Villarmeriel

Villarmeriel

Villarmeriel es un pequeño pueblo español del ayuntamiento de Quintana del Castillo, en el extremo norte de la comarca de La Cepeda, en el centro de la provincia de León.

Contenido

Historia

Si bien son escasos los datos que podemos rescatar sobre la historia romana o medieval de Villarmeriel, el propio nombre nos induce a situar su origen en el Imperio Romano, como un lugar de descanso para personajes importantes, atraídos tal vez por su verdor, por la abundancia de bosques de roble y de abejas que llenaban con sus panales el hueco de los troncos. Recientemente se han publicado datos que relacionan la fundación de Villarmeriel con las minas de oro romanas en La Veguellina. El agua para esta explotación era llevada desde el paraje de Peña Muleta, en Villarmeriel. [1]

Se conservan sus Ordenanzas Municipales, fechadas en 1602 (el manuscrito se encuentra en el Archivo Histórico Provincial en la Carpeta de Astorga 9358, número 171) -y únicas en muchos kilómetros a la redonda-, cuya redacción demuestra que el castellano era ya entonces la lengua procesal, a pesar de que hasta mitad del siglo XX los vecinos hablaban entre sí una variante del asturleonés (bable o leonés) que está a punto de extinguirse.

Rutas.

Tampoco hemos localizado datos sobre su desarrollo medieval, pero estas Ordenanzas Municipales nos hablan de una vecera de bueyes, otra de yeguas y una de "jatos y lechones". También nos hablan de molinos. Ello demuestra una vitalidad económica, a comienzos del siglo XVII, inexplicable sin un amplio pasado de economía agrícola y ganadera. De la ubicación del pueblo algunos cientos de metros más al sur de lo que está ahora da noticia el descubrimiento del antiguo cementerio (con tumbas acotadas por grandes lascas de piedra) durante la construcción de la carretera, allá por los años cuarenta del pasado siglo, en las huertas de "El Pozón", al lado mismo de lo que en El Vaguiello se conoce como "La huerta de la Iglesia".

Esas mismas ordenanzas especifican "ordenamos y mandamos que todos labren sus regaderas según es costumbre desde la iglesia pa arriba", lo que demuestra que, en esas fechas, la iglesia no podía estar en el emplazamiento actual, por encima de cuyo nivel no existen "regaderas".

En "La Mayada" parece ser que existió una ermita dedicada a San Blas -patrono contra las enfermedades de garganta-, cuyas reliquias milagrosas guardaba. Según cuentan, era tal la cantidad de limosnas que acumulaba esta ermita que con ellas se construyó la nueva iglesia, inaugurada en 1785, en el emplazamiento actual.

Iglesia de Villar.

Esta iglesia está dedicada a la Virgen de la Asunción y a San Blas, cuyas fiestas patronales son el 15 de agosto (con una muy concurrida romería) y el 3 de febrero.

Los antiguos caminos también muestran una importante interacción con los pueblos vecinos: hacia el Norte sale el camino de Ponjos a través de El Chano y el Turganal; al NO., el de Murias, por Piñellas, La Fabiana, y Grandiellas a Reguerañugales; al Oeste, por La Reguera, La Rumaliondra y Quiñones, salía el camino de Palacios, con desvío hacia Quintana; Al sur, por El Carbayo, el Molino, hasta dar en el Gatiñal, el camino de Castro, Sueros y Astorga; Al SE., a través de La Amargura, el Corro y La Cuesta salía un camino que se bifurcaba hacia La Veiga (el más al sur) y hacia Morriondo (más al este), enlazando con el “Camino de las Urces” (que, en los mapas del Servicio Geográfico aparecía como "Camino de Ponjos a Astorga") por el que discurría todo el tráfico de carros en invierno hacia la Ribera del Órbigo; finalmente estaba el camino de San Feliz, que salía al NE. por los Molines y el Campo.

