Cristo se paró en Éboli

Cristo se paró en Éboli

Saltar a navegación, búsqueda

Cristo se paró en Eboli es una novela autobiográfica del escritor Carlo Levi, escrita entre diciembre de 1943 y julio de 1944 en Florencia y publicada en Italia en 1945. La primera versión al castellano se publicó en 1980, traducida por el poeta Antonio Colinas; una segunda versión, del traductor Carlos Manzano, se publicó en el año 2005, con el título de Cristo se detuvo en Éboli. Existen tembién traducciones al catalán, gallego y vasco.

Carlo Levi

Región de la Basilicata

Bajo el régimen fascista, en los años 1935 – 1936, el escritor fue condenado al destierro en Lucania por sus actividades antifascistas. En esa región, actualmente llamada Basilicata, pasó una larga temporada en Aliano (pueblo llamado Gagliano en la novela para imitar la pronunciación local), en donde tuvo la oportunidad de conocer la realidad de esa tierra y de sus gentes. Al regreso de su destierro, tras pasar una larga temporada en Francia, Levi escribe la novela en la que evoca su estancia primero en Grassano y posteriormente en Gagliano. El propio Levi, escribe en su prefacio: “Como si de un viaje al principio de los tiempos se tratase, Cristo se paró en Éboli relata el descubrimiento de una “civilización” diferente, la de los campesinos del Mezzogiorno, una civilización ajena a la historia y a la razón progresiva, una civilización de sabiduría antigua y paciente dolor. Sin embargo, el libro no se puede considerar un diario ya que fue escrito muchos años después de la experiencia que lo inspira, cuando las impresiones reales habían dejado de tener la necesidad prosaica del documento”. Según el escritor italiano Rocco Scotellaro, “Cristo se paró en Éboli constituye la evocación más apasionante y cruel de nuestros pueblos”.

Argumento

Tras dejar Grassano, la primera etapa de su confinamiento, Levi cuenta que es trasladado a Gagliano una tarde de agosto, acompañado por “dos representantes del Estado, con rayas rojas en los pantalones y caras inexpresivas” y sintiendo un gran pesar por tener que despedirse de aquella tierra. Una vez en Gagliano, es “entregado y puesto bajo el cargo del secretario municipal” y, tras ser presentado ante podestà Magalone y el brigadier, se queda solo en medio de la calle. Para Levi, el primer impacto es muy brusco: un rápido vistazo le convence de que los tres años de confinamiento que tendría que pasar en aquel lugar serían largos e inútiles, y la imagen del pueblo, apartado y cerrado, le trae de inmediato a la mente la idea de la muerte. Tras observar el pueblo se dirige al que será su primer domicilio, aconsejado por el secretario, cuya cuñada viuda tenía una habitación que alquilaba a singulares transeúntes y que se encontraba a pocos pasos del ayuntamiento. Gracias a ella conocerá muchas cosas sobre el pueblo y sus habitantes.

Durante su primer paseo conoce los dos médicos del pueblo, Gibilisco y Milillo, que aunque también ejercían, no eran unos buenos representantes. Sin querer competir con los dos “medicuchos”, como eran conocidos en el pueblo Milillo y Gibilisco, Levi se sentía a menudo angustiado cada vez que le pedían una opinión médica porque sentía que la ingenua confianza que los campesinos depositaban en él “pedía algo a cambio”. Y él, que también contaba con una suficiente preparación académica, no tenía práctica y su mentalidad se alejaba de la científica “hecha de frialdad e indiferencia”. Entre las personas que conoce ese día está don Trajella, el párroco del pueblo, ya resignado a las actitudes no creyentes y supersticiosas de los campesinos, y doña Caterina Magalone, hermana del alcalde. Para romper la monotonía de aquellos largos días llegó la hermana Luisa, trayendo algunos medicamentos e instrumentos para poder curar a los campesinos del lugar, animándolo y aconsejándole.

En su búsqueda de soledad, el único sitio que Carlo Levi encuentra es el cementerio, situado a poca distancia fuera del pueblo. Aquí se suele acostar en el fondo de una sepultura para contemplar el cielo y ahí se queda dormido, con el perro Barón a sus pies. El cementerio es además el único lugar en el se rompe la monotonía del paisaje. Es por esto que aquí Levi adquiere la costumbre de pintar, amenudo vigilado por un guardia enviado por el muy prudente alcalde. Después de haber pasado veinte días en casa de la viuda, se muda a la que había sido la casa de don Rocco Macioppi, el anterior párroco de Gagliano; en este lugar Levi se encuentra a gusto, principalmente debido a que la casa se encuentra en la parte exterior del pueblo, lejos de las miradas inquisitorias del alcalde. Se le presenta el problema de encontrar una mujer para hacer la limpieza, ir a buscar agua a la fuente y preparar la comida. Doña Caterina le resuelve el problema encontrándole como doméstica a Giulia, una de las muchas brujas de Gagliano, es decir, una de esas mujeres que habían tenido muchos hijos con hombres distintos y que practicaban una especie de “ritos mágicos”. Después de estar tres meses en Gagliano llega de Matera el permiso para poder pasar unos días en Grassano, su anterior residencia, y recoger algunos efectos personales. Aquí Levi regresa a su pasado, se reencuentra con viejos amigos y asiste a un espectáculo de cómicos ambulantes después de haber obtenido el permiso del Doctor Zagarella, médico de Grassano, para salir a la noche. Pero “los pocos días de Grassano” pasan rápido y debe marcharse de nuevo para volver a la soledad de Gagliano. Ahora el invierno está a las puertas, los días son más cortos y el clima empeora. Con el invierno llega también la navidad y con esto un hecho bochornoso: el párroco, Don Trajella, pronuncia la misa de navidad borracho o fingiendo estarlo, simulando además la pérdida del sermón y el hallazgo “milagroso” de una carta enviada por un aldeano que partió hacia América, con recuerdos para todo el pueblo. Lo ocurrido no es aprobado por Magalone, que hace lo posible por meterse con el buen párroco. Otro evento que suscita mucho interés en el pueblo es la llegada de “el sanacerdas”, encargado de la antigua tradición familiar de cortar los ovarios a las puercas para hacerlas engordar más de la cuenta.

Hacia el mes de abril recibe un telegrama que le anuncia la muerte de un pariente, y la jefatura de policía le autoriza a ir, fuertemente escoltado, durante unos pocos días a Turín. En esta ocasión, ve la ciudad con ojos nuevos: observa sin apego a sus amigos y parientes, mientras se da cuenta de que su experiencia meridional había producido profundos cambios en él, tanto en su forma de actuar como interiormente hablando.

En su llegada a Lucania le esperaban algunas novedades, como la desaparición de Giulia, su sirvienta, debido a los celos de su actual compañero, y la llegada del sustituto de don Trajella, ausente a causa de las fiestas navideñas.

Después de algún tiempo, en medio de la euforia fascista por conquistar Etiopía, y para el descontento de los campesinos, Levi recibe la anulación de su exilio. La novela termina con la descripción de su viaje en tren.

Obtenido de "Cristo se par%C3%B3 en %C3%89boli"