Vale (autor)

Vale (autor)
Vale, 2006.

Vale, nombre por el que se conoce a Gabriel José Vale Valera, filósofo, narrador, poeta, dramaturgo, crítico, pintor, arquitecto y escultor venezolano; autodidacta. Nace en Caracas (23 de febrero de 1979), ciudad donde cursa sus estudios elementales. Autor prolífico y señero, cuya vernácula fórmula no admite otra estructura que la abstracción de su misma bibliografía.

Contenido

Obra

Manuscrito. Vale, 2004.

Del año 1999 al 2001, promedia azarosamente un volumen de poesía, Apócrifo XX, en el cual los plazos de ese mismo apremio se demoran entre las alternativas de una vasta incertidumbre. Así poemas como "Sales Derrumbadas", van serenándose en la misma declinación que refieren ulteriormente. En ese periodo pinta, graba y esculpe una diversidad de temas, que en el afán de tales énfasis el autor les seria en un conjunto. Justo en 1999 escribe un ensayo que propugna esos ejercicios de profecía exacerbada, y que bien podría esta osadía ser la justificación juvenil de excesos tributarios.

Antes de su primera selección de poemas, escribió más de diez obras de teatro que terminó simplificándoles en apenas una cifra (Primero Sábado que Domingo); si bien el tema de esa excepción era en sí una excepción arbitraria del autor, el alcance de sus héroes tenían la genuina complicidad de su fin. Al margen de este cuerpo, se da escribir su novela primogénita (9 Ejemplos),[1] que a partir de 1999 fue componiendo en nueve capítulos distintamente sucesivos, pero cuya división sólo trasciende sus virtudes periféricas en los defectos de una parábola forzosa y tenaz. Los personajes, bibliográficamente diferenciados, coinciden en la cifra de un umbral que lo fuera cognoscible para todos, ya que abreviadamente tienen su confín en el algebraico piso 22. Aun plagada de muchas exageraciones técnicas, la novela le dio al autor el tiento de explorar en sus predilecciones.

En el 2005 escribe su segunda novela (El hijo de quién fue su Padre), basada en los evangelios, con una complejidad mucho más consistente que la anterior. En ella un Jesús dilemático progresivamente reconstituye en el número de sus apósteles su propia singularidad. Unos meses después se atreve a una trágica obra de cinco actos, El Rey Real, agosto de 2005, con pasajes bruscos o serenos en la determinación de una violencia legítima, aunque convocada ya exteriormente. Un rey, en su íntimo esparcimiento, obliga el delirio de su bufón, y así instituye su propia arbitrariedad; al cabo de la cual, y paralela a una conspiración abnegada, el rey se redescubre en su adversa genealogía, que además tiene la censura extranjera de un rey rival. Así le siguieron otros dos tragedias de igual número de actos, El Senado, mayo de 2006; Hebén, junio de 2006. La una inspirada en una mitológica época romana en que la ambición de un lugarteniente del Rey, adoptado por éste, estudia su destino en menoscabo de las costumbres patriarcales, aunque sin sospechar que su cómplice se vela en los rigores ajenos. Los personajes, aunque especulados de la Eneida, ciertamente conviene un argumento disímil, en que, sin esfuerzo ni curso, se combinan el paralelismo de derivadas imposturas. La mitología, las insinuaciones históricas de la antigua Roma y los anacronismo (más allá del Tíber), completan más bien una subsidiaria deliberación del autor. La otra obra discurre en el feudalismo de un ilusorio siglo XI, y por lo demás acuña otras variantes respecto a sus predecesoras. Aquí el señor del feudo es derrocado en el trámite de uno de sus vasallos, cuyo hijo, vuelto de tierra extranjera, transige sin saberlo con la mujer de su padre y fatalmente se combina entre la conjura y la parricida esperanza de una desaconsejada felicidad; el vasallo prevalece sólo para revelación de su castrada mora y así los prescritos prodigios de la superstición auxilian sólo sus últimos provechos. En esta terna trágica el dramaturgo junta un censo múltiple en la potencia de sus voluntades, y consigue, por la combinación de sus especies, que ellos hayan de entreverar sus ambiciones hasta la consumación cruel de una realidad general.