En la primera mitad del siglo XX, aparte de quienes se iban a servir como pastores o criados en comarcas próximas "a cumé'l pan que'l diablu amasa", sólo con preguntarlo, las personas mayores nos pueden contar un sinfín de historias de emigración. Los que se iban para hacer “las américas” a comienzos del siglo XX tenían muchas variantes. Buenos Aires era quizá el destino de una mayoría. Pero no hay que olvidar a quienes se dirigían a Cuba o “al Norte” (USA).

A mitad del siglo hubo una abundante emigración temporal a Francia, Alemania o Suiza.

Llegó a contar el pueblo, en los años cincuenta del siglo XX, con más de 300 habitantes. La escuela estaba superpoblada en la década de los cuarenta, hasta tal punto que se desdobló en dos: "de niños" y "de niñas", con su maestro y su maestra. En 1954 se inauguraron las nuevas escuelas. En los años setenta eran muy pocos los alumnos de esta escuela, de nuevo unificada. A mitad de los cincuenta, un abundante puñado de mozos encendía su primer puro el día de una boda.

Niños y mozos del pueblo.

Actualmente apenas dos docenas de personas pasan los duros inviernos allí.

A partir de los años sesenta fue mucho más intensa la emigración interior: Madrid, Barcelona, Bilbao o Asturias fueron los destinos más frecuentes.

En los últimos años del siglo XX el pueblo va quedando abandonado: apenas si tres matrimonios jóvenes viven en él todo el año. El resto son jubilados.

En el verano se llenan sus casas con los que vuelven de vacaciones a ellas.

Novedad del invierno de 2007 ha sido la captación de dos excelentes manantiales en la sierra, en El Rebollar [en la foto], que brotan de la roca viva, y la conducción del agua para el consumo humano en la aldea para sustituir a la antigua captación, en el propio río. Es un agua de extraordinaria calidad.

El Rebollar.

Geografía

Al salir de Astorga y enfilar la carretera de La Cepeda aparece, recortando el horizonte y en línea con los macizos de Ubiña, el monte de Villarmeriel.

Una lejana ladera de verdor matizado por el carmín de la gándara, las urces (brezo) y las escobas de flor blanca y piornos de flor amarilla (retama), tras las cuales impera la carqueixa de tonos dorados. Dos heridas abiertas por sendos cortafuegos señalan sus límites oriental y occidental. Por el Este la cicatriz a través del Teso de las Pozas separa la Robleda y la Devesa (San Feliz), de El Escandal, ya en Villar. El otro surco, cerca de las Peñas del Esgañadero, corta el Matillón y La Matona en dirección a Pozo Fierro marcando su lindero occidental con Mata-Quintana, señalando también el límite del monte propio. Hasta hace pocos años eran unas murias (montones de piedras) el único testigo de tal límite.

Cada vez que la carretera remonta una loma, el cambio de rasante va ofreciendo una nueva estampa en que Las Ubiñas se achican hasta desaparecer al tiempo que se agranda la imagen del pueblo de Villarmeriel centrado en la perspectiva de tales linderos.

A la salida de Sueros ya nada se ve más allá de la Sierra de La Matona, del Teso o El Escandal, mientras que los casas del Barrio de Abajo de Villar, recostadas en una pequeña loma, anuncian lo pintoresco de la aldea.

Si el viajero llega desde la Omaña, tras la imponente vista panorámica de la ancha Castilla que la Peña Grande de San Feliz nos ofrece, descubre Villar sólo cuando está a medio kilómetro: apenas rebasada la Curva de la Vallea, al dejar atrás los pinares, el pueblo aparece con los tres barrios entre el verdor de sus valles, frondosos aun en agosto.

Si llega a Villar desde el sur, el barrio “de abajo”, recostado sobre la peña de pizarra, con las casas encaramadas unas sobre las otras, asomadas al verdor de los dos valles que lo rodean recuerda a los pueblos marineros que atisban la mar. Los barrios “del medio” y “de arriba”, rodeados de huertas y arboleda, se parecen más al resto de La Cepeda.

