Echegaray en Hacienda, que puso orden las finanzas dando forma al Banco de España. Sagasta, presidente del consejo de ministros desde septiembre (los presidentes del poder ejecutivo del periodo anterior asumían ambos cargos, mientras que Serrano prefería designar a otro para ese cargo, quedando él en una posición institucionalmente similar a la de los reyes), ilegalizó de nuevo la sección española de la Internacional y cerró sedes y periódicos revolucionarios, disolviendo grupos como los Voluntarios de la Libertad.

Inmediatamente las potencias europeas, con Alemania a la cabeza, reconocieron al nuevo régimen.

Alfonso, el hijo de Isabel II, que estaba recibiendo formación militar en Inglaterra, envió desde la Real Academia de Sandhurst un mensaje a los españoles (el manifiesto de Sandhurst) promovido por el partido alfonsino, el grupo más moderado de entre los monárquicos españoles, liderados por Antonio Cánovas del Castillo. En un tono conciliador, declaraba haber aprendido la lección derivada de la expulsión de su madre y su propósito de nunca dejar de ser buen español, ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal; procurándose el apoyo de una amplia zona del espectro político, entre los reaccionarios y los liberales moderados.

Mientras tanto, la coyuntura bélica se prolongaba en las regiones con implantación carlista. Los ejércitos del gobierno, dirigidos por el propio general Serrano, contuvieron a los carlistas en Navarra, consiguieron levantar el sitio de Bilbao y acometieron una ofensiva en la zona de Cuenca.

El 29 de diciembre de 1874 el general Martínez Campos inició una sublevación en Sagunto en favor del príncipe Alfonso. Serrano optó por reconocer los hechos consumados y no oponerse al pronunciamiento; llamando a formar gobierno a Cánovas, líder del partido alfonsino, pero que no veía con buenos ojos el protagonismo militar en la vuelta de los borbones al trono. Consiguió marginar al general sublevado, quedando el gobierno en manos civiles.[52]

Restauración borbónica

Reinado de Alfonso XII (1875-1885) y regencia de María Cristina (1885-1902)

Alfonso XII.
Dibujo satírico sobre el pucherazo. Sagasta aparece sobre un embudo (referencia a la ley del embudo) con el cartel sufragio universal, encabezando una procesión de elementos de alteración de los resultados electorales (lázaros -votantes fallecidos-, intimidación a cargo de militares, guardias civiles -tricornio y sable- y oscuros personajes -embozados y con porras-, votos cautivos en urnas-jaula, etc.) Publicado por Tomás Padró Pedret en La Flaca (revista desaparecida en 1876). El sufragio universal no se restauraría hasta 1890.

Con la restauración borbónica, el nuevo rey confirmó en el poder a Cánovas, que convocó elecciones en enero del año siguiente con el sistema previsto en la Constitución de 1869 (sufragio universal), que le proporcionaron una abrumadora mayoría de monárquicos conservadores afines a su gobierno. La redacción de la Constitución española de 1876 fue encargada a una comisión de notables elegida por el mismo Cánovas y presidida por Manuel Alonso Martínez, que se presentó a las Cortes y fue aprobada sin grandes cambios el 30 de junio. Se optó por no precisar el sistema electoral (con lo que las siguientes elecciones se harían por sufragio censitario hasta 1890). La soberanía se compartía entre Rey y Cortes, en un sistema parlamentario bicameral que dejaba al poder ejecutivo el ejercicio de un poder muy amplio. El reconocimiento de las libertades públicas quedaba matizado. Se definía la confesionalidad católica del estado y la tolerancia hacia otras religiones.

Para la estabilidad del sistema político, Cánovas, que organizó en su torno el Partido Liberal-Conservador, era consciente de la necesidad de contar con una oposición dinástica, es decir, fiel a la monarquía parlamentaria alfonsina. En 1879 Sagasta, apoyado por Emilio Castelar, creó el Partido Liberal-Fusionista que integraba a progresistas y demócratas desencantados con el republicanismo. A partir del pacto de El Pardo (24 de noviembre 1885, ante la posibilidad de que estallara una crisis política a la muerte de Alfonso XII) el acuerdo entre Cánovas y Sagasta estableció un turnismo casi automático para que ambos partidos se sucedieran en el poder, lo que implicaba que los conservadores debían aceptar que los liberales recuperaran paulatinamente las conquistas políticas del sexenio (libertad de prensa, derecho de asociación o el sufragio universal). El control de las elecciones a través del ministerio de Gobernación (encasillado de los candidatos) se convirtió en el punto clave del un sistema que en su base se apoyaba en el denominado caciquismo: el predominio local de personalidades de gran prestigio social y posición económica, a partir de los cuales se establecían redes clientelares y se manipulaban los resultados (pucherazo).

Se platica

al fondo de una botica:

—Yo no sé,

don José,

cómo son los liberales

tan perros, tan inmorales.

—¡Oh, tranquilícese usté!

Pasados los carnavales

vendrán los conservadores,

buenos administradores

de su casa.

Todo llega y todo pasa.

Nada eterno:

ni gobierno

que perdure,

ni mal que cien años dure.

Antonio Machado, Meditaciones rurales

A pesar de la estabilidad característica del sistema canovista, no dejó de haber disensiones dentro de los partidos dinásticos, protagonizadas por personalidades como Francisco Silvela (muy crítico con el caciquismo, lo que no le impidió ser ministro de Gobernación), Francisco Romero Robledo o Raimundo Fernández Villaverde en el partido conservador y Segismundo Moret o Eugenio Montero Ríos en el liberal.

Los partidos no dinásticos quedaban en la práctica fuera de toda posibilidad de alcanzar el poder, aunque a finales de siglo comenzaron a obtener alguna representación en circunscripciones urbanas, más difíciles de manipular. Eso fue lo que permitió al naciente movimiento catalanista (en torno a Enric Prat de la Riba -Unió Catalanista, 1891, Bases de Manresa, 1892-) llegar al parlamento (Lliga Regionalista, 1901); mientras que el Partido Nacionalista Vasco de Sabino Arana, mucho más radical, tardó varios años más.

El movimiento obrero se reorganizó con la creación de partidos y sindicatos de ideología marxista (PSOE -1879- y UGT -1888-, bajo el liderazgo de Pablo Iglesias, que optó por la participación electoral, con mayor implantación en Madrid y el País Vasco) o anarquista (Federación de Trabajadores de la Región Española -1881- que optaron por la no intervención en el sistema político, con mayor implantación en Cataluña y Andalucía). Una confusa red de grupos e individualidades anarquistas desarrollaron prácticas de la denominada acción directa, que incluían, junto a medidas pacíficas, otras violentas (propaganda por el hecho) con atentados terroristas en algunos casos muy espectaculares (bomba del Liceo de Barcelona -1893-, asesinato de Cánovas -1897-), y en otros casos manipulados por las propias autoridades (La Mano Negra, 1882-1884).

La denominada cuestión universitaria fue el principal conflicto de la vida intelectual y uno de los asuntos políticos más definitorios del nuevo sistema: la Circular de Orovio de 1875 (por el marqués de Orovio, ministro de Fomento) limitó de forma sustancial la libertad de cátedra al obligar a mantener las enseñanzas en términos que no afectaran al catolicismo y la monarquía. Un buen número de catedráticos universitarios, identificados como krausistas (Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Teodoro Sainz Rueda, Nicolás Salmerón, Augusto González Linares) fueron expulsados de la universidad y un grupo de ellos se reunió para continuar la docencia fuera de la universidad, en la Institución Libre de Enseñanza, que inició una renovación pedagógica de gran trascendencia.

Un decidido esfuerzo militar, dirigido por Martínez Campos, acabó con la resistencia carlista, lo que se aprovechó para abolir el sistema foral de las tres provincias vascas (1876). La supervivencia de los fueros navarros se vio cuestionada más tarde, en 1893, pero una movilización popular frenó tales pretensiones (gamazada). El conflicto de Cuba se recondujo, tras la llegada a la isla del propio Martínez Campos, hacia la negociación por la Paz de Zanjón (1878). La promesa de autogobierno y de aplicación la ley antiesclavista de Moret (retrasada hasta 1886) no se sustanció en reformas suficientes para evitar la insatisfacción de los independentistas cubanos y la frustración de las expectativas de los autonomistas, lo que, veinte años más tarde terminó por llevar a una nueva guerra, esta vez con la decisiva intervención de los Estados Unidos, el denominado desastre del 98; cuyas consecuencias internas, más allá del fin de la mayor parte del imperio colonial, fueron decisivas intelectual y políticamente (regeneracionismo, generación del 98), abriendo la denominada crisis de la restauración.

Despensa, escuela y doble llave al sepulcro del Cid.

Desequilibrios demográficos, económicos, sociales y espaciales

Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX significaron una crisis económica de gran intensidad. Tras la epidemia de cólera de 1885, que se cebó en las hacinadas e insalubres barriadas obreras disparando la mortalidad a niveles catastróficos; una profunda crisis agrícola, de origen climático y biológico (malas cosechas cerealísticas, epidemia de la filoxera, que destruyó las viñas), se vio agravada por la estructura socioeconómica del campo español, que no había afrontado la mecanización ni otras transformaciones de la revolución agrícola, y llegó al menos hasta 1902. Las jornadas eran largas y agotadoras, con salarios paupérrimos, a veces incluso sometidos al destajo. Las condiciones de vida se deterioraron fuertemente, disparándose la mortalidad infantil, mientras el resto de los datos demográficos correspondían aún a cifras propias de una sociedad preindustrial. Sometidos a fuertes pérdidas, los terratenientes se mostraban cada vez más opuestos a las reivindicaciones de los jornaleros, intensificándose la confrontación. Miles de jornaleros andaluces secundaron las huelgas pidiendo tierras. Otras regiones con una estructura de propiedad menos concentrada no por ello se libraron de los conflictos sociales que acompañaron a los procesos de transformación que dejaron su reflejo incluso en la literatura, que pasó del costumbrismo a la denuncia social (los de la huerta valenciana inmortalizados por Vicente Blasco Ibáñez, los de Asturias por Leopoldo Alas). Donde las condiciones lo hacían particularmente propicio, funcionó la válvula de escape de la emigración, especialmente a América, pero también a Francia o a Argelia; siendo particularmente intensa en Galicia y otras zonas del norte de España, donde algunas figuras retornadas con éxito (los indianos) contribuyeron con su prestigio a la popularización del ideal social del enriquecimiento por el trabajo duro en lejanas tierras.

El gallego no pide, emigra.
Alfonso Rodríguez Castelao.[60]

En el País Vasco se produjo una industrialización basada en la minería del hierro, exportado a Inglaterra por la ría de Bilbao. La conveniencia de retornar con carga de carbón inglés provocó la creación de una siderurgia local, y el florecimiento de sectores asociados, como la construcción naval y las instituciones financieras (notablemente, la banca vasca -incluso la santanderina- fue mucho más sólida que la catalana). Al mismo tiempo que las relaciones sociales tradicionales del campo vasco (el caserío) entraban en crisis, y conducían a muchos a una emigración similar a la gallega, se producía un movimiento opuesto de llegada de emigrantes castellanohablantes a trabajar en las nuevas industrias. El invevitable choque cultural se expresó en todo tipo de conflictos e ideologías alternativas, como el socialismo y el nacionalismo vasco, y a complejas trayectorias personales, como las de Miguel de Unamuno, Pío Baroja o Tomás Meabe.

Simultáneamente la burguesía catalana estaba viviendo una verdadera fiebre del oro (periodo de la Exposición Universal de 1888) que se prolongó en medio de una fortísima conflictividad social (Semana Trágica de 1909, crisis de 1917, años de plomo de pistolerismo patronal-sindical) en la época dorada que llega al menos hasta la Exposición Internacional de 1929.[61] La vitalidad de Barcelona la convirtió en la verdadera capital económica de España, beneficiada incluso por la repatriación de capitales tras la pérdida de Cuba; y un foco artístico a nivel europeo (modernismo catalán, noucentisme). El abismo social que separaba a pobres y ricos incrementó la influencia del anarquismo en Cataluña, con consecuencias políticas trascendentes y prolongadas en el tiempo.

En toda España, la imagen del anarquismo ante la opinión pública quedó fuertemente marcada por la decisión de pequeños grupos de activistas de elegir el magnicidio como medida de propaganda por el hecho más eficaz. Tras la bomba del Teatro del Liceo (1893) y el asesinato de Cánovas (1897), se produjo un atentado fallido contra la boda de Alfonso XII (Mateo Morral, 1906) y los asesinatos de los presidentes José Canalejas (1912) y Eduardo Dato (1921).

Las transformaciones sociales, como en el resto de Europa, fueron estimulando a una minoría de mujeres a demandar su incorporación a distintos ámbitos de la vida cultural, suscitando todo tipo de rechazos y obstáculos que la retrasaron. Concepción Arenal tuvo que asistir a las clases de derecho disfrazada de hombre; Cecilia Böhl de Faber tuvo que ocultarse bajo el masculinísimo pseudónimo de Fernán Caballero; mientras que casos como el de María de la O Lejárraga fueron todavía más humillantes (era la autora de buena parte de las obras firmadas por su marido Gregorio Martínez Sierra) . Sometida a una autorización especial entre 1880 y 1910, la presencia de mujeres en la universidad siguió siendo una rareza hasta los años treinta. El mundo literario fue aceptándolas con cuentagotas (Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Concha Espina, Carmen de Burgos). La incorporación al trabajo industrial de las clases bajas fue mucho más temprana, sometida a salarios inferiores a los varones.

Reinado de Alfonso XIII (1902-1931)

La crisis de la Restauración

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Barcelona se convirtió en La ciutat cremada ("la ciudad quemada") durante la Semana Trágica (1909).


La inestabilidad política hacía sucederse rápidamente a los gobiernos de signo conservador y liberal, y dentro de cada partido se producían toda clase de escisiones, disensiones e intrigas. El espíritu del regeneracionismo imperaba en la toma de decisiones reformistas en lo económico y social, con medidas como la Ley de repoblación interior de 1907 (Augusto González Besada)[62] y un plan de embalses para triplicar los regadíos (aplicación de la política hidráulica de Joaquín Costa o Lucas Mallada); retrasadas por la falta de una recursos económicos que se disputaban con el sostenimiento de un ejército desproporcionado (más mandos que soldados) y la reconstrucción de una marina de guerra que ya no tenía imperio que defender. En 1908 se puso en marcha el Instituto Nacional de Previsión, germen de las políticas de protección social propias de un estado social como el que se había implantado en la Alemania de Bismarck.

El campo de la ciencia, la educación y la cultura, experimentó un impulso significativo, hasta tal punto que desde 1906 (año de la concesión del Premio Nobel de medicina a Santiago Ramón y Cajal) se puede hablar de una edad de plata de las ciencias y las letras españolas que duraría treinta años (hasta la Guerra Civil). Se creó el Ministerio de Educación, obligándose el Estado a asumir el salario de los maestros. En 1907 se creó la Junta para Ampliación de Estudios, órgano de investigación científica de orientación institucionista presidido por el recién premiado. El mismo movimiento obrero se orientaba a la educación popular (los ateneos libertarios, las escuelas modernas anarquistas y las casas del pueblo socialistas).