Entre el 2006 y el 2007, para balance de la sangre bruscamente derramada, compone otra terna; unas comedias felicísima la constituyen: La Matriarca, octubre de 2006; Dungara, diciembre de 2006; El Exegeta, abril de 2007. En mucho las tres, brillante en la ironía teológica, superan en gracia y método el mero retrato de sus litigantes, sea por grado o por ruina del mismo pleito filosófico. La primera de ellas figura la calamidad de una avara madre cuyo hijo irresoluto encuentra en la busca de un maternal exilio el éxito de su propio nacimiento; la segunda, basada en un cuento de Rudyard Kipling, imaginativamente prodiga en las razones de sus personajes; finalmente, la última de la terna, quizá la más polémica de las tres, con esmero dilucida a un huraño interprete de la Biblia ya en el delirio de sus augurios, el cual, consumido de sus virtudes, asiente con ciego ímpetu el perjuicio de sus burladores. Un aparte merece la dramaturgia de este autor, en cuyos primeros títulos ya puede verse consagrada la medida de su pluma universal.

Antes del 2008, compone su tercera novela (De Reojo), en la cual consigue el trasiego de su dramaturgia y la serenidad de una prosa pulcra y clarividente. Aquí la comunidad de unos teatreros mediocres alucina la abreviatura cabal de su forzada demanda. La audacia e innovación de los esquemas así como el devenir de sus combinaciones ya suponen un nuevo giro en la narrativa reciente. Otra novela le sucede a esta última a fines del 2008, acaso en la verificación de un estilo determinado, y con la lúcida altivez de un argumento fijo. En enero del 2008 escribe cincuenta sonetos y en enero del año siguiente completa los cien sonetos para su segunda selección de poemas. En cada soneto, singular como una rara y precisa reliquia, se resuelve un tema por concéntrica divulgación de sus ondas.

Una miscelánea sobre sus propios métodos literarios y artísticos figura entre las ruinas de vigorosas ediciones. Destaca también una traducción, profusamente comentada, de The Waste Land, T.S. Eliot y otras solitarias concepciones sobre la literatura del siglo XX.

Ya se podría referir una de sus ironías tan amplia en la controversia de su silenciada voz:

Vengo de un país del que nunca he salido(...)[2]

De cualquier modo, es la historia de un escritor impersonal a su época el que confiesa su origen sin ningún anacrónico exilio de su profesión, y acaso también con el sólo prejuicio de su rara modernidad.

Filosofía

Al principio, trató de unificar las impresiones juveniles de su pensamiento, y a la sazón de unas cuartillas ya mencionadas, empezó por decir algo que le tomó más por un vigente manifiesto de su arte que por una revelación al amparo de sus dudas.

Si se admite, por evidencia sobrecogedora, que una obra es interminable en su decurso in crecendo, no menos fácil supone que las sustracciones de sus recodos garantizan esa progresión indeterminada. Luego, nunca con ulterior dificultad, se traduce al fin la proclama de que no hay promedio que no nos prometa ser el consuelo de nuestra ignorancia.[3]

Luego, por disputa de sus héroes, introdujo los grados de una controversia, que no había de ser sólo un ejercicio lógico del cual derivara cierta ironía entre sus afanes apenas, puesto que tales diálogos fueron, desde sus rudimentos, la progresión esclarecida de un sistema que, si bien aún no del todo extendido en su ámbito, justificaba hasta las moras exteriores de los personajes, y no sólo el mero recorte de las efigies en disputa. En el desarrollo se contempla enteramente la importancia del discurso que, como en el Parménides de Platón, es en primer lugar ardua, y después, una postulación proyectada de esa misma complejidad. Aunque en sus primeros esbozos conviene, sea dicho impersonalmente, los fundamentos de su visión, ya de origen empieza a dilucidar los alcances de sus fundamentos, las más de las veces en la pródiga talla de sus personajes.

La filosofía de Vale, juntando a su literatura otras contribuciones sueltas, esencialmente asume al SER como una colosal combinación, a cuyo concurso de antemano concurre la suerte de su continuidad, puesto que lo combinatorio es de hecho posible y tanto más posible cuanto que así lo es, así que sólo en lo infinitamente prolijo se reconoce una unidad indivisible e infinitamente también contenida en sí, que es, por ser, lo universal e indiviso; siendo lo que es no hay causa ni origen de lo que no tiene fin, sino apenas extensión. Dicho sea de otro modo, el orbe entero concurre a proliferar en esa única virtud, por lo cual el saber (que es absolutamente predicativo) propende a lo que incluso puede dimensionársele en el umbral de los juicios y a pesar de cuya existencia de ningún modo es, pero que admitida su certidumbre está implícita del todo. Si, por ejemplo, una anécdota es historiada por dos testigos, no faltaran quienes por empeño de otra versión refuten ciertos detalles (y aun todo lo más), y bastara con que otros plurales medios la verifiquen a su modo para que cualquiera corrija según otra sucesión que por sostén ajeno se combine, y así, en lo que sigue, existe siempre una veracidad repartida en todos los hechos, tal que incluso sin ser en ellos existe eminentemente. En el devenir de los siglos podrá haberse dicho mucho respecto a la anécdota, y mucho podría haberse dejado de decir, pero lo de siempre habrá sido lo que se sepa, tanto más en sí cuanto que pueda combinarse todo en una continuidad perpetua que en su extensión también se sigue corrigiendo distintamente. Como el predicado de todo propugna la figuración universal, de ahí se sigue que se admita toda la sabiduría que en verdad se pueda saber, pero las probables discordias, tantas como se juzgaran en su disímiles naturalezas, también contribuyen a la conservación de este entendimiento, porque esos singulares juicios también son necesarios saberles en la tensión de sus progresos. He aquí el primer presupuesto original de la filosofía Valiana.