Recostado en una loma que separa los valles de "La Reguera" y "El Río", Villarmeriel resulta muy pintoresco, visto desde " La Rumaliondra" o desde la carretera de Pandorado que lo bordea sin pasar por él, en lo alto de "La Cuesta". Sus huertas aterrazadas y sus casas asomándose unas por encima de las otras dan la impresión de permanente vigilancia sobre el que se acerca.

Llama la atención el caudal constante de su río,El Tuerto[2] (nacido en "Valretuerto", de ahí el nombre), incluso en los veranos más secos. Ello se debe a que su monte está formado por un antiguo circo glaciar, hoy cubierto de brezos, robledales y pinares, cuyas morrenas o pedreros pueden apreciarse en la ladera que separa la carretera del río, enfrente mismo del pueblo. Este circo glaciar recoge todas las precipitaciones del invierno conservándolas en el subsuelo para que broten en cientos de manantiales durante todo el año.

Clima

Sus inviernos son extremadamente duros, pero resultan muy agradables los meses de verano.

A mitad del siglo pasado era frecuente en enero o febrero que, tras una semana de estar aislados por la nieve, salieran los vecinos en "facendera" "pa facer buelga" (una senda libre de nieve) por la que se pudiera caminar a pie o a caballo entre uno y otro de los pueblos próximos.

Gentilicio

A sus habitantes les llaman las gentes de los pueblos vecinos "VILORTOS".

Se denomina "vilorto" a una especie de maroma que se construyen retorciendo sobre sí mismas algunas varas de plantas flexibles y resistentes como salguero, piorno, etc. y que sirve para amarrar entre sí elementos como sebes, maderas o cierres de fincas. También se hacen "vilortos" uniendo por la espiga con un complicado nudo dos haces de pajas de centeno.

Quienes desean insultar a los de Villar dicen que les llaman "Vilortos" por lo 'retorcidos e imprevisibles'. Quienes no tienen ánimo ofensivo, por lo 'resistentes y tenaces' que son ante cualquier adversidad.

En el mismo tono, mitad ofensivo, mitad cariñoso, llaman "Gatiñosos y Tínfanos" a los de Castro; "Barrosos", a los de La Veguellina; "Ralengos", a los de Sanfeliz; "Arrastracarros", a los de Quintana; "Santidades", a los de Palacios; etc.

El palo de los pobres

Si bien el Cristianismo no otorga rango cardinal al deber de “dar limosna a los pobres” como lo hace el Islam, también cuenta entre las virtudes cristianas la limosna.

Era tradicional dar limosna, por pobre que fuera la familia, a cuantos llamaban a la puerta pidiéndola. Estaba muy mal vista (y no se producía, como en otros lugares) la respuesta, aparentemente piadosa, de “Dios le ampare”.

En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo no menos de dos pobres llamaban cada semana en todas y cada una de las casas de la Cepeda Alta solicitando limosna.

La pobreza de la mayor parte de estas gentes les impedía dar otra cosa que un mendrugo de pan o, en el mejor de los casos, un torrezno de tocino.

Si se acercaba la noche, el “pobre” acudía al alcalde pedáneo que le señalaba en qué casa (por riguroso orden) deberían darle alojamiento para pernoctar. Solía ser en una cuadra o pajar y consistía en un lecho de paja de centeno (no mucho peor que los jergones de paja en que los dueños de la casa dormían), al abrigo del frío y de la lluvia. Lo habitual era que el pobre correspondiente cenara con la familia y compartiera con ellos la “velada”, si era en invierno, contando interminables historias y sirviendo de noticiario de todo lo que ocurría en la comarca. A este turno rotatorio para alojar mendigos se le llamaba "El palo de los pobres".

Economía local

De tradición agrícola (centeno, trigo, patatas, lino...) y ganadero (abejas, vacas, ovejas y -sobre todo- cabras), complementado en invierno por la venta de leñas (urces, especialmente para las confiterías de Benavides o Astorga), actualmente apenas si tiene cultivos ni ganado, quedando una gran cantidad de hectáreas de pasto desaprovechadas y criando maleza que puede propiciar incendios.