Semana Trágica y reformas de Canalejas

Tras el desastre de 1898, la única salida al imperialismo español era la vocación africanista. Una intensa actividad diplomática llevó a obtener una presencia colonial en el protectorado de Marruecos, que se obtuvo precisamente por lo oportuno que resultaba a las potencias europeas conceder a España, una potencia de poca consideración, lo que resultaría amenazante conceder a Alemania o a Francia (Tratado de Algeciras, 7 de abril de 1906). La exigencia de un nuevo esfuerzo militar llevó a movilizar grandes contingentes de reclutas obligatorios (con el injusto sistema de quintas y la exclusión de los que pagaran la cuota de 6.000 reales). Las movilizaciones antimilitaristas provocaron una grave sublevación en Barcelona en julio de 1909 (la Semana Trágica), que amenazó con extenderse y tuvo que ser sofocada con el ejército y la llamada de los reservistas. Los disturbios tuvieron un fuerte componente anticlerical, promovido por el dirigente radical Alejandro Lerroux (jóvenes bárbaros), con quema de conventos e iglesias. El gobierno conservador de Antonio Maura declaró el estado de sitio en todo el país, y se detuvo a miles de personas, a las que se aplicó la jurisdicción militar y se sometió a consejos de guerra. El más sonado fue el de Francisco Ferrer Guardia, creador de las escuelas modernas anarquistas. A pesar de las protestas de la opinión pública internacional, se cumplió la sentencia, que le condenaba a muerte como responsable de la instigación de los disturbios (13 de octubre). La presión sobre Maura le obligó a dimitir (21 de octubre).

El turno de los liberales llevó al gobierno a José Canalejas, que procuró frenar las reivindicaciones populares mediante reformas legislativas, como la obligatoriedad del servicio militar que acabara con la injusticia del soldado de cuota y frenara el creciente antimilitarismo, y el intento de frenar el creciente anticlericalismo reforzando el carácter laico del Estado. Ante la negativa papal a negociar el Concordato de 1851, optó por limitar unilateralmente la actividad de las órdenes religiosas (Ley del Candado, diciembre de 1910). La orientación social de las medidas gubernamentales incluyeron la sustitución de los consumos por un impuesto progresivo sobre las rentas urbanas y un impulso a la enseñanza primaria. No obstante, cuando tuvo que hacer frente a estallidos sociales, no dudó en emplearse con firmeza, como en la militarización que acabó con la huelga de los ferroviarios de 1912.[63]

Primera Guerra Mundial y Crisis de 1917

La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuestionada por aliadófilos (más numerosos en la izquierda) y germanófilos (más numerosos en la derecha), trajo consigo un aumento importante de la demanda de todo tipo de productos destinados a la exportación, a pesar de la opción política por el proteccionismo industrial promovido por los catalanes de la Lliga, que habían conseguido una cuota relativamente importante de poder político y autonomía local (Mancomunitat Catalana, 1913) y aspiraban a ser determinantes en la política nacional (Francesc Cambó). Los precios subían por el aumento de las exportaciones, mientras que los salarios no lo hacían al mismo ritmo, produciendo un descenso sustancial del poder adquisitivo de los obreros mientras los empresarios veían aumentar sus márgenes de beneficio. Las desigualdades sociales intensificaron la afiliación sindical a la Unión General de los Trabajadores (UGT, socialista) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, anarquista, fundada en 1910).[64]

La crisis de 1917 estalló como consecuencia de cuatro graves problemas: el problema político (inadecuación de las instituciones a una sociedad cada vez más moderna y una opinión pública cada vez más consciente, sobre todo en las zonas urbanas no sometidas al caciquismo), el problema económico-social (descenso del nivel de vida e intensificación de las reivindicaciones obreras), el problema militar (descontento de la oficialidad media y baja por la política de ascensos y por el descenso de los salarios reales), y el problema catalán (incremento de la presión regionalista, respondida por la presión de los militares españolistas desde el asunto del ¡Cu-Cut! -1905-). Una asamblea de diputados reunida en Barcelona planteó la posiblidad de una alternativa a los partidos dinásticos y la regeneración del régimen político. Simultáneamente se produjo una huelga general (convocada por la UGT y apoyada por la CNT). El gobierno conservador de Eduardo Dato contestó con la represión, enviando a prisión o al exilio a los dirigentes de las protestas (los socialistas Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro, Indalecio Prieto, Andrés Saborit y Daniel Anguiano o el republicano Marcelino Domingo -todos ellos con gran futuro político-). Se formó un gobierno de concentración de liberales y conservadores, y las siguientes elecciones arrojaron resultados inciertos.

El fin del ciclo económico coincidió con el fin de la Primera Guerra Mundial y la catástrofe demográfica de la denominada gripe española (la prensa española, a diferencia de la de los países beligerantes, no estaba sometida a censura de guerra y podía informar de la epidemia). No obstante, a esas alturas del siglo XX las cifras demográficas de los años "normales" ya respondían a las de una transición demográfica iniciada, con una creciente población urbana; y los datos de la estructura económica a las de un país inmerso en un proceso de industrialización, con la mayor parte de la fuerza de trabajo a disposición del mercado, más allá de los circuitos aldeanos del autoconsumo, aunque con un claro atraso relativo, lejos de los niveles de desarrollo que ya habían convertido a algunos países en verdaderas sociedades de consumo.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Desastre de Annual, "trienio bolchevique" y "años de plomo"

Una imprudente maniobra militar en África, respaldada personalmente por el rey,[66] condujo al desastre de Annual (22 de julio de 1921, con cerca de diez mil muertos). La investigación parlamentaria del escándalo (Expediente Picasso) amenazó con desestabilizar los centros de poder del sistema canovista: la monarquía y el ejército.

Simultáneamente, se asistía a un recrudecimiento de los conflictos sociales, tanto en zonas urbanas como rurales: los denominados trienio bolchevique[67] de Andalucía (huelgas y revueltas campesinas que llevaron a la declaración del estado de guerra en mayo de 1919) y años de plomo de Barcelona[68] (caracterizados por el pistolerismo de la patronal y la acción directa o violencia anarquista de grupos de trabajadores, y la política de dura represión contra éstos del gobernador Severiano Martínez Anido,[69] que enrarecían cada vez más la vida social catalana).

El capitán general de Barcelona, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923, con la inmediata aceptación del rey, sin que hubiera fuertes reacciones de oposición ni en la esfera política ni en la social, mientras que los intelectuales se dividían: oposición de Unamuno (que fue desterrado) y aceptación de Ortega.[70]

...yo actuaba por iniciativa propia. No tengo cómplices. Consideraba que si llegaba a cumplir mi objetivo de matar al rey, provocaría una revolución en España. No es por odio personal al soberano por lo que me proponía actuar, pues lo respeto como hombre pero no como rey y estimo que su desaparición podría ayudar a la salvación de España.
Confesión de Buenaventura Durruti ante la policía francesa, junio de 1926.[71]

Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)

Artículo principal: Dictadura de Primo de Rivera

Se impuso entonces una dictadura que, en los primeros años, recibió toda clase de apoyos sociales, desde la burguesía catalana hasta la UGT de Largo Caballero, mientras los partidos dinásticos aceptaban la suspensión de la Constitución. La popularidad del régimen quedó fortalecida con una solución militar, en forma de operación de gran envergadura, al problema de Marruecos, para la que se contó con la ayuda de Francia: el desembarco de Alhucemas (8 de septiembre de 1925). Se nacionalizaron sectores estratégicos, como el petrolífero y el telefónico, en los que se establecieron grandes compañías monopolísiticas (CAMPSA y la Compañía Telefónica Nacional). Una ambiciosa política de obras públicas de espíritu regeneracionista (construcción de carreteras y embalses, regadíos, repoblación forestal) dinamizó el empleo y la actividad económica, una vez establecida por la fuerza la paz social. Parecían ser las virtudes terapéuticas del cirujano de hierro que había pronosticado Joaquín Costa.[72]

Con el tiempo, el régimen fue derivando en un corporativismo que en algunos extremos recordaba a la Italia fascista de Mussolini, incluso con la creación de un movimiento político con vocación de partido único (partido político, pero apolítico: la Unión Patriótica). La sustitución del inicial directorio militar por un directorio civil (3 de diciembre de 1925), que incluyó a políticos ajenos a los partidos tradicionales (José Calvo Sotelo, Galo Ponte, Eduardo Callejo), inició una institucionalización del régimen (fundación de la Organización Corporativa Nacional -1926-, convocatoria de una Asamblea Nacional Consultiva -1927-, inicio de la redacción de un nuevo texto constitucional -la Constitución de 1929, que no llegó a completarse-), que cada vez demostraba más intenciones de prolongarse en el tiempo, frente a su pretendida provisionalidad inicial.

La mala gestión de la política monetaria impidió desarrollar el programa de obras públicas, y las dificultades económicas se sumaron a la pérdida de popularidad del dictador, cada vez más criticado por una oposición creciente, especialmente entre la juventud universitaria, los intelectuales y el movimiento obrero; mientras se fraguaba una conspiración política entre los partidos republicanos y el socialista. Ante la falta de apoyos, la situación de Primo de Rivera se hizo insostenible, y optó por renunciar y salir al exilio (28 de enero en 1930).

Dictablanda y crisis final de la monarquía (1930-1931)

Artículo principal: Dictablanda

El gobierno fue encargado al General Berenguer. El descrédito del nuevo gobierno fue inmediato: un sonado artículo de uno de los más destacados intelectuales, José Ortega y Gasset (El error Berenguer -El Sol, 15 de noviembre de 1930-), terminaba con un rotundo delenda est monarchia. La sublevación pro-republicana de una unidad militar en Jaca el 12 de diciembre de 1930 fue sofocada, pero el fusilamiento de los dos principales responsables (Fermín Galán y Ángel García Hernández) tuvo una gran repercusión en la opinión pública. Ortega, apoyado por un selecto grupo (Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón) creó la Agrupación al Servicio de la República, presidida por Antonio Machado. Su primer acto público (14 de febrero de 1931) fue seguido por la dimisión de Berenguer.

La unidad de acción de los políticos republicanos de diferentes orientaciones, a partir del Pacto de San Sebastián (17 de agosto de 1930), les permitía desafiar con ventaja al cada vez más débil gobierno y ofrecerse como una verosímil alternativa de poder.

En este contexto, el nuevo presidente, el almirante Aznar, optó por un restablecimiento paulatino de las prácticas democráticas, comenzando por la celebración de elecciones municipales el 12 de abril, un escenario político más proclive a la recomposición del tradicional control de las redes clientelares sobre el poder local. Los partidos republicanos y el PSOE constituyeron un bloque electoral que recibió el apoyo de la UGT. En Cataluña los partidos dinásticos se aliaron con la Lliga, mientras que a los partidos de oposición de ámbito nacional se sumaba la recientemente creada Esquerra Republicana de Catalunya (Francesc Macià). La CNT aplicó la ortodoxia ideológica anarquista, que consideraba contraproducente intervenir en las instituciones políticas burguesas; mientras que el Partido Comunista de España (PCE, escindido del PSOE como resultado de formación de la Tercera Internacional prosoviética) era aún un partido de muy escasa entidad. A pesar de que tanto en número de votos como en número de ayuntamientos los candidatos monárquicos ganaron, a nadie se le ocultaba que la mayor parte de las circunscripciones (pueblos sometidos al caciquismo y sin verdadera libertad de voto), no podían ser consideradas del mismo modo que las ciudades, donde ganaron con holgura las listas republicano-socialistas. En vista de los resultados, el 14 de abril, en un ambiente festivo y popular, la multitud llenó las calles de todas las ciudades ondeando banderas tricolores (la bandera republicana sustituía la banda inferior roja por otra morada), mientras destacados políticos republicanos, ante el desbordamiento y la inacción de las autoridades, se hacían con el control de edificios públicos proclamando la República. El rey optó por no forzar una respuesta represiva que no hubiera contado con el apoyo del ejército ni de los partidos dinásticos, y se exilió, renunciando al ejercicio de sus poderes aunque sin abdicar formalmente.

Segunda República (1931-1939)

Artículo principal: Segunda República Española


Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la Segunda República.
Manuel Azaña, segundo presidente.

Primer bienio, "social-azañista", reformista o transformador

Se instauró un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora formado por republicanos de distintas ideologías, incluyendo a socialistas. El 28 de junio de 1931, las elecciones a Cortes constituyentes dieron lugar a una cámara en la que los partidos republicanos de izquierda, junto con el PSOE, impusieron una orientación laicista y avanzada socialmente, lo que produjo la dimisión de Alcalá Zamora y la formación de un nuevo gobierno presidido por Manuel Azaña (14 de octubre de 1931). Se procuró mantener el equilibrio institucional nombrando a Alcalá Zamora Presidente de la República (10 de diciembre del mismo año).

La Constitución de 1931 reconoció un amplio conjunto de derechos políticos y sociales, como el sufragio femenino, la institución de jurados mixtos de patronos y obreros en paridad para la resolución de los conflictos laborales. Al subordinar la propiedad privada al interés de la economía nacional se respondía a la necesidad de una reforma agraria (sustanciada en la Ley de 9 de septiembre de 1932) que preveía la expropiación con indemnización de las fincas que se consideraran no explotadas con suficiente rentabilidad social (como la mayor parte de los latifundios del Sur de España), en beneficio de los jornaleros sin tierras. La total separación Iglesia-Estado se expresó en una completa libertad religiosa, en la supresión del presupuesto de culto y clero (concesión a la Iglesia católica desde el Concordato de 1851, que remediaba mediante el pago de salarios a obispos y sacerdotes la privación de recursos a causa de la desamortización), en la prohibición de la enseñanza reglada a las órdenes religiosas y en la supresión de la Compañía de Jesús (basándose en su voto de especial obediencia al Papa). El nuevo diseño institucional hacía recaer el poder ejecutivo en un Presidente de la República que nombraba al presidente de un gobierno responsable ante un legislativo unicameral. La nueva estructura territorial reconocía el derecho a la autonomía dentro de un denominado Estado integral, lo que resultó en la constitución de la Generalitat de Catalunya (Generalidad de Cataluña, 2 de agosto). Se abolían las jurisdicciones especiales (como la militar, que se ejercía sobre civiles desde 1906), se extendía el jurado y se preveía la formación de un Tribunal de Garantías Constitucionales.

La reforma del ejército, institución descompensada por la gran cantidad de oficiales, implicó el cierre de la Academia General de Zaragoza. El descontento militar, al que se sumó el de la Guardia Civil, llevó al general Sanjurjo a dar el fallido golpe de estado de 1932, de carácter monárquico y que también aducía como causa la deriva anticlerical de la República, ejemplificada en la quema de conventos. Desde el otro extremo del espectro político, los dirigentes anarquistas de la CNT y la FAI impusieron la táctica de presión permanente mediante huelgas y otras movilizaciones, especialmente violentas en el campo. Se sucedieron graves enfrentamientos como los sucesos de Gilena, de Castilblanco, de Arnedo y de Casas Viejas;[73] cuya gestión minaría al gobierno social-azañista hasta el punto de obligar a la disolución de la cámara y la convocatoria de las elecciones de noviembre de 1933, en las que los anarquistas manifestaron su indiferencia ante el régimen republicano mediante la abstención. También se había argumentado (debate Victoria Kent y Clara Campoamor) que el ejercicio por primera vez del sufragio femenino daría a la derecha el voto de muchas mujeres, influidas de forma determinante por la opinión expresada por los sacerdotes desde el púlpito y el confesionario. Los partidos que más escaños obtuvieron fueron el bloque de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) de José María Gil-Robles y el Partido Radical de Alejandro Lerroux (muy alejado del radicalismo que le caracterizó a comienzos de siglo), que llegaron a un acuerdo de gobierno.

Segundo bienio, "radical-cedista" o "negro"

Las reformas que se habían iniciado en el primer bienio se vieron radicalmente interrumpidas por el gobierno cedista. Se frenó la aplicación de la Ley de Reforma Agraria; se concedió amnistía a los golpistas del 32 (Sanjurjo, Juan March, etc.); y se vetó la ley de la Generalitat catalana favorable a los rabassaires. Desde la izquierda republicana y el movimiento obrero se temía que la incorporación al gobierno de Gil-Robles significara, como había ocurrido con la de Hitler en Alemania, el establecimiento de un sistema fascista a pesar de su origen democrático. La insurrección de octubre de 1934, impulsada por el PSOE, apoyada por los anarquistas, y que en Cataluña contó con la adhesión institucional del gobierno autónomo, de Esquerra Republicana (que fue aún más lejos, proclamando el Estado Catalán dentro de la República Federal Española, 6 de octubre), fracasó en toda España excepto en Asturias, donde los mineros tomaron las ciudades. El gobierno encargó la represión al ejército de África, dirigido por Francisco Franco, que acabó con la revuelta de forma expeditiva; además de los numerosos muertos y heridos, miles de obreros, sindicalistas y políticos de partidos de izquierda quedaron encarcelados.[74] El final del periodo se vio afectado por un escándalo de corrupción (el fraude del estraperlo) que provocó dificultades parlamentarias al partido de Lerroux, que se disgregó, lo que forzó un adelantamiento electoral.

