Trierarca

Trierarca
Maqueta de un trirreme griego.

Trierarca o trierarco (griego antiguo τριήραρχος/triērarchos, compuesto bitemático de triếrês, «trirreme» y árchein, «mandar») era el título de los oficiales que capitaneaban un trirreme en el mundo clásico griego. En Atenas y en algunos otros estados se requería que este oficial pagase con sus propios fondos el equipamiento y el mantenimiento de la nave.

La flota ateniense, en época arcaica, estaba compuesta por barcos en propiedad de ciudadanos particulares, que éstos aportaban a la guerra tras haberlos adaptado para desempeñar tareas militares. Era una agrupación heterogénea y semi-pirata de naves privadas que se alistaban para el combate. Este sistema se vio drásticamente modificado con la introducción del trirreme y con la guerra contra los persas.

Sin embargo, la marina ateniense no perdió por completo esta característica privada en la época clásica: cuando el gobierno de Temístocles asumió la construcción de una gigantesca flota de 200 trirremes, se vio la imposibilidad de financiar completamente el sistema naval con fondos públicos. Esto no es de extrañar: el mantenimiento de tantos barcos, y sobre todo de tantos tripulantes (unos 200 por nave) era una carga muy pesada que la polis no podía asumir en su totalidad. Además, para administrar y controlar una flota de tan grandes dimensiones haría falta una considerable burocracia, lo cual encarecería aún más el mantenimiento.

Contenido

La trierarquía

Relieve Lenormant: trirreme ateniense con nueve remeros, h. 410-400 a. C., Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

La trierarquía (griego antiguo τριηραρχία/triêrarkhía) consistía básicamente en que a un ciudadano se le asignaba el cometido de alistar un trirreme para el combate, enrolar una tripulación y capitanear la nave durante el período de tiempo establecido (un año). Se conoce sobre todo la de Atenas, que tal vez date de la ley naval de Temístocles de 483/482 a. C., pero se conoce el funcionamiento del siglo IV a. C.[1]

El casco y los aparejos de la embarcación lo aportaba la polis (ciudad),[2] así como las instalaciones para efectuar el mantenimiento, mientras que el trierarca debía contratar y organizar los operarios que estaban encargados de poner la nave en condiciones de combatir. Con un poco de suerte, le podía ser asignada al trierarca un trirreme en buenas condiciones, que no necesitase más que una mano de pintura o la sustitución de una vela. Pero también era posible que a le tocase un auténtico despojo flotante, una nave vieja o gravemente averiada, que requería prácticamente ser reconstruida de quilla a perilla. Además, aunque nominalmente el Estado se hacía cargo de los materiales más caros (como la pez y alquitrán para el calafateo, la madera para los mástiles, el cordaje...), era muy habitual que el dinero necesario para las reparaciones más urgentes lo pusiera el trierarca de su propio bolsillo, del mismo modo que sucedía en ocasiones con la paga de los tripulantes.[3] Por si fuera poco, el trierarca era responsable de que la nave fuese devuelta a la polis al término de la campaña, y que la nave estuviera en buenas condiciones, momento en el cual la ciudad le reembolsaría los gastos. Todo esto bajo la hipótesis de que en el momento del regreso la ciudad dispusiera de recursos financieros y liquidez: en caso de necesidad, el trierarca actuaba como prestamista a fondo perdido. Es plausible que la construcción del trirreme se hicese por medio de los trierarcas,[1] pero parece que esta iniciativa era para demostrar su adhesión a la ciudad.

En Atenas y en el mundo griego antiguo, existía una institución financiera, la liturgia, un mecanismo de participación de los ciudadanos en la función pública diferente del funcionariado. La liturgia implicaba que el ciudadano debía realizar o financiar un servicio público (armar una nave, alojar una embajada, organizar un espectáculo teatral) con fondos de su propio bolsillo, a fondo perdido (es decir, con poca o ninguna posibilidad de recuperar el dinero) pero con la colaboración del Estado. Era un mecanismo de cofinanciación público-privado de un servicio o prestación, cuyo ejecutante nominal era el particular. Se consideraba un gran honor que a un ciudadano se le asignara una liturgia, y cumplirla con éxito reportaba gran prestigio. De todos modos, este sistema estaba organizado de forma que, pese a ser muy gravoso, fuese lo más llevadero posible, sólo estaban sujetos a liturgias los ciudadanos más ricos, y se configuró por turnos para que no recayesen en las mismas personas durante años consecutivos.