Allá por los años 60 estos campos alimentaban a más de 100 vacas y 1000 cabras y ovejas, además de respetar los cultivos.

Actualmente son los corzos y jabalíes quienes se recrean en estos pastos. Si bien no es fácil el avistamiento de puercos, resulta muy frecuente encontrarse con dos o tres corzos o con una corza y su cría.

Sólo quedan unos cuantos colmenares que proporcionan una miel de montaña, de inmejorable calidad.

Hubo por los años 50, cuando lo más técnico que había llegado a aquellos campos era la vertedera (arado de hierro), dos carpinterías y una máquina desgranadora para majar centeno, con motor "Lister" de gasolina, primero, y luego con un "Matacás" (diésel), que alivió el trabajo de las eras. Fue la única industria que llegó a funcionar en el pueblo. Años después llegó algún tractor con los aperos mínimos y en la actualidad solo queda un agricultor.

Había también hasta dos cuadrillas de buenos canteros que levantaron las construcciones que existen actualmente y las de muchos pueblos de alrededor, pero de aquellas gentes nadie siguió el oficio ni montó ninguna empresa de construcción.

Existen recursos naturales para poder fijar una pequeña población estable en el pueblo que, por falta de una planificación adecuada, hoy no se explotan. Hay bosques de roble y pino y, sobre todo, pastos desaprovechados que -hoy sólo contribuyen a los incendios-, aportarían cientos de toneladas de forrajes capaces de alimentar a un buen puñado de cabezas de ganado.

Por otra parte, aprovechando la construcción de un parque eólico se podría explotar una pequeña central hidroeléctrica. La caza también es una buena fuente de ingresos y, sobre todo, el turismo rural. Se podrían ofrecer terrenos para la construcción de alguna pequeña industria agroalimentaria o artesanal, todo menos el abandono actual.

Experiencias Vitales

Cualquier persona de los que han nacido en "Villar" conoce muy bien la vida del pastor y del labrador más rudimentario.

Hoy no existe la agricultura con fucín, gadaño, forca, bildo o baleo, con trillo y voltiador. Nadie va a "acarriar" subido en la estrunguadera ni "apurre" los manojos ordenados en "carriellos" y atados con "garañuelas". "Uñir" las vacas, mesar hierba, picar fuyacos, zachar el güerto y un sinfín más de labores son cosas del pasado.

Llevar las vacas pa Casardibián o el Engío a comienzos de verano y jugar a "la cocha" (un rudimentario golf) y cuando se metían pa los matiellos y se perdían, correr como descosidos era labor de los "rapaces" a mitad del siglo XX. Esto era ocupación mucho mejor que ir a dar la vuelta a la hierba o "pisarla" en el pajar.

Por agosto, "pa Las Valleyas" a beber agua a la fuente de El Carbayón y comer mantecones que te dejaban manos de carbonero.

Cuando te tocaba la vecera del ganao menudo: "las cabras p'arriba", "las uveyas p'abajo", o "las cabras pa La Reguera" y "las uveyas pa La Cuesta". Lo mejor del pastoreo era ir a "sistiar" ('sestear') al Prao en verano, comiendo la merienda a la vera de la fuente o a Vallifondo o al Gatiñal en primavera y otoño.

Cuando viajas por España, ves progreso y te preguntas por qué los nacidos aquí preferimos irnos a otros lugares antes que acometer una empresa que hubiese desarrollado la zona. ¿Por qué ellos sí y nosotros no? Sencillamente porque a nosotros nos educaron para que emigrásemos: (""que no queden pa sobar terrones"") y en otras zonas para permanecer en el lugar.

Los que se han buscado la vida por otras tierras, que son la mayor parte, cuando vienen al pueblo, hablan de las gentes, de las costumbres, del bullicio que había hace cuarenta años, cuando aún era frecuente la tertulia por las calles, ganados por el campo, niños o ruido de los carros.