Meses previos a la Guerra: de febrero a julio de 1936

A imitación de Francia donde un Front Populaire había llegado al gobierno (la estrategia frentepopulista, diseñada por Dimitrov y Stalin en el Komintern, respondía a la necesidad de frenar al fascismo por vía electoral reuniendo a los partidos antifascistas de una amplia zona del espectro político), en España, con la misma denominación de Frente Popular, se formó una coalición electoral que ganó las elecciones de febrero de 1936. A pesar de la escasa distancia en votos, el sistema electoral produjo una gran mayoría de diputados del PSOE, de Izquierda Republicana y del resto de los partidos de la coalición. Alcalá Zamora fue destituido por la nueva cámara como presidente de la República (7 de abril), y se eligió para sustituirle a Manuel Azaña (11 de mayo), un cambio idéntico en las personas al que se produjo en la presidencia del gobierno en 1931. Previamente (19 de febrero) se había formado un gobierno presidido por Azaña con ministros republicanos entre los que no se nombró a socialistas (cuyo apoyo parlamentario era imprescindible, pero que estaban divididos internamente entre la tendencia más moderada de Indalecio Prieto y la más radical de Francisco Largo Caballero).

Se restableció la Generalitat catalana y se desbloquearon las reformas paralizadas por el bienio radical-cedista, entre ellas los trámites para dotar de estatutos de autonomía a Galicia y el País Vasco. Las confrontaciones laborales y el desorden público iban en aumento. Volvió a producirse una nueva oleada de disturbios anticlericales. Desde el 14 de abril (quinto aniversario de la proclamación de la República) se sucedían manifestaciones y contramanifestaciones violentas, con resultado de muertos en una espiral de venganzas personales y políticas. El 15 de junio de 1936 Gil-Robles denunciaba la grave situación en un discurso parlamentario:

160 iglesias destruidas, 251 asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto. 269 muertos. 1287 heridos de diferente gravedad. 215 agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan. 69 centros particulares y políticos destruidos, 312 edificios asaltados. 113 huelgas generales, 228 huelgas parciales. 10 periódicos totalmente destruidos, todos de derecha. 83 asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos. 146 bombas y artefactos explosivos. 38 recogidos sin explotar.[75]

El 12 de julio fue asesinado el teniente Castillo, militar de la Unión Militar Republicana Antifascista que se había significado en la represión de una manifestación derechista. Al día siguiente, un grupo de guardias de asalto (fuerza de seguridad a la que pertenecía Castillo) quisieron vengarle matando a Gil-Robles, pero al no encontrarse en su domicilio decidieron atentar contra José Calvo Sotelo, antiguo ministro de Hacienda de la monarquía y jefe del Bloque Nacional (agrupación de monárquicos alfonsinos y carlistas, de carácter tradicionalista o ultraconservador), que a pesar de su escaso peso político actuaba parlamentariamente como uno de los líderes más visibles de la oposición. Su asesinato fue considerado como justificación (se le denominó el protomártir de la Cruzada) para la sublevación militar que se produjo cuatro días después, aunque no como su detonante, pues el hecho de que llevaba varios meses preparándose había pasado a ser un secreto a voces ante el que todas las fuerzas sociales y políticas estaban tomando posición.

Guerra Civil

Artículo principal: Guerra Civil Española
Las dos Españas tal como las definía el frente de guerra en 1936.
Se observa claramente la muesca simétrica (que afecta por igual a ambos sexos) en los nacidos entre 1936 y 1939, que en el año 1950 ya tenían entre 14 y 11 años; y la muesca asimétrica (que sólo afecta a los varones) en los grupos de edad entre 30 y 40 años, que en la Guerra tenían entre 14 y 11 años menos, es decir, estaban en edad militar.
La muesca simétrica de los nacidos en la Guerra Civil se sigue observando en el grupo de edad entre 69 y 65 años. La sobremortalidad masculina de los mayores de 85 años explica la desproporción entre varones y mujeres, pero sólo en parte es debida a los muertos en guerra.

La tarde del 17 de julio comenzó la sublevación militar en Marruecos y la mañana del 18 de julio en la mayor parte de la Península. El denominado Alzamiento Nacional fracasó en lugares clave, como Madrid y Barcelona, debido en algunos casos a la oposición de parte del ejército, y en otros a la resistencia popular, organizada en milicias de sindicatos y partidos de izquierda que obtuvieron armas de las autoridades gubernamentales (a lo largo de la guerra fue significativa la actividad militar de líderes de extracción popular, como Enrique Líster y Valentín González El Campesino -comunistas, Quinto Regimiento-, y Buenaventura Durruti -anarquista, Milicia confederal-). Algunos puntos donde triunfó la sublevación quedaron rodeadas como enclaves (Sevilla, Toledo, Granada). España quedó dividida en dos zonas (zona nacional o fascista y zona republicana o roja -según quién la nombrara-) que determinaron la condición de nacionales o republicanos geográficos (es decir, no por convicción, sino por obligación) de buena parte de los militares, policías, guardias civiles o funcionarios; así como de los reclutas forzosos y la sociedad civil. En líneas generales, la zona nacional correspondía a las zonas agrarias del norte donde dominaba la pequeña propiedad (Galicia, Meseta Norte, Navarra), mientras que la republicana correspondía a las zonas industriales y obreras (Asturias, País Vasco, Cataluña, Madrid, Valencia) y las zonas agrarias latifundistas del sur (Extremadura, Meseta Sur y Andalucía); lo que también respondía a grandes rasgos al sentido del voto mantenido desde principios de siglo en las sucesivas elecciones entre izquierdas y derechas. Los otros rasgos ideológicos que también funcionaron como identificativos fueron los que separaban a los partidarios del concepto más tradicionalista de unidad de España contra los nacionalistas periféricos y los que separaban a los partidarios del papel tradicional de la Iglesia católica de los anticlericales. La heterogeneidad de los bandos incluía a los nacionalistas vascos (católicos) en el bando republicano, y a los catalanistas de la Lliga (derechistas) en el bando nacional. La radicalización de las posturas implicó la marginación de los moderados de cada bando o los que no se sentían identificados con ninguno de los dos (la denominada tercera España).

Comenzó una violentísima represión en ambas retaguardias, más sistemática en el bando nacional, mas descontrolada en el republicano, que llegó incluso a graves enfrentamientos internos (sucesos de Barcelona de mayo de 1937, entre anarquistas, trotskistas y comunistas, involucrados en un conflicto de prioridades entre ganar la guerra o hacer la revolución -la denominada revolución social española, que realizaba colectivizaciones y experimentos libertarios en zonas carentes del control gubernamental y perdidas en poco tiempo-). Los paseíllos y sacas de presos (ejecuciones clandestinas) y las detenciones regulares o irregulares (en cárceles organizadas a medida que avanzaba la zona nacional y chekas de distintas orientaciones en la retaguardia republicana) se centraron en los enemigos de clase e ideológicos: propietarios y sacerdotes para el bando republicano, sindicalistas y maestros para el nacional.

La desventaja estratégica inicial de los militares sublevados (fuerzas concentradas en África sin el control de la marina ni la aviación, mayoritariamente republicanas) se compensó con el apoyo de aparatos cedidos por la Alemania nazi, que junto con la Italia fascista pasaron a ser un aliado decisivo de los sublevados,[76] a los que también benefició la garantía de suministro de petróleo por parte de una petrolera estadounidense (Texaco), a pesar de la oposición de su propio gobierno.[77]

El gobierno de la República, primero presidido por José Giral y luego por Francisco Largo Caballero, no pudo obtener una ayuda semejante por parte de las democracias europeas, que propiciaban una política de no intervención, al tiempo que pretendían, mediante la política de apaciguamiento, frenar el expansionismo de Hitler en Europa central, empeño finalmente inútil, que demostró, entre otras cosas, que la Guerra de España fue el ensayo y primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. El único apoyo internacional que la República obtuvo fue el de la Unión Soviética, que se concretó en material bélico, asesores militares y la organización de un reclutamiento internacional de voluntarios en las Brigadas internacionales. La cada vez mayor influencia soviética fue paralela al incremento de la presencia social e institucional del hasta entonces pequeño Partido Comunista de España, especialmente con el gobierno del socialista Juan Negrín (desde mayo de 1937). El pago económico se complicó con el oscuro asunto de la salida de las reservas de oro del Banco de España para ser custodiado en Rusia, el denominado oro de Moscú.

El bando nacional quedó desde el 1 de octubre de 1936 bajo el mando único del general Franco, cuyo prestigio había quedado incrementado por la dura campaña que conectó las zonas sublevadas de sur y norte (toma de Badajoz, 14 de agosto de 1936), prolongada con el episodio del rescate de los asediados en el Alcázar de Toledo (27 de septiembre de 1936). Ningún militar podía discutírselo (el organizador de la sublevación, general Mola y el más prestigioso de entre los sublevados, el general Sanjurjo, fallecieron en accidentes de aviación). Tampoco hubo serias disputas políticas internas: el fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, estaba preso en la cárcel de Alicante (fue fusilado el 20 de noviembre), y a partir de entonces se le nombraba como el ausente. De estética y programa inspirado en el fascismo italiano, era el partido más extremista de la derecha y el más prestigioso, por su opción decidida por la violencia, entre los que habían perdido toda confianza en el sistema republicano desde que la derecha perdió las elecciones de febrero de 1936, produciéndose un espectacular incremento de su militancia (los camisas nuevas frente a los camisas viejas). Todos los demás partidos y movimientos adheridos al alzamiento (las JONS, ya integradas en Falange, los partidos derechistas ya integrados en la CEDA, Tradición y Renovación Española y diversos grupos derechistas, católicos, carlistas, monárquicos, etc.) fueron disueltos y obligados a unificarse con Falange bajo las siglas FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937). Se evidenció que la guerra no se hacía para restablecer una monarquía liberal-conservadora o un gobierno derechista republicano, sino para implantar un régimen totalitario similar al italiano y al alemán.

La defensa de Madrid, fuertemente bombardeada, adquirió tonos propagandísticos (lema No pasarán, poema de Antonio Machado que llamó a Madrid Rompeolas de todas las Españas) amplificados por el apoyo mayoritario de los intelectuales a la república (Alianza de Intelectuales Antifascistas, Exposición Internacional de París de 1937). Una decidida resistencia consiguió evitar la toma de la capital, aunque tuvo que ser desalojada por el gobierno, que se refugió en Valencia. La evacuación de los prisioneros derechistas ocasionó uno de los episodios más polémicos de la guerra: los asesinatos de Paracuellos. También polémicos fueron los episodios relativos a la caída de la zona norte republicana: el bombardeo de Gernika, la toma de Bilbao (teóricamente protegida por un cinturón de hierro) y la retirada de los nacionalistas vascos (Pacto de Santoña).

Los republicanos pretendieron tomar la iniciativa con las ofensivas de Belchite (agosto-septiembre de 1937) y de de Teruel (diciembre 1937 - febrero de 1938), que fueron neutralizadas. Más graves consecuencias tuvo la llegada de las tropas de Franco al Mediterráneo en Vinaroz (General Yagüe, 15 de abril de 1938, culminación de la Ofensiva de Aragón), que cortó la zona republicana en dos. El planteamiento de una seria contraofensiva en la batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938), la más importante de toda la guerra, no pudo romper el frente de forma decisiva, y el agotamiento de las fuerzas republicanas condujo a la caída de Cataluña (diciembre de 1938 - febrero de 1939) y la salida al exilio en Francia del primer gran contingente de republicanos españoles, incluido el dimitido presidente Azaña (27 de febrero de 1939), que había intentado inútilmente la reconciliación de ambos bandos con su emotivo discurso Paz, piedad y perdón (18 de julio de 1938).[78] Los últimos días de la guerra no fueron de combates en el frente sino en la retaguardia republicana, en la que se produjo el golpe de estado del Coronel Casado (4 de marzo de 1939) y la rápida disolución de toda autoridad, mientras se organizaba precipitadamente la huida hacia el exilio. La toma de Madrid por las tropas de Franco se hizo sin ninguna oposición, y el 1 de abril se firmó el último parte de la Guerra Civil Española.

El tema de la Guerra Civil es el de mayor producción literaria de toda la historiografía española, así como el más polémico y generador de debate social y político (véase memoria histórica). Ni siquiera en las fechas hay acuerdo total: los denominados revisionistas proponen la revolución de 1934 como inicio de la guerra, mientras que la propia declaración del estado de guerra fue divergente en ambos bandos: el gobierno republicano no declaró el estado de guerra hasta casi su final (para mantener el control civil de todas las instituciones), mientras que el gobierno de Franco no levantó la declaración hasta varios años después de terminada (para garantizar su control militar).

Las consecuencias de la Guerra civil han marcado en gran medida la historia posterior de España, por lo excepcionalmente dramáticas y duraderas: tanto las demográficas, que marcaron la pirámide de población durante generaciones (aumento de la mortalidad por violencia directa -175.000 muertos en el frente, 60.000 por la represión en la retaguarda nacional y 30.000 en la republicana- y por el deterioro de las condiciones de vida y la alimentación; y descenso de la natalidad) como las materiales (destrucción de las ciudades, de la estructura económica -50% de la estructura ferroviaria y más de un tercio de la marina mercante y de la ganadería-,[79] del patrimonio artístico -a pesar de intentos de protegerlo, como el que llevó a evacuar a Suiza de los principales fondos del Museo del Prado para evitar los bombardeos de Madrid, pero que eran inviable generalizar, dada la dispersión del arte religioso, en el que se ensañó la ira anticlerical-), intelectuales (fin de la denominada Edad de Plata de las letras y ciencias españolas) y políticas (la represión en la retaguardia de ambas zonas -mantenida por los vencedores con mayor o menor intensidad durante todo el franquismo, unas 50.000 ejecuciones- y el exilio de los perdedores), que se perpetuaron mucho más allá de la prolongada posguerra, incluyendo la excepcionalidad geopolítica del mantenimiento del régimen de Franco hasta 1975.

Dictadura de Franco (1939-1975)

Artículo principal: Dictadura de Francisco Franco
Véase también: Franquismo

Autarquía y nacionalcatolicismo (1939-1959)

Franco junto a Heinrich Himmler, jefe de las SS en 1940. A la derecha se encuentra Serrano Suñer, llamado el cuñadísimo por ser el cuñado de Franco imitando a uno de los títulos del dictador; el Generalísimo. Franco también se hacía llamar el Caudillo.
Valle de los Caídos (1940-1958), memorial de la Guerra Civil construido como trabajos forzados por presos republicanos. Franco lo concibió también para alojar su propia tumba, al lado de la de José Antonio Primo de Rivera el ausente, cuyo cadáver había sido trasladado a hombros de falangistas desde Alicante hasta el panteón de los reyes de España en Monasterio de El Escorial, un lugar muy cercano al elegido para el Valle.
Enfrentamiento entre los maquis y la guardia civil en un bosque. La actividad guerrillera antifranquista tuvo su mayor incidencia con el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y se prolongó hasta comienzos de los años cincuenta.
Cacería presidida por Franco y su mujer, Carmen Polo, junto a militares y dirigentes del régimen, y un miembro de la Guardia Mora (disuelta en 1956). El papel de las reuniones sociales de cierta informalidad, como las cacerías o los partidos de fútbol (en el famoso palco de Bernabéu) era muy significativo tanto política como económicamente. Una cacería semejante es la base argumental de la película La escopeta nacional, de Luis García Berlanga (1977).
Inauguración de unas instalaciones del INIA en Puerta de Hierro (Madrid), en 1954. Junto a Franco están Eugenio Morales Agacino y Joaquín Ruiz-Giménez.