Como en Baruch Spinoza, un Dios unipersonal no hallaría ningún modo de expresión que no lo sustrajera previamente a su propia anulación; de positivo no conseguiría plazos que a su vez no consiguiera los contingentes a ellos, y así al infinito de una serie en la cual no alcanzaría "ser" en cualquiera de tales puntos, pero distinto de Spinoza tampoco su integridad, ciegamente algebraica en la extensión de todo, puede prevalecer, porque el sólo milagro de ese atributo en el SER le combate infinitamente con las consabidas imposibilidades de esa suposición, dado que para cualquier examen se le amputa con la infinitud de los atributos y hechos contingentes de un teólogo inspirado así. Dios, no sabiéndolo, como no lo sabe, tampoco se le pudiera reconocer en el SER, sino sólo conocer su existencia. Primero Dios existe, pero no lo que por teología es, porque cómo podría ser en su genuina potencia si, como se ha dicho, no hay distensión que no lo ampute; existe porque en primer lugar existe, dado que todo existe, y no Es, porque sólo de ese modo existe (y hasta en el ardor de todas las razones prevalece su potencia de figurar aun cuando abreviadamente se le reniega); luego, no siendo puesto que así existe, su perseverancia sólo se corrobora desde el SER y no en el obvio entendimiento de Dios. Como se verá más adelante, nos es gratuitamente comprensible en la medida que con superstición prorrogamos su esencia en un límite que en verdad lo demarca, pero que con esa misma clarividencia de los sentidos nuestros le juzgamos tan beligerante como es la controversia de creerle explícito. Como Dios, otras "deidades", tal vez más recónditas, se sospechan entre el afanoso concurso.


Valor de n del conjunto. Vale, 2004.

Para una media X, por ejemplo, hay de fijo una circunstancia Y que va diferir en una proporción indeterminada, puesto que se necesitaría un esfuerzo con otra notación incomprensible, y así en lo que sigue; básicamente es el principio que prorroga de los entes todos los fenómenos complejísimos que le son propios por atributos ajenos; sin embargo, hay un umbral irreducible según la agrupación de los conjuntos primarios, y es a partir de aquí donde las dimensiones existen regularmente sin ser; estas formulaciones son explicadas por un célebre ejercicio matemático del autor. Para un género A es contenido cuatro especies contiguas: a1, a2, a3, a4, siendo A el término primario los otros, de orden secundario, se agrupan en una derivación cuaternaria de A, y de cada uno de ellos derivan, en un orden terciario, una constitución binaria, compuesta de un término idéntico del que deriva y otro idéntico al secundario contiguo que preceden, de suerte que la derivación binaria de a4 tenga un segundo término algebraico, y que Vale, en el umbral, define así: 8/4.n + [(a1-a2)+ (a2-a3)+ (a3-a4)] ≥ k; donde 8 es la cantidad ulterior de las derivaciones (incluyendo a n); 4, el número de elementos conocidos del conjunto; n, el mínimo irreducible de indeterminación y k, una constante de magnitud inconmensurable. Aunque dicha formulación puede que se le juzgue un mero artificio matemático de defectuosa índole, es verídico que para un conjunto de elementos hay un valor n cuya medida sólo se satisface por su dimensión de nulidad, dado entonces el concurso de los elementos en cuestión. Muy diferente a las mónadas de Leibniz, estos elementos no vienen a constituir ningún origen de grado ni de hecho, ni tampoco proliferan ni se aniquilan sino que en pos de una postulación distintamente verídica se comprenden. Así la NADA, desde luego, tiene las misma dimensiones superlativas y elementales de quienes en el SER le ponderan por límites cognoscibles; la antinomia de esta relación, para cuyo conocimiento se requiere la integridad de los conjuntos, no es el exacto reverso de lo que verazmente se consuma en el SER, porque qué valor genuino de la NADA podemos advertir que no sea la sola compresión de su existencia. Sin embargo, se entiende que la relación de un centro le asiste una complejidad que difiere de cualquier otra, aun cuando su sujeción la determina el rigor de una única ley, puesto que ese centro, bastante común en su ubicuidad, figura tal como esencialmente existe en su divino multi-confín.