Mitos

Creían las gentes de este pueblo, como las de otros, por los años 60, en santos protectores y en seres mitológicos y amenazaban a los niños con "el tío del unto", la "rampa zampa" y algún elemento persuasivo que solo utilizaban para asustarlos.

Había una mujer mitad santa mitad bruja, buena y cariñosa a más no poder -Angelica, le llamaban- que cuando se había perdido en el monte alguna oveja o cabra era la encargada de "echar la oración a San Antonio", que decían que se le había aparecido en una ocasión. Los niños la escuchaban encantados. La res aparecía o la comía el lobo, pero la oración estaba "echada".

Tenía también un "hueso de alicornio" (ser mitológico) con el que hacía cruces en una tartera de agua mientras rezaba una oración y la daba a quien hubiese sido picado por una avispa o abeja. Rociando la picadura con eso, curaría rápidamente.

También se creía que para quitar las verrugas de la piel había que enterrar unas hojas de zarza de moras de invierno o hacer tantos nudos en ramas de escoba blanca como verrugas había y no volver a mirar al sitio donde se habían enterrado o anudado. Quizás fuera sugestión, pero alguna vez curaban los "clavos". Pasar una vara de acebo a una vaca entelada ('hinchada por haber comido verdura en fermentación') e infinidad de otras creencias alimentaban las costumbres populares.

Cuando venía la temida nube había que rezar aquello de "Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escrita" y Quico Diez tocaba las campanas con el sonido aquel que parecía decir. "Trueno detente, no mates a la gente". Algo parecido a las bombas de yoduro de plata que se lanzan hoy en día.

También hay una fuente en la Espedera llamada "La Fuente de la Salud", cuyas aguas se decía que curaban la anemia por la cantidad de hierro que tienen. A esta fuente acudían las gentes desde grandes distancias para recoger agua para los anémicos. Cuando, en los años cuarenta, se construyó la carretera, justo encima de su nacimiento, el caudal de este manantial escaseó muchísimo y el agua comenzó a estar encharcada y sucia. Perdió su prestigio.

Vados y pontones

Vados de carros y pontones peatonales:

El río de Villar no es especialmente caudaloso, salvo en casos de tormentas o deshielos precipitados. Por ello no resulta difícil de vadear. No obstante, como suele ir encajonado entre árboles o entre rocas, no son muchos los lugares propicios para que un carro de vacas pudiera pasar de uno al otro lado del río.

En la zona de explotación agrícola, hasta que, en los años cuarenta, con la carretera, se hizo el puente del Molino, los carros tenían que vadear el río cada vez que necesitaban cruzar de una orilla a otra.

El primer vado estaba –y sigue estando- en Los Molines, en el antiguo camino de Sanfeliz: allí el río es más bien ancho y de fondo pedregoso, con lo que alcanza poca profundidad.

El segundo de los vados estaba en La Presa, poco más arriba de las últimas casas del pueblo. Por él había que cruzar para ir a Caldirones, Valdebuisán o para tomar el camino de La Ribera del Órbigo. Actualmente un puente de cemento salva el río con comodidad. Había un tercero y cuarto –muy poco usados- uno estrechísimo en el Pisón (para algunos prados y huertas que allí se aprovechaban) y otro, más ancho pero con mucha pendiente, en el Corro de Arriba (para recoger la hierba de los correspondientes prados).

El siguiente paso, amplio y sin demasiada pendiente, estaba en el Corro de Abajo. Por él cruzaban los vehículos que querían ir a la Cuesta, Vallifondo, o Cervalizas, así como a La Veguellina, Morriondo, etc.

En el Molino, antes de construirse la carretera, también había un vado similar al del Corro, por el que se accedía a las fincas de Los Carbaínes y de detrás del Cubeto, además de al monte de La Mayada.