Tras la Victoria una represión de extraordinaria dureza se extendió en el tiempo (hasta 1948 no se levantó el Estado de Guerra) y se centró entre los grupos sociales identificados como Antiespaña: sindicatos y partidos republicanos, izquierdistas y nacionalistas periféricos; cuyo patrimonio fue confiscado. Se promulgó una Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo (1 de marzo de 1940) y se inició una Causa General sobre la dominación roja en España (desde el 26 de abril de 1940 y prolongada hasta 1969, cuando se estableció la prescripción de los "delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939"). Las causas judiciales se establecían por delito de rebelión militar, pues aunque la rebelión de hecho había sido la del bando vencedor, se consideraba que tras la declaración del estado de guerra, cualquier actividad contraria a ella, incluso la del gobierno republicano, era ilegal. Se prestó una particular atención a la masonería (objeto especial de una obsesión personal de Franco -la conspiración judeomasónica-) y se llevó a cabo una concienzuda depuración del Magisterio, para impedir la continuidad de un cuerpo identificado con los valores republicanos; así como de todos los funcionarios públicos, a los que se exigía el juramento de adhesión a los principios del Movimiento Nacional. La mayor parte de los intelectuales, artistas, literatos, científicos y profesores universitarios, cuya identificación con el bando perdedor era mayoritaria, formaba parte del exilio exterior o comenzó una penosa existencia de marginación y silencio (el denominado exilio interior:[80] Vicente Aleixandre, Blas de Otero, Antonio Buero Vallejo, generación de 1950). A pesar de la producción de literatos y artistas afines al franquismo (Azorín, José María Pemán, Ernesto Giménez Caballero, Luis Rosales, Camilo José Cela, Pedro Laín Entralgo), de la vuelta de algunas celebridades de gran peso internacional (destacadamente Ortega y Gasset y Dalí) y del mantenimiento de una mínima actividad científica (creación del CSIC), el periodo se ha llegado a denominar como destrucción de la ciencia en España;[81] o, en expresión de Luis Martín Santos, Tiempo de silencio.

Los sucesos de 1956 demostraron que, a pesar del éxito del franquismo en mantenerse y conseguir la conformidad social (legitimidad de ejercicio, como se argumentaba por sus defensores), por convicción o por represión, entre las clases populares y medias; fracasó precisamente entre las élites, produciéndose un evidente alejamiento de una parte significativa de los intelectuales inicialmente afines, y sobre todo de la juventud universitaria, destacando el protagonismo conjunto en los disturbios tanto de hijos de los vencedores como de hijos de los vencidos.

La unificación de partidos políticos y movimientos sociales favorables al Alzamiento se prolongó después de la guerra, aunque dentro del Movimiento Nacional eran visibles las diferentes sensibilidades e intereses de cada una de las familias del franquismo, entre las que Franco, de forma paternalista, administraba el reparto de parcelas de poder e influencia (azules -falangistas-, requetés -tradicionalistas o carlistas-, juanistas -los monárquicos partidarios de Juan de Borbón, heredero de Alfonso XIII, que se mantuvo en el exilio y realizó alternativos acercamientos a Franco y a la oposición-, católicos -de Acción Católica, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y otras instituciones, entre las que paulatinamente fue ganando influencia el Opus Dei- y militares -especialmente los africanistas, los de más confianza de Franco, con mandos relevantes en la Guerra Civil y en muchos casos en la posterior campaña de Rusia de la División Azul-). Cada una de ellas expresaba públicamente ligeros matices a través de una pluralidad de medios de prensa, todos ellos entusiásticamente partidarios del régimen y sometidos a una rígida censura previa (Arriba, ABC, Ya), que en el caso de los medios audiovisuales se sometía a una total unificación en los mensajes informativos (parte de Radio Nacional de España, de obligada difusión en todas las emisoras, y NO-DO en todos los pases cinematográficos).

Véase también: Historia de la prensa en España

El comienzo de la Segunda Guerra Mundial obligó a Franco a mantener un delicado equilibrio entre sus principales apoyos (el Eje Roma-Berlín y el Pacto Antikomintern, al que España se había adherido), y la conveniencia de no enemistarse con Inglaterra y Estados Unidos. Se declaró la no beligerancia o neutralidad benévola, que permitió incluso el envío de unidades militares (teóricamente formadas por voluntarios) a la campaña de Rusia integrado en el ejército alemán (la División Azul). El protagonismo en las cordiales relaciones con Alemania en los primeros años cuarenta, en que el avance alemán parecía imparable, correspondió a Ramón Serrano Súñer. Hitler llegó a proponer a Franco la entrada de España en la guerra, pero las negociaciones, en las que la posición española fue desproporcionadamente exigente, no fructificaron (entrevista de Hendaya, 23 de octubre de 1940).

El cambio de la coyuntura bélica en los últimos años de la guerra provocaron un enfriamiento de las declaraciones de amistad hispano-alemana, la retirada de la División Azul y la evidente marginación de los falangistas (Serrano Súñer fue discretamente apartado y se restringió la actividad de la familia azul a los asuntos sociales; los escasos movimientos de descontento -hedillistas, ya alejados de la dirección desde 1937, o falangistas auténticos- fueron eficazmente reprimidos o reconducidos). El discreto acercamiento a los aliados occidentales, no obstante, no impidió que tras el final de la guerra el régimen de Franco sufriera un duro aislamiento internacional. En todo caso, lo que sí se consiguió fue la propia supervivencia del régimen, frente a la exigencia de la Unión Soviética y del exilio republicano (muchos de cuyos miembros habían luchado junto a los aliados en la guerra) de que compartiera la suerte de los demás regímenes fascistas de Europa. En el contexto de las conferencias de Yalta y y Potdsdam, los cálculos geoestratégicos de Churchill y Truman consideraron preferible el mantenimiento de Franco en España (al igual que el de Oliveira Salazar en Portugal, que era decididamente anglófilo), antes que arriesgarse a un incremento de la influencia soviética en Europa Occidental justo cuando se estaba produciendo un nuevo alineamiento de bloques a ambos lados del Telón de Acero en los inicios del periodo conocido como Guerra Fría.

Se inició una campaña de guerra irregular (el maquis) por parte de pequeñas unidades republicanas infiltradas en España siguiendo las tácticas utilizadas durante su participación en la Resistencia francesa. Aunque no tuvo ningún éxito militar (la invasión del Valle de Arán de 1944 fue fácilmente rechazada) sí que consiguió provocar una fuerte reacción represiva que impidió cualquier actividad opositora en el interior. También contribuyó a incrementar las discrepancias que hicieron inoperante la Segunda República española en el exilio, cada vez con menor apoyo entre los gobiernos extranjeros. La evidencia de la imposibilidad de derrotar militarmente a Franco llevó a la decisión de Stalin de que el Partido Comunista de España optara por intentar obtener presencia social en la clandestinidad, infiltrándose incluso en las propias instituciones del sindicalismo franquista; tras la muerte de Stalin, Santiago Carrillo insistió en esa vía a través de la orientación política denominada de reconciliación nacional (1956).

El totalitarismo del régimen se expresó en un cuerpo legislativo inicialmente inspirado en el fascismo italiano (Fuero del Trabajo, imitación de la Carta del Lavoro), pero que se fue adecuando a las sucesivas coyunturas políticas conforme la indiscutida autoridad interior de Franco decidía que era necesaria alguna actualización, en lo que se denominaron Leyes Fundamentales. El Estado no tenía división de poderes (todos estaban concentrados en la jefatura, vitaliciamente concedida a Franco), pero se procuró dotarle de una apariencia institucional bicameral (Cortes Españolas y Consejo Nacional del Movimiento, instalados en los palacios tradicionalmente ocupados por Congreso y Senado), se definió como teórica forma de gobierno la monarquía (reservando a Franco la elección de un "sucesor a título de rey" entre cualquier miembro de cualquier rama dinástica histórica) y se acuñó como expresión política el término democracia orgánica (que reconocía como únicos vehículos de participación popular "la familia, el municipio y el sindicato").

El corporativismo y la negación de cualquier lucha de clases que expresara discrepancia de intereses entre patronos y obreros llevó a la formación de un sindicato vertical en que ambos estaban representados orgánicamente y bajo un rígido control político, que establecía precios y salarios en un mercado muy intervenido. La autarquía no sólo fue una necesidad provocada por la Guerra Mundial y el posterior aislamiento, sino que se argumentaba como una elección política consciente basada en el orgullo nacionalista y el proteccionismo económico.

La penuria económica de la posguerra española se prolongó durante los veinte años necesarios para recuperar los niveles de producción anteriores a la guerra. Ante los problemas de hambre, desnutrición y recurso a alimentos nocivos (latirismo), fue necesario el mantenimiento de instituciones de Auxilio Social y el racionamiento de los artículos de primera necesidad, paralelamente al cual funcionaba un mercado negro (con el nombre popular de estraperlo) muy lucrativo para los que lo desarrollaban, en connivencia con la corrupción de algunos cargos dirigentes del propio régimen. Se frenó la emigración del campo a la ciudad, exigiendo pasaportes interiores y permisos de residencia, y de hecho las cifras de ocupación por sectores reflejan la ruralización producida en los años 1940, que no se revirtió hasta la década siguiente. Se estableció un sistema empresarial presidido por grandes monopolios públicos (Tabacalera, CAMPSA, RENFE, Telefónica) a los que se añadió un conglomerado empresarial público de nueva creación (el INI) formado por empresas de sectores considerados estratégicos (Astilleros Españoles, siderurgia -ENSIDESA-, minería -HUNOSA-, vehículos industriales -ENASA-), que compartían sus directivos con el selecto núcleo de las grandes empresas oligopolísticas del capitalismo español tradicional, especialmente los bancos y las eléctricas. Se iniciaron políticas de fomento a través de obras públicas, centradas en la construcción de embalses y otras mejoras agrícolas como la ampliación de regadíos, la concentración parcelaria y la denominada colonización (Instituto Nacional de Colonización, Plan Badajoz), como alternativas a la reforma agraria republicana.

Véase también: Economía de España durante la autarquía franquista

El nacionalcatolicismo pasó a ser la ideología dominante, con una presencia abrumadora de la Iglesia Católica en todos los ámbitos públicos y privados. Se establecieron rígidos requisitos morales de comportamiento que suprimieran el libertinaje asociado al laicismo republicano; con una gran insistencia en la moral sexual, la sumisión al padre de familia, la subordinación de la condición femenina y la educación en la fe de niños y jóvenes.[82] La jerarquía eclesiástica, diezmada por la represión republicana, había declarado el carácter de Cruzada de liberación de la Guerra Civil y lo providencial de la figura del Caudillo Franco, al que se reconoció el derecho de presentación de obispos. Incluso se le recibía en los templos bajo palio y se incorporó su nombre y título a la rogativa de la liturgia de la misa. El principal apoyo internacional del régimen fue el Vaticano, al que se concedió un Concordato de 1953 que reconocía a la Iglesia como sociedad perfecta, cuyos intereses se identificaban totalmente con los de un Estado plenamente confesional. El congreso eucarístico de Barcelona de 1952 fue el único acto internacional de relevancia celebrado en la España de la época.

El aislamiento internacional no permitió a España beneficiarse del Plan Marshall, pero el acercamiento a los Estados Unidos trajo la firma de los Acuerdos de Madrid (26 de septiembre de 1953), por lo que se establecieron bases militares estadounidenses en España y se recibieron créditos y ayuda económica y militar. El apoyo estadounidense permitió la entrada de España en la ONU en diciembre de 1955.

Desarrollismo y apertura (1959-1975)

Franco y el presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower en Madrid en 1959.
Seat 600, símbolo del desarrollismo económico.
La simbología del sindicato vertical y la denominación XXV Años de Paz se utilizaron para un grupo de viviendas, en Málaga (1965).


A partir del establecimiento de la alianza con los Estados Unidos, el régimen consintió una relativa apertura política, consistente en la amortiguación de la retórica fascista de Falange o la promulgación de leyes (como la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 o Ley Fraga, por Manuel Fraga Iribarne, el ministro más aperturista) que suprimían la censura previa, aunque no significaran una real libertad de expresión.

Más profunda fue la liberalización económica, que abrió la economía a las inversiones extranjeras y a la propia iniciativa privada, aunque se mantuvo el edificio institucional del INI y los monopolios públicos. El paso previo necesario fue el Plan de Estabilización de 1959, al que siguieron los Planes de Desarrollo posteriores; todo un diseño planificado y gestionado por un grupo de economistas vinculados al Opus Dei que recibieron la denominación de tecnócratas (Alberto Ullastres, Mariano Navarro Rubio, Laureano López Rodó, Gregorio López-Bravo) con el apoyo de los créditos del Fondo Monetario Internacional, de la OECE y del gobierno estadounidense. A finales del periodo, las exigencias de modernización de las instituciones internacionales obligaron a proponer una reforma educativa (Ley General de Educación de 1970) que introdujera criterios funcionalistas y técnicas de renovación en un sistema ya muy alejado de la escuela nacional-católica del primer franquismo.

La oposición interna entre las familias del franquismo se manifestó en escándalos como el caso Matesa (1969), resuelto expeditivamente por Franco destituyendo tanto a los ministros implicados (del Opus) como a sus adversarios (entre ellos el propio Fraga, al que se acusaba de utilizar a la prensa para denunciar el caso). Fraga también había sido el impulsor del turismo internacional (campaña Spain is different, red de Paradores Nacionales), que se estaba convirtiendo en un motor importante de la economía. Los ingresos por turismo junto con las remesas de los emigrantes españoles en el extranjero compensaban el déficit estructural de la balanza de pagos de un comercio internacional en expansión.

El éxodo rural y la emigración a Europa (que sustituyó el tradicional destino americano de la emigración española) aliviaron las tensiones sociales a un alto coste humano y cultural: el desarraigo; pero trajo como consecuencia la definitiva superación de la sociedad preindustrial por una sociedad industrial y urbana, que con el tiempo significó la destrucción de las mismas bases sociales e ideológicas del franquismo. El aumento de la población urbana fue espectacular en la periferia de las ciudades industriales y ciudades-dormitorio de las áreas metropolitanas de Madrid, Barcelona o Bilbao, creando problemas de suministros y servicios públicos, hacinamiento y chabolismo. Los sectores económicos experimentaron una industrialización y terciarización aceleradas, con una notable contribución del sector de la construcción, tanto de viviendas como de obras públicas. Las desigualdades sociales y geográficas permitieron, no obstante, que predominara la estabilidad social impuesta por los valores dominantes de una clase media en expansión cuya prioridad eran el bienestar material antes que cuestiones ideológicas (en términos que se popularizaron con las denominaciones de franquismo sociológico y mayoría silenciosa).

La conmemoración de los XXV Años de Paz (1964) pretendía demostrar que el franquismo había conseguido un amplio consenso social y suficiente flexibilidad como para permitir la institucionalización del futuro del régimen. Tras añadir la Ley Orgánica del Estado al cada vez más complejo edificio legislativo, se nombró sucesor de Franco a título de rey, y en cumplimiento de las Leyes Fundamentales del Reino (julio de 1969) a Juan Carlos de Borbón y Borbón, nieto de Alfonso XIII e hijo del pretendiente Juan de Borbón. Éste, a pesar de estar enemistado con Franco desde los años cuarenta y de permanecer exiliado en Portugal, había permitido que su hijo se educara en España bajo control de las autoridades; aunque mantenía su ascendiente sobre la denominada familia monárquica en torno al periódico ABC, lo que produjo algunos conflictos internos en el régimen franquista.[83]

La oposición al franquismo, muy atomizada y entre la que destacaba la capacidad organizativa del Partido Comunista de España, comenzó a moverse cada vez con mayor atrevimiento, incluso utilizando los mecanismos de representación laboral del sindicato vertical franquista mediante las Comisiones Obreras. Se produjo una importante reunión de personalidades del exilio republicano con personajes de relevancia del interior que fueron represaliados a su regreso, y que la prensa española bautizó con el peyorativo nombre de Contubernio de Múnich (junio de 1962). La formación de coordinadoras opositoras continuó en los años setenta (Plataforma Democrática, en la que no participaba el PCE y Junta Democrática, impulsada por éste).