Existen algunas formas de desembolso que se consideran honorables, por ejemplo el gasto en el servicio de los dioses, ofrendas votivas, edificación de obras públicas, sacrificios y oficios religiosos en general; el acto de beneficencia público más ambicionado es el deber, como se le estima en ciertos Estados, de equipar un coro o alistar una nave de guerra, o incluso celebrar un banquete público.
La flota era el resultado de enormes gastos, realizados por los trierarcas y la ciudad: a expensas públicas se daba una dracma por día a cada marinero y se entregaban 60 naves rápidas sin tripulación, 40 de transporte de hoplitas y una excelente oficialidad para ellas; los trierarcas contribuían con un suplemento al sueldo que el estado pagaba a los remeros de la fila superior y a los oficiales, y por lo que hace a lo demás, empleaban un costoso equipo de enseñas y artilugios, afanándose por demostrar que su nave era la más rápida y maniobrera.

Los trierarcas, por tanto, eran personajes con un alto nivel económico, dado que los costes que podía suponer el hecho de mantener una nave de este estilo eran muy elevados (en la moneda de entonces, el mantenimiento de un trirreme podía llegar a suponer un talento anual). Es más, a finales del siglo IV a. C. los trierarcas llegaron en muchas ocasiones a verse en la necesidad de compartir la responsabilidad de una sola nave, dado que el coste financiero había llegado a ser demasiado alto.

El trierarca era elegido por uno de los estrategos[4] entre los ciudadamos más ricos, metecos,[5] arcontes no incluidos.[6] Puede ser que los estrategos hiciesen la elección de una lista de trierarcas potenciales, «pero no disponemos de ninguna prueba irrefutable de su existencia».[1] Aunque estaban obligados lo mil doscientos ciudadanos más acaudalados, no se alcanzaba esta cifra al haber ciertas exenciones: las hijas epícleras (epiklēros), los niños huérfanos, los incapaces de pagar y los clerucos (klēroûkhoi). A la persona reservada se le eximía de prestación de otras liturgias durante los dos años siguientes.[7] En el siglo V a. C., Atenas necesitaba varios centenares de trierarcas para mantener su flota.[8] En el siglo IV a. C., se pasó de un centenar de trierarcas a principios de siglo a 400 en la época de Demóstenes.[9] Demóstenes propuso añadir a los mil doscientos contribuyentes que marcaba la ley, ochocientos más, calculando que sería el número de fortunas resultante de las exenciones.[10]

La trierarquía representaba una carga financiera muy pesada, del orden de 4000 a 6000 dracmas,[11] considerando que un trierarca juzgado responsable de la pérdida del navío también, según una inscripción de final del siglo IV a. C.,[12] debía pagar una multa fija de 5000 dracmas, lo que correspondería al coste medio de construcción del barco.[13] El montante de la liturgia variaba según el estado y la edad del trirreme asignado, como la duración de la campaña militar. En Los caballeros de Aristófanes, uno de los personajes amenaza así a uno de sus enemigos:

Haré que te nombren trierarca

con una nave vieja [a costa de tu dinero]
y no dejarás de gastar en ella
y de llevarla a reparar al astillero.

Me las apañaré para que recibas una vela que se caiga a pedazos.
Aristófanes, Los caballeros 912-918

Las trierarquías se multiplicaron durante la Guerra del Peloponeso; la ciudad introdujo después de la Expedición a Sicilia, el principio de la sintrierarquía; se tataba de repartir la carga entre dos personas.[14] La medida que se rebeló insuficiente, condujo a la ley de Periandro aplicando en 357 a. C. el sistema de la eisphora en la trierarquía: creaba 20 grupos o sinmorías (συμμορίαι/summoríai) de 60 personas, que se repartían la responsabilidad de un trirreme, sin que significara la obligación de comandarla como con anterioridad.[15] A iniciativa de Demóstenes, este sistema fue abandonado en 340 a. C.: se volvió a la asunción del cargo por un solo individuo (entre los 300 ciudadanos más ricos) del coste de mantenimiento y del mando de la nave.