En el Engío y en la Peña Llamargo también cruzaban el río por vados bastante difíciles los carros que recogían la hierba de los correspondientes prados.

Enfrente de la fuente la Salud reconstruían todos los años “para la yerba” un puente sobre el río, formado por dos vigas de roble asentadas en sendos pilares de piedra, sobre las que se ponían unos cuantos travesaños también de roble y, sobre ellos, tapines de prado. Duraba hasta que llegaban las primeras crecidas del río y se llevaban los tapines y los travesaños, respetando normalmente las dos vigas de roble.

El último de los vados, que daba acceso a todas las fincas de la Traviesa así como a la mayoría de los prados de Llamargo y también a cuantos carros se dirigían a Castro –especialmente para moler centeno o trigo- desde Sanfeliz o Escuredo, estaba, y sigue estando, en el Gatiñal, a mitad del prado, casi en la divisoria de los terrenos de Villar y de Castro. Consistía en un muro que servía en verano de presa para dos canales de riego que salían a uno y otro lado y que era saltado –como en un aliviadero- por el agua cuando venía crecida. Por arriba de este muro se había rellenado con piedras el río para que tuviese poca profundidad y que los carros pudieran vadearlo. Más arriba de lo rellenado se formaba una notable balsa utilizada por los niños para bañarse.

Buena parte de estos vados estaban acompañados por un pontón, es decir, un puente peatonal construido con una gran piedra de pizarra apoyada en dos muretes a cada lado del río o con maderos de roble y tapines de prado, como el descrito más arriba. Eran utilizados por los peatones y también por las ovejas y cabras que así lograban cruzar el río sin mojarse. Ni a caballerías ni a vacas ofrecían confianza estos pontones, por lo que cruzaban “arraldando” por el vado.

Había pontones de piedra en Los Molines, justo por donde pasa la traída de aguas, del pueblo y también en el Corro de Abajo. En el de arriba lo había de maderos y tapines. En el Gatiñal había pontón de piedra para cruzar los canales de riego, pero no para el río, aunque durante años, rehacían todas las primaveras un puente de maderos y tapines, al lado mismo de las fincas de Villar, para paso de peatones y rebaños. En el Engío no había ninguno. En el Molino también rehacían cada año un pontón de maderos y tapines hasta que se construyó el puente de la carretera. También había otros pontones de piedra, dentro del pueblo, para salvar los canales de riego, así ocurría pasado el horno del barrio de arriba.

En el Corro de abajo existe una construcción muy particular: Se accede al lugar por la calle de la Amargura, que siempre lleva alguna agua de riego o de manantiales contiguos. Se salva el río por un pontón de piedra y luego existe una calzada (hasta llegar a la pendiente de la cuesta) que encauza el río por la zona norte de este corro. Esta calzada, de casi dos metros de ancho está construida con piedras. Por ella circulaban los rebaños y los peatones.

El tramo de río que discurre entre esta calzada y los prados, bastante llano, pero sin fangos, era el utilizado para “cocer el lino”

El Carbayo y el Pozón

El “Pozón”, como su nombre indica, era, hasta que en los años cuarenta se construyó el puente actual de tres arcos, un lodazal. En él, tras cada fuerte tormenta que pasaba por Las Valleyas o Valdefariñas, y que arrojaba un caudal de agua de varios decímetros de altura por todo el valle de la Reguera, y también cuando acababa el invierno, había que restaurar, no sólo la presa de riego que captaba o conducía el agua para los prados del Navarón, sino también el lecho del mismo a base de piedras de mayor y menor tamaño para que los carros pudieran cruzarlo sin quedar atascados.

Con mucha frecuencia en invierno y tras alguna fuerte tormenta de verano los carros que se dirigían a Castro debían circular por la Reguera, cruzar el arroyo y, “por detrás de las llamas”, regresar al camino frente a “la Güerta la Iglesia”.