A partir del Concilio Vaticano II el distanciamiento entre la Iglesia Católica y el régimen se hizo evidente, personalizado en figuras como el Padre Llanos, que compartía la vida obrera en los suburbios de Madrid, y obispos como Vicente Enrique y Tarancón y Antonio Añoveros Ataún (que protagonizó un sonado escándalo).

En 1968 surgió el problema terrorista con Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi Y Libertad, ETA), un grupo fundado anteriormente como escisión radical del nacionalismo vasco, y que se pretendió desmontar conjugando severidad y clemencia con la condonación de las condenas a muerte del Proceso de Burgos (3 de diciembre de 1970). Tras reorganizarse, su atentado más espectacular fue el asesinato de Luis Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973), a los pocos meses de ser éste nombrado presidente del gobierno (en junio). Carrero Blanco, hombre de confianza de Franco desde el comienzo del régimen, había sido el primero en ser nombrado para ese cargo durante el franquismo, pues hasta entonces sus funciones se incluían en las competencias reservadas para sí mismo por el propio Jefe del Estado.

Tras un ambiguo discurso de Franco (en el que llegó a pronunciar la enigmática frase no hay mal que por bien no venga), fue designado presidente del gobierno Carlos Arias Navarro. El agravamiento del estado de salud de Franco obligó al príncipe Juan Carlos a ocupar interinamente la jefatura del estado durante unos meses, tras los que el general volvió a ejercer por sí mismo el poder, produciéndose su última aparición en público, en la Plaza de Oriente, para rechazar la condena internacional a unas condenas a muerte (1 de octubre de 1975). Finalmente, los últimos meses del año la enfermedad de Franco entró en su curso final, en un momento crítico del conflicto del Sahara Occidental: la Marcha Verde, que tuvo que gestionar Juan Carlos autorizando la negociación del abandono de la provincia africana en beneficio de Marruecos y Mauritania (Acuerdos de Madrid de 14 de noviembre de 1975). Tras una agonía prolongada artificialmente por su propio yerno (el marqués de Villaverde, un médico con ambiciones políticas y científicas, que había intentado emular a Barnard con un polémico trasplante de corazón), se declaró su fallecimento el 20 de noviembre de 1975, aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange.

La cultura española durante el franquismo

Museos2-orihuelaz.jpg El poeta Miguel Hernández, muerto en prisión en 1942, fue retratado por su compañero de cautiverio Antonio Buero Vallejo, quien posteriormente alcanzaría gran aceptación en la escena teatral con una amarga visión del ser humano y la sociedad. La vida cultural española de la posguerra se vio trágicamente ensombrecida por la muerte violenta de destacadas personalidades identificadas con uno y otro bando (Federico García Lorca, Ramiro de Maeztu, Pedro Muñoz Seca). Por causas naturales habían muerto Valle Inclán y Unamuno (en enero y diciembre de 1936, respectivamente) y Antonio Machado (al poco de cruzar la frontera francesa en 1939).
Vicente Aleixandre.jpg Vicente Aleixandre, entre los poetas del 27 fue el que mejor representó la apuesta vital e intelectual por un exilio interior fecundo pero discreto, como el del pintor Joan Miró. En cambio, destacados representantes de la generación de la amistad, como Dámaso Alonso y Gerardo Diego, se implicaron en las instituciones culturales del franquismo; mientras que otros, como Luis Cernuda o Rafael Alberti, salieron a un exilio que compartieron con una pléyade de escritores (Ramón J. Sender, Claudio Sánchez-Albornoz, Américo Castro, José Bergamín, León Felipe, Francisco Ayala, Arturo Barea), músicos (Manuel de Falla, Pau Casals), artistas plásticos (Pablo Picasso, Julio González, Alberto Sánchez Pérez, Josep Lluis Sert[84] ), científicos y profesionales de todas las disciplinas; cuyo reconocimiento internacional era altísimo en universidades y todo tipo de instituciones culturales, culminando en los premios Nóbel de Juan Ramón Jiménez -literatura, 1956- y Severo Ochoa -medicina, 1959-. La concesión del mismo premio a Aleixandre en 1977 -año en que regresaron destacados exiliados supervivientes- se entendió como la convalidación internacional de la recuperación de la democracia en España.
Monumento José María Pemán, Parque Genovés, Cádiz.jpg Monumento a José María Pemán (el juglar de la Cruzada). Fue también un destacado monárquico que llegó a presidir el consejo privado de Juan de Borbón. Los intelectuales próximos al franquismo (Ernesto Giménez Caballero, Luis Rosales, Agustín de Foxá) o los que por una razón u otra procuraron aproximarse (Josep Pla, Azorín, Jacinto Benavente) han sufrido un destino común en cuanto a su valoración posterior: ganaron la guerra y perdieron la historia de la literatura.[85]
Gonzalo Torrente Ballester-ERREKA.jpg Gonzalo Torrente Ballester, como otros intelectuales procedentes del falangismo (Pedro Laín, Dionisio Ridruejo), se fueron distanciando del régimen. El final del franquismo significó apertura de un significativo espacio cultural que ocuparon autores directamente hostiles al régimen, como Manuel Vázquez Montalbán y otros del grupo novísimos. El impacto editorial del boom latinoamericano tuvo una gran influencia. Otras figuras consagradas continuaron con una activa producción literaria, como Camilo José Cela o los autores de la generación del 50. La universidad se convirtió en uno de los baluartes de la oposición al franquismo, como demostró en febrero de 1965 el escándalo de la privación de sus cátedras de Enrique Tierno, José Luis López Aranguren y Agustín García Calvo, con los que se solidarizaron Antonio Tovar y José María Valverde.[86]
Aranjuez MonumentoJoaquinRodrigo1.jpg Joaquín Rodrigo (Concierto de Aranjuez, Fantasía para un gentilhombre) fue la figura más importante de la música culta española del franquismo, que también dispuso de directores de la talla de Ataúlfo Argenta e intérpretes como Narciso Yepes y Andrés Segovia. La danza española se codificó con Vicente Escudero (Decálogo del buen bailarín, 1951). Los folcklores regionales fueron revitalizados a través del extenso trabajo de rescate y recopilación de Coros y Danzas (Sección Femenina de Falange);[87] y de esfuerzos individuales como el del dulzainero segoviano Agapito Marazuela. La música popular estuvo presidida por la denominada canción española, en la que intérpretes como Imperio Argentina y Concha Piquer ponían voz a la obra de compositores y poetas de extraordinaria calidad, como Quintero, León y Quiroga.
Antoni Tàpies i la fundació IDIBELL.jpg Antoni Tapies y otros representantes del arte rupturista con los convencionalismos académicos (Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca) consiguieron apoyo institucional y espacio en la vida cultural del franquismo.
La Sirena Varada (E. Chillida) 01.jpg La inicial negativa y posterior rectificación municipal para instalar La sirena varada de Eduardo Chillida en el Museo de escultura al aire libre de Madrid fue un sonoro escándalo cultural de los años 70.
Luis Buñuel.JPG El director de cine Luis Buñuel, exiliado en México y Francia, fue admitido en el cine español de los años sesenta, suscitando con Viridiana (1961) un escándalo que el propio Franco consideraba un exceso de celo clerical.[88] La censura del cine y los demás medios de comunicación de masas durante el franquismo produjo algunos extremos ridículos (escándalo de Gilda -1946-, alteración del guion de Mogambo -1953-). A pesar continuar hasta los años setenta, se mitigó mucho con el tiempo, permitiendo producciones de gran altura artística que incluían un componente crítico bastante evidente, como las de Carlos Saura, Luis García Berlanga o Juan Antonio Bardem.
Véase también: Arte y cultura del franquismo

Transición y democracia (1975 - actualidad)

Artículo principal: Transición Española
Constitución de 1978.

Segundo gobierno de Carlos Arias Navarro (1975-1976)

Carlos Arias Navarro, que había sido el último presidente del gobierno de Franco, es confirmado en tal puesto por Juan Carlos I. Tras un discurso aperturista que fue denominado espíritu del 12 de febrero, se produce una clara involución en respuesta a las presiones del bunker (gironazo). En pocos meses queda clara la pérdida de confianza del rey en Arias Navarro, hasta que obtiene su dimisión. Junto con Torcuato Fernández Miranda, el rey obtiene de las instituciones encargadas de presentar la terna de candidatos a la presidencia del gobierno la introducción del nombre de Adolfo Suárez, un personaje relativamente oscuro procedente de la familia azul.

Gobiernos de Adolfo Suárez (1976-1981)

Los reyes de España reciben al presidente de México José López Portillo en octubre de 1977, tras la reanudación de las relaciones diplomáticas, interrumpidas desde 1939. México se había destacado como refugio del exilio republicano español.
Santiago Carrillo y Rafael Alberti en 1978. El prestigioso poeta comunista ocupó junto a La Pasionaria la mesa de edad de las primeras cortes democráticas, a pesar de los decepcionantes resultados del PCE.
Nicolás Redondo y Marcelino Camacho, líderes sindicales de UGT y Comisiones Obreras y diputados por el PSOE y el PCE durante los años setenta y ochenta (la fotografía es de 2008).
Josep Tarradellas, a quien Suárez reconoció el estatus institucional de Honorable president de la Generalitat de Catalunya, en una hábil jugada política que le permitió legitimarse ante la oposición, organizando un multitudinario recibimiento en Barcelona, durante el que Tarradellas pronunció una famosa frase desde el balcón de la Plaza de Sant Jaume: Ja soc aquí ("Ya estoy aquí").

Ante la sorpresa de franquistas y opositores, que no se esperaban tal nombramiento, inicia un rápido desmontaje del edificio insititucional franquista, que implicaba el denominado harakiri de las Cortes y la convocatoria de un referéndum para la aprobación de la Ley para la Reforma Política. El debate entre reforma y ruptura preside los movimientos políticos de grupos de todo el espectro político, desde los partidarios del mantenimiento del franquismo puro (el bunker) hasta los partidarios de la recuperación de la legitimidad republicana sin ningún tipo de concesiones; no obstante, fueron los grupos que demostraron mayor flexibilidad y moderación los que demostraron tener mayor apoyo social y capacidad política.[89]

El problema del terrorismo se recrudecía; tanto el procedente de la oposición al franquismo (ETA -de ideología marxista-leninista y nacionalista vasca-, y los GRAPO -de ideología maoísta-) como el de extrema derecha, cuya práctica simultánea parecía obedecer a la denominada espiral acción-represión prevista por la teoría de los movimientos insurreccionales, de amplia difusión en la época, con el objetivo de provocar la involución política, en forma de un golpe de estado militar.[90] Especialmente violento fue el mes de enero de 1977, cuando coincidieron altercados callejeros entre manifestantes y contramanifestantes (con varios muertos) con secuestros de militares y altos cargos, asesinatos de policías y de abogados laboralistas (matanza de Atocha). Tras la manifestación de duelo, controlada por el Partido Comunista de España, en el entierro de los abogados, se incrementa el prestigio de Santiago Carrillo como interlocutor necesario para el gobierno. Tras unos meses de negociaciones clandestinas, en plenas vacaciones de Semana Santa se produce la legalización del PCE, lo que es visto como una traición por una parte importante del ejército, que a pesar de ello mantuvo mayoritariamente la disciplina (en buena parte como resultado del esfuerzo del vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado). Como contrapartida exigida por Suárez, Carrillo, en una multitudinaria rueda de prensa, comunicó que su partido renunciaba a la bandera republicana y aceptaba la monarquía parlamentaria y el concepto de unidad de España; se pretendía que los militares aceptaran que un partido homologado con los partidos comunistas de Europa Occidental (con los que había construido el concepto de eurocomunismo) no iba a implicarse en una aventura revolucionaria de carácter leninista en pos de la dictadura del proletariado y no representaría una amenaza a la que hubiera que responder violentamente.[91]

Seguidamente se convocaron las elecciones generales de 1977, las primeras elecciones libres en cuarenta y dos años, que fueron ganadas por Unión de Centro Democrático, un partido improvisado en torno a la figura de Suárez, que dispuso de una cómoda mayoría relativa. Contra los pronósticos más extendidos, el principal partido de la oposición no fue el PCE, sino el PSOE, un partido socialdemócrata apoyado por la Internacional Socialista (y que posteriormente renunció al marxismo). La extrema derecha no obtuvo representación, reduciéndose el campo del franquismo al modesto resultado de la Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne, considerado el más aperturista dentro del régimen anterior. Ningún éxito tuvieron los líderes democristianos o liberales que meses antes parecían predestinados a ocupar el gobierno (José María de Areilza o Joaquín Ruiz-Giménez), eclipsados hábilmente por las maniobras de Suárez previas a las elecciones, y que contaban con el apoyo del equipo de confianza política formado en torno al rey.[92]

En 1977 se firmaron, por la gran mayoría de los partidos con representación parlamentaria, los pactos de la Moncloa donde se acordaron reformas sociales y económicas para combatir la crisis, que estaba afectando de forma grave al empleo y la inflación, y que asentaron el modelo de economía social de mercado que sancionó la Constiución. Mediante consenso se redactó la Constitución de 1978 que sería aprobada ese mismo año en referéndum. España se definía como un Estado social y democrático de Derecho, con vocación de homologarse con el Estado del bienestar en su versión europea occidental; y reconocía el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran, un concepto de suficiente ambigüedad como para permitir no frustrar el acuerdo de una amplísima mayoría política, social y territorial. La transición española se propuso internacionalmente como un modelo a seguir, que implicaba un amplio consenso, la garantía de las libertades públicas, la moderación en las reivindicaciones sociales, la renuncia a la satisfación de agravios del pasado y una generosa amnistía (que en ese momento se planteó como garantía de la vuelta de los exiliados, y posteriormente serviría para garantizar la no persecución de los crímenes atribuibles a la represión del franquismo).[93]

Artículo principal: I Legislatura de España

Las elecciones de 1979 incrementaron el número de diputados de UCD, sin llegar a la mayoría absoluta, permitiendo la confirmación de Adolfo Suárez en la presidencia del gobierno. La normalización del sistema político implicaba continuar con el iniciado proceso preautonómico, que se sustanció en la aprobación de los estatutos de autonomía de las regiones a las que la Constitución reconocía, por razones que denominaba históricas (haber dispuesto de autonomía en la Segunda República o haber iniciado los trámites para ello), un procedimiento privativo para alcanzar el máximo techo competencial: Cataluña y Euskadi (ambos aprobados el 18 de diciembre de 1979), además del previsto para Galicia, que lo hizo posteriormente. En las elecciones a sus parlamentos autónomos, las candidaturas de UCD sufrieron una significativa derrota, en beneficio de los partidos nacionalistas periféricos (Convergència i Unió en las de Cataluña y PNV en las de Euskadi). El referéndum andaluz (28 de febrero de 1980), independientemente de su confuso resultado, implicó una derrota del gobierno y la evidencia de que no se podría impedir la generalización de las máximas competencias a las comunidades que así lo determinaran, dispusieran o no de algún tipo de hecho diferencial de naturaleza histórica o de cualquier otra (lo que el ministro Manuel Clavero Arévalo, dimitido por esta cuestión, denominó café para todos).[94] Otras leyes importantes, aprobadas en medio de la contestación social, fueron el Estatuto de los trabajadores y el Estatuto de centros docentes. Las negociaciones para la entrada en la Comunidad Económica Europea se prolongaban ante las reticencias de algunos países (especialmente Francia), lo que, sumado al incremento del paro y de la inflación, en medio de la segunda crisis del petróleo, contribuyó a dibujar un sombrío panorama, en el que destacaba la violencia de los continuos atentados de ETA, que se concentraban contra miembros del ejército, la guardia civil y la policía. La situación política era cada vez más insostenible. El PSOE presentó una moción de censura, que fue rechazada, pero evidenció la soledad del gobierno. Dentro del propio partido que lo apoyaba, la UCD, las diferentes familias (democristianos, liberales, socialdemócratas) comenzaron a exhibir sin disimulo diferencias de criterio cada vez mayores entre ellos y con el presidente. También el propio rey dejó que se divulgara su malestar por la situación política y su pérdida de confianza en Suárez, y de esa forma se interpretó su mensaje de Navidad de 1980, a pesar de que tal función no corresponde al rey en la Constitución. Para comienzos de 1981, Suárez entendió que no tenía otra salida que dimitir.[95]

Golpe del 23 F y gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo (1981-1982)

La dimisión de Adolfo Suárez, que había perdido la confianza de la mayor parte de los dirigentes de su propio partido, precipitó los preparativos previos para un golpe de estado, y durante la sesión de investidura de su sustituto, Leopoldo Calvo-Sotelo (23 de febrero de 1981, un destacamento de guardias civiles dirigidos por Antonio Tejero ocupó el Congreso y secuestró a los diputados y al gobierno en pleno. Simultáneamente Jaime Milans del Bosch ocupó militarmente la ciudad de Valencia y Alfonso Armada, antiguo secretario de la casa real, intentaba obtener el apoyo del Rey para formar un gobierno de concentración cívico-militar. La oposición del rey y la descoordinación y diferencia de objetivos entre los propios golpistas impidieron que la mayoría de las autoridades militares se les unieran, y al día siguiente se rindieron.[96]

Entre los hechos más destacados del gobierno de Calvo Sotelo estuvo la integración de España en la OTAN (30 de mayo de 1982)[97] y la aprobación de la ley del divorcio (22 de junio de 1981), impulsada por el ministro Francisco Fernández Ordóñez y que había suscitado una intensa oposición de la Conferencia Episcopal Española, convirtiéndose en una de las principales causas de discrepancia dentro del partido del gobierno.[98] El proceso autonómico intentó armonizarse mediante la LOAPA (30 de junio de 1982), una ley restrictiva que posteriormente fue desmontada en aspectos esenciales por el Tribunal Constitucional (13 de agosto de 1983).