Aunque el autor todavía no ha dilucidado una obra sustancial con los pormenores de sus ideas, ni ha principiado otros cuerpos de su pensamiento, está promesa de una conclusión que le defina propende a cumplirse por justificación de su misma filosofía, ¿acaso íntimamente el SER no admite ya a los otros catálogos subsidiarios?

Arte y arquitectura

Tempranamente insistió en el dibujo, pero adolecía de un desinterés continuo, que por otro lado radicaba en el afán de estudiar, pese a su mismo empeño, los fenómenos mecánicos en general. La perpetua ambición de máquinas perpetuas prorrogó mucho de su imaginación.

Aunque no cursó ningún estudio especial fuera de la escuela ordinaria, se ocupó por su cuenta, ya no tan tempranamente, en estudiar a los grandes maestros de la pintura. Su dibujo, entonces, según como alternara en sus predilecciones renacentista, ora era reposado y exquisito u ora más bien vigoroso y tenaz. Como sea que el cúmulo incipiente de sus pinturas apenas tenía el mero valor del aprendizaje, la mayoría de sus obras en ese periodo son estudios de los pintores que influirían en la seguridad de su dibujo, o cuando mucho variaciones suplementarias de esos estudios preliminares.

Interior absoluto. Vale, 2000.
Desnudo femenino. Vale, 2000.

Ya en 1998 asume el rigor especulativo de sus temas, que desde sí quiso inducir en el blanco que abrumadoramente acoge hasta los más prolíficos exilios. Luego de la pintura al óleo, académica y rigurosa, empieza a especular en diversas técnicas que en principio proliferaban con la desmesura juvenil de prolongar las mismas moras del siglo XX. Como no se conforma con esas residuales proezas, recrea una especie de siglo útil a los excesos que de inmediato le conciernen, lapso quizá tan ilusorio como el siglo XX, y para el cual redacta una fórmula que manifiesta, aunque de modo impersonal, el egoísmo de esos afanes. Por contraste esas bases teóricas postulan, como según lo anticipa el título, la supresión progresiva de una etapas que de fijo se van complicando por su propia sucesión.

Boceto. Vale, 2001.

Es aquí donde las pinturas de seres suspendidos en la vacía arbitrariedad de sus amputaciones no copian una anatomía que modifique su constitución, sino que más bien Vale personifica una síntesis antropomorfa de arquetipos con respecto a la galería de lo veraz. Es como sí la ilusión de estas creaciones casualmente se aproximaran a cánones más o menos renacentistas. La mayoría de esos trabajos, agrupados en forma y estilo, son homónimos de una selección de poemas de los cuales toman su cabal justificación, al igual que lo fueron las esculturas de ese entonces (la mayoría de las cuales eran figurillas).

Ya que no se aplica a la arquitectura bajo ninguna tutela, divaga en la propia especialización de sus estudios. Al cabo de unas vueltas de hojas puede insistir más libremente en sus bocetos, entonces consigue seriar el rigor de su tarea arquitectónica, alternativamente a sus otras tareas. La arquitectura de Vale, si bien manifiesta sólo en el papel, es de plantas espaciosa y de una sobriedad que tiende a una progresión fija en las fachadas, reticular y hasta fríamente armónica, todo lo cual cimienta, a partir de muros grueso y casi fortificados, la ingravidez de otro discurso, que sí se entrevera en unas formas de perfiles expuestos. De sus dibujos, que ya figuran para una edición, se ve que fue evolucionando desde volúmenes más monumentales y ciegos en su concepción meramente metafísica, como una especie de Stonehenge, hasta las plantas ya descritas, en las cuales admite conjuntos suplementarios en derredor. Son excepcionales las casas, puesto que, a diferencia de su modo general, depuran la condición concreta sin menoscabo de su estilo y si a favor de técnicas audaces que de por sí tienen su propia figuración en el diseño. Para la arquitectura, ha declinado parcialmente de sus especulaciones artísticas y en cambio se acoge al devenir de su experiencia, siempre por concepción de lo previamente definido.

Referencias

  • Vale (diciembre, 2004). 9 Ejemplos (primera edición). Caracas: c.com. ISBN 980-390-103-6. 

Notas

  1. Editorial Comala.com, 2004
  2. Vale.: Prólogo de 9 Ejemplos Caracas, 2004. Dep
  3. Vale.: Del Supresionismo al Etcétera Caracas, 1999. Dep

Wikimedia foundation. 2010.

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