El Carbayo era una estrechísima calle desde el Pozón hasta el inicio de la Calle de Ponjos, en el lugar que entonces se conocía como “la capona” (por una “choupa” productora de esquejes para plantones que allí existía) y que más tarde conocíamos como “las lecheras” (por ser el lugar en que se recogía la leche para su venta).

A pocos metros de "La Capona" la calle que partía de ese punto se dividía en dos, ambas estrechísimas: la de la Vallueta, mucho más alta, casi al mismo nivel que el canal de riego que va para la Reguera y la del Carbayo, más profunda, siempre encharcada, cruzada por un canal de riego construido con dos maderos de roble paralelos por entre los que pasaba el agua de un lado al otro, justo en el punto en que entra la regadera de las Linares y en el que entonces entraba también el camino de carros para estas fincas.

Entre ambas calles existían dos pequeños güertos, separados de los que aún existen ahora por un sendero peatonal. El ángulo de bifurcación entre ambas es posible que no pasara de los 15º, con lo que la curva correspondiente era de lo más incómodo.

En los primeros años cuarenta las obras de la Carretera de Pandorado llegaron a Villar. El trazado previsto iba hasta el comienzo del Carbayo, continuaba por las Linares y el Cristo para cruzar el río más o menos en el Corro de Abajo.

Tras la construcción del puente del Pozón, un pleito o gestión por parte de aquellos vecinos a los que la carretera iba a expropiar fincas en el vago de Carrizo hizo que el proyecto se cambiara y el trazado se desviase lejos del pueblo por La Mayada, a través de la “Curva del Jamón” (nombre alusivo a un regalo de esta rica pieza culinaria como detonante del cambio).

Las obras quedaron paradas con la plataforma de la carretera dos metros y pico más alta que el antiguo camino. Los carros que salían de Villar, al término del Carbayo cruzaban el charco del Pozón en situación aún más precaria que antes. Una vez rebasada la alcantarilla de riego que sigue al puente ascendían casi dos metros hasta la carretera por una rampa de pronunciada pendiente.

Pasaron muchos meses de ignominiosa situación, con las obras paradas, sin poder utilizar el puente y con el antiguo camino arrinconado contra la presa de los prados del Navarón.

Al cabo del tiempo, no sé si con permiso de alguien o por iniciativa del pueblo, se construyó una rampa por la que subían desde el Carbayo hasta la plataforma de la carretera para continuar hacia Castro.

Por fin hacia 1950 se acometió la obra de elevar y sanear el Carbayo. Algunos años antes se habían expropiado, dándoles terreno en otro sitio, el par de mini-güertos que había en la confluencia de la calle la Vallueta. Se bajaron del Teso muchas docenas de carros de piedras rojizas de tipo arenisca para construir los dos muros laterales de la calle. Se cavó a pico y pala el montículo que formaban estos dos huertos así como el comienzo de la calle La Vallueta, que fue rebajada más de un metro para que ambas confluyeran en una curva de ángulo viable, con poca diferencia de nivel.

Con los materiales –pizarras fácilmente desmoronables- se rellenó el hueco entre los dos muros, hasta elevar el nivel del Carbayo de uno a dos metros, según las zonas.

Con ello pasó de ser un lodazal hundido un par de metros más bajo que las “güertas” de las Linares a una calle con dos profundas cunetas y relativamente a salvo de los daños que las tormentas causan en los caminos de tierra. Lástima que poco a poco una de las dos cunetas –la superior que nadie utilizaba para el riego- se fuera rellenando de tierra hasta tal punto que dejó de funcionar como drenaje, con lo que el agua y los argayos invadieron la calzada.

Años más tarde, una vez concluidas las obras de alcantarillado en los años ochenta, fue hormigonado el Carbayo junto con toda la calle del Ferrero y las del Canalón y Barrio de Arriba para proporcionar una aceptable vía de acceso al pueblo. Es una pena que este “camino de Sanfeliz" no haya sido asfaltado hasta conectar de nuevo con la carretera LE-451. Es de esperar que pronto se lleve a cabo esta obra.

Véase también


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