Gobiernos de Felipe González (1982-1996)

Artículo principal: II Legislatura de España
Artículo principal: III Legislatura de España
Artículo principal: IV Legislatura de España
Artículo principal: V Legislatura de España
El senador chileno Andrés Zaldivar con el presidente Felipe González en 1990.

En las elecciones de octubre de 1982 el PSOE, liderado por Felipe González, obtuvo una mayoría absoluta. El nuevo gobierno tuvo que hacer frente a la crisis, al tiempo que implantaba medidas propias de un estado de bienestar de orientación socialdemócrata incrementando el gasto público en políticas sociales (universalización de la sanidad con la Ley General de Sanidad de 1986, incremento de las pensiones y de la cobertura del desempleo, LOGSE de 1990 -que extendió la escolarización obligatoria hasta los 16 años-). Los efectos negativos en el empleo de la reconversión y reestructuración industrial, sumados a otras medidas liberalizadoras, como la flexibilización del mercado laboral o de los horarios comerciales, provocó la oposición radical de los sindicatos UGT y CCOO, que convocaron la huelga general del 14 de diciembre de 1988, que paralizó al país. El distanciamiento se había hecho evidente desde que el histórico líder de la UGT, Nicolás Redondo, dimitió como diputado del PSOE 1987 tras votar en contra de los presupuestos. En junio de 1992 y enero de 1994 se volvieron a repetir convocatorias sindicales de huelga general contra gobiernos socialistas.

Se controló la inflación y se mejoró la política fiscal (creación de la Agencia Tributaria), reorganizando las cuentas públicas de modo que se facilitó el ingreso en la Comunidad Europea, cuyo tratado de adhesión se firmó en junio de 1985 (entrada oficial el 1 de enero de 1986). El 12 de marzo de 1986 se garantizó la permanencia en la OTAN mediante un referéndum al que Felipe González se había comprometido cuando estaba aún en la oposición.

Se duplicó la renta per cápita al tiempo que aumentaba la población activa y la incorporación de la mujer al mundo laboral. El saldo migratorio, tradicionalmente negativo, pasó a ser positivo, convirtiéndose España en el mayor receptor de inmigrantes de Europa y uno de los mayores receptores del mundo. Se aprovecharon los fondos de cohesión que se habían obtenido de las instituciones comunitarias para mejorar las infraestructuras básicas. La fragilidad del crecimiento económico, en un periodo que se denominó del pelotazo, por lo fácilmente que se producía la especulación,[99] conllevó desequilibrios financieros que obligaron a realizar varias devaluaciones en los años noventa.

El proceso autonómico se cerró con la configuración de diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas, que comenzaron a dotarse de instituciones y legislación propia, y coordinarse con las estatales y municipales, mediante negociaciones de gran complejidad, especialmente las relativas a la financiación.

Seguía existiendo el problema del terrorismo de ETA, ante el que el gobierno socialista intentó todo tipo de soluciones: la presión política interna basada en el consenso entre los partidos democráticos (Acuerdo de Madrid sobre Terrorismo de 5 de noviembre de 1987 y Pacto de Ajuria Enea de 12 de enero de 1988), el intento de negociación (tregua de ETA de 1988 -8 de enero- o conversaciones de Argel -iniciadas anteriormente y mantenidas hasta el 4 de abril de 1988-),[100] y la colaboración policial y judicial francesa (vinculada a la mejora de relaciones políticas y económicas). Como posteriormente se demostró (en un proceso judicial impulsado entre otros por El Mundo -un periódico de orientación derechista- y por el juez Garzón -reingresado en la carrera judicial tras un breve y conflictivo paso por la política como diputado del PSOE-), varios altos cargos de los primeros gobiernos socialistas (entre ellos el ministro José Barrionuevo y el secretario de seguridad Rafael Vera) habían impulsado entre 1982 y 1986 un terrorismo de Estado o guerra sucia mediante la actividad de los denominados Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que realizaron varios atentados en territorio francés contra miembros de ETA. La divulgación de estos hechos a mediados de los años noventa, junto con otros escándalos de corrupción político-económica (Juan Guerra, Luis Roldán, FILESA), unido a la grave crisis económica posterior a los eventos de 1992 (expo de Sevilla y olimpiadas de Barcelona), provocó la derrota del PSOE en las elecciones de 1996 y la llegada al poder del Partido Popular con José María Aznar, que al no tener mayoría absoluta tuvo necesidad de lograr acuerdos con los partidos nacionalistas (Partido Nacionalista Vasco, Convergencia y Unión y Coalición Canaria).

Gobiernos de José María Aznar (1996-2004)

Artículo principal: VI Legislatura de España
Voluntarios limpiando las playas gallegas de crudo tras el hundimiento del Prestige.

El nuevo gobierno del Partido Popular se propuso cumplir los criterios de convergencia del tratado de Maastricht para que la economía española se incorporara al grupo de países que compartirían la nueva moneda europea: el euro. Se inició una política de privatización de empresas estatales y de reforma laboral, estimulando las contrataciones temporales para frenar el paro, lo que precarizó el mercado de trabajo, pero no alteraba los puntos esenciales del Estado del bienestar. En 1999, con los criterios cumplidos en su mayor parte, España fue aceptada como como miembro de la Eurozona, estableciéndose una cotización de 166,386 pesetas por euro. Las monedas y billetes de peseta dejaron de circular en 2002.

Tras la masiva movilización popular contra el largo secuestro de José Ortega Lara (17 de enero de 1996 - 1 de julio de 1997, liberado por la policía) y el asesinato de Miguel Ángel Blanco (13 de julio de 1997, particularmente impactante, al ser el resultado final de un secuestro cuyo chantaje consistía en la exigencia del acercamiento de los presos de ETA a las cárceles del País Vasco), la situación de la banda terrorista se había deteriorado incluso entre parte de sus bases sociales del País Vasco. Se planteó un cambio de estrategia de los partidos nacionalistas vascos moderados, que acordaron junto con los radicales cercanos a ETA el Pacto de Lizarra (12 de septiembre de 1998). La inmediata Mayor Oreja denominó tregua trampa (septiembre de 1999).[101]

Artículo principal: VII Legislatura de España

En las elecciones generales de 2000 el PP consiguió la mayoría absoluta, lo que le permitió llevar a cabo su política sin el condicionante de la búsqueda de apoyos en los partidos nacionalistas periféricos. La oposición sindical al nuevo decreto reforma laboral se sustanció en la huelga general del 20 de junio de 2002. Se suprimió el servicio militar obligatorio y se impulsó el Plan Hidrológico Nacional.

En política exterior, Aznar se alineó claramente con los Estados Unidos, convirtiéndose en uno de sus principales aliados europeos (trío de las Azores) en los conflictos posteriores al 11-S: la guerra de Afganistán y la guerra de Irak. El desastre ecológico provocado por el accidente del petrolero Prestige (2002-2004, posiblemente agravado por la confusa gestión política, que generó el movimiento de protesta Nunca Mais) se sumó al escándalo consiguiente al accidente del Yak-42 (avión que se estrelló en Turquía -26 de mayo de 2003- trasladando tropas españolas desde Afganistán hasta España, cuya precipitada e irregular identificación generó el descontento de los familiares y un proceso judicial) y a la gran oposición de la opinión pública a la intervención de España en la guerra de Irak (movimiento de protesta No a la guerra), desprestigiado al gobierno y al Partido Popular, que no obstante consiguió mantener unos aceptables resultados en las elecciones autonómicas de España de 2003.

Aznar se había comprometido a no presentarse a una tercera convocatoria electoral. Para sustituirle como candidato se barajaban tres nombres: Rodrigo Rato, Mayor Oreja y Mariano Rajoy, quien fue finalmente elegido por el propio presidente.

Tres días antes de las elecciones generales, se produjeron los atentados del 11 de marzo de 2004, con 191 muertos, conmocionando al país y produciendo la confusión del propio gobierno, que en un primer momento lo atribuyó a ETA. Tras una manifestación unitaria de repulsa, a medida que comenzaron a publicarse evidencias de la autoría del terrorismo islámico (posteriormente discutidas por los medios de comunicación -especialmente el periódico El Mundo- que siguen sosteniendo teorías alternativas a la investigación oficial), el descontento comenzó a desplazarse contra el gobierno, y el mismo día de reflexión se convocaron manifestaciones irregulares frente a las sedes del Partido Popular. El resultado de las elecciones, que dio la victoria por mayoría relativa al PSOE, se suele interpretar como un voto de castigo.

Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero (2004 en adelante)

Artículo principal: VIII Legislatura de España
José Luis Rodríguez Zapatero dando un discurso.

José Luis Rodríguez Zapatero se significó en los primeros momentos de su mandato con una decisión de gran impacto internacional: la retirada de las tropas españolas de Irak, en cumplimento de su promesa electoral, aunque sorprendente por su inmediatez, comunicada antes incluso de la formación de su gobierno. En política interior, la subida del salario mínimo interprofesional (uno de los más bajos de Europa) abrió el camino de otras reformas sociales entre las que destacaba la autorización del matrimonio homosexual (30 de junio de 2005), muy protestado por la Iglesia Católica; y la ley de dependencia (30 de noviembre de 2006). Otras cuestiones, como la reforma de la ley del aborto, se aplazaron para la siguiente legislatura.

Ante la ONU, Zapatero propuso la Alianza de civilizaciones, una iniciativa de colaboración internacional que co-lideró con el presidente turco Erdogan. La aprobación en referéndum de la constitución europea en 2005 fue inoperante, dado el fracaso de mecanismos similares en otros países.

Varias comunidades iniciaron el procedimiento de reforma de sus estatutos de autonomía. El denominado Plan Ibarretxe, no planteado como una reforma estatutaria sino como una iniciativa soberanista para el País Vasco, fue rechazado por las Cortes (1 de febrero de 2005). La reforma del Estatuto catalán fue aún más polémica; a pesar de superar todos los trámites con distintas modificaciones y entrar en vigor tras el referéndum de 2006, sigue en la actualidad (2010) sujeto a un recurso de inconstitucionalidad que el Tribunal Constitucional lleva varios años discutiendo sin llegar a emitir un fallo.

Durante varios meses del año 2006 se llevaron a cabo contactos del gobierno con ETA en un contexto de tregua declarada por el grupo terrorista y de protestas del Partido Popular, la Asociación de Víctimas del Terrorismo y los medios de comunicación de orientación conservadora; y que se demostraron infructuosos tras el atentado de la T4 del aeropuerto de Madrid-Barajas (30 de diciembre de 2006). Más eficacia demostró la presión policial, judicial e internacional, que consiguió la detención consecutiva de los equipos dirigentes que se sucedieron en la cúpula de la banda terrorista; y el impedimento, mediante reformas legislativas y decisiones judiciales, de que las agrupaciones políticas organizadas en torno a ETA obtuvieran representación política en ayuntamientos y parlamentos, al ser ilegalizadas parcial o totalmente en unas u otras convocatorias electorales.

Durante una cumbre iberoamericana se produjo un incidente verbal entre el rey y el presidente venezolano Hugo Chávez, que llegó a hacerse muy popular (¿Por qué no te callas?, 10 de noviembre de 2007); y que se utiliza como ejemplo de la complejidad de las relaciones entre España e Hispanoamérica. Estas relaciones, intensificadas tanto en lo económico como en lo político, son denunciadas como neocolonialistas por la corriente de opinión indigenista,[102] mientras que la opinión conservadora dentro de España critica por contraproducente e ingenuo el mantenimiento de relaciones relativamente amistosas con el gobierno de Cuba y otros de orientación próxima, calificados de populistas y contrarios a los intereses españoles.[103]

Artículo principal: IX Legislatura de España

Tras las elecciones generales de España de 2008 (cuyos actos finales de campaña tuvieron que ser suspendidos ante el asesinato por ETA de Isaías Carrasco), se repitió la mayoría relativa del PSOE y el segundo puesto del PP. Ambos partidos aumentaron en número de diputados. Los partidos nacionalistas e Izquierda Unida disminuyeron su representación, al tiempo que aparecía un nuevo partido de ámbito nacional: Unión Progreso y Democracia, por el que Rosa Díez consiguió un acta de diputado.

El debate en torno a la Ley de Memoria Histórica, que provenía de la legislatura anterior, alcanzó su nivel máximo como consecuencia de la decisión del juez Garzón de iniciar un procedimiento judicial contra los crímenes del franquismo (16 de octubre de 2008); y la reacción contra él, que, además de su apartamiento de la causa, que no tuvo continuidad, se sustanció en tres procedimientos judiciales simultáneos por diversos motivos, unos ligados a ese asunto y otros ajenos, pero también de repercusión política, que llevaron a su suspensión como juez de la Audiencia Nacional, en medio de un escándalo internacional (14 de mayo de 2010).