No se sabe con certeza el momento en que un ateniense podía estar sujeto a trierarquía. El orador Iseo indica que un patrimonio de cinco talentos (30.000 dracmas) era suficiente:« mis adversarios, poseían en propiedad un patrimonio suficiente para la trierarquía, estimado en cinco talentos…»,[16] pero esta declaración parece inverosímil en virtud de la sangría económica que supondría. En efecto, un patrimonio tal, generaría una renta anual de 2400 dracmas — el rendimiento medio de la tierra era del 8% en el siglo IV a. C. —[17] lo que era insuficiente para cubrir el coste de una trierarquía y apenas bastaba para una sintrierarquía. Es posible que Iseo exagerara voluntariamente para apesadumbrar a sus adversarios, o que los ciudadanos por el deseo de anticiparse, se propusieran para ser trierarcas con medios económicos un poco justos. Inversamente, los ciudadanos que se sabe que fueron trierarcas poseían fortunas del orden del doble de la cifra que cita Iseo: 8,5 talentos al menos Critóbulo[18] 10 talentos Demóstenes,[19] y más de 16 talentos Diceógenes.[20] Un capital de 10 talentos parece pues ser un montante mínimo verosímil, es decir, un 3,33% sobre la fortuna total para una sintrierarquía[21]

En el periodo helenístico, la trierarquía se mantuvo en numerosas ciudades, como Priene o, en el siglo I a. C., en ciudades libres como Rodas o sujetas a Roma como Mileto.[3]

Véase también

Referencias

  1. a b c Corvisier, 2008, p. 154
  2. Corvisier, 2008, p. 151
  3. a b Claude Vial, Lexique de la Grèce ancienne, Armand Colin, 2008, p. 225
  4. Aristóteles, Constitución de los atenienses LXI.1
  5. D. Whitehead, The Ideology of the Athenian Metic, Cambridge, 1977, p. 80-82.
  6. [http://remacle.org/bloodwolf/orateurs/demosthene/leptine.htm Demóstenes XX = Contra Leptines 27.
  7. Iseo, VII = Contra Apolodoro 38
  8. Aristóteles, Constitución de los atenienses 3-4; Gabrielsen, p. 176-179
  9. Mogens Herman Hansen, La démocratie athénienne à l'époque de Démosthène, Les Belles Lettres, 2003, p. 141
  10. Demóstenes, XIV = Sobre las sinmorías 16
  11. Christ, p. 148.
  12. IG ii2 1629. 569-77a
  13. Jeremy Trevett, Apollodoros, The Son of Pasion, Oxford University Press, 1992, p. 24
  14. Demóstenes, XXI = Contra Midias 154
  15. Corvisier, 2008, p. 155
  16. Iseo, VII.42
  17. Iseo, XI.42
  18. Jenofonte, Económicos II.2.3-6,
  19. Demóstenes, XXI.80 y XXVII.7-9
  20. Iseo, V.11.35
  21. Patrice Brun, Eisphora, syntaxis, stratiotika: recherches sur les finances militaires d'Athènes au IVe siècle av. J.-C., 1983, p. 18

Bibliografía

  • Hornblower, Simon, and Anthony Spawforth ed., The Oxford Classical Dictionary (Oxford University Press, 2003) ISBN 0-19-866172-X
  • Christ, Matthew R. (1990) (en inglés). «Liturgy Avoidance and Antidosis in Classical Athens» en Transactions of the American Philological Association, vol. 120. pp. 147-169. 
  • Corvisier, Jean-Nicolas (2008) (en francés). Les Grecs et la mer. pp. 427. ISBN 978-2-251-33828-6. 
  • Gabrielsen, Vincent (1994) (en inglés). Financing the Athenian Fleet: Public Taxation and Social Relations. ISBN 0801846927. 
  • Rhodes, P. J. (1982) (en inglés). «Problems in Athenian Eisphora and Liturgies» en American Journal of Ancient History, nº 7. pp. 1-19. 

Enlaces externos


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