La crisis económica de 2008-2010 afectó de manera gravísima a la economía española, que tras experimentar el final de la denominada burbuja del ladrillo sufrió varios trimestres consecutivos de descenso del PIB y de incremento del paro. La crisis de la deuda griega de 2010, convertida en una verdadera crisis de la Eurozona, llevó a los gobiernos europeos, e incluso al presidente norteamericano Barak Obama, a exigir al español (que precisamente ocupaba durante ese semestre la presidencia rotativa de la UE) medidas drásticas de reducción del déficit público. La decisión de Zapatero (12 de mayo de 2010) de reducir el salario de los funcionarios y no incrementar las pensiones se calificó de una medida sin precedentes en la historia de la democracia española, cuestionándose el mantenimiento del modelo de Estado del bienestar.[104]

La cultura española en la transición y la democracia

Rafael Moneo 01m.jpg Rafael Moneo y otros destacados arquitectos españoles, como Santiago Calatrava, han logrado una gran proyección internacional, que se ha sumado a la de los arquitectos de la generación anterior, como Ricardo Bofill, Miguel Fisac (muerto en 2006), Sáenz de Oíza (muerto en 2000), etc.
Eduardo Mendoza (Feria del Libro de Madrid, 6 de junio de 2008).jpg Eduardo Mendoza, representante de la más reciente narrativa española, que cuenta con nombres como Álvaro Pombo, Terenci Moix (muerto en 2003), Vicente Molina Foix, José María Guelbenzu, Rosa Montero, Fernando Marías, Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina, Juan José Millás, Luis Landero, José Ángel Mañas, etc.; y con las últimas producciones de autores de generaciones anteriores, como Miguel Delibes (muerto en 2010), Juan Marsé, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite (muerta en 2000).
Albert Boadella.jpg Albert Boadella, con el grupo Els Joglars, lleva realizando un continuado trabajo teatral desde 1962. El teatro catalán ha sido muy prolífico en grupos de muy distinto tipo, todos ellos de gran originalidad, como Dagoll Dagom, Els Comediants, La Fura dels Baus, Tricicle, La Cubana, etc. El panorama escénico español de finales del siglo XX contó con los últimos textos de Antonio Buero Vallejo o Lauro Olmo y la presencia de nuevos autores como Fernando Arrabal, Alfonso Sastre, Francisco Nieva, José Sanchis Sinisterra o Antonio Gala y profesionales de todas las artes escénicas, como Mario Gas, Antonio Gades, Nuria Espert, José María Rodero o el polifacético Fernando Fernán Gómez.
Pedro Almodóvar (Guadalajara) 5.jpg Pedro Almodóvar. La movida madrileña de finales de los ochenta y principios de los noventa tuvo en la obra de este cineasta su principal herencia cultural. A la misma generación y entorno estético pertenecen artistas españoles de otras zonas de España, o del mundo del diseño y las artes pásticas, como Javier Mariscal y Miquel Barceló.
Narcizo Ibañez Serrador.JPG Un, dos, tres... responda otra vez, de Narciso Ibáñez Serrador, ha sido uno de los programas de televisión más influyentes de la historia de la televisión en España. El papel de la televisión fue trascendental en la modernización de la sociedad española en el tardofranquismo y la transición. La aparición de las televisiones privadas a partir de 1990 tuvo resultados ambivalentes: aumentó la oferta, pero introdujo la denominada telebasura y redujo a espacios marginales la programación de contenido cultural que había sido de máxima audiencia en los años setenta y ochenta (El hombre y la tierra, Estudio uno, La clave, etc.)
Serrat.jpg Joan Manuel Serrat, uno de los cantautores de la canción protesta que se popularizó entre la juventud del 68. La música de gran consumo incluía la llamada canción española o folclórica de las tonadilleras (Lola Flores, Rocío Jurado), la rumba (Los Chichos), la música ligera o melódica (Julio Iglesias), el rock (Miguel Ríos), o todo tipo de versiones, tendencias y combinaciones dentro de lo que se conoce como pop (desde Mocedades y Mecano hasta Alaska y los Pegamoides y los cantantes salidos de Operación Triunfo). La llamada música culta contó con compositores que ya habían renovado la escena musical en pleno franquismo, como Cristóbal Halffter, Luis de Pablo o Carmelo Bernaola; pero su mayor impacto fue gracias a la presencia internacional de cantantes de ópera de la talla de Jaume Aragall, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Josep Carreras o Montserrat Caballé.
Ferran Adrià a El Bulli.jpg Ferrán Adriá, varias veces nombrado mejor cocinero del mundo, junto con otros representantes de la más reciente cocina española, han situado a ésta en una posición de liderazgo internacional.
Arantxa Sanchez Vicario.JPG Lo mismo ha ocurrido con las nuevas generaciones de deporte español, especialmente tras las Olimpiadas de Barcelona (1992), en disciplinas tan diversas como el ciclismo (Perico Delgado, Miguel Indurain, Alberto Contador), el tenis (Rafael Nadal, Arancha Sánchez Vicario), el automovilismo (Fernando Alonso) o el fútbol (Real Madrid, Fútbol Club Barcelona, Copa Mundial de Fútbol de 2010 para la selección española de fútbol). El interés público por la actividad deportiva, rasgo destacado en el franquismo como factor de cohesión social (pan y fútbol), se diversificó a otros deportes a partir de 1966 con la campaña Contamos contigo (Juan Antonio Samaranch, posteriormente presidente del Comité Olímpico Internacional).[105]
Gran Dolina-Estrato Aurora..jpg La excavación y estudio del yacimiento de Atapuerca ha representado, por sus características únicas, la aportación más importante de la ciencia española al conocimiento universal en los últimos años. En otros campos científicos no faltan individuos y equipos de trabajo de altísimo nivel, particularmente en las ciencias biológicas.
Jose Tomás manoletina.JPG José Tomás ha protagonizado alguno de los momentos más destacados de la tauromaquia reciente. El activismo antitaurino, junto a factores políticos locales, condujeron al Parlamento de Cataluña en 2010 a la adopción de una medida legislativa que suspenderá las corridas de toros en esa comunidad. Anteriormente, una medida similar se adoptó en Canarias.
Simpecado de la hermandad de Sanlúcar. Romería de El Rocío, embarque de las hermandades en Sanlúcar hacia IMGP3114.JPG Una escena de la romería del Rocío. Aunque las encuestas sobre creencia religiosa muestran una mayoría de católicos no practicantes, y las prácticas sociales muestran un alto grado de secularización, la relgiosidad popular sigue siendo muy vital en determinadas manifestaciones festivas, y el liderazgo de la iglesia católica se demuestra periódicamente en convocatorias esporádicas como visitas papales (desde la de Juan Pablo II en 1992) o macromanifestaciones de carácter político-moral (contra el aborto o el matrimonio homosexual); y de un modo más constante en la presencia de la educación religiosa o los medios de comunicación católicos. La presencia de otras confesiones religiosas sigue siendo claramente minoritaria, aunque están muy altamente representadas en la inmigración.
Proc acade.jpg Procesión de doctorandos en la Universidad Miguel Hernández en Elche (Alicante). La universidad ha dejado de ser un reducto reservado a las élites. La multiplicación de universidades, extendidas por todas las comunidades autónomas y la mayoría de las provincias, es la cúspide de un sistema educativo cuya base ha presenciado la extensión de la educación obligatoria, tanto en el final del franquismo (hasta los 14 años con la Ley General de Educación de 1970) como en la democracia (hasta los 16 años con la LOGSE de 1990), y su verdaderas consecuencias son objeto de debate (informe PISA).
Parque Almenara - Carpa.jpg Centro comercial en Lorca (Murcia). El incremento del nivel de vida ha convertido a la denominada cultura del ocio y al consumismo en componentes esenciales de la vida española, tanto pública como privada. El radical cambio de costumbres ha alterado incluso la dieta tradicional con graves consecuencias (desórdenes alimentarios). La abundancia y amplio horario de establecimientos de hostelería y diversión son extraordinarios en comparación con la mayoría de los países del mundo. Fuertemente ligado a ello, el turismo en España continúa fundamentado en las playas masificadas, pues la creciente oferta de turismo cultural o turismo rural sigue siendo minoritaria en comparación.
Federico Jimenez Losantos.jpg Federico Jiménez Losantos ha protagonizado en la radio, en la prensa y en los nuevos medios digitales, algunas de las más duras polémicas periodísticas, políticas e intelectuales de los últimos años.[106] La presencia de los intelectuales en política, más allá de los procedentes del mundo del derecho (como los ponentes de la Constitución en 1978 o algunos destacados miembros del Tribunal Constitucional), ha pasado a ser marginal; pero su papel en los medios de comunicación continúa siendo muy activo en lo que se denomina la formación de la opinión pública. Entre éstos hay tanto personalidades surgidas en el mundo del periodismo (columnistas[107] como Francisco Umbral -muerto en 2007-, Eduardo Haro Tecglen -muerto en 2005-, Arcadi Espada, Raúl del Pozo, Isabel San Sebastián, Maruja Torres; directores de programas de radio, como Luis del Olmo o Iñaki Gabilondo; o los tres más destacados directores de periódicos: Luis María Anson, Juan Luis Cebrián -elegidos simultáneamente académicos de la lengua en 1996- y Pedro J. Ramírez) como de fuera de él (José Luis Sampedro, Juan Velarde Fuertes, Francisco Rodríguez Adrados, Gregorio Salvador, Antonio Elorza, Fernando Savater, Ignacio Sotelo, Almudena Grandes, Manuel Rivas, Ian Gibson, Mario Vargas Llosa -estos dos últimos nacionalizados españoles-).[108]

Referencias

Bibliografía

Enlaces externos

  • Artehistoria:
  • ArtEEspaña:

Notas

  1. Álvarez Junco, op. cit. Véase el concepto de historia nacional otros relacionados en Nacionalismo español.
  2. Artola, op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit., Josep Fontana, op. cit., Jordi Nadal, op. cit.. Véase el debate sobre la "normalidad" o "excepcionalidad" del caso español en Ser de España. El análisis de Manuel Azaña (Causas de la Guerra de España -1939-, recogido en El ensayo español. Siglo XX, pg. 280) es esclarecedor:
    Las dificultades provenían del fondo mismo de la estructura social española y de su historia política en el último siglo. La sociedad española ofrecía los contrastes más violentos. En ciertos núcleos urbanos, un nivel de vida alto, adaptado a todos los usos de la civilización contemporánea, y a los pocos kilómetros, aldeas que parecen detenidas en el siglo XV. Casi a la vista desde los palacios de Madrid, los albergues miserables de la montaña. Una corriente vigorosa de libertad intelectual, que en materia de religión se traducía en indiferencia y agnosticismo, junto a demostraciones públicas de fanatismo y superstición, muy distantes del puro sentimiento religioso. Provincias del noroeste donde la tierra está desmenuzada en pedacitos que no bastan a mantener el cultivador; provincias del sur y del oeste, donde el propietario de 14.000 hectáreas detenta en una sola mano todo el territorio de un pueblo. En las grandes ciudades y en las cuencas fabriles, un proletariado industrial bien encuadrado y defendido por los sindicatos; en Andalucía y Extremadura, un proletariado rural que no había saciado el hambre, propicio del anarquismo. La clase media no había realizado a fondo, durante el siglo XIX, la revolución liberal. Expropió las tierras de la Iglesia, fundó el régimen parlamentario. El atraso de la instrucción popular, y su consecuencia, la indiferencia por los asuntos públicos, dejaban sin base sólida al sistema. La industria, la banca y, en general, la riqueza mobiliaria, resultante del espíritu de empresa, se desarrollaron poco. España siguió siendo un país rural, gobernado por unos cientos de familias. Aunque la Constitución limitaba teóricamente los poderes de la corona, el rey, en buen acuerdo con la Iglesia, reconciliada con la dinastía por la política de León XIII, y apoyado en el Ejército, conservaba un predominio decisivo a través de unos partidos pendientes de la voluntad regia. La institución parlamentaria era poco más que una ficción.
  3. Artola, op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit.; Pedro Farinas, Breve historia constitucional de España, Madrid: Latina Universitaria, 1981 ISBN 84-7516-015-8; Jordi Solé Tura, Eliseo Aja, Constituciones y períodos constituyentes en España (1808- 1936), Siglo XXI, Madrid, 1977
  4. Proceso estudiado desde fechas tan tempranas como 1931 -PUGÉS, MANUEL. Cómo triunfó el proteccionismo en España. (La formación de la política arancelaria española). Prólogo del Profesor D. Pedro Gual Villalbí. Barcelona, Editorial Juventud- hasta la actualidad -Antonio Tena Junguito (2001)¿Por qué fue España un país con alta protección industrial? Evidencias desde la protección efectiva 1870-1930 Documento de trabajo de la Universidad Carlos III de Madrid-
  5. Juan Velarde Fuertes El español como base del desarrollo, en II Congreso Internacional de la Lengua Española, Valladolid, octubre de 2001
    En España, precisamente, desde el Arancel de los Moderados de 1847, acentuado con el mensaje proteccionista de Cánovas del Castillo maximizado por el Arancel de Guerra de 1891, y continuado, de modo cada vez más fuerte, hasta 1957, existió una clarísima mentalidad autárquica.
    Juan Hernández Andreu y Nelson Álvarez Vázquez (2005) Librecambismo y proteccionismo en España (siglos XVIII y XIX) Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia ISBN 84-362-5034-6 Francisco J. Constenla Acasuso (1982) La evolución del proteccionismo en España y el Arancel Cambó de 1922, Santiago de Compostela: F.J. Constenla ISBN 84-300-6438-9
  6. Artola, op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit. Jordi Nadal, op. cit.
  7. Martínez Cuadrado, op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit., Carlos Dardeop. cit., Ángel Bahamonde op. cit.
  8. Martínez Cuadrado, op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit. El término edad de plata fue acuñado, para la literatura, por José Carlos Mainer (1987) La Edad de Plata (1902–1939), Madrid: Cátedra. El mismo autor titula Modernidad y nacionalismo 1900–1939 el volumen 6 de la Historia de la literatura española, Crítica, 2010
  9. Martínez Cuadrado, op. cit.; Santos Juliá op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit.; Genoveva García op. cit.
  10. Santos Juliá op. cit.; Tuñón de Lara, op. cit.; Raymond Carr, op. cit., Julio Gil op.cit.
  11. Santos Juliá Duelo por la República Española, 25 de junio de 2010. Es parte de una polémica en las páginas de opinión de El País sobre la relación de memoria entre la Transición democrática y la II República, la Guerra Civil y el Franquismo; desencadenada por un artículo de Joaquín Leguina Enterrar a los muertos, 24 de abril de 2010 (fecha en la que se habían convocado las primeras manifestaciones en democracia contra la impunidad del franquismo; como le reprochaba Almudena Grandes La condición miserable, 9 de mayo de 2010); en la que sucesivamente intervinieron Javier Cercas La puñetera verdad 6 de junio de 2010; el citado Juliá y Gregorio Marañón y Bertrán de Lis La insobornable verdad, 28 de junio de 2010.
  12. Pierre Vilar, op. cit.; Raymond Carr, op. cit.; Aróstegui, op. cit.
  13. Véase el debate sobre la calificación fascista al régimen de Franco en Fascismo#España
  14. Tuñón de Lara, op. cit., Josep Fontana y otros op. cit., Payne op. cit., Mateos y Soto, op. cit.
  15. Javier Cercas, op. cit.
  16. Javier Tusell, op. cit; Santos Juliá, op. cit.; García de Cortázar, op. cit.
  17. Rebeliones de Picornell y Malaspina
  18. España y la Revolución francesa, en Artehistoria.
  19. Citada por Emilio Cotarelo Iriarte y su época, Rivadeneyra, 1897.
  20. Informes en el Expediente de Ley Agraria. Andalucía y la Mancha (1768). Edición y estudio preliminar de Gonzalo Anes. ICI, Quinto Centenario, IEF. Madrid, 1990. ISBN 84-206-2840-4. Gonzalo Anes: La Ley Agraria. Alianza Editorial, Madrid, 1995. ISBN 84-7196-879-7. Fuentes citadas en [web.usal.es/~rrobledo/text/anes_1995.doc]. Texto de Jovellanos en cervantesvirtual.
  21. El bloqueo agrario, en Artehistoria.
  22. La crisis del cambio del siglo (España) en Artehistoria
  23. La voz liberal aplicada a un partido o a individuos, es de fecha moderna y española en su origen, pues empezó a ser usada en Cádiz en 1811, y después ha pasado a Francia, a Inglaterra y a otros pueblos
    Citado por Francisco Arias Solís La palabra liberal.
  24. El liberalismo, movimiento español.

    El primer punto que había que destacar es el origen español de las palabras liberal y liberalismo en su acepción política. Este hecho es hoy reconocido incluso en la literatura anglosajona.

    Historia crítica del pensamiento español: Liberalismo y romanticismo, Espasa-Calpe, 1979, ISBN 8423964116, pg. 56.
  25. En el Manifiesto de los Persas, redactado en 1814 por el primero, y firmado por 69 diputados de las Cortes de Cádiz, se refieren al segundo en estos términos: En 17 de agosto del propio año [1812] ampliando las Cortes la autoridad legislativa como única que se habían reservado, privaron de honores, empleos, y expatriaron al reverendo Obispo de Orense, por haber jurado la Constitución después de hacer varias protestas, y se extendió igual pena a todo español que en el acto de jurarla, usare o hubiere usado de iguales reservas: y que en el caso de ser eclesiástico, se le ocuparían además las temporalidades. Este empeño de aterrar porque jurasen, en época en que se titulaba a todos libres para manifestar su pensamiento por escrito y de palabra, es lo que más prueba la falta de libertad en el juramento, la de consentimiento general de la Nación, y el recelo de que no lo habría (punto 83).
  26. Juan Goytisolo Liberales y románticos, El País 17/12/2006 (artículo sobre los exiliados del siglo XIX, glosando en en centenario de su nacimiento la obra de Vicente Lloréns Liberales y románticos, una emigración española en Inglaterra (1823 1834) México, 1954).
  27. Constitución de 1812 (art. 1)
  28. Benito Pérez Galdós tituló así uno de sus Episodios Nacionales, publicado en 1879 (véase en cervantesvirtual.com). Voz "Apostólicos" en Gran Enciclopedia Aragonesa.
  29. Josep Fontana, op. cit.
  30. Avilés y otros op. cit., pg. 169.
  31. Artículo sobre epidemia y matanza. Página sobre la epidemia. Artículo sobre la matanza.
  32. Avilés op. cit., pg. 168.
  33. Artículo 11. Los demás datos, en Avilés y otros op. cit., pg. 167.
  34. La implantación del Estado liberal durante las regencias de Maria Cristina y Espartero (1833-1843) en historiasiglo20.org
  35. La abolición de los Fueros en Fundación para la libertad.
  36. Títulos de Duque de la Victoria, Conde de Luchana, Vizconde de Banderas y Duque de Morella, con Grandeza de España.
  37. http://www.museodelprado.es/index.php?id=100&tx_obras[uid]=855&no_cache=1 Ficha de la obra] en la web del Museo del Prado.
  38. La abolición de los Fueros, web cit.
  39. Gabriel Tortella, op. cit., pg. 68-76
  40. Obras Completas, vol 3, Giner, 1990, ISBN 8472731413; pg. 511.
  41. La regencia del General Espartero (1841-1843).
  42. La abolición de los fueros, web cit.
  43. Avilés y otros, op. cit. pg. 168
  44. La década moderada, en Artehistoria.
  45. Reflejado por Benito Pérez Galdós en Bodas reales, uno de los Episodios Nacionales, publicado en 1900.
  46. El 11 de mayo se redactó esta petición a Espartero por parte de las sociedades obreras (reproducido en veuobrera.org):
    La clase obrera de Cataluña pide que se la reconozca la propiedad de su trabajo, lo mismo que se reconoce a la de sus amos los capitalistas, desea por tanto en cada uno de sus individuos la libertad absoluta de asociarse para casos en que gozando de salud carezca de trabajo, por la misma razón que se le concede cuando teniendo trabajo carece de salud: para poder rechazar el jornal que considere insuficiente a sus necesidades, y a la magnitud de su trabajo y pedir el, en su concepto, justo, (todo pacíficamente y sin la menor violencia), por la misma razón que el capitalista puede asociar sus capitales rechazando los jornales en su concepto altos...

    El nombramiento de un jurado mixto; esto es, de amos y trabajadores, que dirima buenamente y con acierto las cuestiones sobre el jornal entre fabricantes y operarios...

    Que se fije en diez el máximun de las horas del jornal, y se sujeten a inspección los locales de los establecimientos fabriles para ver si llenan las, condiciones higiénicas necesarias; que se establezca el mayor número posible de escuelas gratuitas industriales, en donde aprendan los obreros los medios menos violentos, más útiles y modernos para cumplir sus diversas operaciones y fundar tal vez sus inventos, y por último que se establezcan también salas de asilo para los hijos de los obreros que, ocupados en su trabajo, se ven en la necesidad de tenerlos casi todo el abandonados a los peligros físicos y morales de la poca edad, y se prohíba a sus padres les pongan a trabajar antes de la edad de diez años, ya que se evitarían de estemodo las harto frecuentes desgracias de su debilidad e inexperiencia en los talleres, lograrían mejor desarrollo físico, y podrían aprovechar las escuelas industriales.

  47. La prensa conservadora acusó a los anarquistas de los disturbios de Valladolid, que adoptaron la forma tradicional de motines de subsistencias. Ante la tolerancia con los participantes en la revuelta que demostraba la Milicia Nacional, y presionado por el propio O'Donnell, dimitió el ministro de Gobernación, Patricio de la Escosura, a pesar de contar con la confianza del presidente Espartero. El enfrentamiento entre ambos espadones terminó con la intervención de la reina, que depuso a Espartero y llamó a O'Donnell a formar gobierno. Jaime Prieto, op. cit., pg. 166.
  48. El refrán completo, citado y comentado por Miguel de Unamuno "Para el vino, agua, sol y guerra en Sebastopol". Es decir, el lema de nuestro sistema económico, ganar lo que pierde otro. En Unamuno, política y filosofía: artículos recuperados (1886-1924), pg. 44. Hay al menos otras dos referencias de Unamuno a este refrán en otros pasajes de su obra ([2] [3]).
  49. Francisco Javier Paredes Alonso (ed) Historia contemporánea de España: Siglo XIX, Ariel, 2004; ISBN 8434467550, pg. 230.
  50. Citado por Manuel Jiménez de Parga Recuerdos y olvidos del pasado.
  51. Xosé R. Veiga Alonso El significado del Sexenio en la definición de una identidad política conservadora.
  52. a b c d e Guerrero, Pérez Garzón y Rueda, 2004, págs. 325-431.
  53. La leyenda de La Mano Negra (sobre la actividad de Reclus, Rey y Fanelli en España). Jean Maitron, Dictionnaire biographique du mouvement ouvrier français (fuente citada en fr:Aristide Rey de la Wikipedia en francés. Para la sublevación de Jerez, véase el discurso de Sagasta en las Cortes (18 de marzo de 1869), que reproduce telegramas de ese mismo día (incluso uno emitido sólo una hora antes).
  54. Asesinato de Juan Prim
  55. La utilización del término niña bonita" para referirse a la misma república se suele atribuir a Salvador de Madariaga, que en su texto lo pone en relación con el nombre que sus fieles conspiradores le daban cariñosamente durante todo el siglo XIX (en España. Ensayo de historia contemporánea, Madrid: Espasa Calpe, 1979 (ed. or. 1942); pg. 311 y ss.
  56. Luis Suárez op. cit., pg. 222.
  57. El uso de la expresión "dictadura de Serrano" es habitual en la historiografía (ejemplos de uso); aunque es más frecuente el de "gobierno de Serrano" (ejemplos de uso).
  58. Historia en refugioginer.com
  59. Citado por Jose Luis Comellas, Del 98 a la semana trágica: 1898-1909 : crisis de conciencia y renovación política, Biblioteca Nueva, 2002, pg. 124.
  60. La frase, muy famosa, aparece también en el texto de un dibujo satírico titulado Éxodo en el que aparece una multitud, y este texto: "¿Y estos también piden la autonomía?. No, los gallegos no piden nada, emigran". Citado en Javier Costa Clavell Castelao: entre la realidad y el mito, BPR, 1986 pg. 65
  61. La denominación Febre d'or proviene del título de una novela de Narcís Oller (adaptada al cine La fiebre del oro, 1993). La literatura y la filmografía sobre la época es muy amplia, e incluye La saga de los Rius, basada en los relatos de Ignacio Agustí. Eduardo Mendoza escribió, en colaboración con su hermana, un ensayo sobre el periodo: Barcelona modernista. El mismo autor hace una recreación literaria de la época en La ciudad de los prodigios.
  62. Política de colonización y repoblación
  63. El gobierno de Canalejas en Artehistoria.
  64. Antonio Elorza, La CNT y el anarquismo El País, 27/10/2010.
  65. Publicado en prensa en 1908 y como parte de Campos de Castilla en 1912 (véase texto y notas en Francisco Caudet Antología comentada, pg. 143).
  66. Era vox populi que había alentado el inicio de la penetración en terreno enemigo con un telegrama que decía Olé tus cojones o Viva los hombres, según versiones. Véase un resumen de la bibliografía al respecto.
  67. El estudio original de Juan Díaz del Moral (Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, 1929) usa la denominación trienio bolchevista.
  68. 1919-1923, los "años de plomo" de las luchas sociales catalanas. Dolores de la Calle y Manuel Redero Guerra Civil: documentos y memoria, Universidad de Salamanca, 2006, ISBN 8478003983.
  69. Juan Ignacio Ramos (2010) Centenario de la fundación de la CNT. El anarcosindicalismo y la revolución social.
  70. Si el movimiento militar ha querido identificarse con la opinión pública y ser plenamente popular, justo es decir que lo ha conseguido por entero (Ortega y Gasset en El Sol, 27 de noviembre de 1923); citado por Tuñón de Lara, La España del siglo XX.
  71. Carlos García Alix Matar al rey, El País, 30/10/2010
  72. Véanse referencias bibliográficas a la frase de Costa, muy debatida en su significado.
  73. Algunas fuentes los denominan Revolución de Enero de 1933
  74. Opinión de Salvador de Madariaga sobre la Revolución de Asturias de 1934.
    El alzamiento de 1934 es imperdonable. La decisión presidencial de llamar al poder a la CEDA era inatacable, inevitable y hasta debida desde hacía ya tiempo. El argumento de que José María Gil-Robles intentaba destruir la Constitución para instaurar el fascismo era a la vez hipócrita y falsa. Hipócrita, porque todo el mundo sabía que los socialistas de Largo Caballero estaban arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931 sin consideración alguna para lo que se proponía o no Gil-Robles; y, por otra parte, a la vista está que el presidente Companys y la Generalitat entera violaron también la Constitución. ¿Con qué fe vamos a aceptar como heroicos defensores de la República de 1931, contra sus enemigos más o menos ilusorios de la derecha, a aquellos que para defenderla la destruían? Pero el argumento era, además, falso, porque si Gil-Robles hubiera tenido la menor intención de destruir la Constitución del 31 por la violencia, ¿qué mejor ocasión que la que le proporcionaron sus adversarios políticos alzándose contra la misma Constitución en octubre de 1934, precisamente cuando él, desde el poder, pudo, como reacción, haberse declarado en dictadura? Lejos de haber demostrado en los hechos apego al fascismo y desapego al parlamentarismo, Gil-Robles salió de esta crisis convicto y confeso parlamentario, a punto que dejó de ser, si jamás lo había sido, persona grata para los fascistas (...) Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.
    Salvador de Madariaga España. Ensayo de historia contemporánea. Espasa-Calpe, Madrid, 1979, p. 362
  75. Discurso reproducido en la web de la Fundación Francisco Franco.
  76. lavanguardia.es. «Payne: "Sin la ayuda de Hitler, la insurrección de Franco hubiera fracasado"». Consultado el 15 de abril de 2009.
  77. Arthur Lepic. «Chevron-Texaco, primer mecenas de la vida política estadounidense». Consultado el 13 de abril de 2009.
  78. El discurso en la web de Radio Nacional de España
  79. Juan Pablo Fusi, Reflexión, en VV.AA.: Historia de España Madrid: Mc Graw, 2009, ISBN 978-84-481-6938-1 pg. 356.
  80. Expresión de Miguel Salabert para un artículo en L'Express de 1958; citado por él mismo en la introducción a El exilio interior, 1988, Barcelona: Anthropos. El libro fue escrito en 1961 y tuvo problemas para editarse en España (Carta al director de El País de José Manuel Fajardo 30/12/1984.
  81. Luis Enrique Otero Carvajal: La destrucción de la ciencia en España. Las consecuencias del triunfo militar de la españa franquista, en Historia y Comunicación Social. número 6. Universidad Complutense, Madrid, 2001. ISSN: 1137-0734 págs. 149-186. Luis Enrique Otero Carvajal (dir), Mirta Núñez Díaz-Balart, Gutmaro Gómez Bravo, José María López Sánchez, Rafael Simón Arce: La destrucción de la ciencia en España. Depuración universitaria en el franquismo] UCM-Editorial Complutense, Madrid, 2006 ISBN 978-84-7491-808-3 (reseña de Salvador López Arnal).
  82. Dos obras muy descriptivas son Usos amorosos de la posguerra, de Carmen Martín Gaite y El Florido Pensil, de Andrés Sopeña.
  83. Luis María Anson (1999) Don Juan
  84. Los arquitectos del exilio (reseña de la exposición Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español, Madrid, Nuevos Ministerios, 2007).
  85. Frase de Andrés Trapiello Las armas y las letras, Ed. Península (citado por Javier Rodríguez Marcos en Generales, curas y señoritos españoles).
  86. También entre los represaliados estaban los profesores Santiago Montero Díaz y Aguilar Navarro Santiago Montero Díaz 1911-1985 en filosofia.org. Shirley Mangini Rojos y rebeldes: la cultura de la disidencia, pg. 142. José Vidal-Beneyto Memoria democrática, pg. 83
  87. Danzas de España en Google Earth, 234 grabaciones en la web del Ministerio de Cultura.
  88. El cine que burló a Franco, Público, 19/10/2007.
  89. Cercas, op. cit.
  90. Artehistoria. El cine político de la época produjo un documento excepcional: Siete días de enero, de Juan Antonio Bardem (1979). Reflexiones semejantes había hecho Costa Gavras en Estado de sitio (película) (1972), ambientada en Uruguay.
  91. Cercas, op. cit.
  92. Cercas, op. cit.
  93. Cercas, op. cit.
  94. Citado por Sonia Aparicio «Café para todos»
  95. Cercas, op. cit.
  96. Javier Cercas op. cit.
  97. Web del Ministerio de Defensa.
  98. Pablo Martín de Santa Olalla. «La ley del divorcio de junio de 1981 en perspectiva histórica». Espacio, tiempo y forma, Serie V, Historia contemporánea. Consultado el 2 de junio de 2010.
  99. El ministro Carlos Solchaga, en una frase que se hizo muy popular, aducía como un mérito que España era el país del mundo donde era más fácil enriquecerse rápidamente. Citado en Evolución económica y política social en la reciente sociedad española, pg. 57.
  100. Florencio Domínguez El fracaso de Argel, en El Sur, 23 de marzo de 2006.
  101. Romero y Rodríguez: Lo que Aznar hizo por la tregua, en El País, 24/03/2006.
  102. Hugo Chávez, Daniel Ortega, Fidel Castro, Adolfo Pérez Esquivel, Luis Britto García y otros (2008) ¿Por qué no te callas, Borbón?, Editorial Txalaparta, ISBN 978-84-8136-528-3
  103. Rafael L. Bardají y Florentino Portero De la irrelevancia al ridículo, en Libertad Digital, 24 de diciembre de 2007.
  104. La noticia periodística, publicada en Expansión el 13 de mayo de 2010. Análisis y debate intelectual sobre La sostenibilidad del estado del bienestar, en una serie especial de El País, mayo y junio de 2010.
  105. Rosa Bielsa y Manuel Vizuete Historia de la organización deportiva española de 1943-1975
  106. El suicidio intelectual de la derecha española
  107. Manuel Vázquez Montalbán Columnistas, columna en El País, 16/01/1989. Columnistas de El País y columnistas de El Mundo, ambas web a fecha 11/09/2010
  108. Savater es el único español de la lista de los cien intelectuales más influyentes]

Véase también


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